mayo 05, 2018

Emma Goldman, una de las ‘mujeres más peligrosas’ para EEUU y la URSS


Foto tomada en 1901 cuando ficharon a Emma Goldman. Foto: Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.

La nueva edición de ‘Mi desilusión en Rusia’ es una buena oportunidad para recordar a la lituana Emma Goldman, una de las grandes rebeldes del siglo pasado. Consideraba una de las personas más peligrosas en EE UU, pero también para los líderes de la Revolución soviética. Una referencia incuestionable e insobornable de la lucha del movimiento obrero, del feminismo y del pensamiento libertario.

Siempre fiel a sus principios, combatió sin descanso injusticias y discriminaciones. Los pensamientos de la autora de la frase “Si no puedo bailar, no quiero estar en su revolución”, la misma que reconoció que su mejor escuela fue la cárcel, la que solo un derrame cerebral acalló, siguen estando vigente. Sus escritos son un buen antídoto ante realidades que parece inevitables.

Emma Goldman es una referencia incuestionable de la lucha del movimiento obrero, del feminismo y del pensamiento libertario. El 21 de diciembre de 1919, junto con otros 248 presos políticos, fue expulsada de Estados Unidos, país al que había llegado con apenas 16 años, huyendo de su Lituania natal y de la pretensión de su padre de casarla a tan joven edad.

Pocos años después, un acontecimiento marcará toda su vida.

El sábado 1 de mayo de 1886 el sindicato American Federation of Labor (AIL) convocó una huelga general con el objetivo de conseguir la jornada laboral de 8 horas. El manifiesto de la convocatoria decía así:

“¡Un día de rebelión, no de descanso! Un día no ordenado por los voceros jactanciosos de las instituciones que tienen encadenado al mundo del trabajador ¡Un día en que el trabajador hace sus propias leyes y tiene el poder de ejecutarlas! Todo sin el consentimiento ni aprobación de los que oprimen y gobiernan. Un día en que con tremenda fuerza la unidad del ejército de los trabajadores se moviliza contra los que hoy dominan el destino de los pueblos de toda nación. Un día de protesta contra la opresión y la tiranía, contra la ignorancia y la guerra de todo tipo. Un día en que comenzar a disfrutar ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas para lo que nos dé la gana”.

Las movilizaciones continúan al día siguiente, reprimidas, con un balance trágico de varios asesinados por armas de policía. Los trabajadores, encabezados por Adolf Fischer, redactan, imprimen y distribuyen un manifiesto llamando a la movilización para el martes siguiente, 4 de mayo. En una de las concentraciones, que se producen a lo largo del día, una persona anónima aloja una bomba, con el resultado de varios obreros y siete policías muertos.

Las autoridades responsabilizan de aquel acto a los convocantes de las movilizaciones. Cinco de ellos son condenados a muerte, otro se suicidó, el resto fueron condenados a cadena perpetua. A todos ellos se les conoce como Los Mártires de Chicago. En su recuerdo se celebra cada 1 de Mayo el Día Internacional de los Trabajadores.

Aquellos acontecimientos hicieron mella en la joven Emma convirtiéndose, con apenas 20 años, en una militante anarquista hasta el final de sus días. Años de lucha, encarcelamiento y represión como consecuencia de un activismo político, feminista, pacifista y antimilitarista siempre activo, sin claudicar ante ningún poder o situación que considerara injusta. J. Edgar Hoover, primer director de la Oficina Federal de Investigación de Estados Unidos, más conocida como FBI, la calificó como “una de las mujeres más peligrosas de América”.

Como ya se ha comentado, unos días antes de la Navidad de 1919 es expulsada de Estados Unidos, junto a su compañero Alexander Berkman. A consecuencia de ello se traslada a Rusia a bordo del navío Buford. Se acababan de cumplir dos años del triunfo de la revolución de 1917, momento idóneo para regresar al Viejo Continente y ponerse al servicio de un proceso que quería cambiar definitivamente el mundo.

Tras el fervor revolucionario inicial de los primeros meses, las diferencias entre bolcheviques y anarquistas empiezan a manifestarse y con el paso del tiempo pasan a ser incompatibles.

La sublevación de los marineros de Kronstadt, los mismos que protagonizaron la de 1905, reclamando una tercera revolución donde los obreros fueran realmente los responsables de la organización del pueblo y no los soviets, fue la puntilla que se ahondó con la masacre cometida por el Ejercito Rojo, enfrentado a los propios marineros y a la población civil, al mando de Leon Trotsky, en los primeros días de marzo de 1921.

En Mi desilusión en Rusia (Ed. El Viejo Topo), Goldman relata en primera persona aquello casi dos años –abandonó el país definitivamente el 1 de diciembre de 1921– de ilusiones, esperanzas, contradicciones, amarguras, decepciones y rabia.

Lo hace con la honestidad y lealtad que siempre la caracterizó, sin ahorrar detalles, ni críticas tanto a las cabezas visibles de la Revolución -Lenin, Trotsky, Zorin-, como a sus compañeros libertarios. A los delegados internacionales confortablemente invitados que ignoraban ver a la nueva clase dirigente surgida en nombre del proletariado. A la supresión de la libertad de prensa, de expresión, a la censura. A los abusos y crímenes de la checa que controlaba absolutamente todo. A las prisiones, a los campos de concentración del gélido norte, al exilio siberiano. A las diferencias económicas y de trato entre afiliados al Partido Comunista y los que no lo eran, o pertenecían a otras organizaciones, que apoyaron y lucharon por la revolución. A una economía planificada militarmente encaminada al colapso y con ello a que los más desfavorecidos vivieran en situaciones de auténtica penuria. Al trabajo obligatorio. A la requisición de cosechas, al soborno, la corrupción.

También su admiración por sus compañeros y compañeras silenciados, perseguidos o escasamente reconocidos: John Reed, Piotr Kropotkin, Anzhélika Balabánova, Bertrand Rusell, integrante de una Delegación Obrera Británica, Nestor Majno, a muchos trabajadores y trabajadoras, y a personajes anónimos que luchaban todos los días por un mundo mejor.

Ella, que había apoyado la Revolución con admiración y sin reservas, siendo consciente de que los cambios de tal magnitud siempre traen consigo violencia y despropósitos. La misma que se felicitaba de su expulsión de EE UU, ya que gracias a ello podría contribuir a la construcción de la Rusia revolucionaria, ansiosa de trabajar con los bolcheviques. Esos anhelos no podían impedir ver, escuchar, percibir, conocer y juzgar con ecuanimidad. No podría callar ante la realidad de un pueblo que se levantó contra la dictadura de los zares y que poco a poco iba perdiendo todo tipo de derechos, como bien describe: “no podía permanecer indiferente o neutral”.

Cuando en 1922 publicó los primeros textos sobre aquellos acontecimientos, recibió ataques desde múltiples lugares y personas. En el prólogo de la primera edición del libro comentaba: “No solo mi preocupación por el pueblo ruso ha motivado la redacción de este volumen; se trata de mi interés por las masas de todos los lugares del mundo”. Aquella edición se publicó mutilada, desapareciendo 12 capítulos, que la edición de El Viejo Topo incluye ahora.

Goldman fallecía el 14 de mayo de 1940 en Toronto (Canadá). Toda una vida activa. Militante de acción y de escritorio, de armas y de prosa. Colaboró con el Gobierno republicano español viajando a nuestro país en plena guerra en tres ocasiones. Uno de sus artículos más conocidos fue Durruti ha muerto, pero vive, que publicó al morir el conocido libertario.

La nueva edición de Mi desilusión en Rusia es una grata noticia. Se integra en una amplia literatura existente de ella, y sobre ella. Y nos permite seguir conociendo a una de las mujeres rebeldes más irrebatibles del siglo pasado. Actual y referente entonces y ahora.

Fuente: elasombrario.com

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