Ante la expansión de la agricultura industrial, los cultivos transgénicos y las patentes de semillas, las mujeres rurales están preservando las variedades nativas y enseñando sobre agroecología.
© Maria Sanz DominguezSemillas nativas preservadas en la zona rural de Paraguay.
En Chacore, a unos 200 kilómetros al este de Asunción, la capital de Paraguay, Ceferina Guerrero (68) camina entre estantes de botellas de plástico y tambores de metal cuidadosamente etiquetados. Cada uno contiene una variedad de semilla nativa esencial para la dieta de las comunidades rurales.
Sus etiquetas enumeran los nombres de las semillas en guaraní, un idioma indígena y la segunda lengua oficial de Paraguay, junto con el español. Guerrero las presenta cariñosamente, como una madre lo haría con sus hijos: éste es un poroto, éste es maní, éste es maíz.
Conocida como Ña Cefe en su comunidad, Guerrero dice que su apellido le viene como anillo al dedo. Ella es una de las fundadoras de la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas de Paraguay (Conamuri).
Conamuri empezó como un pequeño grupo en los noventa. Hoy lo componen mujeres de más de 200 comunidades rurales en Paraguay. Además está conectado a otros aliados alrededor del mundo, al formar parte del movimiento internacional de campesinos La Vía Campesina.
Aunque, asegura Guerrero, “no deberíamos olvidar nuestro primer objetivo”: recoger y conservar las semillas nativas en todo el país. Describe este trabajo como una carrera contrarreloj, y contra la expansión de la agricultura industrial a gran escala.
“Actualmente hemos perdido casi el 60% de las variedades nativas”, afirma. “Incluso tenemos comunidades en las que no se encuentra ninguna”.
Globalmente, entre el 60 y el 80% de los alimentos de la mayoría de los países en desarrollo, y la mitad de las provisiones de comida del mundo son cultivadas por mujeres, según la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Por otra parte, el mundo ha perdido el 75% de su diversidad en semillas durante el siglo XX. Ahora, únicamente nueve cultivos constituyen el 66% de la producción en la agricultura mundial. Tan solo tres (trigo, arroz y maíz) comprenden casi la mitad de las calorías diarias que consume la población mundial.
Estas tendencias han alarmado a las ONG, las organizaciones rurales y las instituciones internacionales. Mantener la biodiversidad, la FAO insiste, es “fundamental” para la seguridad alimentaria y la habilidad de adaptarse al crecimiento de la población y el cambio climático.
La pérdida de biodiversidad también tiene “impactos específicos” para las mujeres, quienes “tradicionalmente han sido las guardianas de un profundo conocimiento sobre las plantas, los animales y los procesos ecológicos”, agregó el panel IPES de expertos internacionales en sistemas de alimentación sostenibles en 2016.
© Maria Sanz DominguezGuerrero sosteniendo semillas de maíz, en Chacore, Paraguay.
En Paraguay, solo el 5% de la población posee el 90% de la tierra. La mayor parte de esto es utilizado por grandes agronegocios para cultivar solo un puñado de cultivos (incluyendo soja, trigo, arroz y maíz) en vastas plantaciones para exportación internacional.
El año pasado, el país importó casi 24,000 toneladas de semillas. La mayoría eran para estos cultivos de exportación. Menos del 1% eran para frutas o verduras, principalmente patatas. Otros incluyeron la fruta nacional de Paraguay: mburucuya (maracuyá).
Mientras tanto, 28 variedades de cultivos genéticamente modificados (principalmente variedades de soja, maíz y algodón) han sido aprobadas por el gobierno desde 2001, cuando Monsanto comenzó a producir su variedad de soja resistente al pesticida Roundup aquí.
En medio de la presión empresarial sobre la agricultura y la producción de alimentos, las mujeres que conservan variedades nativas, como Guerrero en Chacore, son “raros, como agujas en un pajar”, explica Inés Franceschelli, una investigadora de la ONG paraguaya Heñoi (“germinar”).
“Y si Paraguay es tan dependiente [de empresas extranjeras] para algo tan básico como la comida”, añade Franceschelli, “significa que este es un país subordinado”.
Tras una intensa campaña de megafusiones desde 2016, un pequeño grupo de solo tres supercorporaciones (Bayer-Monsanto, DowDuPont y Chemchina-Syngenta) ahora controlan más de la mitad del mercado mundial de semillas.
Estos gigantes de semillas y agroquímicos también están activos en Paraguay, donde se les permitió plantar las variedades transgénicas de maíz, algodón y soja.
Guerrero me dijo que las semillas nativas crecen sin insecticidas, mientras que algunas semillas transgénicas pueden “producir una linda planta, con lindos frutos, pero si recoges las semillas y las plantas otra vez, no germinan. No podés reutilizar sus semillas y tenés que comprarlas cada vez”.
Lo que ella describió parece ser el efecto de una controvertida modificación genética que produce semillas estériles una vez que la planta ha dado sus frutos.
Estas se llaman a veces ‘semillas Terminator’, y algunas ONG y organizaciones rurales advierten de que el uso de las Tecnologías de Restricción de Uso Genético (GURT) puede desplazar a las variedades nativas y amenazar la seguridad alimentaria local.
Paraguay también es un signatario de la Convención de la ONU sobre Diversidad Biológica, que en 2000 recomendó una moratoria de facto sobre las pruebas de campo y las ventas de estas semillas 'terminator'.
Se cree que las principales compañías de semillas del mundo tienen patentes para tales tecnologías, aunque niegan que se ocupen en ellas.
Monsanto, por ejemplo, ha dicho que "nunca ha comercializado una característica biotecnológica que diera como resultado semillas estériles o Terminator” en los cultivos y afirma que no tiene “ningún plan o investigación que viole este compromiso”.
© Maria Sanz DominguezCeferina Guerrero en Chacore, Paraguay.
Paraguay también es un signatario de la Convención de la ONU sobre Diversidad Biológica, que en 2000 recomendó una moratoria de facto sobre las pruebas de campo y las ventas de estas semillas 'terminator'.
Se cree que las principales compañías de semillas del mundo tienen patentes para tales tecnologías, aunque niegan que se ocupen en ellas.
Monsanto, por ejemplo, ha dicho que "nunca ha comercializado una característica biotecnológica que diera como resultado semillas estériles o Terminator” en los cultivos y afirma que no tiene “ningún plan o investigación que viole este compromiso”.
Actualmente, Paraguay también está siendo presionado para que adopte el polémico convenio sobre las semillas ‘UPOV 91’ como parte de un acuerdo de libre comercio que está siendo negociado entre la Unión Europea y el bloque comercial sudamericano Mercosur.
Las asociaciones campesinas temen que esto podría desatar la persecución judicial de los campesinospor compartir o intercambiar sus semillas nativas , ya que no podrán cumplir con los requisitos para registrar sus semillas bajo este convenio.
Durante la última década, Conamuri ha desarrollado sus propios proyectos de ley para proteger las semillas nativas y criollas (que no son nativas sino que se han adaptado a las condiciones locales durante siglos). Estos proyectos fueron rechazados en 2012, poco después del proceso de destitución del presidente Fernando Lugo (quien se consideraba proclive a aceptarlas).
“Entonces entendimos que el poder político era inestable, así que darle al gobierno control sobre nuestras semillas no era una garantía de protección sobre nuestra soberanía y seguridad alimentaria” explica Perla Álvarez, de Conamuri. “Las semillas tienen que estar en las manos de los y las campesinas”.
“Los y las campesinas conservan poder en su estilo de vida tradicional” cuenta Franceschelli, de la ONG paraguaya Heñoi, desde el poder de una nutrición saludable y una gestión sostenible de las tierras, hasta “vivir sin depender de las empresas”.
“La resistencia contra la estandarización y globalización se encuentra en las comunidades rurales e indígenas alrededor del mundo. Y esta resistencia es más fuerte en las mujeres”.
En todo Paraguay, ante la expansión de la agricultura industrial, los cultivos transgénicos y las patentes de semillas, las campesinas como Guerrero lideran la lucha para salvar las variedades nativas antes de que sea demasiado tarde.
Están produciendo ‘fertilizantes verdes’ que ayudan a las tierras de cultivo a recuperarse para la siguiente temporada, y enseñan a otros que la agricultura ecológica tiene en cuenta los ecosistemas naturales y promueve la siembra de diversos cultivos.
Cuidadosamente etiquetan los contenedores que almacenan las mismas variedades de maíz que sus abuelas cocinaban hace tiempo. También están redescubriendo y preservando semillas nativas que no han sido utilizadas en muchos años.
© Maria Sanz DominguezSemillas nativas en un intercambio de semillas en Asunción, Paraguay.
En Chacore, Semilla Róga ("la casa de las semillas") es un proyecto Conamuri que recibe mensualmente a campesinos de todo Paraguay para intercambiar y aprender a preservar variedades de semillas nativas y criollas.
Aquí, Guerrero enseña técnicas sobre cómo cultivar alimentos sin pesticidas ni insecticidas. También tiene su propia tienda de semillas en casa, conservando más de 60 variedades de semillas que comparte con sus vecinos.
“Desde el comienzo de la agricultura”, explica, “las semillas nativas estuvieron asociadas a las mujeres, que fueron las primeras en recolectarlas, guardarlas y plantarlas”.
El proyecto Semilla Róga también tiene como objetivo preservar el conocimiento y las tradiciones de las comunidades que usan semillas nativas.
“Cada variedad de maíz es adecuada para un tipo diferente de comida, y pertenece a un grupo de población diferente,” añade.
“Por ejemplo, indígenas como los avá y mbya guaraní utilizan maíz de colores para sus rituales, así que la planta también tiene un valor cultural.”
En Paraguay, las medicinas naturales derivadas de las semillas no germinadas también son populares y a menudo se usan como alternativas más baratas
a los fármacos convencionales. (La semilla del cilantro, por ejemplo, se usa para aumentar las defensas naturales después de una enfermedad).
“Si perdemos el kuratu [cilantro], si perdemos el andai [una variedad local de calabaza], estamos perdiendo medicina, y estamos perdiendo también nuestra comida, una parte de nuestras tradiciones como campesinos, y una parte de nuestra cultura y nuestra identidad”, remarca Guerrero.
© Maria Sanz DominguezLas semillas nativas son recogidas y clasificadas por lxs integrantes de Conamuri.
Mientras sujeta una gran mazorca de maíz nativo de color rojo, Guerrero explica que éste debe cosecharse cuando hay Luna llena y la atmósfera es menos húmeda. Me enseña cómo tomar las pequeñas semillas en cada extremo para comer, y me explica que las que están en el centro, por el contrario, serán almacenadas para plantarlas en la siguiente temporada.
“Algunas personas me preguntan cuántos dólares me gasto al día. No entiendo esa pregunta, porque produzco lo que necesito, y por semanas no me gasto un dólar”, cuenta Guerrero. “Si tienes semillas en casa, nunca vas a pasar hambre”.
Por Maria Sanz Dominguez
* Este artículo forma parte de la serie sobre derechos de las mujeres y justicia económica de Open Democracy 50.50 e AWID, que muestra historias sobre el impacto de las industrias extractivas y el poder corporativo, así como la importancia de la justicia fiscal sobre los derechos de las mujeres, transexuales y activistas disidentes del género.