mayo 02, 2012

Las hijas de la Revolución


La invasión estadounidense en 1954 tuvo un fuerte impacto en la sociedad guatemalteca. El recuento de daños que cada vez se hace más claro, incluye entre otros el rompimiento de un naciente Estado de derecho, la expulsión de un presidente electo, la pérdida de una oportunidad histórica para empezar a configurar una sociedad incluyente;  y para las mujeres y los jóvenes el cierre de espacios para expresar su  creatividad y para ensayar el vuelo con las recién adquiridas alas de  libertades para pensar, decir y hacer, que habían sido  negadas a sus madres por las dictaduras en los inicios del siglo veinte.

La obtención del voto, su incursión en la política, la creación de primigenias organizaciones de mujeres que atisbaban la autonomía e iniciaban transgresiones impensables una década atrás quedaron como procesos truncados por decretos que, de nuevo, todo lo prohibían: los libros, la literatura, la pintura, el arte, la danza, la música. Todo pasó a ser sospechoso de un comunismo que, cual virus peligroso, amenazaba la paz de las buenas conciencias que,  como se sabe, generalmente son reclamadas por las clases que concentran el poder económico y político.

El abecedario de los derechos políticos, laborales y sociales que apenas empezaba a deletrearse fue proscrito, la libertad para expresar pensamientos contrarios a la versión oficial, coartada. La capacidad de hilvanar un pensamiento crítico ignorada, cuando no violentamente reprimida.  Se reinstaló el silencio. Un silencio que borró los nombres, los hechos y logros de la Revolución del 44. Pero las ideas seguían latentes, quienes apenas eran unas niñas recibieron como legado de sus mayores un conjunto de vivencias que a la distancia incluso se idealizaban: la cantidad de libros que se leían, los conciertos, el ballet, el autogobierno estudiantil, la sapiencia y honestidad de maestras y maestros que, estimulados por el ejemplo de un maestro-presidente, no escatimaban esfuerzos para superar el atraso educativo que había mantenido a la mayoría de la población en la ignorancia.

Esas lecciones de ciudadanía calaron, y pocos años después, en el amanecer de la década de los años sesenta, empezaron a brotar semillas de inconformidad, sobre todo en las escuelas públicas donde se empezó a experimentar un cambio negativo en la calidad de la educación.

Mientras, desde otros países llegaban noticias de movimientos por los derechos civiles, de audaces feministas que cuestionaban el orden patriarcal, de una revolución que en Cuba, retaba nada menos que al imperio del norte.

En Guatemala había ebullición, una ciudadanía ciertamente capitalina y urbana que, junto a los pocos dirigentes sindicales y populares que sobrevivieron a la muerte o al exilio, enfrentaban aún el miedo por la brutalidad de la contrarrevolución, y se resistían a permanecer indiferentes ante los desmanes de un gobierno, formalmente electo, encabezado por un militar.  Este escenario, bosquejado a grandes rasgos, era el preludio para que las hijas de la Revolución, esas niñas que crecieron escuchando sobre las bondades de una década de primavera democrática, fueran protagonistas de sucesos que marcaron sus vidas y las de una generación que aún no ha contado su historia.

Las mujeres y las Jornadas de marzo y abril del 62

Varios sucesos fueron dando sentido a estas Jornadas que se caracterizaron por acciones en las calles, proclamas en las radios, por la movilización estudiantil y popular, que iniciaron con un reclamo nacionalista sobre el territorio de Belice y contra un fraude electoral, pero que pronto trascendieron y pusieron en cuestionamiento al gobierno, exigiendo la renuncia del presidente, revocar la Constitución de 1956, la libre organización, la reforma agraria, y restituir derechos laborales al magisterio y a trabajadores del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social-IGSS, una de las conquistas más apreciadas de la Revolución del 44.

Pero esa rebeldía estudiantil también expresaba la inconformidad ante las condiciones de pobreza que golpeaban a la mayoría de la población en el campo y la ciudad, incluso a los estudiantes, muchos de familias pobres urbanas que se veían como “un grupo de privilegiados dentro del sistema (y que)…salían con un cartón bajo el brazo a aumentar el número de desempleados y con muy pocas posibilidades para empezar y terminar una carrera universitaria”.

En esa dinámica las estudiantes de educación media y universitaria como Chiqui Ramírez, Magnolia Morales, Miriam Pineda, Ivón Lima, María Bella y Raisa Girón Arévalo, Ingrid Andrade Roca, Aydée Méndez, Marina y Marta Arrecis, Lidia Lucero, Rosa Hernández, Rosario Ramírez, Mirna Becker, Alba Estela Maldonado, Anaité Galeotti, Irma “Chiqui” De León, María Chúa, Anne Arévalo, Dora Emilia González, Violeta Alfaro, Raquel Blandón, entre otros nombres que aún deben ser rescatados, se descubrieron como expresa Chiqui Ramírez “capaces de cuestionar el sistema socio-económico y político del país, aportando soluciones a través e nuestras organizaciones estudiantilesa la par de los obreros y campesinos”.

Participaron de una actividad intensa en teatro, oratoria, periodismo escolar, música, muchas eran las representantes de institutos como el INCA, Belén y Rafael Aqueche en el FUEGO-Frente Unido del Estudiantado Guatemalteco Organizado que agrupaba a las asociaciones estudiantiles de secundaria, de los departamentos y algunos colegios privados de la ciudad. Ellas forjaron su liderazgo tanto en sesiones de discusión política donde “los muchachos, atentos y amables, permitían a las mujeres tomar su derecho a opinar, proponer y actuar hombro con hombro, como uno solo”, como en acciones audaces que simbolizaban, como narra Dora Emilia González, “nuestra convicción y nuestra fuerza de ciudadanas para demostrar nuestro deseo de que nuestra patria fuera libre y democrática”.

Esas Jornadas fueron reprimidas violentamente, varios estudiantes fueron asesinados, los institutos públicos militarizados y las/los dirigentes de FUEGO fueron expulsados de sus escuelas. Esa reacción desde el poder fue más allá y cerró espacios, agudizó el autoritarismo, y criminalizó cualquier protesta. La movilización estudiantil y popular del 62, sumada a un naciente movimiento guerrillero en el que también participaron mujeres, movió las conciencias de muchas hijas de la Revolución que, cincuenta años después, siguen despiertas y comprometidas.


Ana Silvia Monzón


Socióloga y comunicadora feminista. Publicado en La Cuerda, abril 2012.

Citas: 
Ramírez, Chiqui  La guerra de los 36 años vista con ojos de mujer de izquierda. III edición corregida y aumentada 2012. Guatemala, INGRAFIC, 2012.
González Sandoval, Dora Emilia  Testimonio. En: 50 años. Jornadas patrióticas de marzo y abril de 1962. Guatemala, USAC/FLACSO, 2012.

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