septiembre 20, 2014

Cuando cuidar puede significar contagio ¿Por qué el ébola mata más a las mujeres?

La mortalidad durante el brote está condicionada por los roles de género.

Mujeres en Guinea, el 28 de abril de 2014. / EUROPEAN COMMISSION


Entre el 55% y el 60% de las personas fallecidas por ébola en Guinea y Sierra Leona durante este brote han sido mujeres, según publicaba el Washington Post el 14 de agosto. En Liberia, por su parte, las autoridades sanitarias situaban en un 75% el número de éstas. A pesar de que no se dispone de datos estadísticos desagregados por sexo, la Orga­nización Mundial de la Salud (OMS) ha confirmado que el número de fallecidas de ébola es superior al de hombres, y que este desequilibrio no tiene relación con causas biológicas, sino con sus diferentes roles sociales.

“No deberíamos haber necesitado tantas muertes para darnos cuenta de cómo la atención a las dinámicas de género podría ayudar a salvar vidas”, alertaba en Foreign Policy Lauren Wolfe, periodista y directora del proyecto Women Under Siege. Ya en 2007, la investigadora de la Organización Mundial de la Salud Martha Anker había apuntado que “las diferencias en la exposición entre hombres y mujeres han demostrado ser factores importantes en la transmisión de la fiebre hemorrágica del ébola. Por lo tanto, es importante entender los roles de género y las tareas, ya que afectan al grado de exposición”.

Las mujeres son responsables del cuidado de los miembros de la familia cuando enferman, cocinan, los limpian y lavan su ropa, lo que supone un factor de riesgo significativo de una enfermedad cuya vía de contagio es el contacto con los fluidos de la persona enferma. Además, son mayoritarias en puestos de enfermería y limpieza en los centros de salud, que son los más expuestos al contagio. Son las que atienden los partos y las que suelen realizar la preparación tradicional de los cadáveres para ser enterrados. Además, cuando están embarazadas, su mayor contacto con los entornos sanitarios aumenta su riesgo de contagio. “Durante un brote en el Congo en octubre de 2003, un investigador preguntó a un grupo de hombres cómo evitaban contraer ébola, y ellos respondieron que se aseguraban de que las mujeres cuidasen a los enfermos, protegiendo así a los varones de la infección”, explicaba la investigadora Martha Anker en 2007.

“Cuando las mujeres son las principales víctimas en una epidemia, pocos están dispuestos a reconocer que es así, preguntarse por qué, y construir respuestas en consecuencia”, afirma Lauren Wolfe. Dado que la enfermedad infecciosa afecta a hombres y mujeres, las intervenciones frente al brote han preferido centrarse en la salud pública, en el control y el tratamiento, dejando para una segunda fase el abordaje de las desigualdades de género que puedan existir: el acceso desigual a los servicios de salud, a los espacios de toma de decisión o a los recursos.
La distancia exigida

“El ébola es una enfermedad cruel”, sentencia la antropóloga Almudena Mari, que ha investigado las fiebres hemorrágicas de lassa y ébola en Guinea y Sierra Leona y ha participado en el control de la epidemia en Guinea para la organización Cha­rite-Berlin. No mata a tanta gente como el paludismo o la malaria, pero la manera de matar no es la misma. “En una familia pueden morir siete miembros de ébola. El duelo que hay que hacer y lo que eso representa es diferente a que muera un solo miembro de malaria”, explica la antropóloga. Pero, además, es una enfermedad cruel porque lo que me está pidiendo es que abandone a mis seres queridos. “¿Qué harías tú si de repente te dicen que no vuelvas a tocar a tu madre? ¿Creerías a esa persona que acabas de ver por primera vez o seguirías abrazándola? ¿Y si vomita la ayudarías? Uno de los mayores problemas con el ébola es ése: introduces normas muy drásticas, contrarias a la vida cotidiana y emocionalmente muy ­difíciles”, apunta Almudena Marí Sáez. La periodista Jina Moore lo resumía así: “El ébola es un asesino despiadado. Exige lo que para la mayoría es una respuesta implacable al sufrimiento: la distancia”.

Los investigadores insisten en que uno de los mayores errores que ha favorecido la expansión de la enfermedad ha sido precisamente de comunicación. “Un error que se cometió al principio es decir que el ébola no tiene cura. Luego ya da igual que digas ‘mujeres, protegeos, que vosotras sois las cuidadoras’. O lances campañas de sensibilización. Ya nadie te va a escuchar. Si no tiene cura, ¿para qué quieres que vaya al hospital? Para eso me muero en mi casa”, explica la antropóloga Almu­dena Marí Sáez.

Y comprender el papel que juega el género en una epidemia de ébola es crucial para que las estrategias de comunicación y de intervención puedan estar bien dirigidas. A pesar de ello, muy a menudo las mujeres se quedan fuera. “Los hombres predominaron en las reuniones informativas para el control de los brotes, a pesar de que las mujeres son las principales cuidadoras de los miembros enfermos de la familia, y por tanto se encuentran en situación de riesgo”, explicaba Mar­tha Anker en su informe sobre enfermedades infecciosas de 2011.

“Durante los brotes, es importante que las mujeres que se preocupan por la salud de enfermos fuera de los centros de salud sean informadas sobre cómo protegerse a sí mismas”, recomendaba Anker desde la OMS. También una mayor capacitación y empoderamiento de las enfermeras en el control de las infecciones, permitiéndoles iniciar protocolos de protección. Dotar de instrumentos de protección a las matronas, que van a seguir encargándose de atender los partos a pesar del brote, es otra de las medidas que deberían ponerse en marcha en la que coinciden sanitarios y antropólogos.

Las secuelas del ​ébola

Una vez pasado el brote, también será determinante atender a los roles. “Probablemente se produzca una hambruna, dado que las mujeres son las que realizan las tareas agrícolas en las zonas rurales y se encargan del pequeño comercio en los mercados locales”, explica Almu­dena Marí. “Yo creo que las consecuencias socioeconómicas van a ser equiparables a las de una guerra. Igual no a nivel de muertos, pero sí a nivel social”, se lamenta. “El quiebre de confianza entre la población es enorme. Nadie se fía de nadie. No confían en el jefe tradicional, en las autoridades administrativas, en el personal sanitario, en las ONG, ni siquiera en los líderes religiosos”, señala la antropóloga.

Y la toma de medidas extremas como las cuarentenas, la criminalización de las personas infectadas o las prohibiciones de los vuelos a los países afectados no hacen más que complicar el trabajo en la zona, como han denunciado desde Naciones Unidas.

Enfermedades infecciosas y género

Muchas enfermedades infecciosas afectan a un sexo más que otro. A veces son los hombres, como en el caso del dengue. A veces las mujeres, como en E. coli, el VIH/SIDA o el ébola. Y a veces son las mujeres embarazadas y las madres, como con la gripe H1N1 (un brote en Australia está infectando a más mujeres que hombres por un margen del 25%), explicaba la periodista Lauren Wolfe, en Foreign Policy.

Por Ana Álvarez
Fuente: Periodico Diagonal

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