septiembre 14, 2014

“Se debe reconocer la contribución económica de las mujeres”


Entrevista a Francisca Rodriguez, dirigente campesina y feminista chilena.

-¿A qué edad empezó a trabajar?

–A los 14 años me relacioné con el mundo del trabajo. A esa edad ya era la persona que abastecía la casa, porque mi padre murió y antes de morirse se había separado. Yo era la hija mayor de cinco hermanos y me tocó salir a trabajar. Pero antes de esa edad hacía trabajos de recolección. Vivíamos en un sector rural, rodeados de fundos y parcelas, en Los Espejos, que es la última estación de tren antes de llegar a Santiago. Y por eso se llama Los Espejos, porque la gente sacaba los espejos para arreglarse antes de llegar a la capital. Ahí hacíamos faenas de recolección. Partíamos con la corta de la haba, que era la primera, la arveja... En esos años había dos cosas que se conjugaban que eran importantes: tú recolectabas y después ibas a lo que llamábamos el rastrojo, a buscar lo que quedara en la plantación, porque ésa era la reserva de alimentos nuestra. En ese tiempo, había otras relaciones con los dueños de parcelas, que eran menores, no eran latifundios, eran fundos pequeños. El huerto una vez cosechado se abría para que la gente sacara lo que necesitaba. Eramos temporeros de afuera, porque íbamos en la temporada y de afuera del pueblo. Hoy en día, los temporeros tienen otra connotación. Son las trabajadoras que van a trabajar a las empresas frutícolas principalmente.

–¿Dónde nace su vocación por organizar mujeres?

–Pasé mi juventud en época muy conservadora, de mucho prejuicio. Recuerdo que empezaron a formarse los fan-clubs de los artistas juveniles. Como nosotras no podíamos participar de los fan-clubs, empezamos a formar los clubes de amigas, que en el fondo eran como la réplica femenina. No estábamos alrededor de un artista en especial, pero los adorábamos, los amábamos. Eramos niñas. Nosotras en los fan-club hacíamos caridad, asistencialismo, que es un mecanismo de dominación. Juntábamos ropa, íbamos a los hospitales, a las poblaciones más pobres. Y nosotras éramos muy pobres, tal vez más pobres que la población a la que íbamos a entregar la ropa. Creo que de ahí partí, no sé... Será que me gustó juntarme con mujeres, conversar de nuestros problemas.

–¿Terminó la escuela?

–Hice hasta el sexto de la primaria. Hasta ahí llegó mi paso por la escuela, después empecé a trabajar.

–¿Dónde empezó su militancia sindical?

–Después del campo me fui a trabajar a un casino, en Correos y Telégrafos. Ahí me vinculé con la gente del gremio de la alimentación. Me indicaron para que fuera al departamento juvenil de la CUT, Central Unica de Trabajadores. Y me mandaron a trabajar con las muchachas: era la encargada femenina. Nadie quería esa función. Meterse con mujeres era como retroceder. Eso era típico en el movimiento sindical. Sin embargo, a mí nunca me incomodó. Siempre estuve pensando qué hacer: seminarios, revistas, trabajar en el diario mural, organizar campamentos. Dentro del departamento juvenil también nacieron amores y me casé con quien era el encargado juvenil de la Confederación Campesina.

–¿Tuvieron hijos?

–Sí, y nietos. Somos a la antigua: ya llevamos 44 años de casados. Tengo dos hijos y una hija y cuatro nietos. Somos bien aclanados. Vivimos en el campo, tenemos una parcelita. Cada hijo se hizo su casa en una de las esquinas y mi hija vive conmigo. Ella dice que no se va a hacer casa, porque a ella le va a tocar cuidarnos, que ésa es su herencia.

–¿Cómo se relacionó con el movimiento de mujeres en Chile?

–La propia situación de dictadura hizo generar nuevos espacios y tener nuevos puntos de encuentro. Entonces hay una relación más profunda en el conjunto de las mujeres, que tiene que ver con esa búsqueda de nuestros hombres detenidos, con ese paso por las cárceles, en ese camino de solidaridad. Fueron los momentos duros.

(El recuerdo le pone los ojos vidriosos, al borde de las lágrimas. Se emociona.)

–¿Su esposo estuvo detenido durante la dictadura en Chile?

–Sí. Fueron esos momentos duros en los que perdías a tu amigo, tu compañero, tu compañera. Pero, sin embargo, encontrabas mucho más en el camino. De ahí surge el trabajo más de activista. Fueron los momentos en que nos decíamos que no teníamos miedo, pero en realidad teníamos que romper el miedo, los silencios impuestos. Fui creciendo así, a machetazos, como decimos nosotros. Siempre te da mucha pena recordar esos tiempos. Nosotros vivimos una época muy privilegiada. Eramos juventudes que construíamos, teníamos esperanza, participábamos políticamente. Había la posibilidad de que los trabajadores entraran a la universidad. Hubo muchas cosas que fueron muy importantes y que le dieron carácter a mi lucha. Eso no se pierde. La dictadura nos arrebató tanto, pero al mismo tiempo nos hizo madurar de golpe y porrazo, nos obligó a crecer.

–¿En esa búsqueda de los familiares presos durante la dictadura las mujeres rurales se encontraron con las mujeres urbanas?

–El vínculo se hizo ahí, en las búsquedas, en las esperas en las puertas de las cárceles, de los campos de concentración. Corríamos de un lugar a otro. Porque nos decían que allá podíamos encontrar... ya no era tu marido, tu hermano, era cualquiera.

–Usted cuenta que la organización campesina la armaron las esposas de los dirigentes. ¿Cómo fue ese proceso?

–En casi todas las organizaciones en tiempo de dictadura se fueron levantando los departamentos femeninos. Y esos departamentos femeninos fueron constituidos principalmente con las esposas de los dirigentes que estaban presos o desaparecidos. No teníamos nada más que perder, sino que buscar. Si uno piensa así fríamente nosotras fuimos más osadas. Muchas mujeres no tenían mucha noción de a lo que estaban expuestas. Nos mandaban a dejar cartas, un saludo. No iban ellos, íbamos nosotras. Y eso nos fue acerando, haciendo descubrir el mundo, ver que detrás de tu casa había otro mundo. Cuando en Chile hicimos el primer encuentro, en el año ’79, los compañeros nos pidieron a las esposas que invitáramos a las esposas de otros dirigentes que estaban en proceso de recomposición del movimiento. Nos dijeron que cuando querían hablar con ellos les decían que no podían participar porque tenían problemas con sus esposas porque tenían mucho miedo. Entonces, nos dieron una lista de compañeras y nos pidieron que las invitáramos. Y nosotras obedientemente organizamos el encuentro, pero no teníamos un peso. Y salimos a buscar plata. Empezamos a golpear puertas. Y ahí nos fuimos a hablar con mujeres feministas que estaban en las ONG. Y ellas nos entregaron el apoyo. Incluso, nos ayudaron a hacer los documentos. La verdad, en ese primer encuentro hablaban los hombres. Nosotras teníamos el discursito escrito para leerlo. Yo todavía me acuerdo que necesitaba afirmarme en una mesa para poder hablar sin caerme del susto. Y en la conversación con las compañeras nos dimos cuenta de que las mujeres no tenían miedo, que los que tenían miedo eran nuestros compañeros y se escudaban en nosotras. Había compañeras cuyos compañeros estaban presos y ellas contaban cuando llegaba la policía a buscarlas. Siempre me acuerdo de una compañera mapuche que contaba que le decían: “Te venimos a buscar porque dicen que tú eres comunista”. Y ella se paró en la puerta y les dijo: “Claro que soy comunista, y mis hijos serán comunistas y mis nietos serán comunistas”. Yo la miraba y pensaba: ¿cómo les habrá dicho eso con metralletas al frente? Entonces empecé a descubrir que no había miedo en las mujeres, había rabia; o había miedo y lo vencía la rabia. Y ahí acordamos hacer una Comisión de Mujeres, dentro de la Confederación Campesina, en el año ’79. Y fíjate que cuando salimos de ese primer encuentro ya no éramos las mismas, ya mirábamos a los compañeros de otra manera. Cuando nos decían: “Compañerita, por qué no va a dejar esta carta”, les decíamos: “Tú no vas porque tienes miedo”. Empezamos a enfrentarnos a sus miedos. No era tan terrible tener miedo. El problema era cómo vencíamos a los miedos.

–¿Cómo siguió el vínculo con el movimiento feminista?

–Estaba recién llegando el movimiento feminista. Nosotras íbamos a escuchar a las mujeres. De repente había cosas que no nos gustaban. Cuando volvíamos y comentábamos en la organización, nos decían: “Ustedes se van a dejar de juntarse con las feministas”. Y nosotras partíamos diciendo, “no”. Yo decía: “Mire, compañero, yo no soy feminista pero resulta que las prácticas que aquí hay no me gustan. Esta utilización de las compañeras... no estamos para servir el tecito, para hacer el almuerzo, llevar el café o ir a llevar las cartas, no estamos para firmar la declaración que ustedes escribieron”. Entonces empezamos a escribir nuestras propias declaraciones. Teníamos nuestras complicidades. Las compañeras feministas nos apoyaban, nos azuzaban y muchas veces nos hicieron las cartas, y nosotros las llevábamos y las defendíamos como si fueran nuestras. Hasta que aprendimos a hacerlas. Creo que fue clave en ese momento esa construcción que se fue haciendo y de verdad, es cierto, que ese feminismo de esa época en el continente está enquistado con el trabajo popular. Se crearon redes, grupos, en las poblaciones, hacíamos talleres. Nunca habíamos tenido esa mirada. El mirarnos a nosotras mismas, el mirarnos para adentro para poder tener una mirada hacia afuera. Pasaron muchos años. Ya después yo pasé a ser vicepresidenta de la organización, ocupé varios cargos, pero me sacaron del trabajo femenino porque me estaba volviendo muy feminista (se ríe). Y en un momento que llegué me encontré que me habían subido de cargo, o sea, yo tenía que sentirme muy feliz porque me habían sacado de ser la encargada femenina y me habían designado secretaria general y para hacerme cargo de las relaciones políticas. De acuerdo, compañero, ningún problema, les digo. Pero yo les quiero decir que de todas maneras yo voy a seguir trabajando con las mujeres porque es una opción mía. Si no es en la Confederación Campesina, voy a trabajar afuera. Me acuerdo de que el presidente se enojó mucho y dijo: “Ven, yo les decía: aunque saquemos a la Pancha, se las va a arreglar para estar con las mujeres”.

–¿Por qué les molestaba su trabajo con las mujeres?

–Porque era una organización de machitos. No había compañera que no llegara a la dirección que no tuviera que acostarse con los compañeros. Y eso se empezaba a comentar. Yo proponía a alguna compañera, y le decía al presidente: creo que la compañera es muy buena, tiene opinión. Y él me respondía: “Sí, pero se va de falda muy rápidamente”. Ese comentario a mí me indignaba. Entonces empecé a tomar como práctica decirle a cada compañera que llegaba: “Tu vida es tu vida, pero lo único que te voy a pedir es que no te enredes con los compañeros de acá. Porque los compañeros van contando, ésas son las estrellas que se van poniendo, cuántas de las dirigentes pueden conquistar. Nosotras somos sus conquistas. Y eso tenemos que pararlo”. En una reunión, el presidente me acusó de estar desprestigiándolos, diciéndoles a las compañeras que tuvieran cuidado con ellos. “Y por supuesto que sí, le dije, y lo voy a seguir haciendo porque no voy a soportar que acá se haga mofa de nuestras compañeras. “No hay caso, ésta está feminista”, me dijo. Entonces, fue ése el cartel que me pusieron. Y en función de eso fue que me quisieron sacar del trabajo con las mujeres. Y cuando me sacaron y me di cuenta fue que les dije que iba a trabajar con las mujeres, de todas formas. Porque soy feminista, le dije.

–¿Usted no se identificaba con el movimiento feminista en ese entonces?

–No. Muchas mujeres me querían convencer de que yo era feminista. Una vez en la Cumbre de Mujeres de Beijing le pregunté a una compañera del sur de Chile: “Dime, Josefina, ¿qué es ser feminista”. Ella me dijo con esta simpleza: “Yo soy militante del Partido Socialista. Si mi partido me pone condiciones y no asume el planteamiento de las mujeres, yo me voy de mi partido porque yo soy feminista”. La miré y le dije: “Ajá, entonces yo no soy feminista porque no me iría ni del partido ni de la organización”. Eso lo dije en ese momento, pero después me fui de la organización porque tuvimos muchas discusiones en el sentido de que todo el tiempo había objeciones para que las mujeres asumieran en la comisión directiva. Nunca teníamos más de dos compañeras. Esa era la cuota. Hicimos muchas estrategias. Incluso llegué a presidir la máxima organización de campesinos en Chile, la Comisión Nacional Campesina, pero lo hicimos por una estrategia nuestra para mostrarles a las compañeras que éramos capaces y que podíamos llegar a ser dirigentas de una organización. Varias veces se planteó que yo podía llegar a ser presidenta de la organización y los compañeros decían que el campesinado no estaba preparado para que lo dirigiera una mujer. Si en mi Confederación no podía, nos propusimos demostrar que el campesinado no iba a estar en problemas con que lo dirigiera una mujer. Cuando fui elegida presidenta de la Comisión Nacional Campesina nadie lo podía creer.

–¿En qué año fue?

–Alrededor del ’91, ’92 o ’93.

–¿Cuándo nace La Vía Campesina?

–La base de la gestación de los movimientos sociales a nivel mundial fue la “Campaña Continental 500 Años de Resistencia Indígena, Negra y Popular”, que hicimos desde 1989 a 1992, convocada por organizaciones campesino-indígenas de la Región Andina y el Movimiento Sin Tierra del Brasil. Yo había trabajado mucho en la campaña. Nosotros en América latina generamos un proceso desde los campesinos y los indígenas que nadie se lo podía imaginar. El primer encuentro se hizo en Colombia, el segundo en Guatemala y el tercero en Nicaragua. En el segundo encuentro invitamos a organizaciones de Europa. Llegaron los europeos, los españoles, a sumarse a esta campaña de resistencia. Y de ahí surgió el embrión. Como ya rompimos las barreras que teníamos y levantamos cabeza después de lo que significaba la caída del socialismo, en un congreso que se hizo en la UNAN (Universidad Nacional de Nicaragua) en Managua, los dirigentes que estaban ahí se dan el reto de crear una red global para enfrentar la globalización. Al año siguiente, en 1993, creamos la Vía Campesina en Mons, Bélgica, con unos 30 compañeros. De esos 30, éramos seis mujeres, de Bolivia, de Colombia, de Costa Rica, de Honduras, de México, y yo de Chile. Había otras seis mujeres de España, de Galicia, feministas, pero feministas-feministas. Y había una pugna muy grande con los compañeros de Europa, porque ellos decían que ésta no era una organización feminista. Inmediatamente nos conectamos con ellas. Y desde ese minuto empezamos a dar batalla en La Vía Campesina: miramos con lupa en los documentos, las declaraciones, para que quedara claro que nosotras habíamos sido parte de la fundación, que no era un ente que se constituía de hombres, de dirigentes.

–¿En esa primera instancia incluyeron la cuestión del lenguaje no sexista?

–Sí, ése fue el primer paso. “Nosotras y nosotros”, “las y los”. Nos decían que el lenguaje masculino era neutro. No, les decíamos, aquí no hay nada neutro. Somos nosotras y nosotros. Fue la primera pelea que dimos.

–¿Después pelearon por la paridad?

–Desde América latina. Se constituye La Vía Campesina y a los meses se conforma la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC). En el primer congreso de la CLOC hubo una comisión de mujeres. Allá fuimos las mujeres a discutir solas. Los compañeros abrían la puerta y miraban. Yo integraba de la Comisión Organizadora del Congreso. Ya había surgido la Bartolina Sisa, de Bolivia, la Confederación Nacional de Mujeres Campesinas de República Dominicana –que fueron las dos organizaciones más antiguas–, pero se estaba constituyendo la Confederación de Mujeres en Honduras y había surgido el movimiento de mujeres campesinas en Brasil, ya con una connotación más feminista; estaban las Mujeres Mexicanas Organizadas en Redes. Había un temor frente al surgimiento de organizaciones exclusivamente de mujeres dentro del movimiento campesino. Nosotras ahí sacamos un primer acuerdo en el Congreso: que no había que tenerles miedo a las organizaciones de mujeres, muy por el contrario, había que considerar que las organizaciones de mujeres venían a fortalecer el movimiento, que traían nuevos elementos, hacíamos más participativa y democrática la organización. Y ese acuerdo quedó como acuerdo de Congreso. Ese acuerdo lo hemos utilizado mucho. Creo que no se dieron cuenta. Al segundo Congreso de la CLOC, que se hacía en Brasil –el primero fue en Perú– fuimos a pedir discriminación positiva para los cargos de conducción. Y nos miraron sorprendidos. ¿Qué vienen a pedir? ¿Cuál es el problema?, nos decían. “Si quieren son 50 y 50 por ciento”, respondieron. Salimos y nos miramos con la compañera de Brasil con la que habíamos ido a plantear el tema y dijimos: no entendieron nada. Pero nosotras no podemos perder esta oportunidad. Y acordamos que en la primera reunión de la Comisión Organizadora los países debían enviar a un hombre y a una mujer. A la primera reunión, llegamos tres mujeres: una de Brasil, una de Nicaragua –que también fue en representación del hombre y la mujer– y yo; los compañeros de Paraguay ni siquiera habían incluido a su compañera y cuando la incluyeron, no designaron a la encargada –porque ella tenía opinión y los criticaba– sino a una compañera que no hiciera problemas. Y recién ellos se dieron cuenta de que era el 50 por ciento cuando nosotras empezamos a reclamar que no estaban las mujeres. Incluso, un compañero argentino dijo, muy despectivamente, “¿Pero para qué quieren un 50 por ciento las mujeres, para ir a calentar asientos?”. Y nosotros les dijimos: “¿Y los hombres no calientan asientos? No sólo calientan asientos, compañeros, además se dan la gran vida, se ponen a tomar, al otro día llegan con el cuerpo malo, no saben ni qué se está discutiendo. Eso es peor que calentar asientos. Nosotras podemos estar calentando asientos, pero estamos con los oídos bien abiertos”. Trabajamos incansablemente. Ellos no creían que iba a ser así. No fuimos el 50 por ciento, fuimos el 43 por ciento, en el Congreso. Cuando vieron que esa avalancha se venía, nos llamaron y nos dijeron por qué no hacíamos una conferencia de mujeres.

–¿Aparte?

–Sí. Les dijimos que no, que una conferencia nos separa del congreso. Y decidimos hacer una asamblea en el marco del congreso de la CLOC. Primero nos vamos a juntar nosotras, vamos a discutir nuestros temas, y vamos a ir al Congreso con nuestros debates. Porque si no, nos van a hilar. Y nunca más hubo en los congresos una comisión de mujeres, nunca más. Nosotros tenemos nuestras asambleas previas. Hoy cada vez que la CLOC hace un congreso, y La Vía Campesina su conferencia, previamente se hace la asamblea de mujeres. Ahí acordamos las propuestas que queremos sacar del Congreso. De ahí nos vamos empoderadas a participar del Congreso.

–¿Cuál es la agenda de las mujeres campesinas?

–Que nunca más puede haber una reforma agraria sin que nosotras estemos incluidas. Es el derecho que a nosotras nos asiste a la tierra. La segunda cosa es el reconocimiento de nuestro rol importante en la agricultura como mujeres productoras, y no como apoyo ni ayuda. Y otro de los puntos importantes es reconocer nuestra contribución económica. Igualdad de oportunidades tenemos, el punto es ver cómo nos empoderamos para asumirlas. Estamos asumiendo la agenda del campo, que es de hombres y de mujeres. Lo que pasa es que en esa agenda nosotras tenemos que estar de igual a igual.

Por Mariana Carbajal
Fuente: Página/12

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