marzo 08, 2019

Del sufragio a los alfajores.



¿Qué está detrás de la agresividad que el feminismo genera, de las reacciones destempladas que provoca (como tan bien describe Mary Beard) la irrupción de la mujer en lo público? Creo que el miedo de muchos hombres a perder privilegios que muchas veces les son invisibles porque los tienen desde que nacieron.

Nunca falta. Nunca falta alguien que recuerde -y en vísperas del Día de la Mujer- todo lo que queda por avanzar en materia de igualad de género. Ahora fue un decano de ciencias de la USACH, Hernán Henríquez, quien sostuvo que hacer una huelga feminista era el “colmo de lo ridículo” y ofreció a cambio auspiciar una reunión “con jugos Watt’s y esos alfajores que compra Francisca” (claro, porque Francisco no iba a ser el que los compraba). Agregó que a su madre no se le habría “ocurrido dejarnos sin comida o algo similar en busca de sus reivindicaciones feministas”; lógico, en su lógica la alimentación familiar era responsabilidad de la mujer.

Para colmo, el académico afirma que “todos sabemos que huelga significa inactividad de la mayoría para aprovechamiento de alguna minoría”. Y no puedo menos que pensar en huelgas como la de Polonia en 1980 o la de EE.UU. en 1886, claves en la historia sindical. Con su desprecio, el decano Henríquez encarna a aquellos que rechazan que las mujeres reclamen más allá de lo “prudente”, o a quienes pretenden enseñarles cómo y cuándo protestar.

Es discutible si el petitorio de esta huelga es compartido por todas las feministas -o incluso por las que asistirán, por ejemplo, a la marcha- y si tácticamente es adecuado arriesgarse a desdibujar las demandas más urgentes entre tantas. Pero que hay un justo y urgente reclamo por igualdad de trato como base de toda esta lucha, me parece algo evidente.

Llama muchísimo la atención que otras movilizaciones convocadas por hombres, o bien por ambos sexos, no generen tanta inquietud y rabia. Porque, por ejemplo, a los portuarios no les dijeron que era ridículo que pararan.

A un columnista, le aclaro que las feministas de mayo de 2018 y de hoy no son “cabras chicas gritonas”: son mujeres que alzan la voz para que otras no mueran, para que no les paguen un 21% menos por el mismo trabajo, para que la crianza sea compartida y las labores domésticas también, para que las pensiones no sean un 15% inferiores, incluso si es que se ha logrado juntar igual dinero. Y al concejal Julio Martínez, le aseguro que en Chile las mujeres NO “están todo lo seguras que podrían estar”, que 42 fueron asesinadas el 2018 por violencia de género, y que si uno discrepa con él no es porque no le hayan regalado chocolates, como Martínez le espetó a una mujer en un insulto pariente del clásico “le falta…”.

Pero no extraña la polémica, ya la vimos en el pasado. A esas sufragistas que hoy tantos dicen admirar, las descalificaban igual. A la inglesa Emeline Pankhurts la condenaron a tres años de trabajos forzados; antes, Olympe De Gouges terminó decapitada en una muy poco igualitaria y fraterna Revolución Francesa, en lo que a mujeres se refiere.

Esas sufragistas lucharon no sólo por su derecho a votar y a educarse; de hecho, se forjaron en la pelea contra la esclavitud. Desde la Ilustración, cuando buscaba establecer que no éramos inferiores, pasando por la pelea por el sufragio o los cuestionamientos a la clásica definición de lo femenino y de la sexualidad en los 60′, las feministas han ido avanzando en sus demandas.

¿Qué está detrás de la agresividad que el feminismo genera, de las reacciones destempladas que provoca (como tan bien describe Mary Beard) la irrupción de la mujer en lo público? Creo que… el miedo. El miedo de muchos hombres a perder privilegios que muchas veces les son invisibles porque los tienen desde que nacieron. El miedo a que el mundo como lo conocen cambie si cambia en él el rol de la mujer.

Y sí, cambiará. Aunque el feminismo no se trata (triste tener que repetirlo) de la superioridad de las mujeres, sino de conseguir algo básico como iguales derechos y oportunidades. Algo que muchos hombres lo han entendido, unos antes que otros, como John Stuart Mill, quien siendo diputado pidió en Inglaterra el voto para las mujeres, y al casarse con Harriet Taylor declaró que rechazaba la ley de matrimonio vigente porque “da poder legal y control (al hombre) sobre la otra persona, sin tener en cuenta los deseos y la voluntad de ésta”. Y prometió no hacer uso de esos privilegios.

En Chile todavía nos hacen falta unos cuantos Mill. Según un estudio del equipo investigador del PNUD que se da a conocer hoy, a pesar de que en una década ha bajado en 15%, aún 1 de cada 3 hombres creen que ellos deben ser los proveedores. EL PNUD concluye que aunque las creencias varían, las actitudes machistas se resisten a cambiar: lo doméstico sigue siendo carga femenina, aunque la mujer trabaje además fuera del hogar. Un ejemplo: ellas dedican el doble de tiempo a tareas domésticas no remuneradas.

Hay tanto por avanzar. Por de pronto, como dijo Reshma Sajuni, enseñarles a las niñas a ser valientes y no a ser perfectas, como se suele hacer. Para que los obstáculos los vean como desafíos y no como impedimentos. También en ciencias, el área a cargo de la que está a cargo el decano Hernán Henríquez.

Que la cultura y las normas cambien, para que un día muchos como el señor Henríquez entiendan que los alfajores no los tiene por qué comprar Francisca y que bien pueden hacerse su comida ellos mismos.

Por Mónica Rincón
Fuente: La Tercera

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