
Fotografía de archivo de la científica Barbara Mcclintock, recibiendo el Premio Nobel de Medicina el 10 de diciembre de 1983. EFE
Cada octubre, el anuncio de los Nobel devuelve a la actualidad a quienes reciben el mayor galardón científico, pero también a quienes fueron injustamente apartadas del mismo como consecuencia del machismo estructural imperante, como ocurrió, además de con Rosalind Franklin, con otras profesionales como Esther Lederberg, Lise Meitner, Chien-Shiung Wu o Jocelyn Bell Burnell, la única aún con vida de todas ellas.
Desde Marie Curie en 1911, primera mujer en obtener un Premio Nobel en solitario, el de Física, tuvieron que pasar más de setenta años hasta que otra mujer, Barbara McClintock, recibió el prestigioso galardón sin compartirlo con nadie. Un gran lapso de tiempo que no fue causado por falta de talento femenino, sino por un sistema patriarcal que lo invisibilizó.
Así lo confirma la astrofísica Jocelyn Bell, en entrevista con Efeminista, describiendo un panorama en el que el hostigamiento y la discriminación fueron problemas sistémicos.
“En la Universidad de Glasgow era ‘tradición’ en ciencias e ingeniería que, cuando una mujer entraba en el aula, todos los hombres silbaban, hacían comentarios, golpeaban sus escritorios, pisoteaban el suelo de madera...Y la universidad no hizo ningún intento por detener aquellos abucheos”, señala.
Meitner y Wu: dos pioneras en el mundo de la ciencia
La física Lise Meitner (1878-1968), en los años 40, fue capaz de interpretar los experimentos de la fisión nuclear del uranio, un hito que sirvió para explicar la energía atómica, por lo que mostraría cierta preocupación tiempo después, en un audio recogido por la Universidad de Viena: “La energía que se libera es inmensa, pero cómo se utilice, eso está en manos de la humanidad”.
Aquel descubrimiento obtuvo el Nobel de Química en 1944, aunque solo lo recibió su colega Otto Hahn en solitario, con quien trabajó codo con codo durante décadas. Fue el ejemplo de una sociedad, que aún no veía a las mujeres merecedoras del mérito:
Max Planck, director de Física Teórica de la Universidad de Berlín, dijo sobre Meitner en 1897 -en un libro recogido por ‘e-rara’, la Biblioteca Digital de Zurich-: “(...) alentar a una mujer en estudios superiores científicos me parece en la mayoría de los casos un error, y considero que es mejor, en interés de ambas partes, que se limite a esferas femeninas más propias de su naturaleza”.
Diez años más tarde, Chien-Shiung Wu (1912-1997) demostró que la paridad no siempre se conserva y que, en un tipo de fenómeno atómico llamado ‘desintegración beta’, esa regla de simetría no se cumple. A pesar de su contribución, en 1957 se otorgó el Nobel de Física a sus colegas Tsung-Dao Lee y Chen-Ning Yang, quedando ella, al igual que Meitner, completamente excluida.
Veinte años después, en un artículo publicado en Physics and Society, una de sus alumnas dijo: “Ha habido un gran avance en la ciencia desde Chien-Shiung (...) y todo gracias a su perseverancia, lucidez y destreza, que solo una mujer como ella podía tener. Siempre recordaremos su espíritu y su dedicación a la ciencia como un ejemplo para todas nosotras”.
Pese a ello, Wu siguó trabajando y abriendo camino a las mujeres, convirtiéndose en la primera mujer con doctorado honoris causa en Princeton y miembro de la Academia Nacional de Ciencias, entre otros reconocimientos.
Esther Lederberg y el peso de llevar el apellido marital
Casi en paralelo, la microbióloga Esther Lederberg (1922-2006) revolucionó la genética bacteriana con el descubrimiento del bacteriófago lambda y la técnica de réplica de placas, esenciales para estudiar las mutaciones.
Sin embargo, y aunque en 1958 la Academia Sueca reconoció aquel descubrimiento con el Nobel de Medicina, el galardón solo reconoció a su marido sin mencionar a Esther, pese a haber firmado los artículos de manera conjunta. Algo que, en una época en la que, además, las mujeres casadas publicaban con el apellido marital, hizo que la figura de Esther ‘Lederberg’ quedase opacada y relegada al olvido.
Un caso flagrante que hasta el periódico The Guardian puso de manifiesto en la necrológica que dedicó a la científica tras su muerte en 1966: "El trabajo de Esther Lederberg fue pionero en el campo de la genética, pero fue su marido quien recibió el premio Nobel".
Como escribió el genetista Luigi Cavalli-Sforza en 1974, según testimonio recogido por la Sociedad Española de Microbiología (SEM), “su larga colaboración con su marido le impidió un puesto estable e independiente, algo que se merecía por lo que había hecho y por lo que podía seguir haciendo”.
Jocelyn Bell Burnell y el Nobel de Física que no llegó
Jocelyn Bell Burnell (1943) fue la primera mujer en una clase de cincuenta alumnos en el Grado de Física de la Universidad de Glasglow. Más tarde, ya en los 70, durante su doctorado en Cambridge, identificó la primera señal de un púlsar, un hallazgo que transformó por completo la astrofísica.
Sin embargo, en 1974, el Nobel de Física recayó en su tutor Antony Hewish y en Martin Ryle, quedando fuera del mismo. Un triste acontecimiento que Bell siempre ha llevado con humor, consciente de las desigualdades que sufrieron las mujeres incluso por parte de los medios, a los que les resultaba más interesante el físico o la vida privada de las científicas que su talento.
“Los periodistas me hicieron preguntas tan relevantes como si era más alta que la princesa Margarita o cuántos novios tenía en aquel momento (…) ‘Debes parecer feliz, querida, ¡acabas de hacer un descubrimiento!’”, recordó durante un simposio de astrofísica en Texas en 1977.
En la actualidad, Bell aún explica con tranquilidad cómo vivió todo aquello, y así lo ha hecho en entrevista con Efeminista: “Si me hubieran incluido, no habría recibido nada posteriormente, porque la gente siente que no se puede igualar el Nobel”. Por tanto, “no recibirlo ha significado que he recibido casi todos los premios que existen en ese área. ¡Así que he tenido muchas más fiestas!”, dice con generosa y sutil ironía.

Foto de Jocelyn Bell Burnell en un acto por su contribución en astrofísica. Santa Cruz de la Palma, 2024. EFE/Luis G. Morera
Lejos del resentimiento, Bell, que ha dedicado toda su carrera a trabajar duro y a impulsar a las nuevas generaciones, reconoce avances: "Hoy en día la situación está, en gran medida, bien. Hay una conciencia sobre cosas como el sesgo inconsciente y se hace un seguimiento de las cifras", señala, refiriéndose a una concienciación más generalizada por parte de la sociedad y a un mayor compromiso por parte de las instituciones.
Un patrón histórico que invisibilizó a las mujeres
Los casos de Lederberg, Wu, Meitner y Bell demuestran que la exclusión de las mujeres del Nobel no fue una casualidad, sino un patrón histórico, y que la invisibilización que sufrieron respondió a estructuras académicas que reservaban el prestigio a los hombres, incluso cuando los descubrimientos tuvieron nombre de mujer.
Asimismo, experiencias como la de Jocelyn Bell Burnell recuerdan que el machismo en la ciencia, así como en muchas otras disciplinas, no solo se manifestó en la exclusión de las mujeres del Nobel, sino también en la hostilidad cotidiana de las aulas, los laboratorios y demás espacios laborales y profesionales.
Todas ellas constatan la falta de crédito que se dio a las mujeres en los puestos de poder, especialmente en la ciencia, como consecuencia de un sistema patriarcal muy bien estructurado en el que el paradigma masculino fue el patrón dominante, pero también el poder de la resiliencia frente a las dificultades, como recuerda Jocelyn Bell a Efeminista: “Me sentí orgullosa de que ‘mis’ estrellas hubieran convencido a los miembros del comité de que había buena física en la astrofísica”.
Link de la nota original: https://efeminista.com/cientificas-olvidadas-nobel/
Por Almudena Orellana |
Fuente: Efeminista