junio 22, 2014

La bailarina del desnudo. Olga Desmond 1890-1964


La euforia del cuerpo desnudo de Olga emulaba a una escultura clásica. Vértigo quieto para una piel que quería ser mármol. Olga era un cuadro vivo, como los que inauguraban fiestas en el boato medieval y renacentista, como la estatua viviente que aparece en Les enfants du paradis (Los niños del Paraíso), la película de Marcé Carné escrita por Prévert, como las callejeras en levitación del siglo XX, pero la esfinge viva que Olga componía siempre flotaba desnuda.

La bailarina que había nacido en Allenstein (ciudad alemana de la Prusia Oriental), había estudiado drama y se ganaba la vida como modelo en los atelier berlineses, rompió las convenciones de las Bellas Artes (el desnudo femenino semienvuelto en telas ondulantes y fundido en los placeres del boudoir sobre un sofá que resaltaba la curva de los senos y la cadera, con los ojos cerrados o la mirada perdida fingiendo sueño o abandono) y llevó el desnudo a la calle. Con un grupo de artistas plásticos produjo un show de arte al que llamaron Noches de belleza (Schönheitsaben) y juntos, provocando emoción equívoca –nuditas virtualis, nuditas criminalis–, planearon una gira europea. Una rentrée que en 1908 fue varias veces prohibida; en San Petersburgo, por ejemplo, fue debut y despedida. Tras el escándalo apuntalado por algunos intelectuales del imperio, que aseguraban que “ese culto al cuerpo desnudo ponía en riesgo a la belleza que, como tantas otras cosas en la vida, debía tener sus secretos ocultos”, el gobierno quiso llevar a Olga Desmond (Olga Sellin de nacimiento) a la corte. Pero Olga –como una Libertad Leblanc de museo– defendió su inmolación artística y continuó su performance en los teatros de otras ciudades (las entradas siempre eran más caras que las que se cobraban en otros espectáculos). Los escándalos sin abstinencia de énfasis de Olga –con un cuerpo completamente maquillado, sin texturas, fluidos ni cicatrices, como el posterior repertorio fotográfico de Sansones y Mercurios de Edmond Desnonnet– fueron tan difundidos y polémicos que su nombre no tardó en aparecer en las etiquetas de los potes de cremas corporales y cosméticos. Nueva metamorfosis para el cuerpo de Olga, ahora la Venus viviente del London Pavilion, también era modelo publicitaria. Unos años después se casó con un terrateniente húngaro y corrió la cortina en uno de sus campos conyugales. Mientras jugaba a la escondida filmó algunas películas y sólo cuando se divorció volvió a los escenarios. Esta vez la nudista de ópalo blanco recuperó sus zapatillas de punta y bailó por un tiempo Carmen y otros ballets hasta que decidió quedarse en segundo plano dando clases de danza (fue maestra de la bailarina y coreógrafa expresionista Hertha Feist) y atendiendo el negocio para equipamiento escénico y decoración que manejaba su segundo marido. La construcción del Muro la encontró en la Berlín Oriental donde pocos recordaban el aquelarre de sus exhibiciones. Sin trabajo ni herencia, Olga pagaba sus cuentas limpiando casas y vendiendo sus últimos tesoros: las postales de sus funciones, fotos y recortes periodísticos. Murió el 2 de agosto de 1964. Su nombre apenas aparece en las misceláneas y tuvieron que pasar muchos años para que pudiera entrar reciclada a la Tate Gallery de Londres, una entrada que pagó el Mármol Viviente de Mike Kelly, el artista norteamericano de muñecos de lana y papeles arrugados. Festín de arrugas, justo a ella.

Por Marisa Avigliano
Fuente: Página12

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The Blood of Fish, Published in