octubre 28, 2018

El encuentro con la Bruja.

Silvia Federici, la célebre autora de El Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, acaba de editar aquí El patriarcado del salario (Tinta Limón) y vino tanto a ponerle el cuerpo a ese nuevo libro de crítica feminista al marxismo como a entretejerse en las luchas de las que se siente parte y que son pura potencia en nuestro territorio. Se reunió con la Intersindical feminista, recorrió la villa 21-24 acompañada de miles que se habían preparado leyendo sus textos, estará esta misma tarde de viernes compartiendo una asamblea Ni Una Menos en la CTEP. Incansable y generosa, seguida por multitudes que dan cuenta de la sed por hacer más compleja la lucha cotidiana, Federici explica como pocas esa frase que le pertenece y que resignifica en cada experiencia que comparte: “Eso que llaman amor es trabajo no pago”. Y por eso revolución será la que tire de una vez las paredes de la casa donde cada una está aislada.

Imagen: Jose Nico

Silvia Federici es la “bruja mayor” y está de visita en Argentina. Así se la presentó el martes pasado en la mesa de la Intersindical Feminista, donde más de cincuenta dirigentes se reunieron en la Federación Gráfica Bonaerense, en la mítica sede de la Avenida Paseo Colón. Viviana Benítez, anfitriona, y Natalia Fontana (Aeronavegantes-CGT) estuvieron a cargo de abrir la conversación que se inició con la narración de los paros de mujeres, lesbianas, trans y travestis: desde octubre de 2016 a los 8 de marzo de 2017 y 2018; cómo se logró la conformación de esta confluencia transversal a las cinco centrales de trabajadorxs; la oposición conjunta a la reforma laboral que, encubierta con lenguaje de género, fue propuesta por el gobierno justamente el 9 de marzo último. Y siguió el enhebrado de consignas: #NosotrasParamos, #NiUnaTrabajadoraMenos y #NoEnNuestroNombre, también como mojones de una historia compartida, de una riqueza organizativa. Más aún: lo que se abrió como debate es de qué manera esta intersindical implica una nueva manera de pensar el sindicalismo, de discutir internamente, de sostener alianzas, de acumular fuerza. 

Silvia Federici, mundialmente conocida por su libro El Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (Tinta Limón, 2011), subrayó que es una experiencia inédita y retomó la consigna #TrabajadorasSomosTodas: dijo que le fascina porque “crea un terreno común” y “rompe la división” histórica entre trabajo doméstico y trabajo extra-doméstico. Desobedece así, dijo, a la “subordinación sistemática del trabajo de las mujeres, tanto del trabajo doméstico no pago como del extradoméstico pagado de forma siempre más baja”. “Además trabajadoras somos todas porque nosotras hemos producido a la clase obrera y lo seguimos haciendo con nuestro trabajo: criamos a la fuerza de trabajo. Pero la violencia que necesita el capital exige que se nos desconozca, que se nos invisibilice. ¿Por qué si el trabajo de reproducción que permite la vida es tan importante es invisibilizado? ¡Justamente por eso: porque es tan importante! Si ese trabajo de cocinar, hacer compras, cuidar, limpiar, criar, debiera pagarse, no habría beneficio para el capital”, dijo Federici ampliando esa frase que se ha difundido en grafittis y hashtags: “Le dicen amor, pero es trabajo no pago”. #TrabajadorasSomosTodas saca de la invisibilidad ese trabajo gratuito y obligatorio, nos reconoce a todas como productoras de valor y a la vez permite denunciar la jerarquía que impone su desconocimiento sistemático. Esa división sexual del trabajo es forzosa: es lo único que permite que haya una acumulación de capital a costa del sometimiento del trabajo reproductivo realizado especialmente por mujeres y sujetos feminizados. Federici lo describió en imágenes, como un saber en el cuerpo de cada una: “Cualquiera de ustedes sabe que cómo llegan a trabajar depende mucho de cómo logran arreglar quién cuide a sus hijxs, cuándo pudieron o no hacer las compras, dejar la comida preparada, quién va ir a buscarlxs a la escuela y así un montón de tareas más, y cualquiera de ustedes sabe que cuando ‘vuelven’ del trabajo, el trabajo continúa dentro de la casa. Ustedes tienen ese saber y por eso son las indicadas para romper la ‘sectorialización’ del trabajo que recorta el sindicato entre trabajadoras y no trabajadoras. Necesitamos organizaciones sindicales que se hagan cargo de la reproducción de la vida en general”. 

Federici historizó la función de los sindicatos: dijo que siempre se los quiso oponer a la casa y a la comunidad o al barrio, confinando así cuál era el único trabajo “reconocido”. Vinculó de este modo el concepto de “patriarcado del salario” (título del libro que vino a presentar, recién editado por Tinta Limón y motivo de esta gira con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo) al trabajo sindicalizado. “Las feministas hemos estudiado y comprendido, haciendo una revolución teórico-política que el salario es sobre todo una herramienta política, que construye jerarquías entre quienes cobran y quienes no cobran salario. Como herramienta de producción de desigualdad, ha servido para que los hombres se conviertan en los patrones dentro de las casas. El salario, al reconocer sólo una parte del trabajo, invisibiliza todo un mundo fundamental de tareas, que son imprescindibles para la reproducción del capital”.

Carolina Brandariz (Secretaria de géneros de UTE-CTERA) subrayó el “aggiornamiento neoliberal” bajo el lenguaje de género como una preocupación que se está combatiendo en el plano de políticas públicas y en particular la situación de las escuelas y lxs docentes. Federici varias veces remarcó la importancia de las luchas alrededor de la escuela: dijo que es un “sector estratégico porque son un punto de unión entre el mundo del salario y el mundo del hogar”. Silvia León (secretaria de género de la CTA-Autónoma) señaló el avance de que los feminismos se crucen con las luchas del movimiento obrero, y hablar del movimiento obrero desde la lucha feminista. Las cifras que lanzó la autora italiana también explican su entusiasmo con esta intersección sindical: “En Estados Unidos hoy sólo el 9% de lxs trabajadores están sindicalizadxs. Se presume que para 2050 no habrá más sindicatos. Sin embargo, hoy los sindicatos están siendo revitalizados por trabajadorxs migrantes”. 

La hora se pasaba veloz, pero Federici dijo que no tenía apuro y volvió a responder con preguntas: “La cuestión es qué hacer cuando salimos a trabajar fuera de la casa, es decir: ¿cómo salimos con más poder? Esto implica tanto cambiar el valor del trabajo doméstico como conseguir recursos para salir de la casa y también poder valorizar el trabajo extradoméstico que hacemos las mujeres, porque siempre se nos paga menos”. Se refería así también a algunas de las cuestiones que ella y otras militantes feministas lanzaron en los años 70 con la campaña por el salario doméstico. Se trató de una iniciativa que empezó en Estados Unidos pero que rápidamente se volvió internacional. “En ese entonces, igual que ahora, denunciamos que la violencia doméstica se naturaliza porque es parte del disciplinamiento del trabajo doméstico”. Ahora, además, “frente a la pérdida de poder de los varones en el ámbito laboral y sobre todo al mayor deseo de autonomía de las mujeres, agregó, recrudece su violencia en los hogares”.

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Por entonces, se multiplicaron las discusiones que a Federici le resuenan con otras que se dan hoy. Por ejemplo: “nuestra preocupación era destruir la división entre las mujeres trabajadoras y las ‘otras’? ¿Quiénes eran las otras? Por entonces eran las mujeres afrodescendientes que cobraban subsidios y que por eso no eran consideradas ‘trabajadoras’, y aun más: se quería decir que lxs trabajadorxs ‘financiaban’ los subsidios de la población que ‘no trabajaba’”. Además de sonarnos a todas como un argumento actual que se escucha aquí también, queda claro así lo que señalaba antes: de qué modo el salario funciona como una herramienta de jerarquía y exclusión y como, en general, esa jerarquía opera de modo racista y clasista.

Magdalena Roggi (integrante de la Secretaría de la Mujer y la Diversidad de CTEP) contó la importancia decisiva de las trabajadoras de la economía popular en el entramado y la organización de los paros feministas y también del debate sobre la conversión de los subsidios en “salario social” y la propia inclusión de la CTEP como herramienta gremial en articulaciones sindicales formales. De modo preciso relató el tipo de tareas que las mujeres realizan en los territorios “inventando modos de trabajo” y su relación histórica con las luchas piqueteras. Belén Sotelo, en representación de docentes universitarixs, hizo hincapié en el carácter internacionalista del movimiento. En relación a eso, Federici apuntó al internacionalismo “como dimensión estratégica del feminismo” y que ahora esa dinámica, insistió, está dada por las huelgas feministas y por las trabajadoras migrantes. “Ambos son los elementos más dinámicos de internacionalización de las luchas, por eso también son los más atacados y criminalizados”.

Las intervenciones se sucedían: Gabriela Reartes, del sindicato de mujeres rurales, contó las condiciones durísimas de trabajo en la cosecha de tabaco en el norte del país; Evangelina Ortiz de Dragado y Balizamiento, habló del prejuicio en el mar de que suban mujeres a los barcos y que el “chiste” es que deben dormir con un cuchillo debajo de la almohada; Patricia Rodríguez, del sindicato de Maestranza contó las violaciones a las trabajadoras en espacios de trabajo; Ana Lemos, del sindicato de ladrilleros detalló la escasa composición de mujeres en el gremio y la lucha que están llevando adelante para cambiar esta situación. También se narraron victorias recientes: María Laura Da Silva (Sipreba) levantó aplausos al mencionar la reincorporación de lxs trabajadorxs de la agencia pública de noticias Télam. Estaban también trabajadoras de la salud, docentes privados, judiciales y bancarias. Clarisa Gambera (secretaria de Género electa en la CTAA Capital) puso un punto de debate al contar cómo “la desobediencia tiene costos dentro del sindicato”, ya que la dinámica de fuerza feminista tensiona espacios históricamente marcados por su verticalidad y liderazgo machista: “Hoy hay muchos varones que festejan nuestras luchas e inmediatamente nos dicen qué tenemos que hacer; nosotras construimos poder y salimos de la soledad en la que muchas estábamos dentro de los sindicatos, por eso sabemos de lo estratégico de esta alianza entre feminismo y sindicalismo, no la vamos a dejar de lado”. 

Federici retomó muchas de estas problemáticas. Se detuvo especialmente en la cuestión de la “autonomía organizativa”, para aclarar por qué autonomía no es lo mismo que separatismo ni fragmentación. “Hay que distinguir entre un llamado a la unidad que es artificial porque encubre relaciones de poder y por tanto consagra jerarquías, respecto de la unidad como horizonte que se puede articular desde las autonomías organizativas pero que no desconoce una realidad que está jerárquicamente establecida”, subrayó. Luego contó lo que significó en los años 70 la ruptura dentro de grupos mixtos, lo cual permitió una explosión de creatividad del feminismo, de sus modos de luchar y pensar la transformación de cada espacio de la vida: “Fue una experiencia riquísima, porque entre nosotras no teníamos ya miedo de que nos ridiculicen por decir alguna cosa, no nos daba culpa no saber tal otra, y a la vez empezamos a politizar toda una red de cuestiones que se decían ‘privadas’ pero que no son privadas porque todo el mundo opina qué hacer sobre ellas: desde amamantar al sexo, desde la menstruación a la crianza”. La cuestión vuelve a insistir una y otra vez: ¿cómo se construye fuerza dentro y fuera del sindicato pero una y otra se conectan rompiendo jerarquías? 

SOSTENER LAS LUCHAS

Por la tarde noche del mismo martes, nos vamos a Flores. Se presenta su libro junto a la filósofa y activista mexicana Raquel Gutiérrez Aguilar. La escena emociona: un escenario callejero desbordado de gente a lo ancho y a lo largo, una feria feminista de libros y revistas, una feria popular de artesanías y comidas, la luna llena que compite y gana contra los faroles que alumbran el pavimento. “Acá no hay solo palabras, dice Federici. Acá hay una trama, y eso es porque hay un movimiento”, dice mientras nos adentramos en la marea de gente que no para de acercársele con regalos, plantas, libros, pidiendo una foto, un autógrafo, una entrevista. 

La pregunta que enmarca el encuentro es enorme y cuelga sobre las paredes de la escuela de oficios CFP24: ¿Qué significa estar creando otro mundo? Su charla va al punto-pregunta varias veces: “Estamos pensando cómo cambiar el mundo pero ya lo estamos cambiando. Lo importante es ‘desmitificar’ una cierta idea de política. En nuestras luchas, construimos otro poder y redefinimos qué es política. Y sobre todo entendimos algo fundamental: que lo político pasa por la cocina y por la cama. Una perspectiva feminista es una mirada que cambia la totalidad de la sociedad. No puede cambiar sólo una parte”. Habla de la insurrección feminista en marcha, de la importancia de cómo ha circulado lo que pasa en particular en Argentina y más en general en América Latina a otras latitudes. “Es importante pensar cómo se reproducen estas luchas, cuáles son las tramas que las sostienen, también ahora cuando se ve claro el tipo de ofensiva, cuando se las quiere aislar. Desde el feminismo hay una clave que consiste en que sabemos dar continuidad a la lucha no sólo cuando es callejera, sino en cada lugar que habitamos. Por eso decimos también que en general empieza contra los hombres de nuestras familias que son los primeros que nos controlan”. Federici una vez más apunta a los enemigos: “vemos muy claro quiénes quieren domesticar la agenda feminista. Hay un feminismo institucional que ha usado nuestra agenda para integrar precarizadamente a las mujeres a la máquina de trabajo de la economía global. Y luego está la Iglesia: yo me pregunto cuándo el Vaticano se va a responsabilizar de todas las mujeres y herejes que persiguió y quemó. Hoy la iglesia está perdiendo su autoridad moral porque la pedofilia es un escándalo global que no puede ocultar. Además de sus negocios con las farmaceúticas: ganan con los anticonceptivos y se oponen al aborto”. Las preguntas fueron muchísimas: desde que profundice su noción de trabajo sexual –al que reconoce como tal– al papel de los varones en las luchas; del derecho al aborto al eco-feminismo. Silvia, como en cada actividad, porta su pañuelo verde. Ahora se agrega el pañuelo magenta que dice #NiUnaMigranteMenos que le regalan las compañeras. En el camino de vuelta pregunta si hay canciones del movimiento, y se pone a cantar en italiano las que cuenta que inventaron ellas.

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EL RECORRIDO DE LA MANO DE LAS BRUJAS

El miércoles llueve y de a ratos para. Hay un recorrido minuciosamente organizado por la villa 21-24 y Zavaleta y luego una asamblea armada por la red de organizaciones del barrio (la que se conformó para preparar el paro este último 8M) y el colectivo NiUnaMenos. La red ha tenido varios encuentros de discusión del libro de Federici y se ha armado a la vez el mapa de los puntos del barrio a destacar y un mapa de conceptos, todo entremezclado: qué se piensa desde el barrio. Nos metemos todes por los pasillos inundados, saltando charcos. Llegamos al primer lugar: es la casa de Gilda Cañete, militante de la Corriente Villera Independiente, muerta por caer electrocutada mientras sacaba agua en esos mismos pasillos, después de una lluvia hace unos meses. La emoción y las lágrimas de todas sus compañeras contando quién era, su entusiasmo en las asambleas previas al paro, su inventiva en la idea de “entregar cruda” la comida como fórmula de huelga para las trabajadoras de los comedores, sus siete hijxs. Federici escucha, se conmueve, hay abrazos y el megáfono, a manos de Natalia Molina, de la misma organización, vuelve a decirnos hacia dónde vamos. Luego nos adentramos al corazón-territorio hecho en cerámica que en una pared recuerda el femicidio de Mica Gaona. Se habla de los femicidios del barrio, de las promotoras de género, de cómo hay una red que acompaña y a la vez de que no dejan de sucederse todo tipo de violencias en noviazgos, familias, ex parejas. Paramos en la “posta” de las trabajadoras: auto-construcción, cuidadoras comunitarias, “viales” que cortan el tránsito cuando les niñes salen de la escuela y producen ‘otra seguridad’, recolectoras de basura, enfermeras. Compañeras del Frente Popular Darío Santillán cuentan cuántas horas trabajan, cómo las guarderías autogestivas les permiten a la vez trabajar e ir a la lucha. Marta Baez (CVI) cuenta que después de 53 días de huelga de hambre consiguieron ambulancia propia para el barrio. A la villa no entra la ambulancia ni entra la recolección de basura. “Si no fuera por nosotras, nos moriríamos aun más cuando nos pasa algo y antes nos morimos tapados de basura”, comenta otra de las recolectoras. Mientras volvemos a los pasillos, se escucha a Vladimir, el hijo de una compañera, decir que estamos luchando en un laberinto. Acusa al laberinto del cansancio y, a la vez, convierte los intrincados pasillos que estrecha la sobreocupación en un lugar mítico, del que hay que encontrar la salida.

El final del recorrido es en la plaza, ahí donde antes del 8 de agosto (o de Aborto) se hizo el pañuelazo, y Karen Torres, de Orillerxs, lee el documento que escribieron cuando fueron al Congreso de la Nación a decir “las villeras abortamos”. La frase hoy se estampa en serigrafía, en remeras que también le regalan a la bruja mayor. Llueve de a ratos. En el cielo y en los rostros. Seguimos saltando charcos hasta que llegamos a la asamblea. Silvia vuelve a escuchar a cada una. Dice que le emociona y le da envidia una producción de lo común en condiciones tan difíciles. Qué cómo hacemos para seguir en contacto. “Todo esto es mucha fuerza junta, es inspirador y es una fuente de coraje”. Sigue la conversación y estalla la música de las más jóvenes, que rapean contra el patriarcado. Y Federici, que presta mucha atención a los cantos y en especial al que se entonó al final como despedida, dice que este feminismo va a vencer porque ya está venciendo.


Fuente: Página/12