Resulta difícil concebir el amor libre, despojado de las normas del amor romántico, tan arraigado en nuestra sociedad acostumbrada a la monogamia. Esto resulta aún más paradójico al pensar en las relaciones atravesadas por el presente, por los celulares, por las tildes azules, por las últimas conexiones: una concepción cuasi tangible del amor, como si se tratara de algo visible y medible, impulsado con un sonido de celular, cuasi como si de un botón se tratara; apagado por una respuesta tardía; sostenido en la ansiedad y en la especulación. Nos encontramos frente a una idea generalizada de las relaciones amorosas como meras acumulaciones de contratos implícitos: contratos silenciosos (a veces ruidosos) de fidelidad, de compromiso, de exclusividad. Así lo conciben y experimentan muchos. Sin embargo, durante 50 años, en el siglo XX, una pareja conformada por dos grandes filósofos desafió los conservadurismos burgueses, dando lección sobre amor libre, compañerismo y libertad sexual.
Simone de Beauvoir (1908-1986) y Jean-Paul Sartre (1905-1980) fueron dos grandes exponentes de la filosofía y del existencialismo. A pesar de su formación burguesa, ambos lucharon y se solidarizaron con los hechos más relevantes de su época, siendo críticos de la sociedad burguesa y de sus instituciones: “Lejos de separarnos de nuestra época, nuestro anarquismo emanaba de ella”, escribió Beauvoir en La plenitud de la vida.
Simone fue una de las pioneras y referentes del feminismo, y Sartre, de la filosofía existencialista, y en paralelo a sus grandes logros académicos e intelectuales, ambos construyeron en su intimidad una relación muy adelantada a su época, constituyéndose como una pareja abierta, referentes del “amor libre” del que tanto se habla, pero que aún representa un tabú para nuestra sociedad conservadora y monógama.
Ambos tuvieron una relación manifiestamente abierta, basada en el amor, la libertad y la confianza, que duró alrededor de medio siglo, hasta que la muerte de Sartre los separó. No tuvieron hijos ni contrajeron matrimonio. Ambos tenían relaciones con otras personas e, incluso, llegaron a compartir amantes. Simone, abiertamente bisexual, mantenía contacto con mujeres y hombres, mientras que Sartre estaba con muchas mujeres. A su vez, ambos solían estar con jóvenes estudiantes.
Una relación basada en la libertad, contra los conservadurismos burgueses
Beauvoir y Sartre se conocieron en París en 1929, mientras estudiaban Filosofía en la École Normale Supérieure. Ella tenía 21 años y él, 24. Allí nació su historia: ambos escribían juntos y tenían charlas interminables en los bares de Montparnasse. Compartían el gusto por la literatura, bebían y consumían píldoras estimulantes y sedantes, y tenían una conexión tan profunda que Simone de Beauvoir llegó a confesarle a uno de sus amantes que “más que amor, era una amistad íntima”. Desde entonces, comenzaron una relación basada en el amor, el respeto, la admiración mutua y la libertad individual y sexual.
Sobre Sartre, Simone escribió: “Una gran suerte acaba de dárseme. Bruscamente, ya no estaba sola. Hasta entonces, los hombres que me habían interesado eran de una especie diferente a la mía. Me era imposible comunicarme con ellos sin reserva. Sartre respondía exactamente a mi voto de los quince años: era el doble en quien reencontraba, llevadas a la incandescencia, todas mis manías. Con él, podría simplemente compartirlo todo. Cuando lo conocí, supe que nunca más saldría de mi vida”.
Por su parte, en una de las cartas dedicadas a su amada, Sartre escribió a los 24 años: “Mi querida chiquilla, esta noche te amo en una manera que aún no conoces en mí: no me encuentro ni agotado por los viajes ni envuelto por el deseo de tu presencia. Estoy dominando mi amor por ti y llevándolo hacia mi interior como elemento constitutivo de mí mismo. Esto ocurre mucho más a menudo de lo que lo admito frente a ti, pero rara vez cuando te escribo. Trata de entenderme: te amo mientras prestas atención a cosas externas. En Toulouse, simplemente te amaba. Esta noche te amo en una tarde de primavera. Te amo con la ventana abierta. Eres mía, y las cosas son mías, y mi amor altera las cosas a mi alrededor y las cosas a mi alrededor alteran mi amor”.
En su obra Carnéts (1940), Sartre explica que la naturaleza de su relación se basaba en la idea de que existían dos tipos de sexualidad: el amor necesario y los amores contingentes. Simone era su amor necesario y todas las demás, entre las que se pueden contar a Michelle, Arlette, Evelyne y Wanda, eran los contingentes. Estos amantes, de ambos lados, eran pasionales e importantes, pero siempre secundarios.
Entre las amantes de mayor importancia de Sartre, se encuentra Arlette y, entre los de Beauvoir, Sylvia. Ambos adoptaron a sus respectivas amantes como hijas. De esta forma, Arlette se convirtió en heredera de la obra de Jean-Paul; y Sylvia fue quien publicó las cartas personales de Simone en 1990, cuatro años después de su muerte.
Ambos decidieron, desde un principio, tener una relación fuera de lo convencional. Nunca se casaron, aunque Sartre, en su momento, le propuso matrimonio a su compañera, quien lo rechazó. En El segundo sexo (1949), Simone expone claramente su opinión sobre el matrimonio, que condujo a ese rechazo: “La maldición que pesa sobre el matrimonio consiste en que, con excesiva frecuencia, los individuos se unen así en su debilidad, no en su fuerza, y en que cada cual exige al otro, en lugar de complacerse en darle”.
En el mismo libro, también habla sobre la maternidad, “es un señuelo aún más decepcionante soñar con alcanzar a través del hijo una plenitud, un calor y un valor que no ha sabido uno crear por sí mismo; eso no aporta dicha más que a la mujer capaz de querer desinteresadamente la felicidad de otro, a aquella que, sin reciprocidad, busca una superación de su propia existencia. Desde luego, el hijo es una empresa a la cual puede uno destinarse valederamente; pero no más que cualquier otra representa una justificación en sí misma; es preciso que sea deseada por ella misma, no por unos hipotéticos beneficios”.
Ambos se amaban profundamente y, aunque por momentos mantenían la distancia y cada uno hacía su vida, nunca dejaron de estar juntos y en contacto. En La plenitud de la vida (1961), Simone cuenta que Sartre le propuso firmar un contrato de dos años, donde acordaban que vivirían juntos durante ese tiempo en “una intimidad lo más estrecha posible”, y luego se separarían por dos o tres años, para encontrarse después en algún lugar del mundo y reanudar “durante un tiempo más o menos largo, una vida más o menos en común”. De esta forma, nunca serían un extraño el uno para el otro y nada sería más fuerte que esa alianza, que no se debía degenerar ni en obligación ni en costumbre. Simone aceptó la propuesta. “La separación que encaraba Sartre no dejaba de asustarme; pero se diluía en la lejanía y yo me había propuesto no entorpecerme con preocupaciones prematuras (…) lo que me ayudaba es que ya había probado la solidez de las palabras de Sartre. Con él un proyecto no era un parloteo incierto, sino un momento de realidad. Si un día me decía ‘cita de aquí a 22 meses a las 17 horas sobre la Acrópolis’, estaba segura de encontrarlo en lo alto de la Acrópolis a las 17 horas exactamente, 22 meses más tarde (…)”.
Posteriormente, sobre este contrato, Beauvoir expresaría que “revisamos nuestro pacto y abandonamos la idea de un contrato entre nosotros. Nuestra unión se había estrechado (…). No nos juramos fidelidad, pero nos sabíamos el ser más importante para el otro”.
Este amor incondicional también lo demuestra la siguiente carta, escrita por Sartre, a los 10 años de conocer a Beauvoir: “Si usted se acostara en este estrecho jergón, a mi lado, me encontraría muy a gusto y se me derretiría el corazón. Pero no será así y tendré que oír los ronquidos sonoros de alguien. Ay, amor mío, cómo la amo a usted y cómo la necesito. La amo con todas mis fuerzas (…). Estoy algo nervioso, porque empiezo a esperar sus cartas con esfuerzo. Piense usted, por favor, que desde el sábado no he recibido ninguna. Hace diez años que la conozco y es la primera vez que ocurre esto. Amor mío, cómo me gustaría recibir noticias suyas. Mi encantador Castor, que ya me ha ofrecido diez años de felicidad, la amo a usted y la beso con todas mis fuerzas”.
Su relación se basaba en la confianza y en la honestidad. Ambos pactaron que no se mentirían ni disimularían nada. De esa forma, hablaban abiertamente de sus otras relaciones e, incluso, llegaron a compartir amantes. Esta honestidad se puede ver en la siguiente carta de Beauvoir a Sartre, donde le cuenta sobre su relación con uno de sus “amores contingentes”: “Querido pequeño ser, quiero contarle algo extremadamente placentero e inesperado que me pasó: hace tres días me acosté con el pequeño Bost. (…) Una noche lluviosa, en una granja de Tignes, estábamos tumbados de espaldas a diez centímetros uno del otro y nos estuvimos observando más de una hora, alargando con diversos pretextos el momento de ir a dormir. Al final me puse a reír tontamente mirándolo y él me dijo: ‘¿De qué se ríe?’. Y le contesté: ‘Me estaba preguntando qué cara pondría si le propusiera acostarse conmigo’. Y replicó: ‘Yo estaba pensando que usted pensaba que tenía ganas de besarla y no me atrevía’. Remoloneamos aún un cuarto de hora más antes de que se atreviera a besarme. Le sorprendió muchísimo que le dijera que siempre había sentido muchísima ternura por él y anoche acabó por confesarme que hacía tiempo que me amaba”.
En 1973, Sartre comenzó a sufrir una ceguera, que habría sido causada por el consumo de anfetaminas. En los momentos en que su salud peligraba, Simone declaró que “ha habido en mi vida un triunfo seguro: mi relación con Sartre. En más de treinta años, sólo una noche nos hemos dormido desunidos. Este largo gemelazo no ha atenuado el interés que prestamos a nuestras conversaciones… la desgracia es la única cosa nueva e importante que puede sucederme. O veré a Sartre muerto, o moriré antes que él”.
Finalmente, Sartre muere en 1980, a causa de un edema pulmonar. En su libro La ceremonia de los adioses (1981), dedicado a los últimos años compartidos con su compañero, Simone de Beauvoir expresó que “su muerte nos separa. Mi muerte nos volverá a reunir. Mejor así: ya es hermoso que nuestras vidas hayan encajado durante tanto tiempo”.
Beauvoir murió en 1986, a los 78 años. Ambos están enterrados en una tumba común en el cementerio de Montparnasse.
Por Giuliana Gatti
Fuente: La tinta