La periodista, poeta y activista libanesa Joumana Haddad (Beirut, 1970) es una de las voces más contestatarias y provocadoras del mundo árabe, donde es amada y odiada a partes iguales por su feroz defensa de la libertad de expresión y de los derechos de las mujeres. Nos recibe en un café de su ciudad natal para conversar sobre política, escritura y feminismo.
Joumana Haddad atiende a Pikara en una cafetería en Beirut./ Jean-Claude Chincheré
Aunque en verano la mezcla de calor húmedo y polución de Beirut puede llegar a ser sofocante, Joumana Haddad aparece fresca como una rosa. Nos ha citado en la terraza de un popular centro comercial en el cristiano barrio de Ashrafieh y excusa nuestro ligero retraso con una inmensa sonrisa, dos sonoros besos y un “no pasa nada” en su español cantarino.
Poeta, traductora y editora durante 12 años de las páginas de Cultura del diario Al Nahar -el más leído en Líbano-, saltó a la fama internacional con su libro Yo maté a Sherezade, un alegato contra el estereotipo occidental de la mujer árabe sumisa e invisible, pero también contra el machismo y la sociedad patriarcal imperantes en Oriente Medio. El subtítulo de esa obra, “Confesiones de una mujer árabe furiosa”, era una declaración de principios: ocho años después de la aparición de la obra, Joumana Haddad sigue indignada. Indignada por la situación política en Líbano, estado diminuto y turbulento encajado entre Siria e Israel, siempre a punto de despeñarse por el precipicio de un nuevo conflicto bélico. Por la religión omnipresente que ahoga por igual a quienes practican el islam, el cristianismo o cualquiera de las 18 confesiones oficiales del país. Por el avance a paso de tortuga de los derechos de las mujeres, que pueden usar minifalda y salir de fiesta, pero no traspasar la nacionalidad a sus hijos o abandonar el país sin autorización conyugal.
“MI RELACIÓN CON BEIRUT ES SADOMASOQUISTA, PERO DECIDÍ VIVIR AQUÍ POR RESPONSABILIDAD HACIA MÍ MISMA, HACIA ESTA TIERRA, HACIA MIS HIJOS Y LA JUVETUD”
Su indignación se hace palpable en declaraciones que son como puñetazos en la mesa (figurados y a ratos, también literales). Directa y elocuente, contesta a todas las preguntas yendo al grano, en respuestas a menudo cargadas de ironía, donde su risa explosiva y contagiosa aparece por sorpresa. Aunque en persona se ve más menuda que en las fotos, emana una energía arrolladora: todo en ella es rotundo, salvaje.
Hija de la guerra civil que desangró Líbano entre 1975 y 1990, siempre ha mantenido una relación tormentosa con su ciudad y su país. “Siento una mezcla de amor y odio por los dos, es una especie de relación sadomasoquista. Pero decidí vivir en Beirut porque siento una responsabilidad: hacia mí misma, hacia esta tierra, hacia mis hijos, hacia todos los jóvenes… No tendría sentido irme a vivir a otro país y luchar desde fuera”, explica.
Aunque lleva años haciendo política desde el activismo social, en mayo hizo su primera incursión en la arena institucional al presentarse con la plataforma ciudadana LiBaladi a las elecciones legislativas, las primeras celebradas en el país en casi una década, quedándose a las puertas del parlamento -aunque ha apelado al Tribunal Constitucional para pedir un nuevo recuento de votos-. Su enfado es notorio y no por haber perdido, sino porque pese a la avalancha de mujeres candidatas y una nueva ley electoral más equitativa, el resultado ha sido decepcionantemente similar al anterior: Líbano era y sigue siendo uno de los países con menos diputadas de todo el mundo.
“Es un escándalo que tras diez años con cuatro mujeres en el Parlamento pasemos a tener seis. No quiero desesperarme… ¡pero es que en este país los cambios necesitan demasiado tiempo!”, se exaspera, lamentando la corrupción rampante y un poder político que, entendido como prebenda en lugar de como servicio público, se traspasa desde hace décadas de padres a hijos -por cierto, nunca de madres a hijas-.
“PIENSO QUE EN PAÍSES MÁS CONSERVADORES, COMO ARABIA SAUDÍ, PODRÍA HABER UNA REVOLUCIÓN ANTES QUE EN LÍBANO. AQUÍ A LAS MUJERES NOS DAN MIGAJAS Y NOS CREEMOS LIBRES”
Ella cree que quienes clamaban por un cambio en femenino terminaron por votar a los mismos políticos de siempre. “A la gente le gusta quejarse, pero existe una gran diferencia entre quejarse y cambiar las cosas. Quejarse en Facebook no es una acción: ¡votar distinto lo es!”.
Haddad culpa al sistema patriarcal, confesional y cuasi tribal que rige su país, donde el comunotarismo acaba prevaleciendo sobre las decisiones personales, y ello pese a que la libanesa es una sociedad fuertemente individualista. “El individualismo per se no es malo… pero aquí tenemos demasiado del que te hace egoísta, y falta del que te da libertad crítica. Cuando no hay pensamiento crítico, la masa y el colectivo se vuelven mucho más imponentes, más fuertes. Esto es un gran peligro, porque pierdes la capacidad de pensar y juzgar por ti misma”, advierte.
Admite mirar con cierta envidia al Gobierno español, con mayoría de ministras, aunque lo ve como un sueño lejano para su propio país. “Para cambiar de verdad necesitaríamos establecer cuotas, pero tenemos demasiados machos agarrados a su sillón que se negarían a aprobar algo así”, arguye.
“No esperamos regalos del feminismo occidental”
La escritora, en un momento de la entrevista con Andrea Olea./ Jean-Claude Chincheré
Le preguntamos, si pese a todo, ve un despertar feminista en Líbano, tal y como está ocurriendo en buena parte del mundo. Ella se debate. “Es verdad que a causa del movimiento #MeToo y otros muchos factores la gente está cambiando, y yo estoy feliz de que haya más concienciación. Los diarios y la televisión, por ejemplo, ahora hablan más de la violencia contra la mujer, y también hay más organizaciones que tratan estos asuntos. Pero decir ‘despertar’… es una gran palabra: creo que en mi país aún solo hay una minoría de mujeres realmente libre”, considera. “Pienso que en países mucho más conservadores como Arabia Saudí, donde las mujeres están anuladas, podría haber una revolución antes que en Líbano. Aquí, quienes no están en una situación límite, como tener un marido que las maltrata, quedarse sin hijos tras divorciarse o pertenecer a una comunidad muy conservadora, con frecuencia piensan que ya no necesitan más derechos… nos dan migajas y ya creemos que somos libres. Necesitamos más radicalismo, porque libertad no es ir a bailar por la noche o enseñar el hombro: la emancipación es vivir en un Estado que tiene leyes igualitarias, que respeta tus derechos y tu existencia”.
SUS LIBROS ESTÁN PROHIBIDOS EN BUENA PARTE DE ORIENTE MEDIO, AL IGUAL QUE ‘JASAD’, UN MAGAZINE ERÓTICO LITERARIO QUE LANZÓ EN 2008
Atea y ferviente defensora del secularismo en un país donde todo está impregnado por la religión, reniega de cualquier relativismo cultural: “El feminismo occidental políticamente correcto no lo puedo tolerar, me parece hipócrita. No esperamos que [las occidentales] nos hagan regalos, que sean condescendientes. Cada feminista debería ser siempre políticamente incorrecta y si la extrema derecha apuesta por el discurso anti-musulmán, entonces habrá que decir ‘eso no’. Pero hay que ser valientes”, opina. Interrogada sobre corrientes como el feminismo islámico y su deslegitimación en parte de Occidente, se resiste a defenderlo: “Si puedes trabajar por tu situación y la de otras mujeres sin abandonar tu religión, adelante, pero para mí el feminismo es laico o no es. Y estoy hablando de todas las religiones monoteístas… porque según el cristianismo, tú no eres más que la costilla de Adán, ¿no?”, ironiza.
Su hablar franco y su osadía a la hora de abordar todo tipo de tabúes, del sexo a la religión, le han creado múltiples enemigos: sus libros están prohibidos en buena parte de Oriente Medio, al igual que Jasad (Cuerpo), un magazine erótico-literario que lanzó en 2008, donde exploraba temas relacionados con el cuerpo y la sexualidad. En la época de su fundación le llovieron los insultos e incluso las amenazas de muerte, pero ella continuó publicando impertérrita, negándose a transigir ante la hipocresía de un país que utiliza continuamente el cuerpo femenino como reclamo publicitario o donde la tiranía de los cánones de belleza normativa hacen que someterse a una cirugía estética sea poco menos habitual que bajar a comprar el pan, y sin embargo discutir esos temas de forma honesta y abierta se convierte automáticamente en pecado. Ella lo exponía de forma cruda en ‘Yo maté a Sherezade’: “Escupimos sobre lo que deseamos, como dice el célebre proverbio libanés. Estamos obsesionados con el sexo pero no osamos hablar de él”. Por su parte, ha hecho todo lo posible por derribar ese muro invisible: en su poesía como en su prosa, su apuesta por las palabras y los temas prohibidos es ante todo un canto a la libertad negada.
Honestidad brutal
Haddad no pierde la esperanza de cambio en su país y en su región./ Jean-Claude Chincheré
Joumana Haddad es una superviviente. Pasó su infancia entre libros en la biblioteca paterna mientras afuera tronaba la guerra y la literatura se convirtió en su refugio; la escritura, en su salvavidas. Quizá por eso la emplea como terapia de choque.
Su máxima es la honestidad brutal y no se permite pensar en la reacción de los demás: “Si lo hiciera, si pensara en mis hijos o en mis padres, cambiaría palabras, eliminar partes… Por ejemplo, en Superman es árabe describo cómo vi a mis padres tener sexo. Mi madre me confesó que ya no podía mirar a la cara a sus amigas, me dijo ‘por favor, habla de tu vida sexual, no de la mía’. Desde entonces, cada vez que voy a publicar, mis padres se asustan. Se dicen ‘¡a ver qué va a contar ahora esta loca!’, admite entre risas.
“A QUIEN QUIERO PROVOCAR CON MI ESCRITURA ES A MÍ MISMA, A MIS LÍMITES, PARA COMBATIR EL MIEDO, LA CULPA Y LA VERGÜENZA”
¿Provocadora profesional, como se la acusa con frecuencia? “Aunque la gente no se dé cuenta, lo que hago es provocarme a mí misma”, arguye. “Provoco a mis límites, a mi educación y a la forma en que siempre me han dicho que no puedo ser esto, hacer eso o decir aquello. Para mí, la escritura es un proceso muy duro y la auto-provocación es una manera de combatir al miedo, la culpa y la vergüenza, de luchar contra aquello que me impide ser lo que soy de verdad y decir lo que quiero decir de verdad”.
En cada uno de sus libros se abre en canal, entregando a quienes la leen sus experiencias más íntimas. “Al principio me decía, ‘¿a quién va a interesarle lo que me pase?’ Pero he experimentado cómo cada vez que hablo de algo muy personal de mi vida, cuanto más personal me vuelvo, más universal resulta el tema”.
En su último ensayo, El Tercer Sexo (aún no se ha traducido al castellano), entabla un diálogo consigo misma, en el que sus demonios internos la interpelan y la desafían. “Decidí exponer mis culpas y debilidades, porque admitirlas me ha permitido poco a poco liberarme de ellas”, explica. En él aborda cuestiones espinosas, como su lucha contra la depresión, esa “asesina silenciosa” que la acecha desde que tiene uso de razón y que se ha cebado con las mujeres de su familia. “A nivel personal y familiar la tengo muy presente. Mi abuela materna (superviviente del genocidio armenio) se suicidó, mi tía también… aunque, de nuevo, lo traté porque era un tema tabú, y yo cuando veo un tabú me pica todo… ¡Siento que tengo que hacer algo, no lo puedo soportar!”
Al mismo tiempo, el libro es una larga reflexión sobre el estado actual del mundo, sumido en una espiral de violencia sin fin. En un momento en el que, se mire a Oriente o a Occidente, al norte o al sur global, la brújula moral de la humanidad parece hecha trizas, en sus páginas reivindica la búsqueda de un ser humano primigenio, ni hombre ni mujer, un tercer sexo al que llama Humanus. “Es muy difícil creer en la especie humana en estos días. Cada día me digo que soy tonta por hacerlo, que Humanus no existe y quizá nunca existió. Pero luego hay pequeñas cosas que me devuelven la fe y me hacen pensar que no hay que dejarse llevar por el cinismo o el odio. Sucede algo en el momento en que los otros te dan y tú das a los otros, algo pequeño, como la sonrisa de un desconocido. La gente piensa que soy pesimista, pero en realidad soy optimista. O al menos me entreno para serlo”.
Joumana Haddad aún es una mujer furiosa por muchos motivos, pero no pierde (o se entrena para no perder) la esperanza de cambio en su país y en su región. Ha recorrido medio planeta, y aunque declara su amor incondicional por lugares como América Latina o Italia, se resiste a abandonar Líbano y su ciudad natal, la sucia, caótica, volátil Beirut.
A la espera de la respuesta de los tribunales sobre su candidatura electoral, en breve estrenará un programa en televisión sobre libertad de expresión en el mundo árabe, y tras una prolífica obra de ensayo y poesía, está a punto publicar su primera novela, La hija de la costurera, inspirada en su abuela materna, donde narra la vida de cuatro generaciones de mujeres en Oriente Medio entre 1915 y 2015 con la guerra y el exilio como hilos conductores: del genocidio armenio, a la Nakba en Palestina, la guerra civil libanesa y la guerra en Siria. Escrita en inglés (uno de los siete idiomas que domina), pronto se publicará en árabe, francés y español.
Por Andrea Olea
Fuente: Pikara