mayo 26, 2018

La soberanía feminista: repensando las soberanías desde la vida

El poder corporativo gobierna cada vez sobre más dimensiones de nuestras vidas. La nueva oleada de tratados de comercio e inversión es uno de los instrumentos que utiliza para limitar nuestra capacidad de transformar las condiciones de vida. En este contexto, este artículo propone pensar en formas de recuperar el control sobre la propia vida. Es esta una apuesta intelectual y política de resignificar la soberanía desde los aprendizajes feministas y analizar su capacidad transformadora en el marco capitalista actual.

Lo que sigue es una instantánea de un proceso de discusión entre las personas que formamos Bilgune Feminista[1]. Al mismo tiempo, es una propuesta que trasciende el propio marco de Bilgune, porque recogemos aprendizajes de otros espacios de discusión. Lo que tienes entre las manos es una propuesta para la transformación social. Una propuesta que no busca ser receta, pero que está hecha desde la convicción de que podemos cambiar las cosas.

La fantasía capitalista se está rompiendo. Pasamos de un capitalismo que nos quería seducir bajo la promesa del progreso y bienestar a un capitalismo que reconoce abiertamente que solo hay espacio para unos pocos. Ante esta deriva, nos preocupa que la derecha sea la única que esté consiguiendo movilizar el descontento social, impulsando precisamente una noción de soberanía en su vertiente más autoritaria, conservadora y racista. Urge crear propuestas de emancipación social, pero para eso necesitamos entender a qué nos enfrentamos. El enfoque feminista nos permite lanzar nuevas preguntas a viejos dilemas.


A qué nos enfrentamos

Como sucediera en las anteriores grandes crisis del capitalismo, lo que estamos viviendo es un conjunto de procesos estructurales que intentan reestablecer los procesos de acumulación del capital. Para que esto pueda ocurrir, para que el sistema capitalista pueda reestructurarse, necesitamos entender dos movimientos: expansión y recogimiento.

Empecemos explicando a qué nos referimos por el movimiento de expansión capitalista. Por una parte, vemos que el capital intenta mercantilizar cada vez más dimensiones de la vida, siempre y cuando puedan ser transformadas en dinero. Esta mercantilización genera que cada vez sea más difícil el acceso sostenido a los medios de vida para amplias capas sociales. Hoy en día, esta mercantilización de nuestras vidas ha llegado a límites antes insospechados: hemos llegado a ponerle precio a un vientre, a una vejez digna o a un río. Por otra parte, el capital busca continuar expandiéndose en nuevos espacios geográficos. En lo inmediato, esto pasa por estructurar las poblaciones y los territorios según sus intereses.

Precisamente, la nueva oleada de tratados de comercio e inversión es la herramienta para impulsar la expansión capitalista. Se valen de una ingeniería jurídica que refuerza el poder corporativo y actúa desde la impunidad, así como de unos instrumentos que reorganizan los territorios, deslocalizan y cohartan nuestra capacidad de hacer proyectos de vida.

El otro movimiento que necesita hacer el capital para reestructurarse es el de recogimiento. Para que el capital pueda seguir expandiéndose, necesita de esferas subalternas e invisibilizadas de la economía. Es decir, necesita que en la medida en que se dificulta el control sostenido de los medios de vida, alguien se encargue de sacar como pueda al conjunto de la sociedad adelante.

Desde un análisis feminista lo que vemos es que la responsabilidad de sostener la vida se feminiza no como consecuencia, sino, más bien, como estrategia político-económica para poder reestablecer los procesos de acumulación del capital. La agudización de la rehogarización de la reproducción que estamos viviendo ahora es posible gracias a la articulación con el sistema patriarcal. O, lo que es lo mismo, este sistema capitalista necesita producir y reproducir desigualdades de género para seguir expandiéndose.


La articulación 
entre capitalismo y heteropatriarcado

Si queremos crear propuestas políticas emancipadoras, tenemos que entender la articulación del capitalismo y del heteropatriarcado, así como la articulación entre lo que hacen los capitalistas para aumentar sus beneficios y lo que hacen las personas para ganarse la vida. Es necesario que comprendamos cómo conseguimos sacar la vida adelante en un contexto mundial donde la acumulación del capital se presenta material e ideológicamente como el motor de la sociedad; darnos cuenta de que la vida no la sacamos adelante solo estableciendo relaciones de empleo/ capital, que esta no es la única relación.

Es más, las otras relaciones que establecemos para sacar la vida adelante deben ser explicadas como partes fundamentales del proceso de reproducción social de las sociedades capitalistas. Para entender, en definitiva, cómo conseguimos salir adelante, tenemos que tener en cuenta cuál es la articulación entre las posiciones de producción y reproducción de una persona o grupo social en la estructura social. En última instancia, es esta articulación de posiciones productivas y reproductivas lo que nosotras entendemos por clase en un sistema capitalista.[2]

Por todo esto decimos que ya no tiene sentido articular la resistencia solo desde el trabajo asalariado. Tampoco nos llevará muy lejos separar el trabajo productivo del trabajo reproductivo. Hay que arriesgarse a pensar de forma integral acerca de los procesos económicos que sostienen la vida: cuál es la noción de vida que se nos ofrece en el capitalismo y en qué o quién se sostiene esta. Para entender la forma de dominio capitalista, tenemos que hablar de vida.

Por tanto, si lo que está en juego es la vida, es desde la vida desde donde se tenemos que organizar la resistencia. Esto nos lleva, por un lado, a democratizar la lucha, ya que todas nos convertimos en sujetos políticos y todos los espacios se convierten en espacios de resistencia.

Por otro lado, resistir desde la vida nos lleva a interrogarnos no por la Vida en mayúsculas, si no por la vida concreta. Mirarnos, escucharnos, reconocernos en nuestras vidas cotidianas significa poner la atención en la precariedad del día sí y día también. Mirarnos, escucharnos, reconocernos en la desorbitada factura de la luz, en la soledad no deseada, en los permisos de residencia que no llegan, en el piso de 30 metros cuadrados, en la maternidad no elegida, en las relaciones que asfixian, en el empleo a dos meses vista.

La apuesta radical por la vida no consiste en reivindicar la Vida en mayúsculas sino en tomar una posición en torno a los límites de la vida digna. La politización de la vida no es otra cosa que la comprensión de la vulnerabilidad propia y las ganas de establecer los nuevos umbrales de la dignidad colectiva.[3]

De pronto, al darnos cuenta de que el capitalismo no es solo un sistema económico, descubrimos que el capitalismo es una forma de vida, un sistema cultural. Descubrimos que nuestros deseos, aspiraciones, sueños y anhelos están vinculadas al capitalismo. En este sentido, resistir desde la vida supondrá también subvertir los valores y la racionalidad del sistema económico neoliberal. Tenemos que llevar hasta sus últimas consecuencias aquello que ya llevamos tiempo diciendo desde los feminismos: lo personal es político.

La apuesta por la soberanía feminista

Con todo lo expuesto, para nosotras queda claro que la lucha anticapitalista tiene que atacar al eje heteropatriarcal del sistema. Tenemos claro también que la propuesta transformadora tiene que construirse desde la concreción de la vida cotidiana. Pero, ¿qué propuesta emancipadora podemos hacer en esta nueva deriva capitalista en la que estamos inmersas?

Nosotras creemos que esta propuesta pasa por reapropiarnos de las soberanías desde los aprendizajes feministas. Queremos construir la Soberanía Feminista. Una soberanía que hay que poner en marcha más allá o, mejor dicho, más acá de los Estados. Porque, como Grecia nos ha enseñado, la soberanía no se consigue mediante los Estados, los gobiernos o las fronteras. No se acuerda en los despachos ni se construye de arriba a abajo. Como Grecia nos ha enseñado, el capital nunca está afuera. La soberanía hay que pelearla desde la vida misma.

En este sentido, la soberanía es para nosotras un proceso individual y colectivo. Es una soberanía que pasa por el cuerpo, porque hablamos de ser dueñas de nosotras mismas, de nuestros cuerpos y de los medios de vida. Pero en tanto que no sacamos solas la vida adelante, en tanto que la vida solo es posible en relación, la soberanía tiene que ser al mismo tiempo colectiva, tiene que posibilitar la reproducción social. Por ello, para nosotras la soberanía es un proceso que se arraiga en el territorio, el lugar inmediato de la vida.

Ser dueñas de nuestro futuro es lo que todo proyecto emancipador debería posibilitar. Ante un sistema económico que sostiene la vida (o lo que queda de ella) de forma injusta, urge reapropiarnos de los medios de vida. En tanto que no es la separación de los medios de producción la que empuja a las personas a las relaciones explotadoras con el capital, sino la separación de los medios de reproducción de su medio de vida. Tenemos que convertir los medios de producción de capital en medios de reproducción de la vida colectiva; orientar la economía a la satisfacción de las necesidades del conjunto social y no a la acumulación del capital. Para ser soberanas hoy necesitamos tener las capacidades, los recursos (materiales, afectivos y rela cionales) y las instituciones sociales que nos permiten construir las vidas que queremos vivir.

Sin embargo, estamos muy lejos de disputarle la hegemonía al capital. Ante un Estado al servicio del poder corporativo, urge tomar el poder de decisión sobre la propia vida. Para ser soberanas hoy, necesitamos tener el poder de movilizar y decidir sobre los recursos o elementos que son indispensables para la reproducción de la vida. Esto implica que necesitamos cuestionar y reinventar las instituciones sociales mediante las cuales organizamos y sostenemos nuestras vidas, desde la institución de la familia a la del Estado.

En este sentido, la soberanía feminista es también un proceso radical de democratización política, pues significa que los sujetos subalternos nos transformemos en sujetos políticos y protagonistas del cambio de nuestras vidas. Por eso estamos trabajando hacia el empoderamiento de las mujeres, porque el ejercicio del poder es más bien un proceso en el cual están involucradas cuestiones tales como la autoestima, la concienciación y los miedos. Pero, además, pensar el poder desde el feminismo significa que el movimiento feminista sea reconocido como interlocutor político ante las instituciones, los partidos, los sindicatos y los movimientos sociales. Este es un reto que tiene el movimiento feministas desde sus inicios, el reconocimiento como agente principal que defiende los intereses de las mujeres como clase.

En definitiva, la soberanía feminista no es una soberanía particular ni un paraguas que englobe el resto de soberanías. Al mismo tiempo, la puesta en marcha de las soberanías particulares la constituye. Es, más bien, el proceso de transformación global de las relaciones sociales capitalistas que son en sí mismas heteropatriarcales. Es el marco común de subversión que debe articular el cambio hacia una economía orientada a la satisfacción de las necesidades sociales y al bienestar colectivo.

La transición feminista

Los caminos hacia la Soberanía Feminista son diversos. Lo que encontrarás a continuación son los caminos que nosotras hemos empezado a transitar para construir esa Soberanía Feminista.

El primero de los caminos es el de la autoorganización de mujeres. Partiendo de la vida concreta de las mujeres, hemos empezado a caracterizar colectivamente qué significa en el contexto de Euskal Herria una buena vida y cómo organizarnos para conseguirla. Al mismo tiempo, hemos empezado a ahondar en las diversas experiencias económicas protagonizadas por mujeres. Experiencias que, aunque dispersas, ya están en marcha, y que si bien están lejos de crear un modelo alternativo, si que pueden desestabilizar el proyecto hegemónico capitalista.

El segundo de los caminos lo estamos haciendo con los movimientos sociales y los sindicatos, desenmascarando la dimensión patriarcal del sistema capitalista e intentando construir un proyecto político compartido que tenga una noción de la economía más amplia. Una muestra de ello es la Carta de Derechos Sociales de Euskal Herria.

El tercer camino es el global, porque las respuestas al capitalismo tienen que articularse a la altura de su ofensiva. Para ello, la red de solidaridad de la Marcha Mundial de las Mujeres es la herramienta que utilizamos para reconocer nuestros privilegios y subvertir las relaciones coloniales y racistas en las que se asienta el capitalismo. Una experiencia global a destacar son los paros internacionales de mujeres como modalidad inédita de lucha.

Estos tres caminos nos permiten afirmar que la transición feminista ya está en marcha. Ahora toca pasar del contrapoder al poder. Para ello apostamos por crear una red permanente entre feministas de espacios diversos de Euskal Herria para marcar prioridades, abordar urgencias e ir construyendo las estrategias para la consolidación de la Soberanía Feminista. En sí, lo que hemos realizado es un salto: hemos pasado de entender y ejercer el feminismo simplemente como una ideología o una forma de lucha, a convertirlo en un proyecto político desde donde construir y plantear alternativas reales de vida. Buscamos hacer un feminismo con incidencia política y económica, con capacidad de transformación social. Un feminismo que entra en conflicto. En definitiva, un feminismo que subvierta las relaciones sociales del capital.


Por Uzuri Aboitiz Hidalgo,
investigadora predoctoral en Antropología Social (Universitat de Barcelona). Forma parte de Bilgune Feminista

NOTAS:
  1. A las compañeras de Bilgune Feminista, porque ellas son, en última instancia, las autoras de la propuesta política. Agradecer a Amaia Zufia Erdozain, Saioa Iraola Urkiola y Amaia Perez Orozco las lecturas y los comentarios de este texto durante su elaboración.
  2. Esta conceptualización de clase puede encontrarse entre otros textos en: Susana Narotzky (2004): Antropología Económica nuevas tendencias, Melusina. Barcelona. p.303-304.
  3. La relación entre la vida y la política la han repensado extensamente desde el colectivo Espai en Blanc (2006) Vida y Política. Materiales para la subversión de la vida. Bellaterra. nº1-2.

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