febrero 07, 2016

Niñas abusadas, mujeres rotas

El tabú acerca de los abusos sexuales en la infancia, sobre todo los cometidos dentro de la familia, hace que pocas veces se denuncien y que casi nunca se haga justicia. Muchas víctimas sobreviven con aquello que pasó clavado en algún lugar. Hablamos con mujeres que, décadas después de sufrir abusos sexuales, decidieron recomponer los pedazos rotos.

Ilustración: Irene Vidal

Irene tiene 36 años. “Yo pensaba que era una mujer rara. En el sexo nunca disfrutaba, repetía patrón con hombres machistas, dominantes, maltratadores que me insultaban y despreciaban. He sufrido malos tratos, también psicológicos, prácticas sexuales que yo no quería o que no me gustaban pero yo lo hacía porque pensaba que tenía que agradecer que estaba conmigo y yo tenía que cumplir”.

Su padre abusó de ella desde que tiene memoria hasta los 18 años. “Cuando empecé a hablar se lo dije a mi madre. Me llevó al pediatra y mi madre les dijo que el abusador habría sido un repartidor. Ni me examinaron, le dijeron que era una niña mimada en busca de atención.”

Son vidas al borde del abismo que caen en bucles de abusos y carencia de autoestima. Tienen heridas que no paran de sangrar pero casi siempre su entorno asegura que “aquello nunca sucedió”. Las secuelas son muchas: trastornos alimentarios, adicciones de todo tipo, drogas, alcohol, autoagresiones, ideas suicidas, establecer relaciones adultas de abuso emocional… A veces, las huellas son más leves pero, en todos los casos, hacen que la vida sea una cuesta arriba.

Muchas mujeres que han sufrido o sufren violencia de género tienen un historial detrás de abusos en la infancia. Así lo cuentan expertas que trabajan con ellas a diario. “Es algo aprendido. Ni se plantean que existe otra manera de relacionarse”, explica Carmen Escudero, psicóloga experta en abuso sexual en la infancia y presidenta de la asociación Garaitza. Ella lleva 8 años tratando a personas que han sufrido abusos sexuales en la infancia.

Irene se fue a vivir con su primera pareja y se separó tres años después porque “era tan machista y abusador” como su padre. Su historia es un estribillo de violencia machista que se repite. “Todas mis parejas han abusado emocional y físicamente de mí, eran infieles como mi padre, que llevaba a prostitutas a casa y me hacía intervenir a mí”, relata. Ella empezó a tratarse psicológicamente en 2013 gracias a la asociación Garaitza. Ha conseguido romper con la espiral de maltratos: “Siempre me había acercado a personas que me hacían daño porque pienso que no valgo nada, pero eso se acabó”.

Garaitza es una asociación nacida en Bilbao que lleva desde 2010 trabajando con personas, fundamentalmente mujeres, que han sufrido abusos sexuales en la infancia y que no saben dónde acudir. Esta pequeña asociación trata a unas 250 personas al año y, en total, han pasado por sus terapias unas 1.200, de entre 20 y 60 años. En España no hay recursos públicos para estos casos y solo hay seis asociaciones como esta en todo el país.

No hay estadísticas oficiales sobre abusos sexuales en la infancia. En 1999 un estudio realizado por la Universidad de Salamanca desveló que hasta un 23% de las mujeres han sido víctimas de estos abusos frente a un 15% de hombres. “El 90% de los abusos sexuales en la infancia se dan dentro de la familia y son cometidos por hombres”, cuenta Escudero desgranando los pocos datos que se conocen. “Se han hecho muchos estudios en el ámbito local y regional, aunque no en el nacional”, donde reclama estadísticas y una investigación sobre los efectos de estos abusos.

La mayor parte de las abusadas son niñas, la mayor parte de los abusadores son hombres, una consecuencia de las estructuras patriarcales y machistas de nuestra sociedad. Irene recuerda a su padre diciendo delante de sus compañeros: “Lo bueno de tener una hija es que en casa tienes dos mujeres”.

Al menos siete de cada diez casos de abusos sexuales a menores en Europa son cometidos por personas integradas en su vida, a las que conocen y en las que confían, según los datos que recoge el Consejo de Europa. Además, las cifras exponen que uno de cada cinco niños del continente son víctimas de algún tipo de violencia sexual.

Según explica la presidenta de Garaitza, hasta la adolescencia no son conscientes de que han sufrido abuso sexual: “Hay una especie de lavado de cerebro a los niños y niñas. Se manipula a la menor y se genera mucha culpa con mensajes que dicen que si lo cuentas vas a matar de un disgusto a tu madre o que nadie te va a creer”, explica.

Miedo a hablar

Vicki Bernadet sufrió abusos desde los 9 hasta los 17 años y preside una asociación que lleva su nombre. Considera que la conciencia social es muy importante: “Las respuestas que recibes cuando decides contarlo son de miedo, de recelo, de no saber qué decirte, de incredulidad en ocasiones…”.

Las niñas abusadas llegan a la adolescencia y ahí descubren que aquella intuición que les decía que lo que les pasaba no era normal, es real. En ese momento, muchas veces por vergüenza, no acuden a nadie. En otros casos se desarrolla una amnesia y esos recuerdos vuelven cuando llega la edad adulta. “Es un delito que prescribe pero las secuelas no prescriben y es tan grave que las personas sufren amnesia para protegerse. En situaciones de crisis personales graves o en momentos como un parto… Entonces les sale todo. Una mujer acudió a hipnosis para dejar de fumar y ahí lo recordó todo”, cuenta la psicóloga. Sin embargo, matiza que “las madres de ahora sí que denuncian si ven que sus hijas o hijos están sufriendo agresiones. Tienen menos miedo que las de antes”.

Irene tiene recuerdos borrosos y confusos. “Cuando jugaba a muñecas siempre era a médicos y mi madre me decía que era una guarra. En el cole jugaba igual y no se daban o no querían darse cuenta”. Ella cree que los adultos de su entorno no quisieron verlo. “A los 18 años dije que no por fin. Me puse agresiva e incluso le dije que le iba a matar y me fui de casa. Él me dejó de hablar”.

Ella pensaba que era normal que su padre pusiera películas porno y se sentara a su lado. “Siempre tuve la sensación de que estaba manchada. Veía a otros niños con sus padres darse besos, pero besos bonitos de cariño y dudaba de que lo que yo vivía en casa igual no era normal. Mi madre me echaba crema en mis partes por las noches porque siempre estaba irritada”.

Inma García también constata que cada vez más personas se atreven a denunciar. Ella preside ACASI (Asociación contra el abuso sexual infantil), una asociación valenciana que lleva diez años tratando estos casos a través de apoyo legal y psicológico. Suplen la ausencia de medios públicos de apoyo a personas que han sufrido abusos en la infancia y ya han asesorado a unas 150 personas que están denunciando estos casos en la actualidad.

Cuesta dar el paso y hablar de lo sucedido. García explica que hay muchas resistencias para pedir ayuda y otras veces es la propia memoria la que pone barreras a lo sucedido. “Los abusos suceden a muy corta edad. Crecen y tienen una vida que no les va bien y, más que vivir, sobreviven”.

La coacción, las amenazas, el silencio, la estrategia del enamoramiento… Todo ese círculo destroza a las niñas. “Para las pequeñas, guardar el secreto hace mucho daño. Por ejemplo, cuando te peleas con tu amiguito deseas contárselo a tu madre rápidamente, imagina que no lo puedes decir, y lo estás aguantando durante tiempo, incluso años. Que sea un secreto, que se sienta culpable y el miedo que pasan lo convierte en algo atroz…”, analiza la presidenta de ACASI. Los abusadores “se dedican a hacer cómplices a las menores, que sienten la culpa como si hubieran sido responsables de lo sucedido”, explica.

La experiencia de Irene muestra que dentro de la familia los abusos no suelen ser con violencia. Se disfrazan de relaciones amorosas: “Mi padre pasaba de llamarme princesa a decirme que era una basura que solo servía para follar”.

Mitos dolorosos

Hay muchos mitos sobre los abusos en la infancia. Existe la creencia generalizada de que se da en familias sin recursos y desestructuradas. En realidad, la mayor parte de los casos de abusos en la infancia se dan dentro de familias de clase media, media alta. “Nadie puede imaginar lo que está pasando en esas casas porque todo parece en su sitio. Es un falso mito pensar que las familias pobres sufren más este tipo de situaciones”, recalca Carmen.

Otro mito es pensar que una niña o un niño pueden decir que no. “Una menor no puede decir que no. Hay un abuso de poder porque las víctimas no saben lo que es y creen que no les van a hacer daño porque confían en los adultos y más si son cercanos. Piensan que lo que les hagan será bueno para ellos”, explica Noemí Pereda, psicóloga y experta en abusos a menores. “Con edades tempranas no saben lo que es el sexo, no tienen ni palabras para representarlo”, concluye.

Pereda aporta que es una violencia muy difícil de abordar por la sacudida moral que implica: “Es una bomba que toca temas delicados y rompe tres mitos: infancia, sexo y familia”. Esta lacra es una consecuencia de unas estructuras de poder machistas, patriarcales.

Abusos en la infancia y violencia machista

Los abusos en la infancia afectan al desarrollo integral de la personalidad y dejan una profunda huella en la autoestima. “Si tienes autoestima baja y alguien te dice que te quiere y te está maltratando, no tienes herramientas para defenderte ni para discernir”, recalca Inma.

Esto hace que estas mujeres sean proclives a caer en relaciones de abuso y, muchas veces, a convertirse en víctimas de violencia machista. Inma considera que “los agresores eligen a sus víctimas y, como ya hay detrás un tipo de agresión, son presas fáciles, las más vulnerables”.

La madre de Irene también vivía malos tratos por parte de su padre. Cuenta que siempre le hizo sentir responsable de lo que pasaba. Su padre, que era un sociable policía municipal, murió hace 7 años.

“Hay salida”

La recuperación es lenta, pero posible. En Garaitza la primera parte de la terapia es un acogimiento. “Ahí vemos cómo viene la persona, cómo está, le damos un poco de espacio. No le invadimos a preguntas. Tienen que poner de su parte y confiar”, explica su presidenta. Después se les invita a un grupo de ayuda mutua, en el que dos horas por semana, comparten, se conocen, se apoyan y se ayudan. Además, organizan talleres de secuelas varias veces al año.

El término medio de recuperación va de dos a cuatro años. “Cuando vemos que la persona puede hacer una vida digna sin crisis, sin meterse en relaciones tóxicas, llevando una vida social, laboral y personal medianamente normal, entonces ha terminado nuestro papel”, concluye Carmen, quien reconoce muchas resistencias y también un índice alto de abandono; algunas personas porque no pueden permitirse costear el tratamiento, reconoce.

Tanto Garaitza como ACASi solo cobran las sesiones individuales y ofrecen opciones accesibles a las personas sin recursos, como que sean atendidas por una red de voluntariado. “Hay algunos pacientes que cuando terminan su terapia deciden ayudar a otra gente, se forman y se quedan con nosotras” cuenta Carmen sobre Garaitza. Las dos asociaciones coinciden en denunciar la escasez de ayudas. “Desde los gobiernos recortan y recortan… Tendría que existir una terapia gratuita y pública para quien tenga menos ingresos”, reclama Inma.

Nunca es tarde

La terapia puede dar fuerzas para plantearse iniciar acciones legales. Los delitos de abuso sexual a la infancia prescriben a los 8 años si el abuso es sin intimidación. El plazo máximo de prescripción es de 15 años a contar a partir de la mayoría de edad de la víctima- y de acuerdo a lo “demostrado” por los expertos. “Se sabe que la franja de edad más común para querer hablar de los abusos va de los 35 años a los 45. Entonces, ¿qué sentido tiene un límite de prescripción a los 15 años de la mayoría de edad?”, cuestiona Vicky Bernadet.

Carmen se dirige a personas que estén en esta situación: “Les diría que busquen ayuda, que no se conformen con lo que tienen, que la vida es muy bonita y que no nos podemos quedar ahí. Son personas que no son felices, que viven en constante crisis, con mucha ansiedad… Merecen algo mejor”, aconseja.

Irene cuenta que ahora es más fuerte. “No tiene nada que ver la que empezó en la asociación con la que soy ahora. Ya siento que no tengo que aguantar que me hagan daño. Que puedo decir que no y parece poca cosa pero lo es todo”.

María: “Ojalá alguien me hubiera sacado de allí”

María caminaba de puntillas cuando era pequeña porque no quería hacer ruido ni ser vista. “Empecé a sufrir abusos sexuales por parte de mis hermanos mayores, 7 y 8 años mayores que yo. Yo tenía unos 10 y duraron hasta los 13 más o menos. No lo recuerdo exactamente”.

María vivía en una familia completamente disfuncional pero normal a los ojos del pueblo en el que creció. “Mi madre nos maltrataba a todos, mi padre nunca estaba en casa y mi hermana mayor pasaba las noches fuera para evitar a mis hermanos. Seguro que ellos también abusaban de ella. Aquello era una locura y lo que me hacían mis hermanos era solo una cosa más. Yo no sabía ni lo que me estaba pasando en aquellos momentos”.

“Por las noches era cuando venían a mi habitación”. María dormía con su hermana y todavía hoy se pregunta cómo es posible que no se diera cuenta de aquello nadie; ni sus padres, ni sus profesores ni el resto de su entorno.“Me fui de casa en cuanto vi la oportunidad con 19 años”.

Entre otras secuelas, María tiene pesadillas y problemas de sueño. Ahora se despierta muy temprano, justo antes de que lleguen esos malos sueños. Además, lleva sufriendo depresiones desde los 8 años, solo dos de ellas diagnosticada y medicada. Cuenta que de pequeña le decían: “Esta niña nunca sonríe”.

Un día se rebeló. “Le dije a uno de mis hermanos que si volvía a tocarme llamaría a la policía. Al otro me enfrenté hace cuatro años y él lo negó. No me hablo con él desde entonces. No le dije nada nunca a nadie ni denuncié. Me parecía tan horrible que pensaba que no lo iban a soportar y sabía que nadie iba a hacer nada”.

María recuerda que su padre nunca estaba. “Los hombres que han pasado por mi vida eran chicos que nunca estaban y que no me veían. Yo no existía. Igual que en mi casa. Que andaba de puntillas porque no quería que nadie me viera”.

Esta psicóloga de 33 años explica que las mujeres que han sufrido abusos sexuales en la infancia son más proclives a acabar siendo víctimas de violencia machista. En su caso, pasó un tiempo enredada en la tela de araña de una relación de abuso emocional. “Si no hemos hecho otro camino, repetimos patrón. Nos quedamos en lo conocido porque es lo que hemos aprendido. Con mi expareja aguanté porque no era capaz de salir de allí. Es volver a un sitio conocido y eso es mejor que nada”.

Esta mujer, frágil en apariencia pero endurecida por la vida, no sabía lo que era que la cuidasen, que la quisieran. “No tenía con qué compararlo”.

En su caso todo se rompió en mil pedazos con esta última relación. “Me hizo revivir momentos que había vivido en mi casa. Las navidades, de pequeña, yo las pasaba llorando en el baño y con esa sensación de estar completamente rota. La última navidad con mi pareja la pasé así, llorando en el cuarto de baño. Una persona que ha pasado por lo que yo, no sabe distinguir el bien del mal; es lo que conocemos y ahí nos quedamos”.

La ruptura con esta pareja fue la que hizo que todo explotara. Entonces empezó a asistir a terapia de grupo en la asociación Garaitza, décadas después de los abusos. Había asistido a terapia pero nunca a una especializada en lo que a ella le pasaba. Fue en septiembre de 2014.

“Me siento marcada y lo que he intentado durante toda mi vida es que no se me notara. Sacaba buenas notas y trataba de ser perfecta en todo. Tenía el autoestima muy baja porque pensaba que si la gente me conocían de verdad no iban a quererme”.

Para ella, escuchar historias familiares en la asociación ha supuesto un antes y un después. “Escucho cosas que cuentan los demás y a mí me resuenan porque las he vivido o son familiares. Yo las tenía por ahí olvidadas y reaparecen”. Según las expertas, la negación y la amnesia son comunes en personas que han sufrido este tipo de abusos.

Además de las pesadillas y las relaciones abusivas, María ha tenido también problemas con la comida; “sé cómo alimentarme bien y no lo hago. Una de las secuelas que más se repite entre las chicas es la bulimia. Me pego atracones o dejo de comer durante días”.

Durante la adolescencia, aquello también le llevó al abuso de drogas. “Empecé a consumir con 13 años, también entre semana”. Entonces sus padres le llevaron al psiquiatra del pueblo, en Murcia. El psiquiatra llamó a sus padres al detectar algo raro en aquella niña. Los progenitores entonces le pegaron una paliza y nunca más volvió.

Durante años ha arrastrado demasiadas heridas.“Tenía tanto lío en la cabeza que no sabía ni quién era yo.”

En el grupo de la asociación, María dice haber encontrado un espacio de seguridad donde hablar y ser ella. “Hacen que crezcas para que te puedas enfrentar a lo que necesites. Te puede cambiar la vida asistir a una terapia como esta. Salva la vida a una persona. Pero debe ser especializada porque es la tercera vez que voy a terapia y ahora es cuando siento que estoy en el lugar adecuado. Se necesita ayuda específica.”

A ella le gustaría que su historia ayude a otras personas a romper con el silencio. “A alguien que ha sufrido abusos le diría que pida ayuda porque esto te lleva explotando en la cara toda la vida. Hay gente que puede curarse sola, y en ese caso es bueno que lo comparta porque da esperanza y su ejemplo puede ayudar a mucha gente.A las niñas que lo sufren ahora tienen que ayudarles desde las instituciones. Muchos casos no se denuncian porque la familia está rota o no saben lo que les está pasando y en ese caso deben estar cerca sus profesoras, monitores, tutoras, lo que sea… Ojalá a mi alguien me hubiera sacado de allí. Yo estoy en el camino hacia la recuperación. Estaba completamente rota”.

A pesar de su formación como psicóloga, ha aprendido muchas cosas que desconocía sobre abuso sexual en la infancia. Ya en la primera entrevista se dio cuenta de que esto era lo que necesitaba. “Empezaron a encajar todas las piezas. Al principio en el grupo use la negación, no sentía nada y ahora soy capaz de sentir muchas cosas. Me he pasado la vida tratando de hacer cosas para agradar y que me quisieran”.

Los abusos sexuales en la infancia afectan al desarrollo integral de la persona pero, según las expertas consultadas, nunca es tarde para recuperarse. Ella se enfrentó y rompió con sus abusadores. Hoy sus hermanos tienen familia. “Sé que uno de mis hermanos abusó de más chicas y que ninguna denunció; mis primas, chicas del barrio… me lo han dicho ellas. Y ahora es una persona aparentemente normal, está casado y tiene hijos”.

Arantza: “No recuerdo mi infancia sin abusos”

Arantza tiene 50 años. Recibió ayuda en Garaitza durante 3 años, asociación a la que llegó con 44. “Los años se te van sin hablar sobre el tema”.

Ella descubrió la asociación por la radio y, después de mirar varias veces la web, se animó a llamar. Arantza llevaba una vida normal pero se sentía anestesiada. “No sentía ni lo bueno ni lo malo y tenía claro que era por mi pasado. Yo tiraba para adelante pero tiene un coste emocional, me sentía derrotada sin motivo”.

No recuerda cuando empezaron los abusos. “Yo no recuerdo mi infancia sin abusos”. Cuando fue creciendo entendió que aquello no era normal. “Con 12 años empecé a ser consciente de que eso no era afecto sino abusos sexuales. Pararon cuando crecí y dije basta, cuando tuve la capacidad para decir que no, sobre los 14 años, pero el acoso siguió”.

Ella dice que parecía que no lo sabía nadie más en la casa. “No es fácil ahora, imagínate hace 40 años. Miran hacia otro lado y ya no existe”.

Arantza se volcó en el trabajo. “En mi caso fue la forma de desahogo. Trabajaba y trabajaba y trabajaba y no he hecho otra cosa que trabajar”. Además de esta huída hacia delante, ha tenido muchos problemas con su sexualidad. “Te lo tienes que trabajar mucho porque tienes una mala base desde el principio. Tu sexualidad se ha formado a partir de abusos. Me he tenido que pelear mucho con ella. Por suerte, yo he tenido una pareja que me ha respetado muchísimo”.

En su caso hubo ruptura con el hombre que abusó de ella. Se sentó y lo habló con él, que lo negó y dejó de hablarle para siempre.

“Pedir ayuda ha sido lo mejor que he hecho en mi vida. Es la única opción para quién ha sufrido abusos en la infancia”. No hay mucha gente formada en esto, especializada y hace falta. “Cuando el problema se tapa y no existe, no hay problema. Así antes era espectadora de la vida y ahora participo, he hecho grandes cambios. He recuperado la vida que había perdido”.

Ella considera que en este ámbito “estamos en una fase parecida a la que pasaba antes con las mujeres maltratadas que se quedaba dentro del hogar, en el ámbito privado. No lo sabe muchas veces ni tu pareja ni tu entorno”.

Arantza considera que para acabar con este problema social, hay que reconocer primero que existe y crear una red de apoyo potente para las personas que se atreven a denunciarlo. “Aunque a nosotras no nos haya llegado que les llegue una sociedad mejor a quienes vengan después. La sociedad tiene que dejar de mirar para otro lado… Hay muchas niñas, y niños también, que sufren abusos en sus casas”.

Carlota: “En el sexo me tenía que evadir para hacerlo soportable”

Carlota tiene 44 años y no sabe ubicar los abusos en un momento concreto ni en una edad.“Supongo que entre los cuatro o 7 años”. Todavía le cuesta mucho hablar del tema y tartamudea al recordarlo. “Hace 20 años, cuando mi hija tenía 3 años vinieron esos recuerdos pero en lugar de darles crédito lo que hice fue culparme. Eso no ha existido, estás loca, ¿cómo puedes pensar así?”.

Fue a una terapia de pareja y un día al salir de la terapia supo que su abusador, su tío, había fallecido. “Fue como si algo crujiera en mi cerebro y lo único que me decía la cabeza era que era verdad, que eso había sucedido. Ahí pedí ayuda a la asociación”.

Durante el tiempo en que lo recordaba sin asumirlo como real, las relaciones sexuales le traían aquello a la cabeza y no era capaz de tener sexo placentero con su expareja. “Me tenía que evadir para hacerlo soportable. La situación me producía rechazo. Recuerdos, posturas y sensaciones”.

Su abusador vivía en la casa de al lado de sus abuelos, con quienes ella vivía. Pasaron los años y se fue del pueblo con sus padres para volver solo en vacaciones. “Con los años yo ya ni le saludaba por la calle por mucho que fuera tío. Yo tenía las imágenes en la cabeza pero me culpaba por pensar eso. Me culpaba por alejarle de mi vida pero mi cuerpo me pedía distancia. Nunca me enfrenté a él porque no lo reconocí hasta que él falleció. Y entonces una pieza de repente encajó”.

Carlota ha sufrido las consecuencias durante años. Estuvo mucho tiempo metida en una relación muy destructiva por creerse culpable de todo lo que sucedía.“Por hacer lo que yo creía que la gente esperaba de mí”. Durante años, ha vivido pegada a la culpa y la vergüenza. Hacer terapia ha supuesto todo un cambio: “Ahora cojo las riendas de mí misma. Ya no entro en bucles de culpa, soy capaz de ver hasta dónde llega mi responsabilidad. Me siento más segura de lo que hago y de cómo lo hago y eso quita mucho miedo. Yo vivía con muchísimo miedo, aterrorizada. Tenía miedo a no cumplir expectativas, a equivocarme, a sentir vergüenza por una situación, a provocar, miedo y vergüenza a ser sexual, eso no es algo que tenga controlado todavía pero estoy en el camino”.

Carlota dice que en la asociación ha encontrado a gente muy valiosa, muy valiente. Ella es una valiente entre valientes.


Periodista, feminista, especialista en Relaciones Internacionales. Ahora en La Sexta Noticias, entre otros proyectos. Blog: http://www.sinpasaportes.wordpress.com
Fuente: Pikara

Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in