Una diferencia sustancial entre ser tratadas como objetos o como sujetos, como medios para fines ajenos o como fines propios, radica en tener derechos. Sigue una reflexión sobre el derecho al tiempo libre y al descanso. Mirando a vista de pájaro sobre las etapas de una vida, podemos señalar una fase de crecimiento y aprendizaje, una etapa adulta de producción y reproducción y una última fase de descanso y reflexión, la tercera edad. Sin embargo, esta última etapa no es de descanso para todas.
De una parte, tenemos una aún minoría de mujeres que consiguen jubilarse, pese a que sus vidas laborales son menores que las de los hombres en periodos cotizados, en la extensión de sus jornadas y, además, las cotizaciones que han conseguido realizar son de cuantías inferiores (véase aquí reflejada la brecha salarial en población activa y cómo se dilata hasta duplicarse por el menor número de periodos cotizados y la menor extensión de sus jornadas).
Una diferencia sustancial entre ser tratadas como objetos o como sujetos, como medios para fines ajenos o como fines propios, radica en tener derechos.
De otra parte, tenemos una mayoría de mujeres, que alcanzan la edad de jubilación si haber cubierto los requisitos que, hoy por hoy, se exigen para tener derecho al descanso y al cuidado (en forma de pensión contributiva) y se ven abocadas, cuando ya no están en condiciones de trabajar, a resignarse sin nada o a solicitar pensiones no contributivas a las que sólo pueden acceder si no son consideradas anexas (acaso propiedad) a un hombre que les limite este derecho, ya que, si sus cónyuges sí han sido bendecidos con una pensión contributiva, sus posibilidades de tener ingresos propios aunque sean miserables, se disipan, amén de otros criterios que también lo limitan (los derechos deben ser individuales, no estar condicionados por la situación sexoafectiva de las personas en una sociedad con un setenta por ciento de matrimonios que terminan en divorcio).
¿Quiere decir este panorama que la mayoría de las mujeres somos parásitos sociales y “no contribuimos” o acaso sea que los criterios con que se otorga el privilegio de tener derecho al descanso son patriarcales?
El acceso y la cuantía de las pensiones son fiel reflejo de cómo las desigualdades que sufrimos las mujeres a los largo de nuestras vidas se acumulan en un menor derecho al descanso. Las mujeres tenemos un derecho a pensión muy inferior o nulo respecto de los hombres. Sería más que razonable esperar que en un gobierno progresista, su Ministerio de Igualdad, tuviera como objetivo cerrar, o al menos tratar de reducir, con algunas de sus políticas la brecha salarial por sexos en la población pasiva, que son los más vulnerables, esto es, en la tercera edad. Sin embargo, no parece estar entre sus preocupaciones pese a que esta brecha duplica a la de población activa. No preguntamos a nuestras mayores si en su fuero interno se sienten hombres, ni les dan ninguna prebenda, aunque así sea. Sencillamente sucede que “no han contribuido”, sin más. No parecemos pararnos a reflexionar sobre quién, cuándo y en qué contexto definió lo que es contribución social. Un concepto surgió en un contexto en el que las economías familiares se gestionaban por hombres y eran ellos quienes monopolizaban las labores productivas. Parece ser que desde entonces y hasta ahora, no nos hemos parado a reflexionar si los parámetros para seleccionar quiénes han contribuido y de qué forma deben repartirse estas contribuciones tengan un marcado sesgo patriarcal que esté, literalmente, matando de hambre a nuestras mayores. La posibilidad real de que esta situación pueda ser la propia, condiciona y limita las decisiones que las mujeres tomamos durante nuestras vidas, nuestra esperanza de adquirir el privilegio de tener derecho a descansar es muy reducida y eso obliga a tener mucha cautela.
Para este fin y en estas pocas líneas, queremos proponer dos ejes fundamentales de actuación, es decir, dos líneas de medidas:
1- Reconocer como contribución social las labores reproductivas.
¿Por qué? Porque para garantizar el derecho a pensión, a través de un pacto social en el que cada generación cuida de la anterior en su vejez, necesitamos que exista una generación siguiente. Es decir que, la reproducción es una necesidad estratégica colectiva y, por tanto, quienes aportan al respecto realizan una contribución social esencial y clave para el funcionamiento del sistema, garantizando el derecho al cuidado. No pueden quedar excluidas de este privilegio.
La drástica reducción de la natalidad en las últimas décadas es un mensaje contundente y claro de las mujeres, que nos negamos a reproducirnos en las condiciones que la sociedad nos está proponiendo. La reproducción frena nuestras carreras profesionales, cuando no las arruina y limita escandalosamente nuestras opciones de cubrir los requisitos para ver reconocido nuestro derecho al descanso cuando ya no podamos trabajar. Nos empuja a depender económicamente de nuestras parejas. Esta bajada de la natalidad está amenazando la sostenibilidad del propio sistema, pero el foco de atención se pone en el IPC, no parecen pararse a pensar qué nos sucede a las mujeres. De momento estamos parcheando la situación usurpándoles sus hijos a familias de otros países en el más puro estilo colonial. Los gobiernos se suceden sin desarrollar políticas de natalidad eficaces. Resultan de una tibieza insultante las inversiones en escolarización de 0 a 3 años, las propuestas de permisos de paternidad no obligatorios, o el reconocimiento de poco más de uno o dos años de cotización por hijo, dentro del misérrimo concepto de conciliación que aportan. Cuando no, el escandaloso anacronismo que implica cuestionar el derecho al aborto que propone cierta derecha tratando de recuperar la natalidad por fuerza.
El cuadro que precede es una propuesta de cuantificación del esfuerzo que las labores reproductivas estamos realizando. Los porcentajes asignados son discutibles y habría que descontar del primer año los periodos cubiertos por las bajas de maternidad y paternidad. Resulta increíble que, desde el Ministerio de Igualdad, no trabajen en abrir el debate social al respecto, en sensibilizar a la población sobre las aportaciones tan importantes que hemos venido realizando las mujeres y en tomar conciencia de lo triste que resulta su nulo reconocimiento como contribución social. Es tal el nivel de misoginia que tenemos naturalizado el drama que supone que más de la mitad de nuestras mujeres alcanzan la edad de jubilación y no tienen derecho a sustento alguno que les permita descansar.
¿Cuándo llegará un partido que trabaje una propuesta legislativa en la que el Estado contabilice por cada hijo criado una cotización a la Seguridad Social en sintonía con estos porcentajes sobre un salario que represente el esfuerzo en tiempo que realmente supone la crianza de la siguiente generación? El salario de referencia para su cálculo también puede discutirse, a bote pronto sugiero dos opciones: el salario medio de la población o el salario medio de la cotizante actualizado a su edad de jubilación. Sería lamentable que se tomara el salario mínimo como referencia, menospreciando nuevamente esta labor tan esencial.
2- Reconocer que las contribuciones sociales realizadas en régimen de gananciales también son gananciales y deben repartirse entre los cónyuges.
Habría que reflexionar si una jornada de cuarenta horas es compatible con la vida o más bien es propia de un sistema esclavista, colonialista o feudal. Resulta incomprensible que llevemos más de cien años festejando cada uno de mayo la consecución de esta jornada como si fuera la panacea, cuando a todas luces es la principal impulsora de la división sexual del trabajo en muchos hogares en los que la conciliación es utopía. El mantra de la separación de bienes, nada resuelve en este drama, tan solo responde al paradigma del derecho a la administración propia y la responsabilidad sobre las deudas ajenas en las sociedades gananciales.
Se me antoja necesario este cuadro en el que enmarcamos los asuntos que diariamente, a término medio, debe atender una persona y limitaremos en base a ello el tiempo que se podemos dedicar al trabajo sin perder desatender nuestras vidas. Téngase en cuenta, que los avances tecnológicos desarrollados, deben redundar en una mayor calidad de vida (en forma de tiempo libre) también para los trabajadores y no sólo contabilizarse en mayores réditos para la patronal en los procesos de producción (factor clave no considerado en las recientes reformas laborales). Hay muchas maneras de plantearlo. Los impuestos, pueden entenderse como una parte del tiempo trabajada para el Estado, para el común que somos todos, es decir, el deber de cuidado colectivo que todos tenemos ya que, al fin y al cabo, es la razón por la que convivimos en sociedad. Sin embargo, no hemos entrado en estos detalles y no hemos desglosado la utilidad de la producción.
A la vista de estos datos, espero sea obvio y fácil de explicar que, en una sociedad de gananciales, los cónyuges intercambian tiempo de cuidado y reproducción por tiempo de producción entre sí, al abrigo de una ley que establece que no importa quién sea el titular de la producción, ésta pertenece a ambos por igual. Por tanto, ambos son contribuyentes a partes iguales. Obsérvese que trabajar más de cuatro horas diarias (o si se prefiere, veintiocho horas semanales, distribuidas como se quiera en los siete días se la semana), implica no tener tiempo para atender otras obligaciones esenciales, reproductivas y de cuidado, que estamos cargando sobre las espaldas de las mujeres sin reconocimiento alguno. Los números que he puesto y los conceptos son una posibilidad entre muchas, todos bastante discutibles y seguro que la lista es incompleta, pero confío que permitan entender la idea. El objetivo es mostrar el tandem que forma una pareja en gananciales, visibilizando el intercambio de tareas que realizan cuando hacen división sexual del trabajo (división impuesta por las archi celebradas cuarenta horas semanales). Véase la crianza de forma neutra, sin asignarle un sexo a quienes lo realizan, con todo el respeto hacia quienes toman esa opción, porque se trata de una necesidad colectiva, la reproducción es esencial para que, como sociedad, nos otorguemos el derecho al descanso a partir de cierta edad.
Nos parece lamentable que aún no se establezca obligatorio, cuando acaban los matrimonios (o uniones civiles de cualquier índole), el reparto de las contribuciones realizadas de forma ganancial al igual que hacemos con el resto de bienes. Bien por fallecimiento de uno de los cónyuges, o bien por separación o divorcio, deben repartirse también. En otros países próximos, como Alemania, sí reparten las contribuciones cuando extinguen las sociedades de gananciales por divorcio. Aquí, en España, se lo queda todo el que figura como titular de la producción, normalmente el hombre, traicionando el espíritu de los gananciales.
El reparto de estas contribuciones sociales abriría un horizonte nuevo a muchas mujeres sin derecho a descansar. Reduciría la brecha salarial en población pasiva hasta casi anularla, además de que, en nuestra opinión, también reduciría la violencia machista en los hogares, porque le restaría mucho poder a los patriarcas (conviviendo con mujeres con derecho propio al descanso, pudieran verse plantados en cualquier momento si se dieran abusos de poder).
Cada día vamos quedando más y más mujeres en situación de desamparo, cada día morimos a manos de nuestras parejas o exparejas, cada día nos agreden y nos violan… Mientras tanto, galopa la extrema derecha, cuestionando los derechos de las mujeres y proponiendo nuevas mercantilizaciones de nuestros cuerpos; toda vez que la izquierda se dedica a diluir el sujeto político “mujer” en la maraña teológica del cuerismo y debate si reconocer como trabajo algunas formas de explotación sexual de las mujeres que tienen naturalizadas.
Trabajar en feminismo implica luchar por la abolición de cualesquiera prácticas que traten a la mujer como objeto y legislar la equiparación de derechos y la construcción de garantías que aseguren nuestra participación en la sociedad en situación de igualdad como sujetos. Cojan pañuelos y lloren, que el gobierno más feminista de la historia, a estas alturas ni se ha enterado de por dónde sopla el aire.
Profesora de matemáticas de secundaria. Monitora de base de ajedrez. Fundadora y presidenta de Amables titulares de derechos.
Fuente: Tribuna Feminista