septiembre 23, 2018

Lengüitas.

Lecturas Feministas. Escritos desde el siglo V a. C. hasta el presente (ediciones Futuröck) es un mapa caprichoso pero muy atractivo de textos que fueron hilando otra cara de la historia. Mucho antes que el feminismo fuera nombrado y tuviera diferentes modos de expresión y producción con representantes visibles, hubo mujeres que dejaron por escrito sus reflexiones, su poesía y su versión de la política y la filosofía. En esa unión de plumas en el aire, la periodista Gabriela Borrelli Azara inventa un género: el de quien escribe sobre la escritura de otras pero dando puntadas de su propia autobiografía feminista.

Imagen: Jose Nico

“Ven ahora a mí, alláname el camino, / cumple cuanto mi alma anhela ver / cumplido. Conviértete en mi / aliada” escribió Safo en el siglo VI a.C. Algo de ese trabajo hace Gabriela Borrelli Azara en la primera excusión de Futuröck en el mercado editorial, Lecturas Feministas. Escritos desde el siglo V a. C. hasta el presente, y cuenta de Safo algo que para muchas es un anhelo tan actual como urgente, la idea de fundar una isla donde escribir entre amigas en primera persona tiradas en la orilla del Mediterráneo. Con mucha inteligencia, la primera radio feminista (medio tan necesario ocupado por chabones, cuyas voces abundan groseramente en los micrófonos radiales), decide llevar a formato libro un pedido recurrente que surge del aire: las oyentes quieren pistas de lectura para reafirmar su feminismo, para olerlo, acercarse a él de un modo teórico o poético, cada una con su emergencia, pero siempre con ese hilo de oro: leer para ser y sobre todo, para aliviar esa sed de conocer el otro lado de la historia. Ese que no aparece en los programas universitarios, porque ésta es una necesidad mayoritariamente de pibas de veintipico. Borrelli pone su cerebro (y su voz de locutora nacional) en “Héctor Larrea” en Nacional Folklórica y en “Total interferencia”, todas las tardes por Futuröck. Allí habla de libros, de los que ama y de los que no tanto, de los que devora y los que deja a la mitad y sobre todo de esa avidez por leer a otras, también para escribirse a si misma, ella que es autora de una ficción llamada Océano y escribe poesía desde los 15.

Tu libro funciona como un manual, lo podés agarrar por cualquier parte y funciona. ¿Cómo pensaste el recorrido y ese modo fragmentado pero a la vez hilado de ir de la antigüedad hasta el presente, de Juana Inés de la Cruz a Paul Preciado? 

–Fue una tarea de reponer una historia cortada y a mí eso me interesa mucho, la creación de series, por más que sean arbitrarias, o que yo lea con un corte feminista algo que no necesariamente lo era, o al menos no se podía autoenunciar de esa manera por una limitación histórica, pero yo creo que el/la lectora crean la obra y yo hago esas lecturas. Todo se lee desde un paradigma, por eso estoy yo en la tapa, porque son mis lecturas. El paradigma feminista no ganó nunca pero yo, desde mi lugar en el mundo, puedo por ejemplo decir que Sei Shonagon es feminista o que Teresa de Laurentis es fundamental para entender el feminismo. 

¿Es necesario leer para ser feminista?

–No es necesario leer, porque para cualquier opresión no se necesita leer, una persona que es oprimida no se da cuenta de que algo está mal porque lee a Virginie Despentes, se da cuenta antes pero encuentra ahí un cobijo de algo que ya sentía, le pone palabras, que es lo que hace la literatura, sobre todo la poesía. 

¿Qué pasa con el tratamiento del lenguaje, que viene a cuenta del debate permanente que tenemos ahora por el lenguaje inclusivo?

–Para mí las feministas somos las grandes lingüistas de la historia, estamos todo el tiempo disputando palabras. A mi lo que pasa con la palabra sororidad me fascina porque se la arrancamos a la iglesia. Fraternidad viene del latín soris, hermanas. La fraternidad era de la iglesia pero también era de la amistad universitaria. Nuestra sororidad fue arrancada a la iglesia y como digo yo, nos pusimos a cojer con sororidad. Las primeras que nos damos cuenta que nos están nombrando mal somos nosotras. Alfonsina Storni es una visionaria total en ese sentido, porque ella sufre lo mismo: el movimiento feminista la relee y pone mucho hincapié en cómo ser nombradas. La palabra es un terreno de lucha y cuando disputamos las palabras estamos disputando mucho más que una e. 

La lengua es flexible, nos lo permite, es sorora con nosotras…

–Sí, la lengua se nos abre y también se nos resiste porque lo que representa la lengua es el poder que nos somete. En nuestro pequeño país, nosotras hablamos el rioplatense, que no tiene nada que ver con el formoseño o con las lenguas de frontera, que tienen el les. O las mezclas de guaraní y castellano que tienen incorporado el les, entonces hay poderes de la lengua que se disputan por territorios. Un jujeño o una jujeña tal vez no tienen mucho para decirle a la real academia española. Yo viví una etapa muy horrible en el ISER que por suerte terminó que cuando vos estudiabas locución y eras correntina o cordobesa o portabas cualquier tonada, tenías que callarla y hablar en rioplatense. ¿Quién dijo que no nos podemos comer las eses?

¿Y si querían volver a sus provincias a trabajar?

–Y bueno… había locutores que no sabías que eran cordobeses porque les sacaban la tonada. Yo di seis años clases en el ISER, pero me fui porque quería hacer otras cosas. Yo siempre tuve un límite muy borroso entre mi trabajo y mi militancia. A la poesía la milité un montón: organizando ciclos, leyendo…

¿Cuándo empezaste a escribir?

–En mi casa se leía mucho y a los 15 años ya escribía poesía. Mi familia materna era muy lectora y yo me crié pensando que la poesía era a lo mayor que se podía acceder. Y me crié en esa jactancia del que lee. Mi abuela mentía, decía que había leído libros que no había leído y a mí esa jactancia me parece hermosa porque hay un orgullo lector. Nadie lee sin ese orgullo. Es la manera que encuentra el y la lectora de visibilizarse porque sino ¿dónde queda todo el tiempo que vos invertiste leyendo? Es un tiempo creativo. 

Son tiempos que parecen ociosos.

–Exacto, y sin embargo yo pienso que el recorrido lector es un recorrido creativo. La poesía es un atajo filosófico, porque te invita a pensar. La sentencia filosófica o el aforismo tiene más que ver con la poesía que con la filosofía misma: hay muchos filósofos que encuentran el enunciado poético. Y cuando un novelista encuentra una frase es la poesía la que aparece como puerta de entrada a un pensamiento.

¿Qué le puede aportar la poesia al feminismo?

–La poesía está actuando en el feminismo en cada lema. Llegar al Ni una menos es una praxis poética, así como Muerte al macho o Se va a caer. Eso es lo que la poesía le aporta al movimiento. Son muchas buenas poesías; el feminismo es un movimiento poético y mántrico, es algo que también le robamos a otros procesos, como la misa ricotera, nosotras tenemos algo de rito, de procesión… Son todas cosas que le arrancamos a la iglesia y al patriarcado, la liturgia es reinventada por el feminismo. Yo como pisciana lloro cada vez que veo lo que hicimos el 8A. Y también pienso que son momentos de cuidarnos mucho. 

Se reactivó el machismo mas retrogrado.

–Sí, por eso nuestros símbolos, como el pañuelo, tienen que ser códigos identificatorios que nos sirvan para cuidarnos. Porque el senado encendió la llama conservadora que sabemos, es muy violenta. Nosotras no somos violentas, tenemos un movimiento de cuidado...

¿Y vos qué pensás de nuestra no violencia? ¿Por qué no rompemos todo?

–Todavía queda mucho camino hacia una construcción mayoritaria. A mí me gusta la idea de los feminismos populares porque es una manera de ampliar una mayoría. El 3 de junio fue un salto enorme, esta batalla por el aborto fue otra pero hay que seguir para conformar una mayoría de protección más material. Una muralla. Tenemos una protección discursiva pero no tenemos representación política, y va a llevar varios años tenerla. Pienso en un senado lleno de feministas pero falta. El 9 de agosto había una mezcla de llanto y de empoderamiento. Y cuando nos preguntaban por qué no nos sentíamos derrotadas yo decía que no, porque ese día nacieron muchas políticas. Decile ahora a una piba que no puede entrar al boliche. Y lo seguimos viendo en la calle con los pañuelos. El movimiento feminista entiende la historia de diferente manera que los movimientos políticos patriarcales como los entendemos hasta ahora. En el libro también lo digo: hay algo virósico, que se contagia, que retumba y que si vos lees algo de alguna manera también lo estoy leyendo yo. La idea de que lo que una lee retumba en el cuerpo de las demás me gusta mucho. El movimiento feminista me iluminó para pensar la lectura. A mí el movimiento feminista me hace pensar en otros orgullos.

¿Cómo cuáles?

–Como el orgullo tortillero. El orgullo lgtb me hace pensar en el orgullo lector. Nosotras queremos casarnos porque estamos orgullosas de ser tortas y me parece que quien lee tiene que hacer lo mismo. Yo quiero ser lectora y estar visibilizada en la tapa de un libro, quiero decir yo leí y quiero que eso se transforme en una producción. Y convencer a alguien de que lea forma parte de ese orgullo. 

¿Cuánto tiempo tiene tu libro en la calle? ¿Quién lo lee? 

–El libro está pensando para un público que son las pibas que me escuchan en la radio y me preguntaban qué leer. Tienen entre 18 y veintipico pero hay de todas las edades. Pero sobre todo hay una gran sed de lectura de la franja de los 20, que son pibas que están entrando a la universidad y se encuentran con programas donde las mujeres están ausentes. A mí me resultaba muy difícil esa respuesta porque una lectora tiene que armar su propia personalidad lectora. Antes de recomendar a Monique Wittig y su “lesbianas no son mujeres” hay que reponer un poco el sentido de “no se nace mujer se llega a serlo”, de Simone de Beauvoir. Entonces imaginé una lectora circular, y pensé en Safo, que cuando la leí por primera vez me volví loca. Muchas me escriben y me dicen que el libro las invitó a seguir leyendo y eso era lo que yo quería, que arrastrara a otros libros. Y esa también es una marea feminista.

Fuente: Página/12