
El 3 de junio de 2015, una consigna condensó décadas de luchas feministas: “Ni una menos”. Desde entonces, la masividad de las movilizaciones abrió un nuevo tiempo político, especialmente, para las juventudes. ¿Cómo se entrelazaron las demandas históricas del feminismo con los reclamos de una generación que empezó a decir “basta”? En esta nota, un equipo de investigadoras del área Feminismo, Género y Sexualidades (FemGeS) del CIFFyH revisita esa década de movilización feminista en clave juvenil, marcada por conquistas, pero también por capturas, retrocesos y desafíos actuales. Este martes 3 de junio, a las 18 h, el punto de encuentro vuelve a ser Colón y Cañada.
El 3 de junio de 2015, nos juntamos a una cuadra de Colón y Cañada, y la cantidad de gente en las calles hacía casi imposible encontrarse. Arrancaba la marcha de “Ni Una Menos”. El hartazgo ante los femicidios y las violencias de género nos convocó, como a miles de mujeres en todo el país. Entre mates y pañuelos, cantos y conversaciones urgentes, nos unimos a otrxs. Aquella primera convocatoria fue muy variada: activistas históricas del feminismo de cada región, familias, gremios, centros de estudiantes, grupos scouts, integrantes de comunidades religiosas, una mezcla de identidades y búsquedas estuvimos presentes esa tarde.

En medio de tanta gente, un grupo de chicas se besan, sonríen y se abrazan. Están juntas y tienen un cartel que dice: “Quien ama no mata, no humilla ni maltrata”. En otro, se lee: “Ni callada ni sometida, declarándole la guerra al Estado femicida”. Una adolescente levanta un cartel con la frase: “Quiero salir sin que mi mamá tenga miedo”, y su compañera lleva otro que dice: “Mujer bonita es la que lucha”.
Desde las primeras marchas, y movidas por esa efervescencia, como investigadoras, salimos a la calle con una pregunta inicial: ¿qué motivaba a lxs jóvenes a participar en las movilizaciones convocadas por el colectivo Ni Una Menos? Hicimos entrevistas breves en los alrededores de las concentraciones que se repitieron año a año, cada 3J. Surgieron una amplitud de situaciones interpretadas como desigualdades, discriminaciones, injusticias y violencias. Lo que fuimos escuchando con insistencia nos indicaba malestar, indignación, enojo y dolor: por una piba más asesinada, por una vecina abusada, por una amiga agredida, por un compañero hostigado.
«Estamos hartas» fue el grito unánime instalado en aquel entonces. Si bien, en las primeras marchas, el foco estuvo puesto en la violencia de género y los femicidios, iban surgiendo preocupaciones por los derechos sexuales y (no) reproductivos, que terminaron de ganar centralidad en el 2018 con el reclamo por aborto legal, seguro y gratuito, que también convocó multitudes.
Muy pronto, los escenarios de lucha y disputa de sentido en torno a la violencia, los abusos y los derechos se fueron multiplicando: las calles, las redes sociales, el aula, las charlas entre amigxs, la mesa familiar, las fiestas, los espacios deportivos, las organizaciones partidarias. Casi todo parecía ponerse en cuestión y en casi todos lados aparecía el feminismo, como aliado o como enemigo, nutriendo un debate que, en Argentina, venía gestándose hace mucho, pero que se amplificaba sumando a las nuevas generaciones en un movimiento de masificación.
Identificamos una visión bastante clara respecto a que, para modificar las relaciones de género que producen violencia y discriminación, había que luchar por transformar los significados y las prácticas cotidianas; la lucha era por el cambio cultural. Luego, decidimos profundizar con entrevistas a estudiantes de escuelas secundarias que participaban en las marchas, asambleas, sentadas u otras formas de manifestación y reclamo. Nos interesaban sus conocimientos y posicionamiento en torno de las consignas del Ni Una Menos, por qué iban y cómo vivían las movilizaciones, cómo se organizaban, qué les preocupaba en sus realidades cotidianas.Imagen: Ana Medero para La tinta.Imagen: Ana Medero para La tinta.
En esas conversaciones, nos dimos cuenta de que, para ir a las marchas, no era necesario ni relevante definirse o considerarse feminista, sino ser capaz de vibrar ante al dolor y la bronca por la violencia y la crueldad contra los cuerpos de las jóvenes. Hablar de estas formas de violencia extrema era una puerta de entrada para expresar los malestares por el machismo en el control de la sexualidad, el acceso en condiciones desiguales a prácticas deportivas, la incomodidad ante ciertas miradas de un profe, las limitaciones que imponen los estereotipos de género o los mandatos para producir cuerpos deseables.
Participar de ese entramado de marchas, asambleas, conversaciones, organización para cuidarse en las fiestas, reclamos en la escuela implicó el devenir de una nueva conciencia: “Darse cuenta”, ver cosas que no se veían por estar naturalizadas respecto de su posición de joven mujer, gay, trans, queer, bi, así como de los derechos negados.
Avances, derivas y reacciones conservadoras
Luego de una década, revisitamos nuestros recorridos e identificamos que nuestra mirada, al menos, inicialmente, fue algo impermeable a reconocer las ambivalencias en esta adhesión a las convocatorias feministas. Claramente, salían a las calles por el hartazgo ante la violencia, pero no era tan claro el consenso sobre la legalización del aborto. Hubo participaciones motivadas más por la inseguridad como significante ante las violaciones y femicidios que por la crítica al patriarcado. Hubo pasos fugaces, simpatías fluctuantes hacia el feminismo, participaciones de “baja intensidad” o cuestionamientos a la violencia que no llegaron a politizarse. Los posicionamientos juveniles ante el feminismo y sus demandas han sido muy heterogéneos.
Tras algunos años investigando el tema, empezamos a advertir otra cara de la masificación y capilaridad del feminismo. Las consignas, los hashtags, los lemas, la terminología feminista fueron apropiados y reinscriptos en la lógica del consumo masivo en entornos virtuales, cuando no monetizados por influencers de un variado arco ideológico, en síntonía con las prácticas neoliberales de la época. Las redes sociales y los sitios virtuales aceleraron y amplificaron la proliferación de imperativos, muchas veces vacíos, así como de mensajes en términos del deber ser y del deber hacer. La transformación se ha cifrado más en el universo motivacional individual que en las estructuras de poder, en la cultura machista, en el pensamiento androcéntrico o en la sociedad desigual. En esa clave, categorías como “autoestima” se convirtieron en un mantra como modo de prevenir la violencia y alcanzar el bienestar.
Hoy, tienen presencia en el discurso público ideas que auguramos desterrar del horizonte de la vida en común: el insulto, el agravio, la negación del derecho a la existencia corporal, afectiva, sexual de la forma en que se quiere o que se puede. Al mismo tiempo, en muchas escuelas cordobesas ―que son nuestro campo de investigación―, docentes, estudiantes y familias siguen tejiendo redes en defensa de la educación sexual integral, se sigue abordando desde diversos formatos la violencia de género, se apuesta por la organización de jornadas para promover aprendizajes, análisis, reflexiones. Como la experiencia organizativa del Movimiento Federal “XMásESI”, creado en 2023 e integrado por docentes, activistas, investigadorxs y militantes de organizaciones sociales reunidxs en torno a la convicción de que la educación sexual integral es un proyecto de justicia y de igualdad. Múltiples prácticas y modalidades de trabajo que están presentes en las escuelas, que se hicieron cuerpo y que son espacio de resistencias cotidianas ante el desmantelamiento de políticas y programas para el acceso a derechos.Frente a un clima de época que habilita discursos de odio, de violencias escondidas en el anonimato, en seudónimos, prácticas de trolleo y hate, seguir generando espacios de preguntas y escucha con las juventudes nos permite no solo habilitar un tiempo para el encuentro intergeneracional, sino también seguir apostando a la construcción de subjetividades críticas y de prácticas de cuidados frente al incremento de lógicas de crueldad, individualistas y competitivas.
Por Marina Tomasini, María Esteve, Natalia Gontero, Martina Kaplan, Camila Monsó, María Gabriela Morales, Paola Nimo, Keila Omar, Erika Vacchieri y Lorena Zamora para La tinta / Imagen de portada: La tinta.
Investigadoras del área Feminismo, Género y Sexualidades (FemGeS), del Centro de Investigaciones María Saleme de Burnichon, Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba.
Fuente: La tinta