Las trabajadoras de casas particulares –quienes realizan tareas de limpieza y cuidado de personas– constituyen probablemente un paradigma de las tensiones sociales, económicas y políticas que el coronavirus involuntariamente desnuda.
La pandemia del Covid-19 ha comenzado a mostrar su cara más cruda en América Latina. Esto sin duda, está en relación con los procesos de desigualdad y pobreza estructural que azotan a la región desde hace muchas décadas, y que se han profundizado en los últimos años en Argentina.
El virus, que en nuestro país se introdujo a partir de sectores sociales altos y medios que viajaron al exterior, inició su predecible ingreso a los barrios populares del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) golpeando duramente a quienes probablemente nunca hayan subido a un avión, y antes que eso, a poblaciones que no sólo no tienen como hacer un aislamiento en sus casas, sino que tampoco disponen de agua.
En este contexto, las trabajadoras de casas particulares – quienes realizan tareas de limpieza y cuidado de personas – constituyen probablemente un paradigma de las tensiones sociales, económicas y políticas que el virus involuntariamente, desnuda.
Trabajo históricamente precarizado, feminizado, asociado con el “trabajo sucio”, es por lo mismo invisibilizado y desvalorizado social y económicamente. Lo que ya era malo, es peor en el contexto de pandemia: no solo porque cerca del 70 % empeoró su situación laboral – no les pagan sus salarios a pesar de que se debe hacer por ley, a muchas les redujeron el sueldo o las despidieron –, sino también porque se degrada aún más su condición de sujetos de derecho y de acceso a un trabajo digno.
Muchas de estas trabajadoras van a cuidar a personas y a limpiar sus casas estando o no registradas, o acuden a limpiar con permisos “truchos” diligentemente gestionados por empleadores que no pueden prescindir de sus servicios. La mayoría respeta la cuarentena a pesar de las penurias económicas que esto supone, otras asisten por una razón básica: “Si no trabajo no como”, dicen.
Los aplausos que todas las noches se hacen escuchar desde los balcones ¿las incluyen?
Los aplausos no son para ellas. Se dirigen a los héroes que combaten en las primeras líneas de una guerra contra un enemigo invisible. Incluso aunque sean contrabandeadas por sus patrones en baúles de autos para ser ingresadas en un country o vayan a trabajar porque “el abuelito no tiene a nadie.
Estos aplausos se dirigen más bien a los médicos, reproduciendo así un proceso de heroización social concebido en clave viril – la del macho- médico-blanco-. Los aplausos, sin querer, redoblan la invisibilización de un trabajo que al parecer, es “esencial” para el desarrollo cotidiano de nuestras vidas. Valga como prueba la queja de glamorosas patronas mediáticas que las reclaman y denostan a un tiempo: no soportan tener que limpiar sus propios baños. Pareciera que esto las habilita a no pagarles el sueldo sin no van a trabajar.
Su moral y de las otras.
Cuando el trabajo no siempre dignifica, ni nos hace libres
Algunos elementos a tener en cuenta: el trabajo doméstico remunerado comprende tareas como las de limpieza, lavado y planchado, cocción de alimentos, cuidado de niños/as, ancianos/as o el cuidado no terapéutico de enfermos (entre otras), que se realizan en los hogares. Es una actividad laboral que muy recientemente ha sido incorporada a la legislación laboral y que es tradicionalmente realizada por mujeres de sectores populares.
Esbocemos algunos datos que permiten contextualizar al sector:
- Una de cada siete mujeres ocupadas en América Latina es trabajadora doméstica.
- Se encuentra dentro de los trabajos peor pagos y con mucha dificultad de regulación.
- A las conocidas brechas salariales entre hombres y mujeres, se le suma la propia de esta actividad, considerada un trabajo “no calificado”.
- En Argentina es una actividad realizada por más de un millón de personas.
- Es una de las actividades de mayor importancia entre las mujeres asalariadas y de sectores populares en nuestro país.
- El promedio de trabajadoras que se desempeñan en el servicio doméstico es de mujeres adultas con secundaria incompleta, que en su mayoría son “jefas de hogar” (MTEySS).
- La reglamentación que regulaba este sector hasta el año 2013 en Argentina era el decreto-ley 326 de 1956 (promulgado durante la dictadura de Aramburu) que solo incluía a aquellas personas que trabajaban como mínimo cuatro horas diarias cuatro veces a la semana. En marzo del 2013 se sancionó el Régimen Especial de Contrato de Trabajo para el Personal de Casas Particulares (Ley 26.844), que representa la extensión de derechos laborales y sociales a todas las trabajadoras domésticas, sin importar el número de horas trabajadas.
- El 75 por ciento de las trabajadoras domésticas están empleadas de manera informal; su salario es apenas el 44% del salario medio (datos del Indec del tercer trimestre de 2017).
- Es un sector que posee un índice históricamente muy bajo de afiliación sindical en relación a otros sectores de trabajo (apenas el 12% de la muestra)
La encuesta: ¿por qué, para qué y cómo?
¿Cómo atraviesan el aislamiento social preventivo y obligatorio quiénes viven de su trabajo y no pueden trabajar? ¿Qué acontece con uno de los sectores que posee menos trabajadoras registradas? ¿En qué medida se cumple con los decretos relativos al pago de salarios y el aislamiento?
Estas fueron algunas de las preguntas que nos llevaron a plantearnos la realización de una encuesta para conocer la situación laboral de las trabajadoras de casas particulares en el transcurso del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio.
Para llevarla a cabo, dos equipos – el Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (CEIL-CONICET) bajo la coordinación de Hernán Palermo, y el Programa de Salud, Subjetividad y Trabajo de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa) coordinado por Miriam Wlosko – decidimos juntarnos para diseñar, aplicar y analizarla.
La encuesta se enmarca en proyectos de investigación más amplios del campo de las ciencias sociales, que se proponen producir información y construir conocimiento sobre diversas dimensiones vinculadas a la vida, las condiciones de trabajo y empleo, la salud y la subjetividad de los sectores que viven del trabajo.
Parte de nuestra tarea como investigadores sociales es contribuir a visibilizar situaciones de injusticia y falta de acceso a derechos, así como generar información que aporte la generación de políticas – por parte del Estado, pero también de otros actores sociales, entiéndase, sindicatos, movimientos sociales, militancia, etc.- en relación con los y las trabajadoras, sobre todo los más vulnerables o vulnerados económica, social y políticamente.
Instalar en la agenda temas ninguneados, dar el debate. La famosa “batalla de ideas” también se pelea de esta forma.
Algunos resultados preliminares
La encuesta se distribuyó a través de las redes sociales y por WhatsApp, y fue respondida de modo virtual por 635 personas, casi todas mujeres (99,4%).
La mayor parte de las trabajadoras que respondieron la encuesta vive en la Provincia de Buenos Aires (67,2%) y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (11,2%). El 7,9% vive en la Región Noroeste (Jujuy, Salta, Tucumán y Santiago del Estero); el 5,8% en la Región Pampeana (Córdoba, Entre Ríos, La Pampa y Santa Fe); 3,6% en la Región de Cuyo (Mendoza, San Luis y San Juan); 2,7% en la Región Noreste (Formosa, Chaco, Corrientes y Misiones) y 1,6% en la Región Patagónica (Chubut, Neuquén, Río Negro).
¿Qué datos aporta la encuesta respecto del empeoramiento acelerado de las condiciones de trabajo y de vida de las trabajadoras de casas particulares en situación de pandemia? ¿Cómo contribuye a esto la falta de cumplimiento de la ley por parte de sus empleadores y la proliferación de la “viveza criolla”?:
Entre 5 y 6 de cada 10 trabajadoras empeoró su situación laboral a partir del aislamiento social preventivo y obligatorio en función de distintas circunstancias: sea porque no le pagaron el sueldo (20.2%), porque no le pagaron y además no sabe o no le informaron si le pagarán (7.1%); porque le redujeron el salario (13.1%), porque algunos empleadores le pagan pero otros no (6,6%); porque fue despedida (3,5%), o porque le adelantaron las vacaciones (0.6%).
Si bien casi todas empeoraron su situación laboral, esto fue más grave entre las trabajadoras que no están registradas. Estar registrada otorga cierta “inmunidad” frente a la pauperización del trabajo.
Ciertos sectores de empleadores recurrieron a la estrategia del cambio de categoría: 3,6 % de las trabajadoras fueron pasadas a la categoría exceptuada del aislamiento a fin de que pudieran concurrieran a trabajar – a pesar de no realizar tareas de cuidado/asistencia de personas.
Casi la mitad de las trabajadoras que respondieron la encuesta no tiene ningún ingreso extra, por lo que la pérdida del trabajo o la suspensión del salario arroja a estas trabajadoras a una situación extrema de vulnerabilidad.
A pesar de que por ley los empleadores/as deben seguir abonando los salarios y respetar la cuarentena, solo el 33% de las trabajadoras perciben su salario tal como corresponde.
De lo anterior se deducen – hasta el momento – al menos dos estrategias asumidas por algunos sectores empleadores: 1) hacer ir a trabajar a las trabajadoras de casas particulares (TCP) aún infringiendo la ley; 2) no pagar el salario correspondiente por ley a las trabajadoras que no asisten porque cumplen con el aislamiento, infringiendo nuevamente la ley, 3) descontar parte del salario a las trabajadoras por haber reducido ellos mismos sus ingresos y/o por considerar que “no deben cobrar si no trabajan”.
Entre las cuestiones que analizó la encuesta, el “miedo” emerge como un elemento interesante: aunque la gran mayoría las trabajadoras afirma tener miedo de contagiarse y contagiar a su familia, el término “miedo” no se refiere única ni exclusivamente al virus, sino que es fuertemente asociado por las trabajadoras con la incertidumbre laboral y la pérdida del empleo.
Esto nos lleva a pensar que será necesario seguir profundizando en las representaciones relativas al “miedo”, que claro está, no asume las mismas y significaciones en otros sectores sociales. Ramona, la militante del Barrio Mugica, temía la falta de agua, y Reina Reech teme tener que limpiar su bañera. Se trata de una significación que sin duda, variará en función de la clase y el género.
Otro elemento a señalar, es que más de la mitad de las trabajadoras cobraron el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), aunque un 15% de las encuestadas afirma querer cobrarlo y no saber cómo hacerlo. Asimismo, muchas están desinformadas o confusas respecto de sus derechos: quiénes puede reclamar el pago, con qué permisos pueden salir, qué deben reclamar, etc.
Este escenario nos coloca frente a ciertas paradojas que creemos, es preciso analizar y anudar políticamente: por la noche se aplaude a los “héroes” que están en primera línea, pero se desvaloriza, invisibiliza, o directamente se ningunea incumpliendo con lo básico, mínimo e indispensable respecto de las trabajadoras que laboran en nuestros hogares.
Es preciso avanzar hacia una mayor sintonía fina respecto de las políticas a darnos desde el Estado, pero también desde la militancia política y gremial, para llegar de manera más contundente y focalizada a estos sectores.
Fuente: Notas Periodismo Popular