marzo 29, 2018

Madres: el mito necesario (y apoyado por la literatura)


La naturaleza concede a los animales unas estrictas fechas de apareamiento que motivan el celo de las mismas: sólo entonces la hembra acepta los requerimientos del macho, quien distingue perfectamente el momento por señales como el olor.

A los humanos no les concedió los mismos términos para el apareamiento. Se limitó a señalar una “edad” con un ascenso hormonal y a utilizar el cerebro del hombre como regulador. Pero, la perpetuación de la especie es imprescindible para cada una de ellas, la humana incluida, por eso, el hombre, desde el patriarcado y la estructura social que lo respalda -la familia-, trató de fijar unos mitos que hicieran posible la perpetuación:

– En el caso del hombre la necesidad de legar hacienda, genes y apellido a otras generaciones que, en cierto modo, lo perpetúen.

– En la caso de la mujer, sometida a las necesidades del varón, pero que llevaba en esta tarea la peor parte: embarazo y parto, trató de crear una cierta “mística” de la maternidad que la convirtiera en deseable.

En estos tiempos, cuando ya podían creerse superados todos los mitos anteriores, nos encontramos con un regreso al deseo maternal, incluso ñoño y almibarado: el alimento materno, el apego al niño hasta tarde…

¿Cómo ha conseguido ese deseo y ese comportamiento el sistema?

– Con un “mandato” vendido en la literatura, la música, el cine, la publicidad: el llamado reloj biológico.

– Con la venta de imágenes donde la maternidad ofrece una foto idílica, obviando embarazo y parto, cuyo objetivo es fijar esa imagen como deseada en todas las mujeres. Sin embargo, un reciente estudio publicado en 2016, de la israelí Orna Donath, titulado “Madres insatisfechas”, recoge decenas de testimonios de mujeres que han sido madres y reconocen no haberse sentido “realizadas” como les prometieron.

La maternidad, o mejor decir, la ausencia de la misma, ha supuesto una carga trágica para las mujeres que se sentían “obligadas” a engendrar, y que de producirse, ella era la única responsable, tragedias tan conocidas como “Yerma” de García Lorca dan buena cuenta de ello. Incluso en los cuentos tradicionales, la maternidad era algo esperado, necesario y que rellenaba de cualidades a los personajes femeninos.

Madres literarias

Las madres forman parte inseparable de la literatura en todos los tiempos, desde la antigüedad clásica hasta nuestros días, pasando por los relatos tradicionales.

Son heroínas del bien o del mal; excusa para ciertos comportamientos de sus hijos; incluso para crear magníficas tragedias debidas, en gran medida a sus comportamientos. Y, en estos tiempos, a causa, no tanto de la formación de una familia, como de la “necesidad” del varón por perpetuar sus genes, la gestación subrogada.

Son heroínas del bien o del mal; excusa para ciertos comportamientos de sus hijos; incluso para crear magníficas tragedias debidas, en gran medida a sus comportamientos.

Naturalmente, intentar dar cabida en este espacio a toda la larga tipología de madres que el arte ha creado sería tarea enciclopédica; por tanto, me ceñiré a dos tipos de madres que recorren, con singular aceptación, toda la creación literaria:
Las madres rivales.

Las madres culpables, especialmente en delitos cometidos por sus hijos.

Las madres rivales

Y no precisamente entre ellas, sin entre ellas y sus hijas. Permítanme una anécdota de un cazador con muchos perros; según él cuando existían perras conviviendo con sus hijas, estas últimas no tenían celo hasta que sus madres lo perdían por completo.

En muchas novelas y relatos, pero especialmente en los relatos populares, estas rivalidades llegan a comportar la muerte, o amenaza de la misma. Tal vez para ello, los nacimientos de las princesas llamadas a ser rivales de sus madres, tienen “nacimientos mágicos”: tres gotas de sangre de la reina sobre la nieve; la concesión graciosa de algún ser mágico; una flor… Tal vez, para evitar que ese “sagrado y sacralizado” vínculo no entrara en contradicción con los sucesos de la trama, ni resultase especialmente repulsivo al lector. También lograba evitarse este conflicto cuando la madre “asexualizaba” a su hija y la convertía en la forzosa cuidadora de su vejez, recordemos “Como agua para chocolate” de Laura Esquivel; o bien cuando las hijas se rebelaban directamente contra la madre, caso de la premiada con el Nobel de 2004 Elfriede Jelinek, autora de La pianista, Deseo o Las amantes, en cuyas novelas deja patente la conflictiva y enfermiza relación con su madre que llegó a causarle una gravísima depresión; en literatura infantil, el caso más conocido es Mathilda de Roal Dahl.

Tal vez para ello, los nacimientos de las princesas llamadas a ser rivales de sus madres, tienen “nacimientos mágicos”

Quiero centrarme, a modo de ejemplo, en dos de los relatos más conocidos universalmente:

Blancanieves; donde la madrastra, famosa por su belleza, comienza a no sentirse la más bella, es decir, la menos deseada, desde el momento en que su hijastra entra en la edad de competir: directamente decide deshacerse de la rival.

Cenicienta. Otra hijastra naturalmente, pero esta vez, la nueva madre aporta al matrimonio tres hijas y, para defender la primacía matrimonial de sus hijas, envía a la anterior a la cocina, entre la ceniza.

Madres culpables

Y ya no sólo, como en todas las series policíacas o sobre asesinos, como excusa o justificación de los perversos actos de ciertos varones; o como aseguran algunos psiquiatras como “causantes” por su frialdad de la aparición en sus hijos de la esquizofrenia. No, hablo de una culpa más literaria, y cultural, tanto que recorre la misma desde sus inicios: el incesto.

Podríamos decir que existen tres tipos de incesto literario:

– El inocente: donde los participantes en el acto conocen su vínculo pero lo aceptan como una parte más de su relación: Gualba, la de mil voces de Eugeni D´Ors, Belber Yin de Jesús Ferrero, o Ana Soror de Marguerite Yourcenar… No se conoce ningún caso en la literatura tradicional; tal vez a causa del inmenso tabú sobre el mismo.

– El perverso. Es decir, aquel que pretende subvertir las leyes establecidas utilizando sus tabús y sus miedos más ancestrales. El ejemplo más famoso sería Mi madre de Georges Bataille.

– El culpable; y el que parece ser el más recurrente en toda la literatura, comenzando, naturalmente por Edipo de Sófocles, donde se da por supuesto que la madre debía haber reconocido al hijo. En este incesto, siempre entre madre e hijo, es la madre la culpable de que se cometa tal aberración.

En la literatura se encuentran decenas de ejemplos de este incesto, en los relatos tradiciones, el más inquietante es Piel de Asno, que se supone recogido tras un suceso que escandalizó a Europa en el siglo XVI, recogido por Stendhal y otros, “Los Cenci”, la historia de la violación de un padre a sus hijas; la mayor se libra al ser recogida por la iglesia, no así la pequeña, que lo solicitó innumerables veces. Al final, la hija, con ayuda de su madrastra y su hermano, asesina al padre violador, pero es ella y su hermano quienes son condenados a muerte.

En del relato de Piel de Asno, los pasos para ese incesto vienen originados por la propia madre de la protagonista, como veremos.

– Cuando la madre, reina, está moribunda (en este caso no se camufla el parentesco) realiza una petición al enamorado y lloroso esposo: (busca) una mujer más bella y joven, mejor hecha que yo, buena y prudente. Casi repite textualmente, las propias características de su hija a quien todos consideraban, tras tratar de encontrar a una como la descrita, únicamente la infanta era más ella, y un juvenil encanto poseía que la difunta al fin ya no tenía.

– Ante la evidencia el rey arde de pasión violenta, pero esta ha de ser vista como locura pues no cabe un rey enamorado de su hija (el poder del tabú), salvo que la insania lo envenene. Requiere entonces los servicios de un causista, es decir el encargado de trasladar a la práctica la teología; casi del mismo modo en que el padrastro de Lolita recurre a un psiquiatra para “curarse” de la pasión por su hijastra.

– Asustada, la princesa huye y busca apoyo en su hada madrina, quien la informa de que, sería un gran pecado acceder a sus locas pretensiones, colocando, de este modo, el peso de la culpa en la princesa; añade, más, sin contradecirlo, con mis trazas hay un modo darle calabazas, de dónde deducimos que la madrina esquiva enfrentarse al poder (el rey), aunque sí reconoce el tabú.

– No dan resultado las tretas de la madrina, pues todos los regalos y peticiones son satisfechas, que el amor violento, con tal de estar contento, oro y plata puede estimar en nada”. Y también describe la contradictoria reacción de la princesa, traspasada de dolor y alegría, ante el enamoramiento de su padre.

– Finalmente, para defenderse del deseo paterno, la princesa finge acatar y someterse a la conyugal ley, para huir disfrazada; es decir, asume el papel de víctima que, además, ha de ser castigada por un deseo que no es suyo, pero que ha de mantener intacta la pureza para el hombre adecuado. La princesa frena, de este modo, la cólera paterna con su sacrificio. Ella oculta su belleza bajo una horrible piel de asno; del mismo modo que el cofre de plomo esconde el tesoro, la piel del asno cubre la belleza.

– Durante gran parte del relato, la princesa ha de transitar por duras pruebas y sacrificios para probar su virtud.

– Finalmente, la princesa encuentra al “hombre” adecuado y el rey no recibe castigo alguno por el deseo incestuoso hacia su hija.

Tras este relato, famoso en la Europa del siglo XVI en adelante, se esconde una historia real que conmovió a esa misma Europa, la de la época: un noble viola primero a su hija mayor, la cual pide ayuda a la Iglesia para escapar; cuando le toca el turno a la pequeña, nadie parece querer ayudarla; junto a su madrastra y hermano, la hija asesina al padre, y tras un juicio en cual nunca se menciona el incesto, es acusada y quemada viva. No sólo Italia, toda Europa se conmocionó con la historia, origen del que fuera considerado durante siglos “el cuento” por excelencia: Piel de asno.


Licenciada en Filología española por la Universidad de Oviedo y Diplomada en Trabajo Social. Periodista y escritora, con premios como el de la Crítica Asturiana en 2004. Trabaja en institutos con profesores sobre violencia de género.
Fuente: Tribuna Feminista

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