febrero 25, 2018

Su ‘girl power’, gracias

Hace más de veinte años que las Spice Girls hicieron retumbar los tambores de un nuevo feminismo pop, coronando por el camino la cima del éxito. Fueron un producto perfecto, pero también contradictorio, hecho de apropiaciones y finalmente conservador.
Portada del primer disco de las Spice Girls.


Si no atravesaste la década de los noventa en estado de hibernación, es probable que todavía seas la propietaria de uno de los más de cien millones de discos de pegadizo dance-pop que las Spice Girls vendieron a lo ancho del globo. Déjame adivinar: solías imitar a tu spice favorita delante del espejo, sola o en compañía de tus amigas. Veinte años después, las trampas de la memoria tal vez te hayan convencido de que ellas depositaron en ti la semilla de la sororidad, el empoderamiento y la desobediencia. Pero, ay, el recuerdo se resquebraja a la luz de los hechos: tu banda favorita nunca llegó a desmarcarse de sus orígenes conservadores, añoraba abiertamente el thatcherismo y era una digna súbdita de la realeza británica. Mal asunto: nunca deberías volver al lugar en el que fuiste feliz.

La construcción

Marzo de 1994. Geri, Victoria, Mel B y Mel C han perdido la cuenta de las audiciones a las que se han presentado juntas, acumulando un rechazo tras otro. Sin embargo, a sus veinte años todavía les sobra energía para aferrarse a una nueva convocatoria de Herbert & Co. Management. Requisitos indispensables: destreza en el canto y el baile, soltura, sociabilidad, ambición y dedicación. Objetivo de la empresa: crear un grupo musical femenino con el potencial suficiente para competir con el pujante mercado de las boy bands inglesas. Tras los pertinentes ajustes de casting, y como quien la sigue la consigue, las cuatro amigas (con el añadido de una quinta aspirante, Emma Bunton) se convierten en Touch: la banda que prefigura el fenómenospice.

La puesta a punto no lleva demasiado tiempo, y no se escatima dinero a la hora de reunir a un solvente equipo de compositores, publicistas y asesores de imagen, dedicados a la tarea de diseñar minuciosamente el concepto general de la banda. Las cinco chicas participan como pueden en el proceso, espolvoreando sugerencias aquí y allá, y el flamante resultado es presentado a los medios en verano de ese mismo año. Pero la fantasía se desvanece casi de inmediato, enredada en una corta intriga de contratos leoninos y litigios legales. En apenas unos meses, Touch ya son historia.

El regusto amargo dura poco. Ya en 1995, el producto básico, rebautizado finalmente como Spice Girls, pasa a formar parte de la prestigiosa empresa de management de Simon Fuller. Se trata de un pack perfecto, listo para funcionar: cinco mujeres con un sueño, cinco mujeres con perfiles heterogéneos, cinco mujeres sin apenas experiencia y con ganas de comerse el mundo. Pero todavía falta algo. La guinda se fabrica en la redacción de la revista juvenil inglesa Top Of The Pops, donde idean un apodo para cada una, acorde con sus atributos diferenciales. La pelirroja Geri Halliwell se convierte así en Ginger Spice. Victoria Adams, millonaria de cuna, pasa a ser conocida como Posh Spice. Mel C, que encarna algo parecido a un anuncio itinerante de la marca Adidas, se transforma en la inevitable Sporty Spice. Con su imagen de ‘lolita’ convenientemente actualizada, Emma Bunton acepta un obvio Baby Spice. Y Mel B, mitad inglesa, mitad jamaicana, de acuerdo con su imagen felina, ruge y araña tras la máscara de Scary Spice. Simon Fuller no pone objeciones: despojadas de toda doblez, limpias de aristas, sus representadas son finalmente sustituidas por sus correspondientes arquetipos, permitiendo a cada fan identificarse rápidamente con el que más le seduzca.

La maquinaria se activa definitivamente en verano de 1995, y todo transcurre según el plan trazado por Fuller: primero, la firma de un jugoso contrato con la discográfica Virgin; después, el asalto a las listas de éxitos de casi cuarenta países. Pero antes de eso, alguien advierte que al grupo le falta sustentarse en una filosofía que ayude a distinguir el producto. Quien da con la clave es Geri Halliwell: “Girl Power!” (“¡Chicas al poder!”). Un elemental, directo e impecable eslogan de segunda mano con el que estas superheroínas pop animan a las fans a unirse y hacerse valer en un mundo de hombres. Al menos en teoría.


Su ‘girl power’, gracias

La breve historia de este grito de guerra arranca en Olympia, Washington, en 1991, cuando dos jóvenes punk-rockers feministas llamadas Kathleen Hanna y Tobi Vail crean el concepto ‘Girl Power’ para titular su nuevo fanzine. Con ese gesto tan sencillo, estaban imaginando lo imposible: un nuevo mundo el que el roce entre esas dos palabras (chicas, poder) no generase un chirrido o una contradicción irresoluble. Lo siguiente fue provocar lo imposible: una energía colectiva de riot grrrls luchando por integrar a las mujeres en la cultura rock, o tejiendo redes informativas alrededor de cuestiones como el bullying, el aborto o la autodefensa frente a la violencia machista. En resumen: para Hanna y Vail, el girl power era su manera no solo de estar en el mundo, sino de intervenir positivamente sobre él. Algo para lo que nadie les había preparado.

En 1993, la banda galesa Helen Love incluía por primera vez la expresión girl power en la letra de una canción. El tema era una pieza de pop deslavazado titulada ‘Formula One Racing Girls’, y su texto fijaba el momento exacto en el que una chica miraba de frente a su novio y le comunicaba su decisión de no complacerle más. Dos años después, la locución sería reutilizada por el dúo londinense Shampoo para bautizar a la vez su nuevo álbum y una de sus canciones de mayor éxito. Esta vez, el corte era un chispazo de punk facilón que celebraba el hecho de ser joven y mujer, a través de un listado de deseos urgentes: jugar con pistolas, salir de fiesta, emborracharse y eludir durante el mayor tiempo posible las obligaciones de la vida adulta. No era ni mucho menos una composición relevante, pero pronto iba a pasar la historia como la canción que dispensaría a Geri Halliwell el nada original eslogan de las Spice Girls. En algún momento de esta serie de rápidas transferencias, algo se perdió por el camino: Halliwell nunca había oído hablar de Kathleen Hanna o Tobi Vail, y los valores feministas de las riot grrrls resultaban definitivamente alejados de los suyos.

En realidad, ninguna de las Spice Girls parecía interesada en cuestionar los resortes de sus orígenes conservadores, forjados al calor de la política thatcherista y sustentados en parte en la advertencia de que el feminismo era fruto de un pensamiento ‘demasiado de izquierdas’. En consecuencia, la versión ‘limpia’ del girl power impulsada por Halliwell no solo esquivaba con astucia la palabra tabú (cuando no la desafiaba, al grito de “¡El feminismo necesita una buena patada en el culo!”), sino que revelaba un plan de acción difuso. La pregunta que las Spice Girls dejaban en el aire era qué iban a hacer las chicas con el poder que ellas prometían transferirles. Y más importante aún, a qué tipo de poder se referían, si no era el poder del feminismo.

En la mente maestra de Fuller, todo se reducía al enorme poder del consumo adolescente, en virtud del cual las fans acudirían en masa a adquirir cualquiera de los cientos de productos sellados con la imagen de sus heroínas. Todo lo demás, es decir, todos los mensajes de autoconfianza, amistad, bondad espiritual y rebeldía plástica que impregnaban el proyecto, eran reclamos intercambiables. Al otro lado del anzuelo, lo único que había era una lata de Pepsi con el lema girl power impreso en el envase.

Margaret Thatcher Superstar

De repente, las revistas se llenaron de titulares en los que era difícil discernir dónde terminaba el humor ingenuo y donde empezaba el terror involuntario. La declaración más célebre fue impresa en el diario londinense The Spectator en diciembre de 1996, fruto de una entrevista en la que Halliwell y Victoria Adams se dedicaron a despertar fantasmas aciagos: “Somos thatcheristas. Thatcher fue la primera spice girl y la pionera del girl power”. Pero esta añoranza por los valores tradicionales, las políticas regresivas y el clasismo nunca se había mostrado de forma tan ominosa como en la escena de apertura del videoclip de ‘Wannabe’, su canción más conocida.


La filmación se abre a las puertas del lujoso hotel St. Pancras, donde un pequeño grupo de vagabundos se congela a la intemperie. De pronto, las cinco spice girls salen de la nada y comienzan a cantar y bailar a su alrededor. Emma le quita la gorra a uno de ellos; Mel C. le estampa un beso a otro; Victoria hace como si no existieran. En cuestión de segundos, algo más interesante que los vagabundos desvía la atención de la banda: un Rolls Royce acaba de aparcar frente al edificio, ocupado por una familia cuyo olor a dinero puede distinguirse a kilómetros. Las cinco como una sola, impelidas tal vez por el girl power, puede que dirigidas por el ejemplo de Margaret Thatcher, corren al encuentro de tan ilustres huéspedes, y juntos se adentran en el opulento corazón del St. Pancras, desde donde comienza a brotar la canción.

Todas las aspiraciones, objetivos y fuerza ideológica de las Spice Girls parecen cifrarse en esta pequeña película de horror de menos de un minuto. Y curiosamente, su guión era similar al de la comedia que el inminente primer ministro laborista Tony Blair iba a proyectarle al mundo desde el número 10 de Downing Street: una historia basada en la nueva imagen de éxito, poder y bonanza que el Reino Unido trataba de forjarse tras más de un decenio de descrédito social y político.

Picantes, pero no demasiado

En 1996, el año en que las Spice Girls lanzaron su primer álbum y pasaron a ocupar el centro de una de las operaciones de mercadotecnia más agresivas de la historia del pop, los charts ingleses eran un territorio claramente dominado por las boy bands. En ocasiones, los chicos eran empaquetados por agencias de management tras un cuidadoso proceso de selección: era el caso de Take That, Boyzone y otros grupos ensamblados y pulidos en los laboratorios musicales de la época. Salvo excepciones, el resto de bandas masculinas (Oasis, Blur, The Bluetones, Ash) engrosaban el caudaloso contingente del brit pop: una escena ya no tan nueva, caracterizada por la reivindicación de la cultura popular inglesa y alineada con el laborismo en su plan de exaltación patriótica.

Repudiadas por un amplio sector del rock femenino, que las consideraba poco menos que marionetas manejadas por hombres (para Shirley Manson, de Garbage, “fingían ser mujeres tomando el control, pero ninguna lo hacía. No escribían, no producían, no tocaban”) las Spice Girls pasaron de competir con las boy bands a convertirse en sus aliadas forzosas. Como Take That,eran un reflejo perfecto de las posibilidades del modelo de cadena de montaje aplicadas a una banda pop. Como Oasis, ondeaban orgullosas la unión jack allá por donde iban. Así lo explicaba Jamie Curtis, co-guionista de ‘Spice World’ (1997), el largometraje de culto protagonizado por el grupo, en las páginas de la revista So Film: “Estaban Tony Blair, Lady Di, Oasis y las Spice Girls. Era el cool Britania; la primera vez después de los años sesenta que el pueblo británico enviaba al resto del mundo una imagen positiva de sí mismo”.

Pero el éxito del quinteto combinaba otros ingredientes. En su libro Yeah! Yeah! Yeah!: La Historia del Pop Moderno (Turner, 2015), el músico y periodista Bob Stanley apunta a cómo el conjunto recordaba a las estrellas femeninas de los sesenta (Dusty Springfield, Sandie Shaw, Cilla Black, Lulu, Marianne Faithfull) por su agudo sentido de la medida. Todas se ajustaban a un patrón de belleza normativo, pero como modelos no resultaban inalcanzables. Sus canciones eran adhesivas, pero nunca perfectas. Exhibían una rebeldía amable que raramente superaba la intensidad de un cosquilleo. Y cuando por error rozaban la subversión, rectificaban casi de inmediato. Así, en 1997, Emma Bunton aprovechaba su primera entrevista en Rolling Stone para tratar de limpiar de su expediente una declaración problemática. A saber: “No quiero ser tierna, sino una perra sexy y caliente”. Pese al ruido que siempre las acompañaba, su único objetivo era habitar un espacio de equilibrio en el que resultasen tan asimilables por las fans como por sus padres. Y salvo por lo que llamaríamos los rigores del directo, siempre lo consiguieron.




Friendship never ends

Tras mantenerse en la cima del pop comercial durante toda la segunda mitad de los noventa, las Spice Girls no lograron sobrevivir al nuevo milenio. Pero aún descatalogado, el producto no tardaría en manifestar una influencia que todavía perdura. Algunos de sus elementos fueron primero aplicados en la construcción de estrellas solistas como Britney Spears o Christina Aguilera. Más tarde, ayudarían a definir el feminismo pop de Beyoncé o Miley Cyrus, cuyos efectos más reconocibles se dejan notar hoy en las nuevas líneas de ropa de distintas firmas textiles. Consecuencia: cuando vemos el eslogan ‘Girl Power’ impreso en una camiseta, resulta inevitable pensar antes en la visionaria apropiación de Geri Halliwell que en el activismo de las riot grrrls primigenias.

¿Buen momento para una reunión? Bien: lo cierto es que, desde el año 2000, hemos asistido a distintas tentativas de regreso, siempre fugaces y malogradas por las habituales “diferencias irreconciliables”. Traducido: entre otros contratiempos, se da la circunstancia de que Victoria era sistemáticamente boicoteada por sus compañeras, que la obligaban a aferrarse en directo a un micrófono desconectado mientras el resto cantaba aquello de que “la amistad nunca se termina”. Las Spice Girls también fueron un poco eso: una historia de amistad…pero no demasiada.


Fuente: Pikara

Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in