abril 11, 2018

Colombia. Del abuso sexual como arma de guerra a otras formas de violencia.


Y es que las mujeres están ahora más que antes en la esfera pública, sin "cumplir" con su papel en la casa.


Colombia es un país grande, lo cual le hace ser cultural, geográfica e históricamente muy diverso. Y si además pensamos en lo acontecido durante las largas décadas que ha durado la guerra podemos encontrar realidades de todo tipo, sobre todo en la zona rural.

Existen varios ejemplos que podrían explicarse pero en este caso seleccionaremos el departamento de Bolívar, cuya capital es la conocida ciudad de Cartagena de Indias. Se trata de una demarcación política grande y alargada que hace que algunas zonas queden bastante alejadas de Cartagena. Hablaremos concretamente de los llamados Montes de María y del sur de Bolívar, donde descubrimos una cara escondida del proceso actual tras la firma de Acuerdo de Paz entre el Gobierno y Las FARC: la realidad que viven las mujeres.

Montes de María, del abuso sexual como arma de guerra a otras formas de violencia

Se llama Montes de María a la subregión del Caribe que el departamento de Bolívar comparte con el vecino llamado Sucre. Está repleta de cerros montañosos no muy altos pero que han servido como escondite a distintos grupos armados. Ello ha generado que se hayan normalizado prácticas de guerra, como la violencia sexual.

Existen datos oficiales actualizados sobre la cantidad de mujeres que han sufrido estos abusos, así como sus edades y localidades de procedencia. No obstante, también existe un sub-registro derivado del miedo a la denuncia y, además, los datos nunca podrán hablar del nivel de normalización de estas prácticas en las comunidades. Las mujeres fueron y son todavía, como en otros tantos conflictos mundiales, el botín de guerra asegurado.

A pesar de esta situación, o quizá desgraciadamente debido a ella, las organizaciones de mujeres y feministas de la zona cada vez están más organizadas y tratan de llevar a cabo acciones de denuncia que permitan un cambio cultural y de realidad. Pero, por otro lado, en lugares como este, en los que se viven dinámicas tan enquistadas desde hace años, hay ciertas situaciones que es muy difícil cambiar.

Quizá algo que puede generar esperanza en el camino sea el perdón de las mujeres hacia las mujeres. Varias de las ex guerrilleras que fueron parte de las FARC han dado el paso de solicitar un encuentro con mujeres víctimas y pedirles perdón por las vidas que quitaron y los derechos que violaron. Bien es cierto que en otros lugares del país se dan también actos de disculpa, pero en este caso nadie puede negar la credibilidad de esas mujeres de las FARC porque muchas de ellas sufrieron abusos sexuales similares o peores en sus filas o por parte de los paramilitares.

También la ausencia del Estado en esta área provoca que siga el miedo. Y es que las mujeres están ahora más que antes en la esfera pública, sin "cumplir" con su papel en la casa y, además, hacen evidente en los espacios en los que participan la situación de la que han sido objeto por años. En consecuencia, las violencias contra ellas aumentan. Además, la protección legal queda muy lejos de sus realidades.

Un ejemplo de ello es la violencia política que vive la alcaldesa de uno de los municipios de la zona. No nombraremos ni su partido ni del municipio, ni si ha logrado o no seguir en su cargo hasta el día de hoy. Sólo diremos que una organización feminista que tiene presencia en esa localidad es el único apoyo real durante su mandato. El hecho de ser mujer hace que sea continuamente cuestionada y tenga que esforzarse mucho más que un hombre. Y esta situación es especialmente grave si partimos de que hay muy pocas mujeres en cargos públicos no sólo en Bolívar sino en todo el país.

Existen además otros tipos de violencia como la patrimonial. Se pueden nombrar dos casos claramente destacables: Uno, la escasa visibilización del trabajo rural de las mujeres y la imposibilidad de que éstas reciban ayudas porque el Estado central organiza todo por zonas de producción fuera de casa, sin reflejar la economía familiar. Dos, el poco avance a la hora de devolver la titularidad de las tierras a las mujeres tras la guerra, siendo la gran mayoría de ellas de edad avanzada. En este último caso el papeleo continúa diluyéndose, lo que hará que quizá la mayoría muera antes de que pueda resolverse algo.

Además la violencia doméstica o en la pareja sigue sin recibir la atención legal necesaria y las mujeres sólo pueden seguir siendo acompañadas por otras mujeres en su peregrinaje por centros de salud, comisarías de familia, juzgados y demás. Esto para conseguir que al menos la denuncia no quede en la nada, teniendo en cuenta que probablemente la alta impunidad hará que nunca llegue a darse una sentencia contra el agresor.

El sur de Bolívar o la continuidad del conflicto que no llega a los medios

Se le llama Sur de Bolívar a la parte de este departamento que queda a las faldas de la cordillera central del país, muy al interior, lejos de Cartagena de Indias y del mar. Está compuesta por tres serranías y posee cumbres altas. Es por ello que la zona, que también se conoce como el Magdalena medio por estar a la mitad del cauce del río con ese nombre, está llena de quebradas ricas en flora y fauna. Pero también es conocida por su historia ligada al petróleo y por los conflictos humanitarios, así como por sus grandes explotaciones forestales y mineras.

En 2018 sigue siendo una de las partes del país en las que el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que todavía no ha firmado la paz, sigue sus actividades de forma muy activa, reclutando a menores y jóvenes, convocando paros armados y realizando atentados mortales.

Las negociaciones con el ELN se están llevando a cabo en Quito, pero el proceso se puede decir que se encuentra prácticamente parado en estos momentos. Los próximos meses serán incluso menos alentadores, ya que hay elecciones presidenciales en Colombia y un cambio de gobierno puede suponer un obstáculo más para que los diálogos se concreten.

Toda esta situación hace que la realidad sea más cruda que en la costa y que el apoyo internacional no haya llegado todavía con la misma intensidad que a otros lugares del país a algunas comunidades alejadas. Y sobre cómo afecta a esto a la situación de las mujeres, sólo cabe mencionar que todo lo hablado sobre Montes de María aquí se recrudece porque el conflicto continúa e incluso se acentúa. En el Sur de Bolívar la guerra no ha terminado.

Es además un lugar donde los cultivos de coca son todavía una fuente muy importante de ingresos para las economías familiares, sobre todo para aquellas con jefatura de hogar femenina. Unas pocas matas de coca rinden mucho para una mujer y sus hijos, mientras que otros cultivos todavía no pueden cubrir sus necesidades. Existe, por supuesto, un programa del gobierno nacional para sustituir cultivos y muchas mujeres del Magdalena medio forman parte del programa, pero el hacerlo pone en peligro su economía y su vida. Además, no hay costumbre ni conocimientos para comenzar con otras cosechas y el miedo a represalias de quienes controlan las comunidades tampoco les permite avanzar.

Difícil es también cambiar algo de toda esta situación porque los asesinatos líderes y lideresas y, concretamente, a lideresas que luchan por los Derechos de las Mujeres, como con las que he hablado para poder realizar este artículo, están a la orden del día, e incluso han aumentado en 2017. Éstas se ponen muy en peligro porque tienen papel público que no suele tener la mujer y las matan o violan para amedrentarlas.

Algo así sigue pasando en abril de 2018, en un país que se considera de desarrollo avanzado según todos los índices mundiales, y a pesar de la situación de post conflicto de la que se habla internacionalmente.

Por Raquel Ferrando Sellers
Fuente:SemMéxico/AmecoPress. Bogotá, Colombia 

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