octubre 09, 2018

Marcela Lagarde: Hemos sido educados para despreciar a las mujeres.


La violencia contra las mujeres está legitimada por la sociedad. Así lo expone la antropóloga Marcela Lagarde, quien señala que los Estados obstaculizan la lucha contra los feminicidios. La investigadora mexicana, referente del feminismo, habla de la importancia de lograr la paridad en las instituciones, de los problemas que existen en la búsqueda de la igualdad en su país y de la necesidad de aplicar la sororidad, la solidaridad entre mujeres.

Marcela Lagarde consigue explicar décadas de esfuerzo feminista con serenidad y paciencia. La supresión del sistema patriarcal y la construcción de una ideología igualitaria han sido los principios que Lagarde ha defendido como política y como activista.

La investigadora mexicana entró al Congreso de la Unión como diputada por el Partido de la Revolución Democrática (PRD) en 2003 con un objetivo: tipificar el delito de feminicidio. Y lo logró. Durante tres años y como presidenta de la Comisión Especial de Feminicidio de la Cámara de Diputados de México, luchó para lograr consensos y convencer a los legisladores más reaccionarios de la necesidad de unirse en defensa de los derechos de las mujeres. 

Lagarde acuñó el término feminicidio para describir las muertes violentas de las mujeres en Ciudad de Juárez, promovió los cambios necesarios para la investigación de este delito en México y fue perito ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos en un caso relacionado al tema. Considerada una de las principales referentes del feminismo en Latinoamérica, las publicaciones de Marcela Lagarde versan sobre los roles sociales, la sexualidad, el trabajo y otros temas en la línea de los estudios de género, tanto en el ámbito político como en aquellos más cotidianos. En Los cautiverios de las mujeres, su libro más conocido, analiza aquellos espacios en los que las mujeres sobreviven a pesar de la opresión cultural del patriarcado.

Cuando usted ingresó como diputada en 2003, de los 500 legisladores que integraban el Congreso de la Unión, sólo el 22% eran mujeres. ¿Costó introducir temas feministas, con esa minoría?

No. (Responde convencida) No, no me costó. Éramos una minoría, pero yo llegué al Congreso para hacer política feminista. El partido con el que fui, el de la Revolución Democrática, me propuso ir en su lista precisamente por ser feminista, por ser académica, por ser mujer. Varias condiciones que en otro momento hubieran sido imposibles. El grupo parlamentario del PRD me apoyó en todo, siempre. Todos los diputados y diputadas estuvieron siempre acompañando lo que propusimos, no sólo el grupo parlamentario del PRD, también otras personas de otros partidos. Logré un consenso pluripartidista, y eso me dio mucha fuerza. La gente sabía a qué me dedico, sabía que yo estaba ahí en un momento grave. Grave porque yo fui con la propuesta de agenda política de lograr la tipificación del delito de feminicidio. El tema estaba en la prensa desde hacía varios años, y yo ya lo había denominado feminicidio en Ciudad Juárez. Las feministas llevamos muchos años trabajando y nos movemos en muchos espacios. Tenemos mucho reconocimiento y aunque no somos millones, hemos logrado incidencia política. Y en el caso de la violencia contra la mujer, era tan terrible, que yo pienso que era necesario dar una respuesta positiva, no sólo de persecución, de más violencia sobre la violencia, sino como lo producimos nosotros. Yo creé la Comisión Especial de Feminicidio de la Cámara de Diputados y fui la presidenta los tres años. Estaba formada por diputadas y diputados de todos los partidos políticos. La mayor parte eran ausentistas, como siempre. Pero algunos sí iban y me arropaban mucho. Eso me dio mucha fuerza para ir a los estados del país, donde había detectado feminicidio, a presentar una investigación que hice, a decir: esto es lo que está pasando aquí, y eso no puede ser. Pero claro, yo era diputada, y me tenían que oír.

¿Qué supuso para México la aprobación de la paridad política hace dos años?

¿Te imaginas? (sonríe). Desde que yo me acuerdo, hemos hecho política en minoría, siempre. Siempre. Aunque, numéricamente, las mujeres hayamos sido muchas veces mayoría, en cuanto a derechos políticos, en cuanto a participación política, a ocupación de espacios políticos, liderazgos institucionales, ha habido una gran desigualdad. Fuimos creando la conciencia entre nosotras de que teníamos que trabajar por la igualdad en serio. La igualdad sustantiva, la igualdad real entre mujeres y hombres. Y finalmente vimos la paridad. Para eso, creamos una red nacional que se llama Mujeres en Plural, que es formidable. Estamos ahí mujeres de diversos partidos, mujeres sin partido, y decidimos asociarnos por la igualdad. Ha sido maravillosa esa red, porque hemos podido trabajar uniéndonos en lo que estamos de acuerdo, que es lograr la igualdad, la paridad numérica, cambiar la ley electoral, llevar a la Constitución el principio de igualdad. Y lo logramos. A los días de aprobarse, se nombra un grupo de trabajo que va a trabajar sobre la constitución de la Ciudad de México. La Ciudad de México es progresista, tiene 20 años gobernada por la izquierda y hemos avanzado muchísimo en el derecho de género, en el empoderamiento de las mujeres, el derecho a decidir pleno, muchas cosas. Pero se nombra este grupo para hacer un borrador, y es un grupo que no es paritario. Es increíble. Logras eso, y en un proceso de creación de una nueva constitución, no se aplica el principio de paridad en el grupo de trabajo.

¿Tuvieron muchos detractores, en esta búsqueda de la igualdad?

Sobre todo muchos obstaculizadores, porque ni siquiera debaten con argumentos conservadores y reaccionarios sobre la maravilla de la desigualdad, no lo hacen. Lo que hacen es ponerte todo tipo de obstáculos jurídicos, normativos, de que nunca llegues al quorum y que se acaba la legislatura, volver a empezar siempre.

En Guatemala ocurrió algo similar. Este año se buscó la paridad en las reformas a la Ley Electoral, y a pesar de que existía un acuerdo de jefes de bloque, la iniciativa se fue diluyendo. ¿Qué lectura hace de que se niegue la igualdad en un ámbito como la representatividad en el Congreso?

En toda América Latina estamos pasando por esas broncas. En México tenemos Ley de Igualdad. En otros países no la hay. La igualdad está sólo en la educación, o está como una aspiración del sistema electoral, pero no hay una ley entera. Si yo pudiera decir algo que nos ha funcionado fue hacer esta ley. En México se legisla nacionalmente, pero como somos una federación hay que legislar también en cada estado. Son 31, y ahora la Ciudad de México. Es increíble, pero en ese proceso, algo hay de ganancia, porque los vas convenciendo y vas haciendo un rollo pedagógico, e interviene la gente progresista de cada región, de cada estado. Logramos convertir la discusión política sobre la igualdad en un tema de la agenda política local en cada sitio. Ustedes tienen la maravilla de que no tienen 20 códigos penales, como nosotros. Tienen una sola legislación, pero pueden movilizar, hacer un proceso muy participativo. Lo que he encontrado es que cuando participamos de forma organizada y se van asentando corrientes democráticas de cambio, pues finalmente eso funciona. Hay que tratar de buscar mecanismos aunque sean grupos pequeños. En todas partes hay gente democrática, hay que encontrarla, ponerle nombre, ponerle cara, y que vaya apareciendo en estos procesos.

¿El sistema de cuotas es una opción viable?

Las cuotas son una acción afirmativa, para que quienes están excluidos dejen de estarlo. Entonces se crean cuotas, de cuántas mujeres, cuántos hombres. Lo común ha sido el 60-40. 60% de un género, 40% del otro, para las listas, las candidaturas, para todo. Pero resulta que ahí también nos han hecho trampa. Tuvimos que inventar una cosa que en España se llama “lista cremallera”, que van como en un zíper: una mujer, un hombre, una mujer, un hombre. Porque hacían la trampa de poner a todas las mujeres en los últimos lugares, nunca quedaban, o las ponían como suplentes. Los partidos políticos han obstaculizado la incorporación plena de las mujeres. En México pasó que durante una, dos legislaturas, se hicieron listas, ganaron las personas, iban como debe ser la cuota, y después de tomar posesión, algunas diputadas pidieron permiso para ausentarse del Congreso. Le pusieron el nombre de “Las Juanitas”, un término que yo ni siquiera repito, para no crear el estigma, porque eran mujeres que al irse dejaban al suplente que era su hijo, su esposo…. Tuvimos que reformar las leyes, hicimos una demanda al Tribunal Electoral a través de Mujeres en Plural, y nos contestaron positivamente, creando un sistema nuevo, que es que en cualquier lugar donde vaya una mujer de titular, tiene que haber una mujer suplente, para que no las manipulen o las obliguen de forma extorsionada a dejar su lugar. Varios partidos que ya habían hecho listas tuvieron que cambiarlas. No nos lo perdonan (sonríe). Muchos ya estaban acomodadísimos y tuvieron que irse.

El argumento de muchos opositores al sistema de cuotas o a la paridad, se basa en que si un número determinado de mujeres debe entrar en el panorama político, hay hombres quizás más formados que dejarían de hacerlo. ¿Qué análisis hace de este planteamiento?

El tema de las mujeres sin formación fue una objeción durante mucho tiempo, cuando las mujeres exigían participar y no les permitían con el argumento de que no tenían la educación profesional. Pero luego, se logró que las mujeres estudiáramos, y lo lograron los movimientos de mujeres. Ya estudiamos y tenemos calificaciones. Y en América Latina tenemos mucha mayor calificación universitaria que los hombres. Hay más mujeres doctoradas que hombres doctorados. Hay más mujeres que hacen estudios superiores. Este argumento ya no funciona. Los siguen usando porque nos creen ignorantes, pero no tienen razón. En cambio, muchos hombres están ahí sin tener las menores capacidades porque son muy malos gobernantes y representantes. No se prueba nada con lo que dicen. Y el hecho de que dejemos fuera a hombres maravillosos… pues ya quisiera yo ver eso, me encantaría (sonríe, con sarcasmo). Me encantaría que hubiera realmente políticos democráticos, confiables, capaces de enfrentar los problemas graves que hay en estos países. Y no hay esto. Y sí he visto que las mujeres que han ido encontrando espacios, han aportado muchísimo.

En Guatemala hay una representación de mujeres en el Congreso de menos del 14%. ¿Este es un obstáculo, o como usted dijo durante su legislatura, no supuso un problema?

No, no, no. Sí fue un problema, claro que sí. Imagínate, si hubiéramos tenido el 50%, muy rápidamente hubiéramos podido sacar acuerdos, sacar la ley, incluso implementar políticas públicas. No pudimos. Nos llevamos toda la legislatura construyendo el consenso. Éramos muy pocas y del 22% de mujeres, no todas apoyaron la ley, por ejemplo. Para Guatemala, digo lo mismo. La igualdad debe ser un derecho para mujeres y hombres. Ambos géneros tenemos el derecho de participar en condiciones de igualdad. Eso permite que, por lo menos, no haya exclusión numérica. Pero además, si hay más mujeres, los hombres ya aprenden a compartir con ellas. Es muy educativo. El espacio mixto ayuda muchísimo. Quienes viven solitos, como Club de Toby, no entienden de qué se trata la vida, ni el mundo. Me parece que aportamos mucho, pero si además de ser mujeres somos feministas, me parece que aportamos una visión política extra, que es un aporte a la democracia. Y en el feminismo, todavía somos mayoría mujeres. Sería formidable que hubiera mujeres y hombres feministas muy visibles defendiendo estas propuestas como suyas. Eso me encantaría. Y que pase en Guatemala me encantaría muchísimo también.

De ese 14% de mujeres, varias se conocen como esposas, exesposas, hijas de hombres políticos. Se crea una figura de mujer política en función del hombre. ¿Cómo ve ese uso de los espacios políticos?

Bueno, eso forma parte de Estados no democráticos. La democracia tiene un principio básico, que es la ciudadanía. Y la ciudadanía es una condición individual. Las personas entran, salen, pueden ocupar espacios por sus méritos propios, no porque estén ligados familiarmente con nadie. Aspiramos a que sea así, a que podamos elegir gobernantes, dirigentes, autoridades, representantes, funcionarios… en función de sus capacidades mostradas públicamente. En todos los países en los que hay democracia hemos hecho la crítica del nepotismo, porque no estamos en regímenes patrimoniales, no se trata de eso. Si ya es terrible “la hija de” en los partidos políticos, peor es en todo el país. Es una burla que haya ese uso de las relaciones familiares.

Después de la tipificación del delito de feminicidio, ¿ha habido una mejora en la lucha contra el mismo?

En cuanto a eso, sí. Pero en cuanto a la intensidad del feminicidio, no hemos avanzado nada. Es más, hay más feminicidios ahora, o se conocen más, porque se denuncia más, se investiga más, y en eso sí aportó la tipificación del delito. El delito sólo sanciona, pero no cambia las cosas. La ley sí cambia las cosas, porque determina políticas de Estado, para prevenir atender, sancionar y erradicar la violencia. Eso es lo que contiene nuestra ley. Llevamos 10 años con ella. Hemos encontrado —yo lo analizaba como antropóloga— una especie de geografía de obstáculos para la implementación de esa ley. El primero es que quienes la tienen que implementar, no están de acuerdo con los derechos humanos de las mujeres, por ejemplo. No están de acuerdo con que los hombres son violentos, y con que esos violentos que asesinan mujeres son delincuentes. Muchos de ellos, cínicamente te dicen: “Bueno, es que las mujeres se lo buscaron”. Hay todo un debate misógino, terrible, incluso institucionalmente: hay tortuguismo, ausentismo, bloqueos, simulación de que “estamos trabajando y se va a aplicar la ley”, mal uso de los recursos.

¿El Estado facilita que exista violencia contra las mujeres?

Es parte del problema. Cuando yo definí qué era el feminicidio, vi el problema muy claro. Por la perspectiva feminista de análisis que utilicé, me daba cuenta de que en el feminicidio, hay el victimario específico, el que asesina a una mujer. Pero eso sigue funcionando porque hay una gran impunidad, porque no hay persecución del delito, porque no hay justicia, porque finalmente no hay una prevención de lo que pasa. Todo ese “no hay” es la ausencia del Estado. Y esa ausencia es parte de ese problema. En la definición del feminicidio yo dije que esos crímenes terribles suceden entre otras cosas por una enorme tolerancia social a la violencia contra las mujeres. La gente se puede preocupar más por las abejas que por las mujeres. Lo digo con mucha tristeza. Se permite que haya violencia en las fiestas, la gente ve como hombres violentan a mujeres, a sus parejas, cómo dice que “se pelearon”, “hay pleito”, "hay riña”, cuando son hechos de violencia de género. Los dejan pasar, nadie pide castigo. Nos ha costado mucho trabajo lograr que las mujeres denunciemos la violencia. Hemos debido crear instituciones para que reciban denuncias, y puedan canalizarlas y perseguir el delito. Si el Estado no se transforma y no interviene positivamente, es culpable de que las mujeres no podamos exigir, y tener y vivir una vida libre de violencia. El Estado es parte del problema, y es muy contradictorio. A mí me lo han dicho muchas mujeres llorando y con enojo: “¿Cómo vamos a confiar en el Estado, si el Estado es omiso, negligente, corrupto?”. Pero sin Estado, no hay derechos. Lo que tenemos que hacer para erradicar el feminicidio es lograr que el Estado se transforme en función de las leyes que ya lo conforman.

La violencia contra la mujer está legitimada, a pesar de ser ilegal, entonces.

Claro. Y además, todavía tiene aspectos legales. En México todavía hay leyes que son atentados contra las mujeres. Hay una disposición en la Ley de Igualdad y también en la de violencia para eliminar todas las leyes y todos los conceptos jurídicos que son misóginos o que violentan los derechos de las mujeres. Y en algunos estados se ha logrado que se eliminen esas leyes, pero en otros, no. A veces también hay legislación que favorece la violencia contra las mujeres. Pero aunque no hubiera, hay legitimidad, hay tolerancia social a la violencia. Necesitamos una sociedad democrática, que todavía no la tenemos.

¿La violencia contra la mujer sólo aparece en los asesinatos y violaciones, o se encuentra también en otros ámbitos?

En México hay cinco tipos de violencia. La violencia familiar, que muchas veces es conyugal; también está la violencia comunitaria, la institucional, la escolar y laboral y la violencia feminicida, que es la que propusimos nosotros. Esas cinco modalidades tienen tipos de violencia: psicológica, sexual, económica, patrimonial… y eso se combina todo. Y muchas mujeres vivimos varias de estas violencias simultáneamente por períodos muy largos. Y todavía no se investiga. Muchas veces cuando nos dan datos de la ONU, plantean por ejemplo, “se ha investigado que el 45% de las mujeres ha vivido violencia al menos una vez en su vida”. Yo digo: no. Eso no dice nada. Además no es el 45, es el 100% que hemos vivido algún tipo de violencia. Se está tratando de reformar la ley para incorporarle dos nuevas modalidades: la violencia obstétrica, que ya está legislada en varios países, y la violencia política, porque en el transcurso de estos 10 años han ocurrido feminicidios de mujeres políticas, candidatas, ediles, alcaldesas… Es feminicidio político. Eso ya no es una novedad, se ha vuelto un problema.

Sobre la violencia obstétrica. Los doctores suelen escudarse en su propia experiencia para coaccionar a las mujeres a llevar el embarazo y el parto de una manera determinada. Por ejemplo, a hacer cesáreas, episotomías, inducción al parto, cuando no es necesario. ¿Puede primar la experiencia de un doctor antes de la decisión de una mujer sobre su cuerpo?

No debería. Pero ahí hay una dominación terrible de los médicos sobre las mujeres porque no reconocen que nosotras debemos decidir cómo y qué hacemos sobre nuestro cuerpo. Por eso, desde el movimiento feminista trabajamos el tema de reapropiarnos del cuerpo y asumir decisiones importantes sobre el mismo. De rescatar procesos no dañinos desde el embarazo o en el parto. Hay tipos de parto que han demostrado ser menos dolorosos, y prácticas que no deberían ser obligatorias, como la episotomía, y que se practica casi por hobby. La violencia obstétrica provoca mortalidad materna. Uno de los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio era reducir la mortalidad materna, y no se cumplió. Eso quiere decir que hay una dejadez, una falta de interés en el cuidado de las mujeres y la protección de los derechos. Tendremos que hacer más ruido para erradicar la mortalidad materna. Yo llamo feminicidio a las muertes maternas, porque está demostrado que la mayoría pudieron ser evitadas, y se produjeron por negligencia.

En la oposición al feminismo también hay mujeres. ¿Aplicamos la sororidad?

No, no todas, no. La sororidad se produce en un espacio feminista, porque implica la conciencia de género. Pero es una actitud y una ética de relación entre mujeres. Hemos sido educadas para despreciar a las mujeres, como los hombres, a no valorarlas, a competir por muchas cosas, pero hacerlo con una hostilidad particular. Que desde luego nunca alcanza la hostilidad de los hombres hacia las mujeres, nunca.

Pero a veces sí se reproduce ese modelo patriarcal en las propias mujeres.

Sí, sí. Y claro, ¿dónde se aprende el feminismo? En la tele, en los programas donde se burlan, donde hacen el ridículo mujeres y hombres, donde hay violencias extremas, gritos…Ahí no aprendes feminismo. En las escuelas tampoco se aprende. Es un conocimiento estigmatizado. Y bueno, las feministas ya hemos ido logrando que el feminismo se enseñe en el ámbito académico.

¿Es la sororidad la vía para lograr los objetivos del feminismo?

Sí, claro. Estoy convencida de eso, y lo practico todos los días. Y te sigo contestando sólo por sororidad. (Ríe).

Por Carmen Quintela Babio
Fuente: plazapublica.com.gt