septiembre 30, 2016

Habitar el museo: el caso de #OccupyGender


Marta Álvarez Guillén
Fotografía: El Carrusel
Hablar de museos en el siglo XXI para muchas personas puede resultar anacrónico: ¿para qué mantener colecciones polvorientas y costosas en esos edificios?

Hablar de museos en el siglo XXI para muchas personas puede resultar anacrónico: ¿para qué mantener colecciones polvorientas y costosas en esos edificios? Estas instituciones Ilustradas han ido perdiendo el factor formativo que las impulsaba para caer en el juego del capitalismo disfrazado de industria cultural. Cuando el Guggenheim comenzó a abrir sucursales en otras ciudades, como ahora el Pompidou, se consagró una decadencia que vimos confirmarse en el boom museístico español: cada ciudad debía tener su museo de arte contemporáneo para generar una marca de ciudad amparada en la espectacularidad de contenedores vacíos que aún sigue dominando unas políticas culturales ligadas a las del turismo. Los museos se pusieron al servicio del mejor postor, alimentando operaciones urbanísticas dudosas o planes encubiertos de gentrificación.

Sin embargo, aún pueden cumplir con un rol importante: podemos repensar estas instituciones, devolverlas su misión formativa, ponerlas a la sombra de los focos y ensayar nuevas formas de institucionalidad, poniéndolas así al servicio de la sociedad. Por ello hoy se conforman laboratorios de experimentación dentro de los museos, basados en la educación y la mediación inclusivas, a través de las cuales formular nuevos mundos y activar nuevos imaginarios que construyan diversidad (Carrillo, 2015).

Si queremos salvar el museo quizás tengamos que, paradójicamente, elegir la ruina pública frente a la rentabilidad privada. Y si no es posible, entonces quizás haya llegado el momento de ocupar colectivamente el museo, vaciarlo de deuda y hacer barricadas de sentido. Apagar las luces para que, sin posibilidad alguna de espectáculo, el museo pueda empezar a funcionar como un parlamento de otra sensibilidad. (Preciado, 2015)

De acuerdo al Consejo Internacional de Museos (ICOM), un museo es “una ins- titución permanente, sin fines de lucro, al servicio de la sociedad y abierta al público, que adquiere, conserva, estudia, expone y difunde el patrimonio material e inmaterial de la humanidad con fines de estudio, educación y recreo” (Estatutos del ICOM, 22a Confe- rencia general de Viena, 2007). Sus actividades y su colección engrosan el patrimonio de la humanidad. Pero ¿cómo sirve a la sociedad y se abre a ella? y ¿cuáles son los criterios para conformar las colecciones?

Entendemos, en primer lugar, el museo como un espacio de conflicto (Expósito, 2015: 107) donde se abren debates y se ponen en juego roles para así construir la historia. Una colección, como un archivo, constituye un relato de lo que somos y “hasta ahora las historias que se habían tejido alrededor de esas colecciones eran lineales, canónicas y fundamentalmente venían a ratificar el estatus quo y el orden que hemos heredado” (Carrillo, 2015). Pero hoy podemos de-/re-construir esos relatos desde las perspectivas de la teoría de género o el postcolonialismo, que reconocen q a sujetos negados históricamente.

Pero implementar una mirada de género en el funcionamiento de un museo implica no solo no sostener situaciones de discriminación ni agresión por cuestiones de género, ni tampoco exclusivamente recuperar nombres femeninos para la historia, utilizar lenguaje inclusivo o exponer a mujeres artistas; sino implementar una profunda problematización sobre el género y sobre cómo éste ha determinado la historia. Si “todo lo personal es político”, “estudiar, exponer y difundir” cuestiones de género, es tarea de los museos, que deben hacer justicia a la historia mal escrita de la humanidad y convertirse eninstituciones cuir.

Performance del Colectivo Baba Yagá

Una institución cuir será transparente y flexible, abierta y regida por las buenas prácticas, participativa y diversa. Para ello, no sólo hay que poner patas arriba el sistema institucional centrado en la rentabilidad, sino también el modelo de gobernabilidad del mismo y su mecanismo de construcción de discursos. La mediación cultural se perfila como la tarea básica de la mano de una educación que olvide que su función es aportar más ingresos al mausoleo espectacular. Construir públicos así es hacer de la cultura una herramienta empoderadora. Un mediador trabaja con comunidades que pasan a habitar -y No tanto ocupar- la institución.

Para empoderar a las mujeres y a la comunidad LGTBI+ es necesario no sólo hacer historia(s) -con archivas como la del MUSAC (http://www.archivofeminismosleon.org)-, sino también dar voz -construyendo situaciones de escucha- y generar nuevos imaginarios -desde la colectividad-: #OccupyGender es una experiencia que se lleva a cabo en el Museo de Arte Africano de la UVA (http://www.fundacionjimenezarellano.com) que busca esto precisamente.

#OccupyGender es un foro y una archiva viva (Alcántara, 2016), un lugar de encuentro y visibilización de iniciativas feministas de la ciudad de Valladolid -especialmente castigada por el imaginario-. Se inscribe en una investigación genealógica del movimiento feminista local y pretende constituir un espacio para el diálogo y el cuidado mutuo entre activistas, artistas, investigadoras y responsables de instituciones, además de agentes no locales que aporten otra visión; dando lugar a posibles sinergias y colaboraciones. Fundamentalmente este foro es un puente que hace llegar las luchas, problemas y demandas de las diferentes iniciativas de corte de género de la ciudad no sólo a un público general sino a quienes ostentan el poder. Se coloca pues como bisagra entre la calle y la institución que en este caso no es solo museística sino también universitaria: todo un foco de generación de discurso. Este diálogo directo con la calle hace tomar al museo conciencia de la lucha feminista real, más allá de la teoría: la encarna, pone los cuerpos en el espacio -el Aula Triste, cuya tradicional y rígida arquitectura universitaria genera de por sí una situación desigual que se acrecienta con los numerosos retratos de responsables (todos ellos masculinos) de la universidad-, los escucha y festeja con ellos. Porque en #OccupyGender “si no hay fiesta no hay revolución”, produciendo una disrupción en un espacio supuestamente aséptico pero repleto de ideología heteropatriarcal y capitalista.

En las dos ediciones que han tenido lugar, ya se han presentado un total de 14 iniciativas a las que se han sumado 1 performance y 2 presentaciones no locales, además de las diseñadoras, y en cada edición nuevas iniciativas se asoman y piden voz. Esta es la primera propuesta integradora local que mira hacia los feminismos de base y que pone al museo en contacto directo con ellos. Hacer un rastreo político de la memoria vallisoletana que reconozca a la diversidad de sujetos que reclaman el reconocimiento de sus derechos y abogan por la libertad de sus cuerpos es recordar todo el esfuerzo realizado y comprender que la diversidad en la unidad son tareas pendientes: esto es hacer historia y también es tarea de una institución cultural cuir que devuelve su sentido a un museo habitado.


Referencias bibliográficas


Referencia curricular

Marta Álvarez Guillén es Gestora cultural centrada en procesos de participación y mediación cultural. Ha trabajado en la galería de arte La Gran con proyectos como mujer.NODO o Preferiría no hacerlo y ha dirigido otros como #Mappingart Valladolid, CreaVA o bit:LAV. Imparte talleres y colabora en publicaciones divulgativas como PAC, Input y especializadas.

Fuente: Revista con la A

Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in