mayo 28, 2020

Así se reinventa la nueva generación de saharauis atrapada en el desierto

Los campamentos de refugiados de Tinduf, en Argelia, son enormes prisiones al aire libre que concentran gran cantidad de energía humana contenida y malgastada. Los jóvenes encaran como pueden los retos del día a día y la incertidumbre

Al salir de clase, un grupo de estudiantes de la academia de formación profesional para mujeres Afad, pasea por la wilaya. Cristian Sarmiento


Smara bulle de actividad. Son las ocho de la mañana y aprovechando que el sol todavía no aprieta, la vida se ha puesto en marcha. Smara es una de las unidades administrativas que forman los campamentos de refugiados saharauis en el desierto de Tinduf (Argelia). Aquí, más que en otros lugares del mundo, los jóvenes se enfrentan a los dilemas de un presente y futuro inciertos mientras tratan de asentar su identidad en estos asentamientos de refugiados que, pese a su aparente inmovilidad, están en un proceso de cambio. Después de más de 40 años de exilio forzado, la población joven ha comenzado a esbozar sus propias referencias y su particular manera de abordar el conflicto con Marruecos. Larabas Said, por ejemplo, encarna el brote de una singular visión. Recostado en el capó de un desvencijado Mercedes, desgrana los trazos de una guerra latente. Para él, afirma, "el conflicto con Marruecos debe volver a los cauces del enfrentamiento armado".

Tras el armisticio de 1991, que suspendía la guerra iniciada en 1976 (tras la salida de España de los territorios del Sáhara y la posterior ocupación cívico-militar marroquí), el pueblo saharaui representado por el Frente Polisario trató de ganar el derecho al retorno mediante la vía diplomática. Bajo el auspicio de la ONU se debió celebrar un referéndum vinculante sobre el futuro de los territorios ocupados, pero casi tres décadas después, tal iniciativa y la situación siguen estancadas debido al bloqueo que Marruecos impone arguyendo no estar de acuerdo con el censo de votantes y el objeto del referéndum.

En efecto, Larabas es hijo del conflicto y ve con buenos ojos una movilización general si no se logra desbloquear la situación de su pueblo. En realidad, su posición es un ejercicio de pragmatismo porque, en su opinión, la vía pacífica asociada a la diplomacia no ha traído ninguna solución. Por el momento prefiere emplearse en los tambores de coches y camiones que en los tambores de guerra. A sus 25 años, ya ha recorrido las carreteras de media Europa. Trabajó como transportista durante el tiempo que vivió en Bilbao, hasta que decidió volver a los campamentos, para estar cerca de los suyos. Ahora ha cambiado el asfalto por la arena y trabaja como mecánico arreglando coches que conduce hasta Mauritania para venderlos, después de sortear mil y una trabas a través del desierto.
Generación bisagra

Los campamentos saharauis se componen de wilayas, que llevan el nombre de las provincias del Sáhara Occidental, y se asientan en un territorio cedido por Argelia, en el sur del país. Esta zona del desierto, llamada hamada, es una superficie rocosa e inhóspita que se conoce como el desierto en el desierto, por sus condiciones extremas. Así pues, Smara es una wilaya que guarda la memoria de una provincia y de una tierra que les ha sido despojada.

La pérdida es un sentimiento recurrente entre los jóvenes y ello hace que alberguen el temor a perder también la tierra que habitan actualmente, que aunque ajena, han hecho suya. En esta tierra han forjado su identidad y han tendido sus lazos de amistad. Precisamente los círculos de amigos son uno de los pocos espacios en los que los jóvenes pueden tener una socialización efectiva fuera de la familia, ya que una vez se acaba la etapa educativa y debido a la falta de horizontes laborales, las posibilidades de esferas no intervenidas por la familia se reducen.

Por eso, Aziza, Malu, Embatu, Umlajut, Atu y Sbaita afirman que les gustaría volver a su tierra, pero les da miedo la separación. Estas seis amigas, todas ellas con edades comprendidas entre los 18 y los 20 años, estudian en la Escuela Afad, una academia de formación profesional para mujeres. Después de las clases se reúnen a comer en un céntrico restaurante e intercambian impresiones. En estos momentos entre amigas desarrollan un alto grado de libertad y pueden sentirse ellas mismas. El papel de la amistad entre las jóvenes saharauis tiene además el valor de generar espacios seguros y amables donde compartir y explayarse.

Las chicas cuentan que ahora las jóvenes quieren estudiar y formarse, hacer otras cosas que las determinadas por la tradición

No en vano, la presencia social y mediática de la lucha feminista en el mundo también contagia las reivindicaciones cotidianas de las mujeres saharauis. Ahora las jóvenes quieren estudiar, formarse, hacer otras cosas que las determinadas por los roles tradicionales. Históricamente las saharauis han tenido un mayor peso en comparación con la posición de la población femenina en otras sociedades árabes, e impulsadas por esta condición, las mujeres reclaman y se hacen un lugar propio.

Sin embargo, admiten también que hay otras chicas que sí que se ciñen a patrones más tradicionales; las hay que eligen casarse tempranamente. "Lo entendemos, porque sin otra clase de alternativas, contraer matrimonio da la oportunidad de tener más independencia y de comenzar una vida adulta", explica Embatu.

Salka Hamdi, por ejemplo, explica que se casó en cuanto cumplió la mayoría de edad, después de dos años de noviazgo. Su marido es 15 años mayor que ella y trabaja en España todo el año, excepto algunas semanas que viene de visita a los campamentos. Ella es la menor de las hermanas y por eso tuvo que quedarse a vivir con su madre. Esta circunstancia le impidió ir a estudiar a alguna institución argelina de enseñanza superior, aunque ella quería. "Entonces, sin trabajar ni estudiar, hay que casarse", lanza con media sonrisa.

La distancia que padece su relación da pie a hablar sobre una de las grandes transformaciones en los campamentos: la llegada de la tecnología y, en concreto, la de los teléfonos inteligentes. Los jóvenes no se desprenden de sus móviles y en el caso de Salka es una herramienta fundamental para hablar con su marido. Señala el móvil y el corazón: "Mi marido está aquí y aquí".

Wita repasa los álbumes de fotos con los recuerdos de sus viajes a Asturias durante el programa Vacaciones en Paz. Cristian Sarmiento

Antes de la era de la hiperconexión, el único modo en el que los adolescentes saharauis pudieron abrirse al mundo y experimentar de primera mano lo que era vivir en otro país fue con el programa Vacaciones en Paz, que actualmente sigue funcionando (aunque no este 2020 por la pandemia de coronavirus). Mediante esta iniciativa, miles de niños y niñas viajan cada año a España para convivir durante algunos meses con familias de acogida. Wita Alin está a punto de cumplir la mayoría de edad y durante años estuvo yendo a Asturias, donde tejió un vínculo perenne que dura hasta hoy. Ella está muy agradecida de haber podido aterrizar en otro lugar y otra cultura. Hoy, utiliza el móvil, entre otras cosas, para poder comunicarse con su segunda familia. Cuenta que su sueño es ser fotógrafa, aunque por ahora se conforma con exprimir a través de su mirada la realidad que le rodea. Desde su prisma, el entorno árido cobra vida y color.

Al igual que Wita, muchos jóvenes inventan alternativas que dignifiquen su presente y el de los que les rodean. Ese es el caso de Lhaj Lelubib, de 26 años, que abrió el primer puesto ambulante de kebab en Smara, donde también trabaja su primo, Sidi Moh Mulay. Sin reparar en la extraña conjunción de un kebab en un campamento de refugiados, Lhaj cultivó su sueño basado en lo obvio, que a la gente le gusta salir a comer fuera: "Los jóvenes solo buscan cómo vivir, cómo tirar hacia delante". Y él quiere contribuir mejorando la vida de sus compatriotas. Con su inquebrantable ímpetu ve con optimismo el futuro, quiere seguir innovando y, más adelante, su idea es instalar placas solares. Respecto a la vuelta a su tierra, Lhaj lo tiene claro: quiere volver, pero al volante de su restaurante con ruedas. "¡Y por el camino vendo bocadillos!".

Hindu Mani, de 28 años, también vislumbró que el buen comer tiene cabida en cualquier lado. En su caso abrió una pizzería en Auserd, después de recibir un curso de cocina. A los duros inicios le sigue ahora una dulce etapa, con la inauguración de una pastelería en la lejana wilaya de Dakhla. "Al principio mucha gente me dijo que desistiera, que una mujer trabajando no llegaría lejos", recuerda. Pero una vez despegó, venían a pedirle empleo. Hindu se ha convertido en un ejemplo para otras jóvenes, que vienen a presentarle sus propios proyectos.
Resistir y vencer

Una de las alternativas a la que más jóvenes se aferran es el deporte. Musa Salama es director del área de Juventud y Deporte de Smara, y cree firmemente en que el ejercicio no es solamente algo lúdico. "No es para jugar, es para cambiar", recalca. La falta de actividades o alicientes hace que los jóvenes tengan mucho tiempo libre y para Salama, una excesiva ociosidad es perniciosa. Por eso trata de llenar el tiempo libre con deporte. Espera así conectar con los jóvenes y auscultar sus inquietudes y preocupaciones.

Los campamentos de refugiados son enormes prisiones al aire libre y de energía humana contenida

Además, el deporte puede desempeñar un papel mediático, en cuanto la participación de saharauis en grandes eventos internacionales puede tener un fuerte eco, como ocurre por ejemplo con el Sáhara Marathon.

El deporte es un arte en el que se despliegan diversas destrezas, como la capacidad de superación, la disciplina, la entrega o el ingenio de practicar estrategias para sortear y enfrentar al adversario. Todas estas habilidades también son características del pueblo saharaui, que lleva años aplicándolo en la lucha por su pervivencia, tanto en el terreno militar como en el político o el diplomático. Así, batirse en un campo de fútbol o en un cuadrilátero no es sino la extensión de otra confrontación mayor, además de su utilidad obvia para mantener alta la moral o aliviar la asfixiante constatación de estar encerrados en el desierto con un horizonte, asimismo, cerrado.

Los campamentos de refugiados son enormes prisiones al aire libre y de energía humana contenida y malgastada. Sin embargo, en este aciago escenario, la juventud saharaui tiene la última palabra. La cuestión primordial es afrontar el reto de repensarse y reconstruirse integrando los cambios acontecidos todos estos años, pero sin dar la espalda al mismo tiempo al tesón impertérrito de todas las generaciones antecesoras. El desafío es grande, pero las ganas de superar este bloqueo son mayores.

Por  Artiz Tutor
Fuente: El País