Medio millón de personas trabajan en las minas informales del país africano. Las pocas mujeres de la industria sufren condiciones especialmente precarias. Algunas iniciativas intentan regularizar su situación, e incluso ayudarlas a convertirse en propietarias
Shuvai Mutami, presidenta de la Asociación de Mujeres Mineras de Zimbabue, trabajando en la ciudad de Zvishavane.FOTO CEDIDA POR SHUVAI MUTAMI
Sharai Masaga nunca imaginó que llegaría a dirigir dos minas. Durante años, el marido de esta ex ama de casa había mantenido a la familia. Pero el hombre, propietario desde 2004 de una mina en Mapanzure, un distrito de Zvishavane rico en cromo situado en el centro-sur de Zimbabue, se había arruinado ya varias veces.
Por eso, en 2012, Masaga, madre de cuatro hijos, dio el paso de unirse al número cada vez mayor de zimbabuenses que recurren a la minería artesanal como forma de ganarse la vida ante la falta de oportunidades de empleo formal —el trabajo no regulado supone tres cuartas partes del mercado laboral de este país africano, según el Banco Mundial—. “Trabajaba para otras personas y dependía de un salario mensual que a veces ni siquiera me pagaban”, relata durante una conversación telefónica. “No podía denunciar porque era minera ilegal”, explica.
Para los cerca de 1,5 millones de mineros del país sudafricano, de los que casi un tercio son artesanales, la profesión de rebuscar en la tierra es una labor tediosa y arriesgada que a menudo implica un trabajo manual intensivo, carece de seguridad y en la que pueden morir. Pero para las mujeres, que representan aproximadamente el 10% de los mineros artesanales, los retos se multiplican, y a menudo se les niegan los mismos derechos que a los hombres, quienes también tienen a su vez que pelear por condiciones dignas. “Reciben salarios desiguales y una parte menor de los beneficios, a pesar de que trabajan igual de duro que sus homólogos masculinos”, explica Shuvai Mutami, presidenta de la Asociación de Mujeres Mineras de Zvishavane.
Una minera busca residuos de oro en el agua, en la localidad de Guruve, al norte de Zimbabue.SIFISO MPOFU
Para ayudar a superar esta brecha de género, en los últimos años han surgido varias iniciativas, como organizaciones sin ánimo de lucro que imparten formación y talleres para enseñar a las mineras sus derechos y los trucos del oficio, o minas que contratan solo a mujeres. Pero ni unas ni otras consiguen absorber a suficientes trabajadoras ni proteger sus derechos.
Las mineras reciben salarios desiguales y una parte menor de los beneficios, a pesar de que trabajan igual de duro que sus homólogos masculinosShuvai Mutami, presidenta de la Asociación de Mujeres Mineras de Zvishavane
Hoy, una de las minas que Masaga dirige, en la ciudad de Zvishavane, es de su propiedad. “Nunca me imaginé siendo propietaria, ya que se consideraba un tabú y una vergüenza para la sociedad ver a una mujer vistiendo un traje de faena y trabajando en un campo dominado por los hombres”, cuenta. El momento decisivo en su carrera tuvo lugar en 2021, cuando la Asociación de Derecho Medioambiental de Zimbabue (ZELA, por sus siglas en inglés), una organización sin ánimo de lucro, lanzó su Campaña por un Trabajo Decente para las Mujeres, con la que ayudó a al menos 200 mineras a conseguir licencias de explotación, mejorando sus ingresos y, por tanto, sus condiciones de vida. “Nos instruyen sobre la igualdad de derechos y nos informan sobre la propiedad de licencias y el registro de derechos mineros”, relata Masaga, que conoció a ZELA gracias a su pertenencia a la Asociación de Mujeres Mineras de Zimbabue.
Según Nyaradzo Mutonhori, responsable de programas de ZELA, la relación de la organización con las mujeres mineras se remonta a más de una década, y abarca Zimbabue y toda la región de África austral. “Las posibilidades de que las mujeres obtengan un puesto de trabajo en la minería formal son escasas, ya que sigue siendo un sector dominado por los hombres, incluso en lo que se refiere al empleo en las grandes [entidades] mineras”, señala Mutonhori, citando “los altos costes y las importantes barreras culturales” como razones clave que les impiden acceder al sector minero formal. “Era necesario crear un espacio diferente en el que las mujeres se sintieran libres para venir y hablar de sus experiencias”, prosigue.
Formación para ser propietarias
En colaboración con organizaciones como ActionAid Zimbabwe, Women and Law in Southern Africa [Mujeres y Derecho en África del Sur] y el Centro para la Gobernanza de los Recursos Naturales, entre otras, ZELA pone a las mujeres en la senda de la adquisición de derechos para que puedan ser propietarias de sus minas. Empiezan por explicarles la Ley de Minas y Minerales, cómo financiar su formación en la Academia de Minería Artesanal y a Pequeña Escala (ASSMA, por sus siglas en inglés) de la Escuela de Minas de Zimbabue, y posteriormente las ayudan en el proceso de fijación de postes y con los estudios geológicos, explica Mutonhori.
Masaga empezó a asistir a los talleres de ZELA en 2019 y tres años después consiguió una licencia para poder explotar su propia mina. Describe sus condiciones de trabajo actuales como “justas, y sin muchas barreras” y declara: “Hay una diferencia significativa en los beneficios ahora que soy una minera registrada. Puedo afirmar con seguridad que ahora mis finanzas son estables”.
Cuando Namatirai Mpofu trabajaba en la minería irregular “soportaba todo tipo de insultos e improperios”
Namatirai Mpofu, que obtuvo la propiedad de una mina de cromo en el pueblo de Mzvondiwa, en Mapanzure, con la ayuda del programa ZELA, afirma que el cambio que esto ha supuesto en su vida es como pasar “de la tierra al cielo”. Mpofu, de 37 años, una madre soltera que también cuida de su propia madre, cuenta que empezó a trabajar en la minería en 2017 por desesperación. “Soportaba todo tipo de insultos e improperios en el campo, pero la situación en casa me llevó a hacer oídos sordos”, afirma. Al enterarse por el boca a boca de la ayuda que prestaba ZELA, se puso en contacto con la organización. “A través de diferentes programas conseguí solicitar y registrar mi propia mina en 2022″, relata Mpofu, y añade que ZELA la ayudó a matricularse en ASSMA y le enseñó “minería como es debido”.
El impacto que esto ha tenido en su vida, prosigue, ha sido asombroso: como minera artesanal, solía ganar 150 dólares a la semana (unos 139 euros), trabajaba tres semanas —es decir, ingresaba 450 dólares al mes— y cargaba en ese período 39 toneladas de cromo. En su propia mina, en ese mismo periodo, produce 90 toneladas de cromo y las vende a un precio de 60 dólares la tonelada, lo que le supone unos ingresos brutos de 5.400 dólares —a los que debe restar los gastos de producción—.
Mpofu, como Masaga, cuenta que cuando era minera artesanal no podía denunciar el robo de mineral ni las infracciones cometidas por otros mineros, una situación que ha cambiado desde que tienen licencia. “Para mí, los programas llegaron como caídos del cielo, ya que ser madre soltera es una vergüenza en nuestra sociedad”, asegura.
A pesar de estas historias de éxito, Chiedza Chipangura, activista por las mujeres en la minería y fundadora de Women Empowerment in Mining Zimbabwe [Capacitación de Mujeres en la Minería Zimbabue], una asociación de mujeres que colabora con ZELA en la cadena de valor de la minería, se queja de la lentitud del proceso de formalización de los derechos mineros. “Hay retrasos en los trámites para la concesión de licencias”, denuncia, y añade que “algunas solicitudes se remontan a 2018, lo cual obstaculiza realmente el progreso, provoca disputas y viola los derechos de las mujeres mineras”.
“Estamos en desventaja”, añade. “En algunos casos te encuentras con que una solicitud que un hombre presentó después que tú ya está aprobada, pero la tuya sigue pendiente. Ahora mismo, el número de mujeres que ocupan puestos de responsabilidad en la cadena de aprobación de licencias mineras es probablemente del 10%”.
Mutonhori, de ZELA, afirma, además, que la falta de fondos limita la capacidad de la organización para satisfacer la demanda de sus servicios. “La demanda es enorme y hacemos lo que podemos”, señala.
Por Tafadzwa Mwanengureni
Fuente: El País