abril 23, 2018

Marina Subirats: "En el Mayo del 68 nadie hablaba de feminismo"


La primera noticia que la socióloga y política Marina Subirats (Barcelona, 1943) tuvo del Mayo francés fueron «carreras, policías y nubes de humo» que le salieron al paso en el boulevard Saint Germain de París, cuando regresaba en coche a la ciudad de un coloquio al que había asistido. La investigadora, que entonces trabajaba en el laboratorio del sociólogo Alain Touraine y vivía en la orilla del barrio Latino, llegó a grandes zancadas a casa, puso la radio y escuchó el primer parte de «aquella fiebre revolucionaria» que la historia llamaría «Mayo del 68» y que, en contra de lo que la leyenda suele repetir, no incluyó el feminismo en su gran impugnación al statu quo. «El tema de las mujeres no estuvo sobre la mesa en absoluto», recuerda Subirats.

La tarde del día 10, evoca, estuvo en la calle cuando empezaron a volar adoquines y a levantarse barricadas. A las dos de la mañana se retiró a casa. Y fue cuando la policía cargó, y el país se despertó con imágenes de jóvenes sangrando, calles desventradas y coches destrozados. «Aquello parecía la guerra», asegura. Los sindicatos –rebobinemos– convocaron huelga general y ella se fue a la Universidad de Nanterre, donde el grupo 22 de Marzo ya se había activado como uno de los nódulos de la revuelta tras unas protestas por la prohibición a los estudiantes de acceder a las habitaciones del sexo contrario. «Oiga, si está caliente, tírese a la piscina», le había soltado el ministro de Juventud, François Misoffe, a un entonces desconocido Daniel Cohn-Bendit cuando se encararon unas semanas antes del gran incendio.

"¡Viva el coito revolucionario!"

De hecho, el ansia de mayor libertad sexual estaba en el ambiente – «¡viva el coito revolucionario!», «¡mi sexo no es tabú!», gritaban aquellos días las paredes–, pero lo cierto es que los jovencitos revolucionarios no estaban demasiado interesados ni en el deseo ni por supuesto en la voz ni el liderazgo de sus compañeras, que apenas desde un año antes podían acceder legalmente a la píldora anticonceptiva y en 1965 habían dejado de ser consideradas menores de edad en el matrimonio.


Una de las mujeres que se han convertido en símbolo del Mayo francés.

Prueba de este papel de reparto en la insurrección, apunta Subirats, es su pantocrátor de líderes: Cohn-Bendit. Alain Geismar. Jacques Sauvageot. «Las mujeres estábamos en todas partes, en la calle y en la universidad. Y algunas eran muy potentes, pero no podría decir ni una sola que apareciera en los medios de comunicación. Sí lo hacían en las fotos, con el puño en alto, como símbolo, y también fuimos las organizadoras, las 'ratetes' que llevábamos la intendencia». Micrófono para ellos, fotocopias e iconografía para ellas.

Intendencia y viajes al campo

Recuerda la socióloga el día que unos obreros de Toulouse llegaron a la universidad. «Nosotros no hemos podido hacer la revolución y vosotros, en cambio, lo estáis consiguiendo, ¿qué hacemos?». Pues lo que hicieron los estudiantes, afirma Subirats, fue entrar en «pánico». «No tenían un programa revolucionario, habían pataleado y armado bronca, pero de ahí a saber cómo llegar al poder...». A falta de apuntadores o revelaciones, devoraban el 'Qué hacer', de Lenin. Pero nada. «Como no sabíamos qué hacer y Francia estaba paralizada, decidimos que, de momento, ayudaríamos a que las cosas funcionaran. Y unos cuantos, básicamente mujeres, nos fuimos a una logia masónica que nos prestaron y desde allí organizamos viajes en coche al campo para llevar patatas y comida a las fábricas ocupadas. Vamos, una fantasía de joven. ¡Reinventar la Comuna!».


Una manifestante deposita una margarita en el gorro de un policía, ante la Sorbona, en junio del 68. / GOKSIN SIPAHIOGLU

Un disparate «aventurista»

El propio Cohn-Bendit aseguró –eso sí: décadas después– que aquellos días de mayo sus compañeras «se enfrentaron al machismo de los hombres de izquierda». Sin embargo, admite Subirats, entonces las mujeres no se dieron «demasiada cuenta». «¡Fueron días tan absorbentes! Había un discurso potentísimo que pasaba por encima de todo. Vivimos una fascinación colectiva, que era la la revolución», y la endiablada conversación basculaba entre la oposición a la guerra de Vietnam, el antiautoritarismo, el marxismo y el anarquismo. «Mi jefe era del partido comunista y cada día teníamos con él la misma bronca. ‘Qué disparate’, nos decía. ‘¡Aventurismos de estudiantes pequeño burgueses! ¡Volvamos al orden y poneos a trabajar!’. Pero hacíamos huelga, íbamos a los debates de la Sorbona y el Odeón, y el día y la noche se confundían».

Hijas de la "gran sacudida"

Luego la fiebre bajó, y de la «gran sacudida» que había propinado aquel mes de mayo «salieron fragmentos» que germinaron en nuevos caminos que siguieron pensando y organizando aquella «transformación de la vida» que se había gritado en las calles. Precisamente, aquel puñetazo al orden y el desencaje y ninguneo que vivían las activistas en la izquierda revolucionaria desembocaron en 1970 en el Movimiento de Liberación de las Mujeres, que se musculó con la conciencia de la desigualdad que había supuesto 'El segundo sexo' de Simone de Beauvoir, importó de EEUU el lema «lo personal es político» –desde la sexualidad hasta la familia y el trabajo, todo se ponía en entredicho–, y entendió la emancipación no como un proyecto lejano, sino como un proceso en curso. Y todo aderazado con la espectacularidad y el descaro del 68. «Se ha terminado el tiempo en el que pedíamos a los hombres –a esos militantes revolucionarios– permiso para sublevarnos», proclamó por entonces la pensadora Monique Wittig.


Una pareja se besa en una barricada, el 23 de mayo del 68 / AP

Escasez y símbolos

La minoría activa –que trabajó con denuedo por el derecho al propio cuerpo y contra la impunidad de las violaciones y la violencia conyugal– compensaba su escasez con el hackeo del símbolo. En agosto de 1970, por ejemplo, llevaron flores frescas a la Tumba del Soldado Desconocido porque, decían, «hay alguien aún más desconocido que el soldado: su mujer». Al poco se encadenaron en la cárcel de La Petite Roquette –«todas nosotras somos prisioneras»– y, en abril de 1971, impulsaron en 'Le Nouvel Observateur' el 'Manifiesto de las 343': exactamente 343 mujeres, entre ellas Simone de Beauvoir, Marguerite Duras y Catherine Deneuve, declararon haber interrumpido el embarazo, exponiéndose a penas de cárcel. ¿Qué iba a hacer el Estado? ¿Aplicar la ley o abolirla? La respuesta de la ministra Simone Veil llegó en 1974: el aborto fue legalizado.

Frenesí norteamericano

Las feministas francesas se desperezaron tras el convulso Mayo, pero sus homólogas norteamericanas vivían un frenesí desde finales de los 60, cuando 'los otros' –mujeres, negros, gays– zarandearon, quizá para siempre, el orden del día de los tiempos. La activista Sharon Krebs desfiló desnuda en la convención demócrata del 68 con una bandeja en la que llevaba una cabeza de cerdo –una ofrenda, dijeron, al ángel del hogar–; lanzaron un "yo acuso" a "la alianza patriarcado y capital" boicoteando concursos de misses y ferias nupciales –«¿qué tonalidad de papel higiénico es más tú?», escupían las octavillas–; ocuparon redacciones de la contracultura, y la poeta Robin Morgan publicó un texto titulado 'Adiós a todo lo demás' en el que denunció que la izquierda revolucionaria funcionaba como un «microcosmos capitalista: con los hombres compitiendo por el poder en la parte de arriba y las mujeres haciendo todo el trabajo en la parte de abajo».

El eco de ese grito, recordarán, aún cruzó la huelga del 8-M. «En general, el legado del 68 es casi más vigente que entonces –asegura Subirats–. El capitalismo está en una fase más degradada, y por eso aún urge más cambiar las formas de poder, tan opresoras y podridas. Entonces aún se veía posible construir una fuerza alternativa. Y ahora, en cambio, parece que casi no podemos hacer nada».

Por Nuria Marrón
Fuente: El Periódico

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