noviembre 07, 2017

¿Por qué deberíamos hablar más de economía feminista?


¿Y sí ponemos la vida en el centro?

La imagen es la siguiente: una mujer que recién acuesta a los niños y tiene que limpiar la casa y redactar un informe. Una abuela que da de comer cada día a sus nietas y asea a su madre. Un hombre que trabaja lo suficiente para no tener tiempo, pero no lo necesario para llegar a fin de mes. Una inmigrante que en su única tarde libre se sienta en un banco al sol, así podrá enviar más dinero a su familia. Un señor al que no le alcanzan los cupones de descuento del DIA. Todas esas personas se paran al unísono y con voz exhausta declaman: “Disculpen. Estamos colapsando.”

Así va el conflicto entre el capital y la vida. O mejor, el conflicto del capital contra la vida. La vida, va perdiendo. Hay más formas de contarlo, 1) “las condiciones de reproducción de la vida se van haciendo cada vez más difíciles tras la crisis sistémica”. 2) “Tener hijos en España es un factor de riesgo para caer en la pobreza.” La primera la escuché el sábado 7 de octubre, en una jornada sobre Economía Feminista. La dijo, entre muchas otras cosas centrales, Astrid Agenjo Calderón: una mujer que hablaba rápido y sin freno porque tenía mucho por decir y el tiempo era limitado. La segunda se la escuché una semana después a Carlos Susías, presidente de la Red Europea de Lucha Contra la Pobreza y la Exclusión Social en España (EAPN), cuando presentaba el informe del Estado de la Pobreza.

Qué quiere decir que cada vez es más difícil reproducir la vida. Qué quiere decir que tener descendencia es un factor de riesgo de caer en la pobreza. Que el colapso acecha. En estos dos encuentros rondaba una inquietud: estamos viendo el abismo acercarse y no conseguimos que nos oigan afuera. En la jornada, Amaia Pérez-Orozco, economista feminista de referencia se preguntaba, ¿cómo saltar los muros de la universidad? ¿cómo tejer puentes entre le teoría y la práctica? En la presentación del informe, Susías inquiría, ¿cómo poner la pobreza en agenda?

Los abismos se expanden: se van tragando a la gente. El capitalismo se basa en la desigualdad, y el neoliberalismo actual es exitoso en afianzarla: en el Estado Español, el 10% más rico obtiene casi la misma renta que la mitad de la población. El 20% más rico percibe 6,6 veces los ingresos del 20% más pobre. Así es el capitalismo: le extrae recursos a la tierra y a la vida para entregarlos al capital. Los extrae de los salarios, del despojo del Sur global. Y del tiempo expropiado a las mujeres: de los trabajos reproductivos no remunerados, o remunerados a penas, la base necesaria para reproducir a la fuerza de trabajo. La mirada feminista puso esto sobre la mesa: el capitalismo no reconoce todo el trabajo, solo remunera al “trabajador champiñón”, que conceptualizó Pérez-Orozco, que brota de la nada con la camisa planchada listo para ir al tajo. Que no cuida ni es cuidado. Se invisibilizan los trabajos necesarios para sostener la vida: se roba nuestra energía y nuestro tiempo. Y es cada vez más evidente. Porque el abismo se expande y está acechando ya hasta al trabajador champiñón: aumenta el número de personas que, aún teniendo empleo, son pobres. Un cóctel de bajos salarios, jornadas parciales y temporalidad que difumina la relación entre falta de trabajo y pobreza.

Pero hay más, la pobreza se invisibiliza en las estadísticas. Si la riqueza de un país se calcula renta per cápita mediante, para medir la pobreza somos hogares, unidades de consumo, explicó en la presentación Juan Carlos Llano, autor del informe. Entonces tome un hogar. Si hay una persona adulta, 684 euros es el umbral de riesgo de pobreza. Si hay dos personas adultas: alcanzará con que la segunda ingrese la mitad. Si les da por tener desendencia, por cada unidad de infancia, súmele un tercio. Así que pongamos dos unidades adultas y dos infantes en la ecuación. Si conviven y suman 1482 euros mensuales no son pobres. Pero ay si se separan, nos nacen cuatro pobres en un simple gesto, o al menos tres. Así es el capitalismo: necesita de la familia nuclear para perpetuarse, necesita del trabajo gratuito de las mujeres. Fuera de este esquema familiar: colapso -más de la mitad de las familias donde hay menores y solo una persona adulta (en el 80% de los casos, una madre) están en riesgo de pobreza. – Nada que las economistas feministas no lleven décadas teorizando.

“¿Pero cómo le explico yo a mi hijo de 25 años, esto de poner la vida en el centro?” Preguntó una de las asistentes de la jornada. Qué difícil traer la vida al centro de la economía, cuando la teoría económica hegemónica está a otras cosas tan distintas, cuando las páginas de economía de los periódicos hablan tan poco de vida, cuando en la lista de prioridades de los grandes popes la vida de la gente es una nota a final de documento. Qué difícil aclarar que son todas las vidas las que hay que poner en el centro, no solo la del trabajador champiñón, o la de la clase media en declive, o la de las mujeres trabajadoras. Las vidas todas: las jóvenes, las migrantes, las niñas, las desempleadas.

El colapso no se acota: quizás a ti no te haya llegado, pero ya te alcanzará. Las estadísticas sobre riesgo de pobreza y exclusión social dan fe de ello: toma a los sectores tradicionalmente más vulnerables: mujeres, migrantes, tercera edad. Las personas mayores son las únicas que han mejorado sus números en cuanto al riesgo de caer en situación de pobreza. ¿Están mejor? No. Estamos todas peor, el umbral de pobreza desciende, pues es relativo, se relaciona con los ingresos de la población. Muchas se quedan fuera por esa cosa cada vez más exótica de tener un ingreso mensual fijo. Pero el coste de la vida no baja, y de las pensiones depende cada vez más gente. Las personas inmigrantes han mejorado ligeramente su situación, pero más de la mitad siguen en riesgo de pobreza. Sin embargo, suponen solo un 12% de la población del país, así que sus altos niveles de exclusión social tienen un efecto limitado en las cifras estatales que nos hablan de casi un 28% de personas al borde del colapso. Llegamos a las mujeres. Por décimas, ya no son las más pobres. Qué sucede, ¿acabamos con la feminización de la pobreza? No, es que los hombres están peor que antes.

En fin, la sociedad se está femenizando, cada vez más gente hace trabajos gratuitos. Crecen los espacios de informalidad y precariedad y engullen a quienes antes se sentían a salvo: vivimos en una subalternarización expansiva. Así que ahora toca escuchar a quienes tienen más experiencia en subalternidades.

Pero en agenda el tema es otro: “vamos a feminizar la política.” oímos. “Vamos a hacer que la amabilidad, la cooperación, los cuidados lleguen al espacio público. Tenemos mucho que aprender de las mujeres.” El otro día, en un debate, escuché a Beatriz Gimeno manifestar su hartazgo con el tema de la feminización de la política y este discurso sobre los cuidados. Hace un par de años, entrevistaba a la economista feminista argentina Corina Rodríguez para un artículo sobre el tema. Me contaba que, como toda teoría económica crítica, la economía feminista no consigue salir de un espacio periférico. Sin embargo, me decía, ha logrado trasladar algunos de sus temas, como los cuidados, a las políticas públicas. Políticas que apunten a la economía para reforzar a la vida ante la ofensiva del capital. Un caso práctico lo abordó Carmen Castro-García, otra de las ponentes de la jornada del 7 de octubre: los permisos iguales e intransferibles por nacimiento y adopción. Una acción política en el ámbito de la economía que avanzaría en la desnaturalización de la división sexual del trabajo, y desactivaría uno de los mecanismos centrales que generan la brecha de género en el ámbito laboral y político. No bastaría claro, pero sería un avance. Quizás hacia una redistribución mayor: la reducción general de las jornadas laborales.

Qué locura, te dirán los economistas trajeados. Inviable, te dirán los políticos en el trajín de su sobreactuación perpetua. ¿Pero no os alcanza con tener cada vez más alcaldesas con un máster en diálogo? Pero si tenemos a una mujer como ministra de trabajo. Y otra de vicepresidenta. Qué pesadas sois las feministas.

Deberíamos rescatar el concepto de “cuidados” – el trabajo reproductivo para el sostenimiento de la vida – del terreno de lo simbólico, de las limitaciones del debate cultural y reivindicar su potencial redistributivo. Deberiamos hablar más de economía feminista y menos de feminización de la política. De eso va lo de poner la vida en el centro: de dejar de reconocernos tanto y darnos ya lo que nos toca para que podamos tener una vida que merezca la pena ser vivida. De parar un rato con la puesta en valor de los cuidados y asegurarnos de que los trabajos reproductivos dejan de ser absorbidos por las familias y en particular por las mujeres. Va, en definitiva, de combatir el colapso que nos acecha.

Periodista especializada en género y comunicación
Fuente: Tribuna Feminista

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