noviembre 18, 2016

Calais, las cenizas del fracaso de la Unión Europea

En apenas unas horas, el campamento de refugiados de Calais, símbolo de resistencia de las personas desplazadas ante las políticas migratorias de Europa, quedó reducido a escombros. Pikara estuvo presente en el desmantelamiento y acompañó a decenas de mujeres en sus manifestaciones reivindicando sus derechos.

Una mujer migrante se manifiesta ante el desmantelamiento de Calais. /Foto: Lucía Muñoz

“Me llamo Rosa. Tengo 24 años y llevo seis meses viviendo en la Jungla de Calais. Huí sola de Oromia, cuando mi familia fue detenida forzosamente por el ejército de Hailemariam Desalegn, el primer ministro de Etiopía”. Rosa es una de las más de 10.000 historias bloqueadas en el campamento de refugiados de Calais, en Francia. Situado en el Canal de la Mancha, el paso fronterizo entre Francia y Reino Unido, autosugestionado por los propios migrantes, el campo apodado como la ‘Jungla’ se convirtió durante más de diez años en un símbolo de resistencia de las personas desplazadas ante las políticas migratorias de Europa.

Miles de historias de personas de Afganistán que han huido de grupos armados y de una guerra en la que Reino Unido bombardeó sobre población civil, escuelas y hospitales; el mismo Reino Unido que construye vallas y concertinas a los derechos humanos. Historias de Sudán del Sur bañadas en la sangre del genocidio y de la explotación sexual y la violación a mujeres, niños y niñas, utilizadas como moneda de cambio y como arma de humillación en el seno del terrorismo. Historias como las de Rosa en Etiopía, donde el Gobierno, en manos de una de las tribus minoritarias, la tigriya, discrimina y está tratando de exterminar a la más grande, los oromos. Miles de historias.

“En mi país la situación es insostenible desde 2014. El Gobierno se apropia de las tierras de los oromos, incluso prohibió nuestra lengua. Ni siquiera tenemos representación política a pesar de ser la comunidad más grande de Etiopía. Ellos se han organizado con armas y están creando una guerrilla con el apoyo de Estados Unidos que no le interesa que el país quede dividido como ocurrió en Sudán”, cuenta Rosa, exiliada etíope.

Refugiada sin refugio, dejó atrás a su familia atravesando el Mediterráneo central por las costas de Libia hasta Italia para llegar a Europa en una barcaza que fue rescatada cuando estaba semihundida. “Mis padres y hermanos están en Etiopía detenidos y nadie sabe dónde, como la mayoría de mi tribu. Pedimos que se respete nuestra identidad y que el Gobierno no nos oprima. Soy la pequeña de la familia y vine sola huyendo de la violencia y la marginación, con la intención de llegar a Inglaterra para ejercer como enfermera”, reconoce hablando claramente del derecho de la humanidad a migrar. Lo que no sabía era que se toparía con la violación a ese derecho por parte de la Unión Europea.

Reino Unido construyó en 2015, bajo las órdenes del exprimer ministro David Cameron y con el apoyo del presidente francés François Hollande, una doble valla de más de tres metros de altura con concertinas que costó unos diez millones de euros, para evitar que los migrantes llegaran a través del Eurotúnel.

Reino Unido construyó en 2015 una doble valla de más de tres metros de altura con concertinas que costó unos diez millones de euros

Rosa vive bloqueada dentro de poco más de cuatro kilómetros cuadrados de casas de plástico y madera a la espera de poder entrar a Reino Unido. La falta de políticas migratorias y de visados, sustituidas por las de subidas de muros y vallas, no dan a los migrantes otra opción que buscar rutas alternativas y más peligrosas. “Desde que llegué aquí he intentado cruzar cada día -dice entre suspiros y con los ojos entreabiertos-. Es muy difícil y duro, pero no nos queda otra opción. Lo intentamos en pequeños grupos y casi nadie lo consigue, o muy pocos. La gente se juega la vida saltando a los trenes o viajando en los bajos del camión. Yo espero a que lo transportistas paren para hacer un descanso y entrar por la parte de atrás. Sin embargo, las veces que lo he conseguido nos han pillado y nos han devuelto”.

Las políticas migratorias obvian a las mujeres

Aun así afirma haber “tenido la suerte” de no sufrir ningún tipo de violencia ni por parte de los transportistas ni de la policía cuando ha sido encontrada escondida en los fondos del camión. No todas pueden decir lo mismo. Ante la pasividad de las instituciones, son personas voluntarias y asociaciones quienes han tenido que hacer frente a los vacíos que sufrían las migrantes: información sobre sus derechos, comida, mantas, apoyo sanitario, clases de inglés y francés. Mientras Reino Unido pone los muros y Francia los custodia, asociaciones como ‘Le planning familial 62’ ofrecía empoderamiento a migrantes sobre a la educación sexual y reproductiva.


“Las mujeres no son muy visibles en el campamento, pero a la hora de subir a un camión tienen que buscar alternativas extras de protección, porque la mayoría sufren agresiones sexuales. Algunas utilizan preservativos femeninos de los que repartimos para evitar embarazos y posibles enfermedades”, cuenta Armelle Walton, voluntaria y coordinadora en esta asociación. La educación sexual es una asignatura pendiente en los campamentos. Por eso, esta asociación reparte preservativos tanto femeninos como masculinos, incluso hace muestras de cómo poner un tampón. “Si las políticas migratorias en Europa son un fracaso, en cuanto a género y mujeres son totalmente nulas. La mayoría de las mujeres, sobre todo las eritreas y etíopes que viajan solas, han sufrido algún tipo de agresión sexual”, apostilla Armelle.

“Si las políticas migratorias en Europa son un fracaso, en cuanto a género y mujeres son totalmente nulas”

La voluntaria explica que todo tipo de personas se aprovechan de la vulnerabilidad de las mujeres que sobreviven en Calais, incluso vecinos del pueblo les ofrecen sus casas y luego abusan de ellas. “Muchas no denuncian por vergüenza. Y las que por fin se deciden a hacerlo son tratadas en comisaría como las culpables sin recibir ningún tipo de apoyo o derecho, ya que les piden pruebas de una ginecóloga forense que tienen que hacer a 100 kilómetros de aquí, ¿cómo pueden criminalizarlas apuntando que eso les pasa por estar en la Jungla?”. Tanto es así, que tras las violaciones muchas mujeres se han quedado embarazadas y las propias voluntarias del campo les han ayudado a abortar acompañándolas a Ámsterdam de forma clandestina, sabiendo que se jugaban la deportación instantánea al país de donde huían en una sola carta.

No todas las asociaciones son tan independientes. Por ejemplo, como ‘La Vie Active’ que, gestionada por el Gobierno francés, se encargó de construir alojamientos con antiguos contenedores de barcos -‘les conteneurs’, como se conocen popularmente en la Jungla- y desde diciembre de 2015 hasta octubre de este año han albergado a familias, mujeres, niños y niñas no acompañadas siempre y cuando dejasen su huella al entrar, lo que les impide, según las políticas de migración europeas, pedir asilo en otro país. “Con las mujeres ha habido un doble juego de protección, porque al final lo que han conseguido ha sido aislarlas del resto del campamento y yo no sé lo que les habrán dicho, pero todas piensan que van ir a Inglaterra cuando los autobuses sólo reparten a las personas por centros en Francia”, añade Alex, voluntaria española en Calais, que ha vivido en el campamento durante más de seis meses.

Las últimas 24 horas de la Jungla

En estos momentos se está levantando un doble muro de la vergüenza en Calais. Esta vez de cemento resbaladizo de un kilómetro de largo y cuatro metros de alto en la autopista cercana al puerto y al campo. Esta amurallada alianza entre Reino Unido y Francia, dentro de los acuerdos de ‘Le Touquet’, le ha costado a Inglaterra 2,7 millones de euros, que están dentro de los 17 que ofreció en marzo del año pasado para que Francia continúe frenando a los migrantes que tratan de llegar a suelo británico, según datos de la prefactura de Calais. Pero ante el ‘sí’ al ‘Brexit’ y la caída de simpatizantes del Partido Socialista francés, que ahora se derivan a la extrema derecha de Marie Le Pen, Hollande anunció que cerraría el campamento Calais el 26 de septiembre. Y así fue, tan sólo un mes después.

“Y ahora, ¿qué va a pasar con todos los que estamos aquí sin nada y esperando la oportunidad de ir a Inglaterra? Yo no quiero quedarme en Francia. Yo quiero pedir asilo en Inglaterra, pero nos quieren engañar porque nos dijeron [desde la prefactura de Calais] que los autobuses nos llevarían a Reino Unido, pero solo nos llevan a otros lugares de Francia. Por eso no vamos a subir a ningún autobús”, decía hace unos días Rosa, entre la tranquilidad y la desesperación. Junto a ella medio centenar de mujeres se manifestaron a las puertas del campamento mientras se producía el desahucio al grito de “¿dónde están los derechos humanos?” y “somos mujeres, no animales”.

Medio centenar de mujeres se manifestaron a las puertas del campamento mientras se producía el desahucio al grito de “¿dónde están los derechos humanos?” y “somos mujeres, no animales”

Calais, el campamento de refugiados más grande de la Unión Europea, fue desalojado en tres días. Desbastado y calcinado, albergaba en sus últimos momentos a 6.486 habitantes, según el último recuento oficial, pero había llegado a dar cobijo a 12.000 personas. Tras más de una década de tensiones migratorias, el 24 de octubre, el primer día del efectivo, más de 3000 migrantes resignados a su suerte ya habían hecho las maletas y subido a los autobuses que los llevarían a los 450 Centros de Acogida y Orientación de Inmigrantes (CAO), situados por las distintas provincias de Francia, donde podrán alojarse durante un mes y pedir asilo. Como había miles de personas sin reubicar, Save The Children pidió que “pararan de forma inmediata el efectivo porque cerca de mil menores no acompañados aún estaban en el campamento sin destino, ni amparo”. Pero los gritos de las mujeres y de las oenegés no fueron escuchados.

Las últimas 24 horas del campamento de Calais retrataron una de las imágenes más inhumana que los libros de historia pueden recoger sobre Europa. En un abrir y cerrar de ojos, lo que podría ser perfectamente una ciudad de chabolas se convirtió en cenizas sin previo aviso. Algunos migrantes dormían después de una noche intensa, otras seguían reclamando sus derechos a las puertas y otras esperaban poder aferrarse a alguna esperanza cuando Rosa me alertó de los enormes focos de humo que salían del campamento. Corrimos. Pude entrar con la acreditación de periodista. Ella, que temía por sus papeles porque estaban dentro, fue retenida a las puertas por el hecho de ser migrante. Dentro, una cortina de humo, las carreras de la gente recogiendo los pocos bienes que tenían -sus papeles y alguna manta para la noche-, las explosiones constantes de las bombonas de gas y el trabajo de personas voluntarias y migrantes apagando el fuego. Los camiones de bomberos eran escasos y los antidisturbios, en lugar de apaciguar la situación, hacían cundir el pánico enfrentándose a los habitantes de la Jungla.


Un migrante camina en las afueras de la Jungla. / Foto: Lucía Muñoz

Nadie sabe quién prendió el fuego. La cuestión es que los más de cuatro o cinco focos que rodeaban al campo esa mañana ardían a la vez que parecían estar estratégicamente pensados. Muchas son las teorías, mientras los migrantes acusan a la policía y la policía a los migrantes. “Jungle is finish”, la Jungla se ha acabado, decían una y otra vez quienes en ella vivían, en un estado shock por lo que estaba ocurriendo: un desmantelamiento forzoso acelerado inexplicablemente el día que, según el efectivo galo, ya no podía quedar nadie en el campamento. “En estos momentos, no tenemos ninguna información. También quieren cerrar los centros donde se alojan las mujeres y niños. Ahora, hay más de 400 mujeres y nadie nos informa si ellas van a ir a un centro especializado o van con todos los hombres, donde muchas temen a que puedan seguir abusando de ellas. Lo que está claro es que la estrategia es no dar información y jugar al despiste”, apunta Marga, voluntaria y profesora de inglés en el campamento.

Esa noche, la gente durmió a la intemperie ocupando las cunetas cercanas al campamento mientras los fuegos continuaban en su interior. No había suficientes autobuses para todos, pero tampoco eran suficientes las ganas de desistir a sus sueños. Sueños como los de Rosa, ejercer de enfermera en Reino y conseguir rescatar a su familia.

Los flujos migratorios continúan creciendo. Las fronteras no los frenan, sino que los cambian hacia otras rutas incluso más mortíferas

Los días posteriores, el campamento fue arrasado por las máquinas excavadoras. Las mujeres, niñas y niños también fueron llevadas en autobuses a los CAOs franceses, según la última conversación con Marga. En menos de dos semanas, ya no queda ni nadie ni nada.

Aun así, los flujos migratorios continúan creciendo. Las fronteras no los frenan, sino que los cambian hacia otras rutas incluso más mortíferas. Los supuestos esfuerzos de la Unión Europea por paliar esta crisis de refugio, la más grande después de la Segunda Guerra Mundial, bajo el pretexto de combatir las redes de trata, ha vuelto a fracasar. Según ACNUR, en los primeros nueve meses del año, la llegada de personas se incrementó a más de 300.000, principalmente desde el Mediterráneo central, ya que el mar Egeo es prácticamente inaccesible desde los acuerdos de la Unión Europea con Turquía. Además, la ONU tilda de “fracaso las políticas europeas acordadas para dar respuestas al compromiso de acogida y reubicación de más de 160.000 migrantes, de los que sólo 5.000 personas han sido trasladadas”. Ninguna de las que se encontraban en Calais, sino generalmente personas llegadas de Siria y Afganistán a Grecia e Italia.

Como la de Rosa, las miles y miles de historias que pasaron por la Jungla se redujeron a cenizas. “Mientras que no haya una solución en la que se tenga en cuenta las necesidades de las personas y que nos respete, el problema seguirá existiendo y cada vez será más grande. Incluso, no descarto que el campamento de Calais vuelva a resurgir”, reflexiona la migrante etíope. Rosa hoy no está en Reino Unido.


Camarógrafa, periodista y flamenca. Me compré unas buenas zapatillas para recorrer el mundo y tengo un objetivo violeta para ver a través de él. Me decanto por escribir sobre mujeres y migración. Algún día, nos bañaremos en las playas de una Sahara Libre.
Fuente: Pikara

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