octubre 25, 2018

“Las putas no nacen de un repollo, nacen de la pobreza”

Entrevista con Alika Kinan, la primera mujer en el mundo en ganar un fallo contra el Estado argentino y los proxenetas que la explotaron sexualmente durante 16 años. Habla del impacto de la prostitución como la suma de todas las violencias de género.

Alika es hoy una de las activistas más reconocidas del mundo contra la trata y la explotación sexual.


Han pasado seis años desde que Alika Kinan escapó de la prostitución y todavía dice que sus dolores son muy hondos. Conversando con ella es difícil imaginar algún rastro de debilidad. Alika es hoy una de las activistas más reconocidas del mundo contra la trata y la explotación sexual.

Durante 16 años fue víctima de explotación sexual en un bar de Tierra del Fuego (Argentina) al que llegó engañada. Y su caso es recordado en los estrados judiciales porque es la primera sobreviviente de trata que ganó un fallo contra los proxenetas, y el Estado ordenó una indemnización “como forma de reparación por los derechos violados”.

En esta entrevista conversamos sobre su vida y activismo, la razón por la que ha venido a Colombia para hablar de su experiencia como sobreviviente de explotación sexual con magistrados y funcionarios, a propósito del debate que se adelanta en la Corte Constitucional para saber cómo se debe regular el uso del suelo de los prostíbulos.

¿Por qué para usted la prostitución no se puede desligar de la explotación sexual y la trata?

Permanentemente la gente busca establecer que son diferentes, y sí son diferentes, pero uno es responsable del otro. Sin prostitución no existiría explotación sexual ni trata y las conexiones que hay entre una y otra son muy fuertes.

¿Por qué vino a Colombia a hablar de estos temas?

He venido a Colombia a propósito del debate que se está dando en la Corte Constitucional y otras entidades del Estado para contar mi experiencia. La prostitución es una de las peores formas de violencia de género que sufren principalmente mujeres y niñas. Entonces, el debate para mí no es si reglamentamos o no la prostitución.

¿Cómo llegó usted a la prostitución?

Yo llegué a Tierra del Fuego, Argentina, captada primero por varios proxenetas porque estaba en una situación de extrema vulnerabilidad. Y cuando hablo de eso hablo de hambre, de miseria. No es algo ficticio o filosófico. A mí me dijeron que iba a la inauguración de un bar, un boliche, pero yo no tenía idea de qué tenía que hacer.

¿Por qué no cree que la prostitución es un trabajo?

Las putas no nacen de un repollo, nacen de la pobreza. ¿Qué Gobierno admitiría que yo siendo pobre dijera: ya vengo, voy a vender mi hígado, lo hago bajo mi consentimiento y necesito alimentar a mis hijos? ¿Por qué si no podemos vender las córneas, ni el hígado, ni los pulmones sí podemos vender nuestras vaginas? ¿Por qué son exclusivas de las mujeres?

¿Se puede hablar de decisión consentida en la prostitución?

No, además, no se trata de decisiones, sino de opciones reales, de circunstancias, se trata de que cuando te penetran más de 30 hombres por día no tienes deseo ni placer, porque quedas anulada. Por eso es que las mujeres que están en prostitución se alcoholizan y drogan, porque necesitan salir de sus cuerpos, porque es sano salir de ese cuerpo mientras está siendo violado. El hombre no paga por sexo, paga por poder, paga para limpiar la culpa después de saber que ha violado. El pago por sexo limpia la consciencia.


¿Cómo recuerda esos días cuando llegó a Tierra del Fuego?

Recuerdo que cuando llegué a Tierra del Fuego lo primero que hicieron fue llevarme a la Policía provincial. Allí me tomaron huellas dactilares, me tomaron datos, se acercaron muchos policías a verme. Yo pensaba en ese momento que eran muy amables. Pero luego entendí que en realidad ellos estaban viendo en qué condiciones estaba mi cuerpo para ser abordado.

¿Tenía controles sanitarios?

Sí, en el municipio de Ushuaia me generaron una libreta sanitaria. Así como los controles que se les hacen a las vacas o a los chanchos para el consumo humano. A mí me hacían un hisopado vaginal cada mes y un análisis de sangre, cada tres meses. Vos podés decir: “Bueno la estaban cuidando”. Pero no. No estaban cuidando mi salud, estaban cuidando la salud de los puteros, de quienes consumen sexo, para que no se enfermen, para que no contraigan un bicho y lo lleven a sus hogares. Porque quien consume prostitución no es una bestia inhumana.

¿Cómo eran los hombres que compraban sexo en Tierra del Fuego?

Eran como cualquiera de los hombres que están sentados alrededor nuestro. Eran los padres de familia, los ejecutivos, los empresarios, los que están en los barcos pesqueros, los que trabajan el campo, los que están en las minas, los militares, los médicos, los jueces, los fiscales, quienes toman decisiones importantes en el país.

¿Siente que hubiera llegado a la prostitución sin engaños?

No sé, porque realmente vos te ponés a pensar, ¿si no me hubieran engañado hubiese dejado de ir? Me hubiese quedado en mi casa, pasando hambre, con mi hermana, abandonada por mis padres. No sé, quizás por el coraje de haber sido violada con cinco años, con ocho, con 14, como me pasó a mí, ¿no hubieras ido tú también? Además, era fácil pensar que de todas maneras los hombres te iban a violar. No sé.

¿Hoy, en la orilla del activismo, interpela a los hombres que pagan por sexo?

Sí, a menudo. Y conozco a varios que se justifican diciendo: “Ay, pero si yo las quiero ayudar”. Yo les respondo como le he dicho a quienes hablan así de las venezolanas que han llegado migrando a Colombia: “Si vos la querés ayudar, dale trabajo; no le metas la pija en la boca, no le metas la pija en la vagina ni en el ano”.

¿Qué más se puede hacer para cambiar esa realidad de miles de mujeres en esa situación?

Los Estados deben reconocer y reparar esas vidas rotas por la explotación sexual. El Estado tiene la obligación de reconocer y reparar el daño, como sucedió en mi caso. Deben ayudar a dar un trabajo real y genuino, para que estas mujeres y niñas puedan fortalecerse y cortar de una buena vez con la explotación sexual, porque es común que las madres, las tías, las abuelas han estado en diferentes formas de explotación sexual y al no resolver su situación terminan condenando a sus propias hijas a la misma cadena de violencia. También se deben hacer campañas que muevan cambios culturales para que se desaliente la compra de sexo.

Por Natalia Herrera Durán - @Natal1aH
Fuente: El Espectador