febrero 25, 2017

La resistencia de las mujeres en Cachemira


© Rollie Mukherjee"Shadows" - Técnica mixta sobre papel

En 2016, el estado de Cachemira, ocupado por la India, estalló una vez más en protestas que se extendieron por todo el valle como expresión colectiva por la libertad, luego del asesinato del popular comandante de milicias Burhan Wani. Las protestas continuaron durante seis meses y tuvieron como resultado el asesinato de unxs 100 civiles.

Algunos de los momentos de mayor impacto durante ese período fueron las protestas encabezadas por las mujeres. El 23 de febrero es el Día de la Resistencia de las Mujeres Cachemiras. En este artículo, la escritora y activista Essar Batool reflexiona sobre la lucha de las mujeres cachemiras por la libertad.

Soy una mujer que vive en el territorio de Cachemira ocupado por la India, un lugar que durante décadas ha sido el centro de un conflicto violento.

La India ha respondido a las largamente sostenidas demandas de autodeterminación de lxs cachemirxs desplegando a 700.000 miembros de las fuerzas armadas para aplastar el deseo de libertad y, según dicen, para sofocar la rebelión armada , que actualmente consiste en unos 150 combatientes armados. Durante este tiempo, la India ha sido responsable de incontables crímenes de guerra en Cachemira, entre ellos, ejecuciones extrajudiciales de personas bajo arresto, desapariciones forzadas, fosas comunes y violencia sexual del peor tipo.

Las mujeres han sido perjudicadas por esta ocupación como víctimas directas e indirectas de la violencia estatal. Han perdido a sus seres queridos: esposos, hermanos e hijos, algunos de los cuales fueron asesinados y otros nunca regresaron. Esto ha dado origen a una nueva subcategoría entre las mujeres, las llamadas «medio viudas», mujeres que viven con la esperanza de saber si sus esposos están vivos o muertos. Más aún, las fuerzas armadas indias han usado la violación como agresión contra las mujeres cachemiras y las cifras son alarmantes. Incluso cuando algunas entidades de investigación internacionales como Human Rights Watch y Physicians for Human Rights que han documentado estos casos, la mayoría sigue sin ser denunciados.

La reticencia a denunciar surge del miedo a represalias por parte de las fuerzas armadas indias y también del hecho de que, al día de hoy, ni un solo miembro de las fuerzas armadas indias ha sido llevado a juicio por ningún caso de violación a los derechos humanos. Incluso en las raras ocasiones en que se conforma una corte marcial, los castigos son discliplinarios, no punitivos, como fue en el caso del Mayor Rahman en 2004, que violó a dos mujeres de una familia pero solo fue suspendido del servicio y luego exonerado. En semejante escenario, donde no hay rendición de cuentas por parte del Estado ocupante y, peor aún, este goza de impunidad legal, moral y política para proteger a sus fuerzas armadas, el discurso sobre la violencia sexual, tanto contra mujeres como contra hombres, está destinado a disolverse.

En Cachemira, la violencia sexual se ha empleado como herramienta, tanto contra las mujeres como contra los hombres, para extinguir la resiliencia en el plano individual y en el comunitario.

En el caso de los hombres, se ha aplicado sobre todo para quebrantar su moral y extraer información y en el caso de las mujeres, para forzar a la comunidad a someterse, usando la estructura patriarcal ya imperante que deposita la carga del honor sobre las mujeres. Jammu Kashmir Coalition of Civil Society [Coalición de la sociedad civil de Jammu y Cachemira] ha documentado 7000 casos de violencia sexual que también incluyen violencia sexualizada contra hombres bajo arresto, principalmente sodomía. Sabemos que los números son muy inferiores a la situación real; la vergüenza, el estigma y las represalias no permiten que haya un clima propicio para denunciar la violencia sexualizada.

Al mismo tiempo, mis experiencias sobre el terreno me han permitido conversar con mujeres que declaran tener acceso reducido a los servicios básicos, tales como la educación y la salud, debido a la presencia de las fuerzas armadas indias. Durante los tiempos de crisis y de protestas de larga duración, se han reportado casos de mujeres embarazadas y enfermas a quienes no se les permitió llegar a un hospital debido al toque de queda impuesto por el Estado.

© Rollie Mukherjee"Exiled home" - Aquarelle sobre papel

La ocupación militar ha hecho estragos entre las mujeres en todos los aspectos, ya sea afectando sus derechos a acceder a los servicios básicos o el derecho más amplio a una vida digna, sin miedo por su seguridad y sin miedo a la violencia.

Las mujeres siempre han sido parte de la fuerte voz política que está omnipresente en Cachemira y que se ha hecho conocida en protestas que duraron meses y resultaron en la pérdida de vidas jóvenes a manos de las fuerzas armadas indias, como sucedió en 2008 y 2010. En 2016, Cachemira estalló de nuevo en protestas que se extendieron por todo el valle, como expresión colectiva por la libertad, luego del asesinato del popular comandante de milicias Burhan Wani. Las protestas continuaron durante seis meses y tuvieron como resultado el asesinato de unxs 100 civiles, la mayoría de los cuales eran muchachos adolescentes o veinteañeros. Miles de personas resultaron heridas y cientos de jóvenes perdieron la vista como consecuencia de los disparos de balas de plomo y perdigones contra lxs manifestantes.

Si bien los representantes del Estado indio suelen usar la expresión «juventud confundida» para describir a lxs manifestantes, esas acusaciones demostraron ser claramente infundadas cuando personas de todas las edades, géneros y religiones salieron a las calles a protestar. Las escenas más potentes fueron las de las protestas encabezadas por las mujeres en días determinados en respuesta al llamado del sector a favor de la libertad. Cientos de mujeres, sobre todo en la zona rural de Cachemira, marcharon formando un mar colorido y pacífico al grito de Hum kya chahte? Azadi [¿Qué queremos? ¡Libertad!].

Sin embargo, esta acción no es nueva para las mujeres cachemiras, aunque los medios y cronistas las hayan retratado como víctimas que han sufrido solo por la pérdida de sus hombres o que su resistencia se limitó meramente a apoyarlos. El año pasado, entre las bajas hubo mujeres, tanto asesinadas como otras que perdieron la vista a manos de las fuerzas armadas indias, que dispararon indiscriminadamente, sin considerar edad ni género de los blancos contra los que apuntaban. Hubo incontables denuncias de mujeres que fueron golpeadas y acosadas sexualmente por las fuerzas del Gobierno por su participación en las marchas por la libertad o como parte del castigo colectivo contra las protestas lideradas por los hombres.

Las mujeres han sido parte de la resistencia desde el inicio del movimiento contra la ocupación india de Cachemira, lo único que cambiaron fue la forma de resistir, asumiendo un rol más activo.

© Rollie Mukherjee"Unframed Histories" - Técnica mixta sobre papel

Desde el principio, las mujeres cachemiras han brindado refugio seguro a sus hombres y a los combatientes armados, actuando a menudo como mensajeras, suministrando comida y abrigo y salvándolos de las fuerzas armadas indias. Ellas han escondido armas, susurrado mensajes importantes y demasiadas veces se han interpuesto entre sus seres queridos y la muerte. Las mujeres han cantado y glorificado a lxs mártires, y así preservaron la memoria y a su gente para que sean recordadxs por siempre. Todo ello ha tenido un costo, un costo que suele ser demasiado común en un conflicto: los cuerpos de las mujeres han sido utilizados por las fuerzas armadas indias para quebrantar a la comunidad en su conjunto al atacar el «honor» que la sociedad considera atributo de sus mujeres. Kunan Poshpora –donde los soldados de la 4º División de Rifles de Rajputana violaron de forma masiva a entre 30 y 100 mujeres, según dicen las fuerzas armadas indias, por «simpatizar con los combatientes, esconderlos a ellos y a sus armas»– es una prueba de lo que las instituciones tan patriarcales como las fuerzas armadas son capaces de hacer y harán en una sociedad patriarcal para silenciar las voces que se levantan contra ellas.

Incluso entonces, con enorme riesgo para su seguridad, las mujeres no dejaron de expresar su voz política, que es la misma que la del resto de la población de Cachemira: Azaadi [Libertad]. Las mujeres han enfrentado los efectos colaterales socioeconómicos y sanitarios del conflicto, ya sea porque una bala mató al sostén del hogar o porque cayó en el olvido de la desaparición, hasta convertirse en los pilares más firmes de la resistencia. Al mismo tiempo, modificaron los roles de género dentro de sus sociedades, pasando de ser dependientes a sostén económico y de seguidoras a líderes dentro de las familias.

La presencia física de las mujeres en las marchas por la libertad no es algo nuevo ni inaudito: esto ya había sucedido en la década de 1990, cuando el movimiento armado transitaba su momento de plenitud en Cachemira. Pero a lo largo de los años, las mujeres fueron ganando la calle, expresándose y a menudo con piedras en la mano. El año 2016 no fue diferente y en las calles se vio la resistencia colectiva de las mujeres. Estas reuniones podían ser espontáneas o en algunos casos organizadas y movilizadas por grupos de mujeres a favor de la libertad tales como Dukhtaran e Milat [Hijas de la nación].

Mujeres como Asiya Andrabi, que encabeza DeM, y Anjum Zamarud Habib, una antigua integrante de Hurriyat arrestada y torturada bajo acusaciones de haber dado apoyo económico a combatientes, a menudo han liderado protestas y marchas contra la ocupación india de Cachemira. Otras mujeres, como Parveena Ahanger, quien fundó la Asociación de Madres y Padres de Personas Desaparecidas luego de que su hijo fuera llevado por las fuerzas armadas indias y nunca regresara, han documentado esos casos de desapariciones y realizado protestas pacíficas todos los meses.

Además de las miles de mujeres anónimas, que lucharon en batallas campales contra las fuerzas armadas en las calles, y las mujeres que lucharon contra el Estado por la vía legal o en espacios políticos, hay mujeres jóvenes que van confrontando uno por uno los discursos, para quebrar el largo silencio que el Estado indio ha logrado mantener en torno a Cachemira y sus realidades. Iffat Fatima, una cineasta independiente, ha realizado el documental Khon diy baarav [La sangre deja rastros], que gira en torno de la pregunta por el paradero de miles de personas desaparecidas en Cachemira. Uzma Falak, una joven poeta e investigadora, usa la poesía como forma de expresión para recordar los innumerables hechos que marcan la ocupación india de Cachemira, como lo hace aquí en una recopilación de poemas dedicados a la memoria y la resistencia:

La memoria no es una víctima sino una sobreviviente

como las abuelas, hijas, padres, hermanos

mujeres, hombres y niñxs de

Kunan y Poshpur, Shopia, Handwor

Dardpur, Kopwor, Uri, Srinagar, Kishtwar…

La memoria es una herida que supura:

...23 de febrero, 24 de febrero, 30 de mayo, 28 de octubre, 7 de noviembre…

...1700, 1800, 1900, 2000…

Cuando comenzamos la lucha para que se reabrieran los casos por las violaciones masivas de Kunan Poshpora y escribimos el libro Do you remember Kunan Poshpora? [¿Te acuerdas de Kunan Poshpora?], éramos parte de este nuevo movimiento que usaba la memoria como método de resistencia, que señalaba al olvido como un arma del Estado y que quebró el silencio ensordecedor que se había creado alrededor de Cachemira y sus mujeres.

Tales iniciativas de escribir y producir historias alternativas a través del arte y la literatura están alentando a más mujeres jóvenes a crear sus espacios en un terreno que ha sido un bastión de los hombres. La irrupción de las mujeres en estos espacios significa que hay más voces que están siendo incluidas no como madres, hijas y hermanas –como se las consideró durante años–, sino como individuos independientes igualmente o más afectadas por la ocupación. Individuos con capacidad de acción propia, que hablan por sí mismas, mujeres que se levantan por las mujeres, forjando infinitas solidaridades, un grito potente que cuenta historias, que derriba los muros de silencio levantados por el ocupante y resiste en numerosos roles, manteniendo intacta la columna vertebral del movimiento de resistencia.


Por Por Essar Batool
Fuente: Awid

Sobre la autora

Essar Batool es trabajadora social, oriunda de Cachemira, una de las demandantes contra las fuerzas armadas indias en el caso de violaciones masivas en Kunan Poshpora de 1991. Batool es coautora del libro Do you remember Kunan Poshpora? Ttrabaja en el desarrollo de expresiones y espacios con mujeres jóvenes, forjando el diálogo basado en la comprensión del género entre la juventud y lxs voluntarixs que trabajan con Jammu Kashmir Coalition of Civil Society documentando las violaciones a los derechos humanos cometidas en Jammu y Cachemira.

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