febrero 23, 2015

Las mujeres, nuestra voz y el espacio público


Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada”.Celebración de la voz humana. Eduardo Galeano. El libro de los abrazos.

“- Qué pocas mujeres hay en la reunión, ¿no?” “- Lo malo no es si hay pocas, es que casi ninguna ha tomado la palabra…”. “Jo, pues me he sentido muy orgullosa de haber dicho lo que opinaba”. Éstas son sólo algunas conversaciones escuchadas últimamente. Tendríamos muchísimos más ejemplos. Algunos incluso fruto de cierta desesperación. Sin embargo, la reflexión que nos suscita la entendemos como positiva y propositiva.

¿Qué pasa con la voz de las mujeres en los espacios públicos? ¿Por qué son tan pocas las voces “en femenino” que escuchamos en asambleas, actos públicos, sociales, políticos, en debates o grupos frente a las que escuchamos del “sector masculino”?

Desde luego esta reflexión parte de una generalización. O varias. La primera, la del binarismo de género hombre/mujer en el que no todas las personas se encuentran cómodas. La segunda, considerar al conjunto de hombres “voceros” y mujeres “calladas”. También sabemos que los colectivos y movimientos sociales son diversos y la visibilidad de las mujeres también.

Teniendo en cuenta estos sesgos y aclarando que sí, claro que hay mujeres que expresan sus opiniones, que toman la palabra, nos preguntamos ¿son todas las que podrían ser?

A estas alturas de nuestras vidas ya hemos participado en muchas asambleas, reuniones, encuentros y actos públicos de muy diversa índole. Casi todos en contextos que se podrían considerar “igualitarios”; en cambio, las voces que escuchamos de parte de las mujeres a menudo nos resultan escasas. ¿Por qué esto sigue siendo así?

En algunos casos, es evidente que los mandatos heteropatriarcales siguen estando muy presentes. Así, el mando y voz de los varones prevalece. En otros, en espacios que consideramos horizontales, vemos que continúa habiendo unas barreras invisibles que hacen a las mujeres escuchar, asentir y callar. Nos preguntamos hasta qué punto hemos interiorizado un legado cultural que no nos permite cambiar tanto.

¿Es necesario que proliferen escuelas de empoderamiento de mujeres para que tomemos conciencia de lo necesaria que es nuestra presencia, sí, pero también nuestra voz en la vida pública local, en las asociaciones barrios, de la comunidad, deportivas, culturales y, por supuesto, en los movimientos políticos? ¿Qué tienen que hacer los hombres sensibles a esta cuestión y las mujeres ya empoderadas para que las demás nos miremos en su espejo y no veamos lo que nos diferencia o nos abruma, sino lo que ganaríamos con ambas voces enredadas?

Conocemos a muchas mujeres. Mujeres que se expresan libremente entre amigas, que son portavoces de su familia, que son capaces de defender sus ideas, de compartirlas, de escribir manifiestos, de proveer de cuidados a todos los suyos, de generar proyectos, proponerlos y ponerlos en marcha con una constancia y una fuerza en nada envidiable a la de otros amigos y compañeros. Y sin embargo, casi siempre, es en un segundo plano, restando importancia al valor de nuestras acciones y nuestras palabras.

Son muchas, muchísimas, las mujeres implicadas en proyectos de participación comunitaria, en la mejora de lo común en nuestras vidas. Vidas que no serían tan vivibles si no fuese por ellas.

Y, sin embargo, ¿cuántas veces hemos pensado “y si hubiese dicho…” o “no me ha dado tiempo para decir…”? E incluso, “pues para lo que ha dicho éste, lo podría haber dicho yo mucho mejor” o “madre mía, ¿estas son las mujeres que nos representan?”

Compartimos esta reflexión a modo de invitación. Una invitación a que las mujeres seamos dueñas de nuestros silencios y también de nuestras palabras. Una invitación a decir “no” al miedo. A los miedos. En concreto, a los de la vida pública.

Si nos seguimos callando, si no nos permitimos el que los demás escuchen lo que deseamos decir, podemos acabar olvidando lo que queríamos expresar. La sociedad, la vida pública, nuestros espacios y movimientos sociales no son tan fértiles sin la voz de las mujeres. Perdemos mucho con algunos silencios forzosos.

Mujeres, no reblemos. Porque, de una u otra forma, nuestra voz acabará saliendo. Y queremos escucharnos. Tenemos mucho que decir.



Por Patricia Escartín Lasierra, militante de los movimientos sociales de Zaragoza, miembro del programa La Enredadera (Radio Topo) y colaboradora habitual de AraInfo]
Foto: El Ventano
Fuente: AraInfo

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