enero 31, 2016

Un ejército de mujeres para defender el agua

“Tomamos las armas simbólicas y bajamos a la capital para preguntar a la opinión pública si así teníamos que defender el agua. Esto provocó un gran impacto. No habíamos calculado la magnitud mediática que iba a alcanzar”. Habla la comandanta Victoria Martínez. Mujer. Indígena. Mexicana. Luchadora por la defensa del agua. Ella, junto a otras mujeres mazahuas[1], tomó el mando de la lucha de sus comunidades en defensa de su agua. Su voz, su fuerza y su imagen llegaron lejos y lograron que las instituciones públicas mexicanas atendieran sus reivindicaciones.

Una mujer nazahua liderando una protesta. Fotografía de Anahí C. Gómez.

“No sabíamos qué era ser unacomandanta ni qué era sentarse a una mesa de negociación. Conforme pasó el tiempo nos fuimos dando cuenta y asumimos la responsabilidad”, recoge el libro Agua ydesigualdad social. El caso de las indígenas mazahuas en México, de la investigadora mexicana Anahí Copitzy Gómez Fuentes.

El Ejército Zapatista de Mujeres en Defensa del Agua nació para dar un paso al frente y llevar más allá la lucha que los hombres habían emprendido sin éxito. Una potente respuesta que llegó después de muchos años de saqueos, pérdida de derechos y de tierras. En territorio mazahua, en el céntrico valle de Toluca de México, se construyó en los años 70 el sistema Cutzamala, una de las mayores obras de ingeniería civil del mundo que sirve para abastecer de agua a un sediento Distrito Federal, una metrópolis con unos 20 millones de personas, y a otros 27 municipios de su cinturón urbano. Está formado por 140 kilómetros de canales, túneles y sifones, plantas de bombeo con casi 200 metros de desnivel y una enorme planta potabilizadora.

A pesar de las obras grandilocuentes, de las grandes infraestructuras, del dinero invertido, muchos pueblos tenían sed a escasos kilómetros de este mastodonte. “La paradoja era que teniendo la potabilizadora más grande de América Latina en su territorio, las comunidades indígenas y campesinas aledañas al sistema Cutzamala no han tenido agua entubada en sus hogares por muchos años”, explica Gómez Fuentes.

La infraestructura se basó en obras previas, como el sistema hidroeléctrico Miguel Alemán, compuesto por ocho presas y que ya había ocasionado la fragmentación de las comunidades y la expropiación de terrenos. Pero el orgullo nacional por esta obra hidráulica ocultó sus impactos sobre la vida del campesinado, como la contaminación de ríos, la desecación de manantiales, la desaparición de flora y fauna, enfermedades por aguas contaminadas, además de la mencionada expropiación y la falta de reparación y compensación.

“Prometieron cosas que nunca cumplieron. Los abuelos perdieron las mejores tierras y quedaron desprotegidos”, ha apuntado una de las víctimas de este proyecto. “Ya no hay agua como antes. Antes había una laguna con papas de agua, quelites, pescados, cosiles, la papa blanca y la mazatete. Ya no hay nada, sólo unos cuantos pescados contaminados por los desechos químicos”, señala otra vecina.

Los intereses cruzados, en los que entran las distintas cuencas hidrográficas y su organización y gestión, han provocado muchos enfrentamientos por el agua en México, apunta el investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México Arsenio González. Sin duda se pusieron las necesidades de la población capitalina por encima de las del pueblo mazahua. “La falta de acceso a agua potable de las y los mazahuas no se debía a la ausencia del recurso, sino a su distribución injusta y excluyente. Y es que los conflictos por el agua son provocados a menudo por marcadas desigualdades sociales, tanto de clase, género, raza y etnia, como de las relaciones entre el campo y la ciudad”, sintetiza por su parte Natalia Uribe, del Centro Unesco del País Vasco. En este caso el agua se convirtió en un recurso político-estratégico que sirvió para hacer visibles carencias estructurales.

La gota que colmó el vaso

La situación de desigualdad estalló en el año 2003 cuando se inundaron alrededor de 300 hectáreas cultivadas a la ribera del río Malacatepec a causa de un error en el sistema Cutzamala. Esta catástrofe fue la gota que colmó el vaso y provocó el arranque de una reivindicación limitada y emprendida por el llamado Frente Mazahua: el pago de los cultivos perdidos. La falta de respuestas y la ignorancia de los gobernantes provocaron la amplitud de la reclamación y el surgimiento de un conflicto que ya evidenció la falta de agua y de servicios básicos.

Ejército Zapatista de Mujeres en Defensa del Agua. Fotografía de Anahí C. Gómez.

Y poco a poco la población fue tomando voz. Y las mujeres gritaron más alto. “Nuestras tierras son ricas en agua y nosotras tenemos que acarrearla (…). Sólo se busca beneficiar a la gente que vive en las grandes ciudades, sin importar la pobreza que genera a las comunidades”. Habla la comandanta victoria Martínez. La desigualdad y el despojo sufrido se hicieron patentes.

En febrero de 2004 comenzaron las movilizaciones, las marchas y las vigías delante de la planta depuradora, cerrándola simbólicamente y exigiendo respuestas y soluciones. Que no llegaron. Así que las mujeres dieron un paso al frente. Y lo hicieron de una manera única: armadas con sus coloridas vestimentas típicas, su peinado con raya al medio y sus dos largas trenzas atemorizaron a los gobernadores del Estado de México y de la Comisión Nacional del Agua. También lo hicieron sus armas: rifles y machetes de madera, junto con antorchas encendidas añadieron drama, seriedad y grandilocuencia a las protestas. Sin olvidar su fuerza de mujeres, su imagen de madres y el impulso de la injusticia. Y entonces lograron que sus reivindicaciones fueran escuchadas. Ellas, las comandantas, tomaron el control de la movilización. Hablaron y llegó el éxito.

La lucha se concentró durante días en el Distrito Federal, donde hubo huelgas, plantones y manifestaciones constantes que lograron un gran impacto mediático. Además de la condición de mujeres, madres (muchas iban con sus hijas e hijos a la espalda) e indígenas, se autodenominaron Ejército Zapatista de Mujeres por la Defensa del Agua, lo que añadió el matiz de la lucha zapatista, que había provocado grandes dolores de cabezas al oficialismo mexicano. Y anunciaron que se abandonarían las acciones pacíficas para dar paso a las acciones violentas si sus demandas no eran resueltas. Casi nada. Aunque finalmente, su protesta más extrema fue bloquear la entrada de cloro en la potabilizadora y la amenaza, nunca ejecutada, de cerrar el bombeo hacia la capital.

Cristina Cruz, Blanca Cruz, Lola Cruz, Gisela Espinoza, Bertha Amador, Esperanza López, Martha Ramos, Olga Ramos, Victoria Martínez, Alicia López, Hortensia Dionisio, Nancy García. Las comandantas. Ellas revitalizaron el movimiento y ampliaron la lucha. Aunaron los movimientos de mujeres, indígenas y ambientalistas. También criticaron la política hidráulica nacional que, según ellas, sólo beneficiaba a las grandes ciudades a costa del campo. Y animaron a la gente, “a no desesperarse a no desistir”, apunta Gómez Fuentes. Y ganaron.

Acceso al agua, una cuestión de poder

No hay duda de que el acceso al agua es una cuestión de poder. “Nos enfrentamos ante un escenario donde se agudiza cada vez más la brecha que separa las estrategias para la gestión del recurso implementadas ‘desde arriba’ y las formas de lucha ‘de abajo’. Entre ambas existe una quiebra que pareciera no poder subsanarse exitosamente en tanto subsistan las políticas económicas y sociales actualmente existentes”, ha señalado por ejemplo Karina Kloster, investigadora de Flacso México.

La construcción del sistema Cutzamala se encuadra en un modelo de política hidráulica iniciado en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) y desarrollado y ejecutado durante los gobiernos posteriores e impulsado por organismos como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Fondo Monetario Internacional. “Por un lado se promueve la administración centralista del ejecutivo federal y, al mismo tiempo, se impulsa la participación del sector privado”, resume Anahí C. Gómez Fuentes. Desde entonces los conflictos por el agua en México se han multiplicado.

Lo sabe bien Rodolfo Chávez, líder del Movimiento de Afectado por las Presas y en Defensa de los Ríos. “No se consigue nada si no es a través de una sociedad civil organizada y con fuerza. La gente tiene que involucrarse, porque el Estado utiliza el derecho a su antojo. No hay límites en cuanto a la acción. Y menos en un país en el que no se respetan las leyes por parte del Gobierno. El uso de la fuerza no es la consigna pero estamos dispuestos a defender nuestro medio de vida, nuestra tierra”, declaró a Otramérica.

Lo sabe también bien Lidia que, mujer empobrecida, se enfrentó al todopoderoso Estado mexicano al que denunció por incumplimiento del derecho humano al agua, que recoge la Constitución del país americano. Las mujeres, en el sempiterno rol de cuidadoras, son las encargadas de la alimentación familiar y del mantenimiento de los hogares; y eso no significa más que agua. Agua para beber, para cocinar, para limpiar, para sanear, para cultivar. Agua para vivir. Cuando falta agua son las mujeres las encargadas de buscarla allá donde esté.

Mujeres nazahuas durante una acción de protesta luchando por el agua. Fotografía de Anahí C. Gómez.

El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) explica, en uno de sus informes anuales, que en los países en desarrollo atender a los hijos e hijas, cuidar a las personas enfermas y ancianas, preparar la comida y buscar el agua y la leña son tareas dominadas por las mujeres. “La búsqueda de agua es parte de la desigualdad de género”, añade el PNUD.

“Fueron las mujeres las que tomaron conciencia de su situación frente al agua”, analiza ahora, ya desde la distancia, Gómez Fuentes. Aunque las comandantas no lucharon por una transformación social de género, matiza la persona que mejor ha documentado este caso. Sus méritos fueron otros: “Usaron el género para desde su vulnerabilidad hacerse más fuertes. Para decir que, a pesar de todo, tenemos capacidad para exigir. Desde nuestra condición podemos hacer esto. No se puede hablar tanto de emancipación pero sí de que las cosas pueden ser diferentes”.

Y es que tras aproximadamente un año, las acciones de las mujeres mazahuas lograron el objetivo: introducción de redes hidráulicas en distintas comunidades y un plan de desarrollo sustentable en la zona. “Para nosotras es una liberación muy buena, no sólo te ganas el respeto de la gente de fuera, sino de tu propia casa”. Habla la comandanta Nancy García. Porque ellas siempre estuvieron ahí, en una lucha en muchos casos invisibilizada que no es lo mismo que ausente.

Una lucha diferente

La desigualdad de género sigue presenta en la sociedad mazahua: “Creo que fue un asunto que no cuestionaron, sino que lo utilizaron. Usaron la división de roles para, desde su vulnerabilidad, hacerse fuertes. A pesar de las condiciones, vamos hacia adelante”, apunta Gómez Fuentes. Ser madres y cuidadoras fue la imagen potenciada por las comandantas. Y en muchos casos ese paso al frente supuso una multiplicación de las labores, trabajos y obligaciones: su papel dentro de sus hogares no desapareció y a ello se sumó su papel público. Mujeres tejiendo durante las huelgas o amamantando a bebés era algo extraño. Llevaron el espacio doméstico al espacio de lucha.

Aunque la desigualdad no haya desaparecido, sí que se lograron avances, analiza con la distancia del tiempo la investigadora mexicana, quien destaca la apertura cultural y social hacia las mujeres, que han logrado un mayor peso en el espacio público. “No hubo empoderamiento o emancipación, pero sí conciencia de que las cosas pueden ser diferentes. Aprendieron a innovar, a hacer las cosas de otro modo”, añade, y recuerda que desde entonces hasta sus artesanías han cambiado: se quedaron sin material durante los plantones en la capital y siguieron trabajando con lo que tenían. “Si la lucha no hubiera tenido el componente femenino, no hubiera llegado dónde llegó”, finaliza.

La situación hoy no está completamente solucionada. La constante amenaza de poner en marcha la cuarta fase del Sistema Cutzamala, que supondría el encauzamiento de nuevos ríos y la construcción de una nueva presa para llevar más agua a la ciudad, hace que la lucha mazahua siga latente. De hecho, el pasado mes de marzo hubo de nuevo marchas contra este proyecto y protestas porque no se han cumplido todos los compromisos arrancados a los organismos federales hace casi una década. Según el diario mexicano La Jornada, varias comunidades de los municipios de Villa de Allende, Villa Victoria y Donato Guerra siguen teniendo problemas de abastecimiento de agua. “Vamos a tener que actuar”, recoge la crónica. Las comandantas mazahuas saben cómo hacerlo.

Por J. Marcos y Mª Ángeles Fernández son periodistas freelance, especializados en temática internacional. www.desplazados.org.

NOTAS:
Grupo indígena mexicano que vive en el estado de México y en la zona occidental del Distrito Federal. Su nombre significa “gente del venado” en náhuatl.

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The Blood of Fish, Published in