marzo 03, 2016

La esperanza y los asesinatos por “honor” en Pakistán

La Comisión de Derechos Humanos de Pakistán informó que aumentaron los crímenes por honor en ese país, que les costaron la vida a 923 mujeres y a 82 niñas en 2014. Solo 20 por ciento de los casos son llevados a la justicia. 
Crédito: Adil Siddiqi / IPS

El primer ministro de Pakistán, Nawaz Sharif, vio recientemente “Girl In The River: The Price Of Forgiveness” (Una chica en el río: El precio del perdón), una película sobre los asesinatos por honor en su país que fue nominada este año al premio Oscar en la categoría de mejor corto documental.

En una declaración después de la proyección, el dignatario les dijo a la directora del filme, Sharmeen Obald Chinoy, y su público que no hay “honor” en el asesinato.
En un sistema cultural y sociológico en el cual la familia y la tribu siguen siendo la única forma de seguro social contra la catástrofe, la muerte del sostén de la familia, la enfermedad y la pérdida de empleos, el control colectivo sobre el individuo es el pegamento que mantiene todo unido.

Desde entonces se anunció que el gobierno actuará para tapar las lagunas en las leyes que actualmente permiten que los asesinos – a menudo miembros de la familia – queden impunes. Chinoy expresó la esperanza de que su película ayude a acabar con los crímenes por honor en Pakistán.

Sería maravilloso si su deseo se convirtiera en realidad. Las razones por las que eso no será posible son las que el gobierno debe abordar si realmente quiere remediar el problema.

Sin embargo, antes que los motivos, tenga en cuenta el contexto. Tómense dos series de estadísticas compiladas por la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán (CDHP).

La primera refiere al período de febrero de 2004 a febrero de 2006, cuando hubo 988 crímenes de honor en Pakistán. En casi la mitad ni siquiera hubo una denuncia policial del delito. Las armas de fuego fueron las preferidas para eliminar a las víctimas, seguidas por lesiones de fuerza contundente con un objeto pesado.

Avanzamos rápidamente una década y encontramos otra serie de estadísticas de la CDHP que van de febrero de 2014 a febrero de 2016. El número de asesinatos por honor en este período ascendió a 1.276, en aproximadamente 400 casos no hubo denuncia policial y la mayoría de las víctimas murieron por el uso de armas de fuego.

La década en el medio no ha sido una sin iniciativas legislativas ni campañas de la sociedad civil contra los asesinatos por honor. Elegí el período inmediatamente posterior a 2004 porque en ese momento se aprobó un proyecto de ley contra este tipo de crímenes. Debido al andamiaje legislativo, el proyecto finalmente aprobado fue una versión diluida del primero presentado por la senadora Sherry Rehman. Entonces hubo muchos aplausos y clamor.

Lo mismo se repitió en marzo de 2015 con la aprobación en el senado de las leyes contra los homicidios de honor. Entre tanto, organizaciones internacionales de derechos humanos dedicaron presupuestos y campañas para erradicar este tipo de crímenes en Pakistán. Pero como demuestran las cifras en ambos casos, estos asesinatos – en la medida que se denuncian – continúan e incluso aumentaron.

He aquí por qué. En primer lugar, las iniciativas legislativas se concentraron en los aspectos jurídicos de la cuestión. La más reciente es una modificación muy necesaria de las leyes “gisas” y “diyat” que impedirían el perdón a los asesinos. Esta es una excelente idea.

Pero al mismo tiempo, y al igual que las iniciativas legislativas del pasado, no tiene ninguna eficacia contra la raíz del problema. Las mujeres (y hombres) se consideran el capital social de una familia, el matrimonio es una forma de añadir activos sociológicos que crean relaciones que las familias, cada vez más disgregadas por la migración y el cambio demográfico, necesitan.

Cuando una mujer se rebela contra este mecanismo, la familia no solo pierde la posibilidad de acumular capital con el arreglo de su matrimonio, sino que su decisión pone en peligro el futuro de los restantes hermanos y hermanas al arriesgar sus posibilidades de conseguir buenas parejas que los sustenten en una red de relaciones en la cual la elección individual sucumbe ante la seguridad colectiva.

En un sistema cultural y sociológico en el cual la familia y la tribu siguen siendo la única – y con frecuencia unitaria – forma de seguro social contra la catástrofe, la muerte del sostén de la familia, la enfermedad y la pérdida de empleos, el control colectivo sobre el individuo es el pegamento que mantiene todo unido.

El segundo motivo del fracaso radica en los mecanismos rotos del activismo internacional, en particular tal como existen en países como Pakistán, que se han enfrentado a la peor parte de la agresión internacional.

Lisa y llanamente, desde que “salvar a las mujeres pardas” se convirtió en la razón para ir a la guerra, los relatos de las víctimas indefensas de los crímenes de honor en países como Afganistán, Iraq, Pakistán y Siria han servido para alimentar la razón moral de por qué esas propuestas imperiales están justificadas.

Algunas mujeres pardas, aquellas que corren el riesgo de ser víctimas de un crimen de honor, serán salvadas. Otras, que casualmente están cerca de una zona objetivo de los drones, no lo serán.

La hipocresía de esta situación no se les escapa a las poblaciones locales, pero se manifiesta de un modo particularmente grotesco en las ciudades y pueblos de Pakistán que sufrieron directamente la agresión de Estados Unidos. Mantener el honor, que se podría traducir como el control de las mujeres, se convirtió en un objetivo nacionalista, un soporte para la soberanía local.

Las mujeres pagan con sus vidas. No se han salvado, ni se salvarán, simplemente con el relato de sus historias. Este último punto es importante ya que representa una bifurcación moral muy preocupante en la economía de la ayuda y el activismo a través de la cual se financian las campañas contra los crímenes de honor en las comunidades donde debe suceder el cambio moral.

Las campañas brindan empleos y causas y, en algunos casos, el reconocimiento internacional para unos pocos. Pero eso jamás allanará la gran brecha existente entre el activismo verticalista y el cambio de base que se necesita con urgencia.

Las palabras del primer ministro son alentadoras.

Como la mayoría de las mujeres, yo preferiría tener un líder dispuesto y sincero en su reconocimiento del horror de los crímenes de honor que uno que capitula, como tantos otros lo han hecho.

Una mujer pakistaní que sea reconocida en la ceremonia de los Oscar también es una cosa buena, una victoria individual inspiradora y un homenaje de esperanza, aunque no pueda impedir el deshonor futuro de mujeres pakistaníes menos afortunadas.

Para ello se requiere un esfuerzo más profundo, una conversación local y de base dirigida a aquellos para quienes la familia, el honor y la supervivencia están entrelazados, para quienes la muerte asesina de la rebelde se justifica porque pretende salvar a todo el resto.

Este artículo fue publicado originalmente por Dawn, Pakistán.

Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad de la autora y no representan necesariamente las de IPS – Inter Press Service, ni pueden atribuírsele.

Traducido por Álvaro Queiruga
Este es un artículo de opinión de Rafia Zakaria, abogada que enseña derecho constitucional y filosofía política.
Fuente: IPS

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