julio 11, 2016

La desigualdad que no se ve


Existen dinámicas que, entre hombres y mujeres, perpetúan las relaciones desiguales. Expresiones o acciones cotidianas que son normalizadas por la sociedad, y hasta catalogadas como corteses o galantes, son en realidad micromachismos, según los expertos.



Es la ciudad de Guatemala, son las 10 de la mañana de un miércoles cualquiera. Isabel espera el bus en la parada de siempre que la llevará a la universidad. Tiene 20 años, la hora y media de gimnasio de lunes a viernes ha logrado que mantenga una complexión delgada, sana y fuerte.

Como su fin ese día solo es hacer un trámite rápido, no lleva más que un lapicero en el bolsillo derecho de su chaqueta.

Llega el bus luego de unos quince minutos de espera. Isabel sube, paga el quetzal que a esa hora cuesta el recorrido, observa el interior y se percata de que no hay asientos disponibles. No le importa porque acaba de salir de casa, media hora de pie no harán una diferencia.

La muchacha de 20 años recorre el pasillo entre los asientos. Percibe miradas de algunos hombres jóvenes que también viajan a la universidad, es una ruta concurrida por estudiantes. Aunque no solo los jóvenes la observan, algunos adultos cuarentañeros también lo hacen. A las mujeres les es indiferente.

Se detiene a la mitad del corredor luego de haber pasado al lado de dos muchachos de su edad, compañeros de aula ellos, con unas mochilas cargadas de libros y cuadernos. Se nota que es eso porque las puntas de algunos se asoman entre un pequeño agujero del bolsón del más alto, roto seguramente por el peso diario que soporta. Ellos tampoco encontraron asiento. Una voz interrumpe sus pensamientos.

– Sentate.

Es un joven de unos 28 años que ofrece su lugar a Isabel. Se pone de pie, le sonríe y le señala su puesto.

– Gracias, acepta ella.

El joven, quien se presentó con Isabel como Raúl, decidió cederle su asiento a una mujer joven, de aspecto atlético, sin ninguna carga o ninguna incapacidad física. No le cedió su asiento a los otros muchachos que iban de pie, aunque ellos sí tuvieran bastante peso en sus espaldas.

Aunque la de Isabel es una historia ficticia, este comportamiento recurrente del hombre, según los expertos en teorías de género, se denomina micromachismo, aunque por siglos se haya catalogado como caballerosidad. Esta teoría, aún joven y poco explorada, explica ciertas actitudes cotidianas en las relaciones sociales entre hombres y mujeres, y en los noviazgos heterosexuales, como medidas sutiles de coacción desde la supremacía de lo masculino.

El psicoterapeuta Luis Bonino, uno de los iniciadores de esta tendencia, en su ensayoMicromachismos: la violencia invisible en la pareja, diferencia distintos tipos y explica que la práctica de los de tipo encubiertos “es tan sutil que pasan especialmente desapercibidos, razón por la que son muy efectivos. Utilizan, no la fuerza como los micromachismos coercitivos, sino el afecto y la inducción de actitudes para disminuir el pensamiento y la acción eficaz de la mujer, llevándola a hacer lo que no quiere y conduciéndola en la dirección elegida por el varón. Aprovechan su confiabilidad afectiva y provocan en ella sentimientos de desvalimiento o impotencia, acompañadas de confusión, zozobra, culpa, dudas de si, (al no haber coerción evidente) que favorecen el descenso de la autoestima y la autocredibilidad”.

Una aparente igualdad

La dicotomía entre lo masculino y lo femenino es una construcción social que nace desde el surgimiento de la propiedad privada, se toma a la mujer como parte de los activos del hombre. “Los géneros no están en la realidad, son una construcción cultural y económica. Todas las civilizaciones se han basado en una supremacía masculina o fálica. El poder se construye siempre sobre la base de lo masculino, y la representación del poder es siempre con una figura fálica, que asemeja al pene erecto como símbolo de fuerza”, señala el psicólogo y filósofo argentino Marcel Colussi, experto en el tema de género y nuevas masculinidades.

Es así como durante milenios un sistema patriarcal ha dominado e impuesto los caminos de las mujeres. Y a pesar de que desde el siglo pasado se han ganado campos importantes para ellas en el sentido de poseer los mismos derechos que los hombres, aún persisten comportamientos marcados de diferenciación entre los géneros.

Es así, como los micromachismos, según Ana Grace Cabrera, coordinadora del área de mujeres, paz y seguridad, y acción humanitaria de ONU Mujeres, son imperceptibles porque se desarrollan en escenarios en donde existe una igualdad aparente, por ejemplo, en las grandes urbes o en países con mejores índices de desarrollo social.

“Se utilizan para desvalorizar y minimizar a la mujer, son expresiones o acciones muy sutiles”, apunta Cabrera. Además, explica que por carecer de hostilidad o violencia marcada, no chocan con la realidad de las personas.

“Si un señor le dice a una joven: niña, linda, preciosa o mi amor todo el tiempo, no es que la esté maltratando constantemente, pero es una forma de recordarle que ella es un objeto, que ella se tiene que comportar de cierta manera, la minimiza y desvaloriza sus aportes”, ejemplifica.

Aunque para Elizabeth Rojas, psicóloga especializada en temas de género, los micromachismos sí contienen hostilidad y violencia. Incluso, la analista enfatiza que estas actitudes son el principio de la violencia contra las mujeres. “Un micromachismo debe contener un grado de violencia a través de control, dominación o indiferencia. Tiene que marcar una relación de poder”, argumenta.

Entretanto, Colussi se manifiesta en desacuerdo con el término, pues, a su consideración, el machismo o la violencia de género es un problema que no puede subdividirse en pequeñas manifestaciones. “Si se habla de micromachismo, podría haber también un microrracismo. Esas son tendencias que surgen de algunas esferas intelectuales, pero que, en mi opinión, no avanzan con la teoría ni con la resolución práctica del problema”, expresa el experto.

En el ejemplo del bus, Rojas disiente con Cabrera. Ella llama a ese comportamiento como machismo benevolente porque no hay una acción hostil o violenta en su desarrollo.

Otros ejemplos a los que Cabrera hizo alusión y a los que Rojas llama machismo benevolente son los rituales de relaciones heterosexuales en los que es siempre el hombre quien aborda a la mujer, la invita a salir, la lleva y la trae en su automóvil, paga la cena o la actividad que se haya realizado y luego continúa la conquista.

¿Caballerosidad o cortesía?

“La caballerosidad surge desde una concepción machista”, apunta Rojas. “Es decir que el hombre es el fuerte, el que controla, el que protege. Para ser un hombre funcional se debe ser un hombre preñador, porque si no se es fracasado, protector y proveedor. De ahí surge la idea de la caballerosidad. Es remarcar que el hombre es más fuerte y está llamado a cuidar de la mujer, como una propiedad, como a un ser débil como a un niño. El hombre actúa como si fuera el padre de la pareja”, explica la experta.

No se debe confundir la cortesía entre seres humanos, dice Cabrera, y la caballerosidad. “El último es un término antiguo que indica una actitud protectora, no es un aprecio a la mujer como ser humano sino es un trato diferenciado por el hecho de ser mujer, se le ve como propiedad, como algo inferior”, expresa.

En el mismo caso del bus, Cabrera considera que a la mujer se le debe preguntar si quiere sentarse, y no solo por ser mujer, cederle el lugar. La cortesía mandaría que en ese caso el muchacho que ofrece su asiento lo haga a uno de los que va de pie con la carga.

“Si una mujer viene cargada de libros le pregunto si la ayudo con la puerta, no asumo que solo porque es mujer yo tengo que abrirle la puerta. Es una relación de solidaridad entre humanos”, opina Cabrera.

Escapar de lo normalizado

Cuando un hombre monopoliza el control remoto del televisor, cuando dice que va a ayudar con la casa o con los niños, en lugar de aceptar su responsabilidad como parte de la pareja, o cuando solo la madre es la que se ausenta del trabajo para cuidar a un recién nacido o para ir a la escuela por las calificaciones; no se entiende como algo anormal, son acciones normalizadas por la sociedad, la cultura, la Iglesia y la economía.

Escapar de estos principios es una labor exhaustiva porque, como explica Rojas, para la mujer es difícil resistirse a que su pareja hombre deje de manejar en los viajes largos, que él haga las tareas “duras” del hogar o que él represente la parte activa de la relación, mientras ella será la parte pasiva, ya que lo ve como la ganancia secundaria, “le es cómodo ser tratada como ser débil, secundario. Hay que evaluar porqué a las mujeres les gusta sentirse en el estado de niñas emocionales, y no en el de mujeres adultas fuertes que se valen por sí mismas”, comenta.

“Lo que los hombres deberían evaluar si quieren permanecer con alguien a quien quieran manejar o cuidar como un objeto cuando es mucho más satisfactoria una relación entre iguales, todo es mejor cuando es recíproco”, reflexiona Rojas.

“Ya no estamos en el tiempo de las conquistas, estamos en el tiempo de las relaciones más francas, más abiertas”, concluye Cabrera.

Y para Colussi, la formación de nuevas masculinidades se dará a partir del derrumbe de los estereotipos que hacen ver al hombre como el sabio, el fuerte, el dominante, y a la mujer como la sumisa, la débil o la que debe ser protegida. “La mujer es tan inteligente como el hombre y el hombre es tan inteligente como la mujer”, determina el psicólogo.



Por Pavel Gerardi Vega
 PVEGA@ELPERIODICO.COM.GT
Fuente: El Periódico.gt

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