El rechazo, la menstruación, los machirulos, sororidad, lecturas recomendadas, mansplaining… El cuerpo y la cabeza de una feminista que relata su cambio de piel personal hacia uno más empoderado y libre de patriarcado. Con un manifiesto que revela la fascinación por las reptiles que se reconstruyen, La Cope desenvuelve sus encantos con humor y sin estereotipos.
¿Por qué víboras?
Hay más de tres mil especies de víboras en todo el mundo. Diversas, pero todas dueñas de la majestuosa habilidad de lubricar sus cuerpos para desprenderse de una piel que ya no les pertenece.
La transformación es un don pero también una forma de supervivencia que nosotras, las mujeres, las tortas, las trans, las negras, las putas, las travas, las gordas, conocemos muy bien. Nosotras, disminuidas en nuestro valor por las texturas de nuestra piel, por el volumen de nuestra voz, por la irreverencia de nuestras palabras. Nosotras, las conchudas, las malcogidas, las resentidas, las desobedientes, las bichas.
Las víboras. Condenadas a devorarnos entre nosotras, aprendimos a conectarnos aún sin conocernos. Nos encontramos, mágicas, elevadas desde nuestra emocionalidad y nuestro erotismo, y mutamos con la energía heredada de las brujas. Sabias. Fuertes. Pensantes. Unidas.
Víboras. Nosotras también lubricamos nuestros cuerpos a fuerza de lágrimas y orgasmos y soltamos la pesada mochila para poder ser lo que nunca nos permitieron.
Nosotras reivindicamos nuestro derecho a crear nuestros propios caminos, a ser dueñas de nuestro destino, a ser merecedoras de todos los goces y todas las libertades. Nosotras reivindicamos nuestro derecho a ser víboras.
Víboras las que treparon y llegaron, pero también las desaparecidas. Las abuelas con sus arrugas de acero y el espíritu tenaz que flamea en un pañuelo blanco. Y las pibas que cantan a los gritos en su envoltura de glitter verde. Las pibas, que van a ser nuestras jefas, nuestras diputadas, nuestras presidentas. Víboras las madres protectoras de niñes abusades, y las abusadas, en sus propias camas o con el uniforme del colegio, sobrevivientes de la tempestad, que hibernan para renacer impetuosas y tenaces.
Víboras, frágiles, vulnerables, sedientas de goce y placer, de amor y de besos que no duelan, de un sexo que se cobra si así lo decidimos. Sedientas de decidir y de abortar la culpa que nos genera vivir en una sociedad que nos condena por ser víboras. Víboras que pudieron contar por primera vez que abortaron esa tarde que acompañaron a su hija a abortar. Todas las que elegimos escapar de la agonía con un mensaje que dice “No sé qué haría sin ustedes, amigas, las amo”.
Por todas, por nosotras, las víboras miramos a los ojos a nuestros depredadores y nos tragamos nuestro propio veneno, para que sepan que podrán vernos tristes y desesperadas pero no pueden destruirnos.
Porque aunque muertas, viviremos en la nueva piel de nuestras hermanas.
Porque aunque muertas, nadie puede detener este inmenso mar de víboras.
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Fuente: Página/12