noviembre 04, 2018

El sujeto del feminismo nunca ha dejado de ampliarse.

Se están publicando artículos en medios y proclamas en redes sociales que suponen un atentado gravísimo contras las mujeres trans. No se limitan a negarles sus derechos sino que les niegan la identidad, la existencia. ¿No decía el feminismo clásico que lo que no se nombra, no existe?

Ilustración de Emma Gascó para la Coordinadora Andaluza de ONGD

Estar juntas las mujeres no era suficiente, éramos distintas. Estar juntas las mujeres gay no era suficiente, éramos distintas. Estar juntas las mujeres negras no era suficiente, éramos distintas. Estar juntas las mujeres lesbianas negras no era suficiente, éramos distintas. Cada una de nosotras tenía sus propias necesidades y sus objetivos y alianzas muy diversas. La supervivencia nos advertía a algunas de nosotras que no nos podíamos permitir definirnos fácilmente, ni tampoco encerrarnos en una definición estrecha… Ha hecho falta cierto tiempo para darnos cuenta de que nuestro lugar era precisamente la casa de la diferencia, más que la seguridad de una diferencia particular.Audre Lorde, 1982

La reciente irrupción del feminismo como un fenómeno de masas ha reabierto muchos de sus debates históricos. Uno de los más profundos y candentes es, parafraseando a Nancy Fraser, la tensión entre reconocimiento y redistribución. O lo que es lo mismo, cómo conjugamos la innegable diversidad de mujeres con la delimitación del sujeto político del feminismo.

Desde algunas posturas de la izquierda tradicional, se critican las luchas que ponen el foco en la diversidad como cuestiones postmateriales. Definir las reivindicaciones feministas como simbólicas solo demuestra la concepción reduccionista de lo material de quien esgrime este argumento: como si el trabajo reproductivo no estuviese saturado de carne y materia, en su sentido más básico y maloliente.

En el caso de los columnistas varones blancos heteros de mediana edad, la crítica a cómo supuestamente las reivindicaciones de las mujeres están rompiendo la izquierda parece responder más bien a una demanda de casito y clickbait. Superadlo: las mujeres llevamos más de dos siglos exigiendo de forma articulada el ser reconocidas como sujetos de derecho, sin discriminación.

Pero hay otra deriva mucho más preocupante en este debate, que se inflama (¿artificialmente?) en las redes sociales: la transfobia de quienes consideran que las mujeres trans no forman parte del sujeto político feminista. Desde la posición TERF (trans exclusionary radical feminist) se vive como un ataque injustificado el que se las tilde de tránsfobas, mientras afirman que las mujeres trans no merecen que se les reconozca legalmente su identidad. ¿No resuena a eso de que “yo no soy homófoba, pero que no lo llamen matrimonio”?

Se están publicando artículos en medios y proclamas en redes sociales que suponen un atentado gravísimo contras las mujeres trans. Y es que no se limitan a negarles sus derechos sino que van mucho más allá: les niegan la identidad, la existencia. ¿No decía el feminismo clásico que lo que no se nombra, no existe? Duele especialmente ver que esta aniquilación simbólica y tránsfoba viene de reputadas maestras feministas con las que se podía discrepar pero a quienes, hasta este momento, se respetaba.

De la mujer a las mujeres

Hasta fechas bastante recientes, las políticas públicas de género (tan tardías y precarias en este Estado) y buena parte del movimiento se dirigían a la mujer. Así, en singular. Era habitual leer en los medios de comunicación expresiones ridículas, dignas de humor negro, como que “una mujer es violada cada 8 días”.

Pero tras el concepto de “la mujer” subyacía una forma muy determinada de entender el sujeto político del feminismo. Esa “mujer” era el supuesto universal neutro: blanca, hetero, burguesa, de mediana edad, sin discapacidad… El equivalente perfecto al universal masculino como única medida de la existencia que tanto se había criticado.

El miedo a la diversidad puede ser consecuencia de una incorrecta concepción del término interseccionalidad. No se trata de una competencia entre individuos atomizados y libres, en una especie de meritocracia inversa para ver quién sufre mayor opresión y discriminación. La interseccionalidad permite analizar cómo los múltiples ejes de desigualdad se articulan entre sí, configurando una experiencia específica, diferente a la mera suma de las discriminaciones experimentadas.

Reconocimiento y redistribución

La ampliación del sujeto político no tiene por qué ir unido a una reivindicación exclusivamente identitaria (“meramente cultural”). Es innegable que las condiciones materiales de vida de una trabajadora doméstica migrante, trans y pobre poco tienen que ver con las de una profesional blanca hetero y de clase alta.

Desde algunas posturas, se critica esta demanda de reconocimiento identitario como una frivolidad, un capricho neoliberal. La sexualidad no es un estilo de vida, sino que determina las posibilidades de la existencia. Las personas trans no son un estilo de vida sino que son personas, mujeres y hombres, que sufren discriminación económica y explotación laboral.

El conflicto capital-trabajo (y vida) sigue más presente que nunca. Pero hoy no está protagonizado por machos de mono azul ni por amas de casa de clase media, sino por trabajadoras internas migrantes y prostitutas trans.

Ampliar el sujeto político del feminismo no es una victoria patriarcal. Es una victoria del feminismo que, para no convertirse en un movimiento excluyente y reproductor de las desigualdades, tiene que ser interseccional. Ampliar el paraguas del sujeto político revolucionario nunca podrá ser neoliberal.

Fuente:Pikara