diciembre 28, 2024

Maitena: "Creo que tengo la habilidad de poner en palabras cosas que todos pensamos y no nos habíamos dado cuenta"

DESPUÉS DE PUBLICAR LAS MUJERES DE MI VIDA, CONFIESA QUE NO DIMENSIONÓ LO QUE SIGNIFICARÍA REENCONTRARSE CON SUS BOCETOS ORIGINALES, DICE QUE SUS HISTORIETAS ARMARON UNA ESPECIE DE AUTOBIOGRAFÍA INVOLUNTARIA Y ADMITE QUE, EN TANTAS NOCHES EN VELA DIBUJANDO MINUCIOSAMENTE, LLEGÓ A CONFUNDIR EL VASO DE WHISKY CON EL AGUA DE LOS PINCELES. EN ESTA ENTREVISTA CON EPU, REPASA SU MONUMENTAL ARCHIVO CON MÁS DE TRES DÉCADAS DE TRABAJO.

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Maitena Burundarena publicó Las mujeres de mi vida, primero como una mega-exposición en el ex Centro Cultural Kirchner, que llegó a más de 150.000 personas a lo largo de 2022. Y ahora, como un flamante libro editado por el sello Sudamericana (Penguin Random House), que recoge lo que fue aquella exitosa retrospectiva. Un repaso por su monumental archivo que contiene más de tres décadas de trabajo (originales, bocetos y piezas inéditas), reflexionando sobre la vida cotidiana de las mujeres de manera ácida e inteligente pero, sobre todo, con humor.


La maternidad, el trabajo, la pareja o el cuerpo supieron ser temas habituales en las tiras de la dibujante y guionista, con trabajos publicados en diarios y revistas de más de treinta países. Su libro Mujeres alteradas, una recopilación de sus historietas publicadas en Para Ti a partir de 1992, lleva vendidos más de dos millones de ejemplares. Y las series que le siguieron, Superadas y Curvas peligrosas, terminaron de consagrarla.


En sus inicios en la década del 80, Maitena formó parte de las míticas revistas Humor, Sex Humor y Fierro, mientras que sus historietas eróticas fueron publicadas en Cerdos & Peces y Lápiz Japonés. Y si bien en 2007 se alejó de este universo, este año volvió a la tira diaria en el diario Clarín, impulsada principalmente por lo que significó la exposición.


“Fue muy movilizador volver a ver todo ese material, montar esa increíble muestra y hacer este libro alucinante. Fue muy potente encontrarme con las lectoras y ver cómo había impactado en sus vidas. Entendí que ese puente estaba intacto y que podía seguir contando lo que quisiera”, dice en esta entrevista con El Planeta Urbano. “Yo hablaba de muchas ideas como ‘empoderarse’, ‘sororidad’ o ‘patriarcado’ sin ponerles nombre. Jamás nombré a esas palabras porque no las conocía. Sin embargo, hablé de todos esos temas”, reflexiona a poco del lanzamiento del libro que repasa algunas de sus viñetas más divertidas.


–¿Cómo fue revisitar tu archivo de más de tres décadas y crear "Las mujeres de mi vida" en formato exposición y libro?


–Todos los originales estaban guardados en cajas que dejé ahí arrumbadas y nunca más miré. Abrirlas y encontrarme con todo este material fue muy fuerte, sobre todo al pensarlo en relación a los cambios sociales de los últimos 15 años, especialmente en la vida de las mujeres: en la manera de vincularnos, la manera de sentirnos con nosotras mismas. Era un montón y al principio lo veía como que atrasaba, así que pensé: “Necesito ayuda porque voy a tirar todo”. Entonces llamé a Liliana Viola, la curadora, y su aporte conceptual hizo crecer un montón la muestra, porque ayudó a analizar qué decía ese trabajo, cómo lo decía, y de dónde veníamos. Esto sirvió también para entender dónde estamos hoy, algo que está presente tanto en la exposición como en el libro, y me parece que eso le da otra visión al material.


–Fuiste pionera en el humor con perspectiva feminista. ¿Cómo ves su evolución desde tus primeros trabajos hasta hoy?


–Lo que noto, aparte de la evolución de mi propio trabajo, es la evolución de la sociedad: las preguntas que nos hacíamos las mujeres no son las mismas, aunque a veces sí son las mismas. Lamentablemente, hemos retrocedido en ciertas cuestiones. Hoy políticamente hay resistencia a las teorías de género, a temas del cuerpo, parece que todo se volvió a normalizar con un enfoque hegemónico. Entonces, esas preguntas que a mí me parecían obsoletas hay que explicarlas de nuevo. Eran temas pioneros en su momento y siguen siendo importantes de pensar.


–¿Qué sentiste cuando viste tu trabajo volcado en la exposición y el libro? ¿Fue el cierre de un ciclo o el inicio de uno nuevo?


–Fue un poco de las dos cosas, pero más bien de abrir uno nuevo. Yo me había retirado, estaba completamente en otra, me había olvidado de mis originales. Fue muy movilizador volver a todo ese laburo, montar esa increíble muestra, y encontrarme con las lectoras. Eso fue muy fuerte y abrió para mí otra etapa. Me di cuenta de lo que había pasado con mi trabajo, porque yo soy pre-redes; antes vos no te enterabas de lo que le pasaba a la gente, no existía el contacto directo que hay ahora.


–¿Y cómo fue ese reencuentro con el público?


–Encontrarme con madres, hijas, abuelas, nietas, tías, sobrinas, ver cómo había impactado en sus vidas, cómo había estado tan presente en sus diálogos, en sus conversaciones, cómo había acompañado su crecimiento, fue muy emocionante. Además, llegó en un momento personal en el que yo estaba medio deprimida después de un tema de salud muy grave, y que había quedado como: “Bueno, ya está, se acabó, me voy a morir dentro de poco, estoy grande”. Y no, no había pasado. Estaba ahí, estaban pasando cosas buenas, muy lindas, que me hicieron mucho bien. Y después de que terminó la muestra, me salió el laburo en Clarín, todos los días de nuevo con una tira diaria (Actualizadas).


–¿Por qué decidiste retomar la tira diaria?


–Porque después de la muestra me dieron ganas de seguir hablando, cosa que antes no me pasaba. La muestra me abrió esas ganas y entonces sí, fue en algún sentido como empezar todo de nuevo. Otra vez sacando un libro alucinante, otra vez trabajando en un diario todos los días, me enamoré. Dije: “Wow, arrancó todo otra vez”. Y a raíz de la muestra, entendí que ese puente con las lectoras estaba intacto y que podía seguir contando lo que quisiera.




–En el prólogo contás que, sin darte cuenta, terminaste armando una autobiografía involuntaria…


–Es que fue totalmente una autobiografía involuntaria, porque empecé a mirar los dibujos y estaban todas mis casas, mis hijos, mis parejas, mis cortes de pelo, hasta mi ginecóloga. Veía mis lámparas, los almohadones o detalles y pensaba: “Esta es la cocina de Pueyrredón” o “Esta es de cuando viví en San Telmo”. Creo que a todos los artistas les pasa un poco eso, pero acá fue flagrante cuando vi toda la muestra junta.


–¿Alguna vez vislumbraste el éxito que iban a tener tus historietas o que se iban a traducir a 15 idiomas en más de 30 países?


–¡Noooo! Nunca jamás me imaginé que iba a pasar lo que pasó, fue una sorpresa enorme y al principio, incluso, tenía un poco síndrome del impostor, me parecía que mis dibujos eran muy naif. Pero al preparar la muestra y ver los originales físicos en papel, me di cuenta de que eran hermosos. Como los dibujos de Mujeres alteradas con acuarelas y tinta china, artesanales, preciosos, todo dibujado chiquitito, minucioso, obsesivo. Me pasó que, muchas épocas de mi dibujo que me habían parecido horribles, a raíz de la exposición, me parecieron lindas. Todas me parecieron parte de un proceso y a todas las valoré después de la muestra. De todas pensé: “Ay, qué amor esta página”.


–¿Por qué creés que el público se identifica tanto con tus historietas?


–Creo que tengo la habilidad de poner en palabras cosas que todos pensamos y no nos habíamos dado cuenta; entonces lo ves y decís: “Eso es”, “eso es lo que me pasa”. Cuando empecé con Mujeres alteradas (en 1992 para Para Ti) las lectoras escribían a la revista y decían: “Tal cual, a mí me pasa lo mismo”. Eso me animó a abrirme en un sentido más íntimo, porque también está lleno de miserias mi trabajo. Poder reconocer las miserias te hace menos miserable y también es un alivio para los demás.


–Aunque eso te vuelva vulnerable.


–Sí, pero me di cuenta de que ser vulnerable tiene mucha fuerza también. Reconocerme y poder decir: “Estas son mis partes vulnerables”, me empodera, como diríamos ahora, palabras que antes no usaba. Yo hablaba de muchas ideas como “empoderarse”, “sororidad” o “patriarcado” sin ponerles nombre. Jamás nombré a esas palabras porque no las conocía. Sin embargo, hablé de todos esos temas. Y eso también es una forma de poesía.

Por Mercedes Ezquiaga
Fuente: Página/12
Foto: Alejandra López y gentileza Penguin Random House