septiembre 01, 2025

El derecho al cuidado: una victoria jurídica feminista que podría cambiar América


Participantes en las audiencias sobre la opinión consultiva en torno al derecho a cuidado en la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Imagen: Corte IDH / X

El 7 de agosto, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) dictó un fallo histórico que podría transformar la vida de las mujeres en toda América. Por primera vez en el derecho internacional, un tribunal internacional reconoció el cuidado como un derecho humano autónomo. La Opinión Consultiva 31/25, emitida en respuesta a una solicitud de Argentina, eleva el cuidado —durante mucho tiempo invisible y relegado a la esfera privada— al nivel de un derecho universal exigible.

La decisión del tribunal surgió de un proceso altamente participativo que incluyó amplias presentaciones escritas de la sociedad civil, académicos, gobiernos y organizaciones internacionales, además de audiencias públicas celebradas en marzo de 2024 en San José de Costa Rica, sede la Corte IDH.

La sentencia emitida ahora valida lo que las activistas feministas han defendido durante décadas: el trabajo de cuidados es un trabajo con un inmenso valor social y económico que merece reconocimiento y protección.

Tres dimensiones de los cuidados

Las estadísticas en las que se basa esta sentencia cuentan una historia cruda. En América Latina, las mujeres realizan entre 69 % y 86 % de todo el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, lo que obstaculiza sus carreras profesionales, su educación y su desarrollo personal.

El tribunal interamericano reconoció este desequilibrio como una fuente de desigualdad estructural de género que requiere una acción urgente por parte del Estado.

La resolución define el cuidado de manera amplia, abarcando todas las tareas necesarias para la reproducción y el sustento de la vida, desde proporcionar alimentos y atención médica hasta ofrecer apoyo emocional. Establece tres dimensiones interdependientes: el derecho a proporcionar cuidados, el derecho a recibir cuidados y el derecho al autocuidado.

El tribunal interpretó que la Convención Americana sobre Derechos Humanos abarca el derecho al cuidado, dejando claro que los Estados deben respetar, proteger y garantizar este derecho mediante leyes, políticas públicas y recursos.

Esbozó las medidas que deben adoptar los Estados, entre ellas la licencia de paternidad remunerada obligatoria equivalente a la licencia de maternidad, la flexibilidad en el lugar de trabajo para los cuidadores, el reconocimiento del trabajo de cuidado como trabajo que merece protección social y sistemas públicos de cuidado integrales.

La defensa feminista reivindicada

La decisión de la Corte IDH refleja la profunda influencia de los estudios feministas. Durante décadas, las activistas feministas han insistido en que el trabajo de cuidados, realizado en su gran mayoría por mujeres, es invisible e infravalorado a pesar de ser fundamental para el sostenimiento de la vida y las economías.

El reconocimiento del tribunal valida estos argumentos, afirmando que el trabajo de cuidados no es una extensión natural de los roles de las mujeres confinados en la esfera privada, sino un trabajo con un inmenso valor social y económico.

El enfoque interseccional del tribunal representa otra victoria crucial para los movimientos feministas. La opinión consultiva reconoció que las cargas del cuidado no se distribuyen de manera uniforme entre las mujeres: las mujeres indígenas, afrodescendientes, migrantes y de bajos ingresos se enfrentan a responsabilidades desproporcionadas y a múltiples niveles de discriminación.

Este reconocimiento coincide con el énfasis de los movimientos feministas en las formas en que el género, la raza, la clase y la situación migratoria se entrecruzan para configurar la desigualdad.

Es significativo que la Corte IDH haya relacionado explícitamente el autocuidado con el acceso a los servicios de salud sexual y reproductiva, reconociendo que el bienestar genuino requiere la capacidad de tomar decisiones libres e informadas sobre el embarazo, el parto, la maternidad y la autonomía corporal.

También ha destacado que todas las personas, incluidas las mujeres, las personas transgénero y las personas no binarias que pueden quedar embarazadas, deben estar libres de mandatos impuestos de maternidad o cuidado.
El papel crucial de la sociedad civil

Esta victoria pertenece a la sociedad civil. Las organizaciones feministas y de derechos humanos de toda América Latina hicieron campaña para llevar el tema ante el tribunal y aportaron conocimientos especializados cruciales.


Las organizaciones documentaron la realidad de las mujeres que cuidan a familiares encarcelados, las mujeres migrantes que realizan trabajos de cuidados en condiciones precarias y las comunidades que carecen de servicios básicos como agua y saneamiento, lo que hace que el trabajo de cuidados no remunerado sea aún más pesado.

Esto contribuyó a que la opinión de la Corte IDH reflejara las realidades sociales en lugar de principios abstractos.

El potencial transformador de la opinión va más allá de la igualdad de género. Al reconocer el cuidado como una necesidad humana universal, lo posiciona como una piedra angular del desarrollo sostenible.

Las inversiones en infraestructura de cuidados crean puestos de trabajo, reducen la desigualdad y apoyan la participación de las mujeres en el lugar de trabajo, al tiempo que garantizan que los niños, las personas mayores y las personas con discapacidad puedan vivir con dignidad y autonomía.
El camino hacia la implementación

Las resoluciones sobre las opiniones consultivas no son vinculantes, al contrario de las sentencias sobre casos juzgados, pero tienen un peso jurídico y político considerable, ya que establecen normas regionales que influyen en las reformas constitucionales, los litigios estratégicos y el desarrollo de políticas.

Esta decisión proporciona un modelo para las sociedades en las que el cuidado no es una carga invisible, sino una responsabilidad compartida y respaldada.

Sin embargo, las organizaciones feministas han señalado una limitación crucial: la decisión de la Corte IDH de no designar al Estado como garante principal de los derechos de cuidado crea una ambigüedad que corre el riesgo de permitir que los gobiernos descarguen sus obligaciones en las familias, perpetuando las desigualdades que la decisión pretende abordar.

La sociedad civil se enfrenta a la tarea crucial de garantizar que la implementación dé prioridad a la responsabilidad del Estado. La prueba consiste en transformar el reconocimiento legal en leyes, políticas y prácticas que lleguen a los más necesitados. La lucha se traslada ahora de los tribunales al ámbito político.

Los movimientos feministas ya están preparando casos estratégicos y lanzando campañas para presionar a los gobiernos a fin de que aprueben leyes, asignen presupuestos y construyan la infraestructura necesaria.

Los Estados deben aprobar leyes que reconozcan el derecho al cuidado, diseñar sistemas de cuidado universales, integrar encuestas sobre el uso del tiempo en las cuentas nacionales y construir una infraestructura de cuidado sólida. Los empleadores deben adaptar los lugares de trabajo para reconocer las responsabilidades de cuidado. La sociedad civil y los gobiernos deben desafiar los estereotipos de género e involucrar a los hombres y los niños en las tareas de cuidado.

La Corte IDH ha demostrado lo que es posible: sociedades en las que el cuidado se valora, se apoya y se comparte. Para los millones de mujeres de toda América que han llevado esta carga en silencio, el trabajo de convertir este reconocimiento histórico en una realidad vivida comienza ahora.

Este es un artículo de opinión de Inés M. Pousadela, investigadora principal de Civicus, la alianza mundial para la participación ciudadana.

Inés M. Pousadela es especialista sénior en Investigación de Civicus, codirectora y redactora de Civicus Lens y coautora del Informe sobre el Estado de la Sociedad Civil de la organización.

Fuente: IPS

agosto 31, 2025

'Hijas del hormigón': historias de mujeres que luchan desde la periferia

La politóloga Aida dos Santos escribe un ensayo en el que retrata la situación de las mujeres de la periferia, dando voz a cientos de víctimas del clasismo, sexismo y la violencia en las ciudades de España

'Hijas del hormigón', de Aida dos Santos Debate

Su historia importa. Y da una vuelta de tuerca a unas ideas feministas que acaban dejándolas de lado. Son las hijas del hormigón, de la periferia, madres, hijas y abuelas que sostienen el armazón del Estado de Bienestar, a las que el feminismo y la izquierda en general no deberían olvidar.

Aida dos Santos, la autora del ensayo Hijas del hormigón (Debate), es quien da voz a estas mujeres, en un esfuerzo titánico por huir de la mera teoría y mostrar a través de sus testimonios el clasismo, el sexismo y la violencia en las periferias españolas. Porque a menudo no nos damos cuenta, y nos lo recuerda aquí Dos Santos, que detrás de las cifras hay historias, palabras de sufrimiento, vivencias de mujeres reales.

Ella sabe de lo que habla. Es politóloga, y como dice en su biografía, lo consiguió gracias a la educación pública. Ahora trabaja escribiendo para varios medios digitales, elaborando encuestas y auditorías retributivas para empresas. Ella misma destaca que antes de graduarse ejerció como limpiadora, camarera y cajera. Es una mujer trabajadora de clase obrera, que da voz a nada menos que a otras cien mujeres como ella en Hijas del hormigón.

Feminismo y conciencia de clase

Una reflexión basada en datos, con una extensa bibliografía, pero compensada con una serie de anécdotas significativas con una gran carga emocional en más de un caso. Porque el peso con el que cargamos las mujeres es grande (y el de algunas, mucho más que el de otras). La discriminación se da de múltiples formas y ámbitos, y para demostrarlo, la autora recoge ejemplos de todo tipo: de la desigualdad de género, de la discriminación en el trabajo, de la brecha salarial, de los estereotipos de género y cómo afectan a la salud mental de las mujeres.

Es un estudio que ahonda en el pasado y en el presente, y de la comparación de ambos, la politóloga extrae una conclusión positiva: ha habido un cambio llamativo, por supuesto, a mejor. Fruto de las reformas sociales en favor del feminismo. Pero advierte: no hay que olvidar a las mujeres del hormigón, de la clase obrera, que viven en la periferia de las grandes urbes. No hay que olvidar que ellas tienen una carga más sobre las espaldas, la de ser marginalizadas por su condición social.

"Mientras que la literatura obrerista se ha encargado de romantizar el mono azul de trabajo y la academia feminista aboga por romper techos de cristal, las condiciones de quienes se encargan de lavar los primeros y barrer los segundos han quedado totalmente descuidadas y olvidadas", reflexiona Dos Santos acerca del gran error que a su juicio supone olvidar a las mujeres de las afueras, de clase trabajadora, que sostenían a la familia haciendo el trabajo más básico, oficios como coser o lavar la ropa, servir o cuidar. Tanto en el discurso de los movimientos de izquierdas, como del feminista (que "se olvida de las obreras", como dice una de las entrevistadas).

Para llegar a adquirir esta voz, y para aprender a usarla, las propias integrantes de este grupo social deben empezar a ser conscientes de su lugar en la sociedad. "Renegamos de nuestra identidad como clase trabajadora porque aspiramos a que nos traten como si fuésemos clase media", sentencia Dos Santos, que a su vez deja clara la realidad, sin medias tintas: "da igual lo que creamos que somos, cualquier prejuicio clasista nos recordará cómo nos ven aquellos que nos nombran".

Los peligros del discurso establecido

La llamada clase media aspiracional (y aquellos de clase obrera que se ven como tal) es un concepto en boga, ¿pero, a qué se refiere eso de 'aspiracional'? Dos Santos lo define como esa voluntad de imitar los hábitos y formas de consumo de las clases más dominantes, buscando asimilarse a ellas. Un síntoma, un ejemplo que todos hemos escuchado, incluso imitado alguna vez: "esperar un Uber en el portal para ir al aeropuerto de madrugada y volar con una compañía low cost".

La politóloga incide en que al creer que de esta manera estamos gozando de los mismos privilegios que el famoso 1% de la sociedad, es algo que nos mantiene distraídos de la realidad de nuestra posición en la estructura social. Así lo reflexiona Dos Santos y también las mujeres a quiénes entrevista, formadas y preparadas, sin un trabajo que les permita acceder a una vivienda digna. Es otro espejismo, la famosa meritocracia, ese "si tú quieres, puedes".

Es un gran logro que las mujeres de la sociedad actual podamos aspirar a una educación que antes estaba reservada para las más privilegiadas, pero el esfuerzo individual únicamente no nos va a abrir las puertas a la igualdad real de oportunidades: "cuanto peor sea la situación de partida, más difícil es ascender en sociedades con grandes brechas de clase", escribe Dos Santos.

La estrategia del feminismo liberal deja de lado esta realidad, e incita a las mujeres a competir para llegar a ser las mejores y romper el famoso techo de cristal. Y así lo critica la autora del ensayo: "empoderar a mujeres talentosas para que alcancen posiciones en igualdad con los hombres de su propia clase no tiene como objetivo la igualdad, sino la meritocracia". Es decir, las mujeres de origen privilegiado lo tienen mucho más fácil para competir con los hombres por las posiciones de poder.

Para las mujeres de origen social más humilde es enormemente más difícil. Por muy brillantes que sean, y por muchos méritos que tengan. En ese sentido, para ellas, la meritocracia es una trampa, un espejismo.
Mujeres trabajadoras

Bajo el ideal de la mujer empedrada, aquella que consigue ascender a la cúspide del entramado social (con o sin ayuda, con o sin suerte), siempre se quedan detrás o debajo otras que mantienen el sueño idílico del privilegio. En los hoteles, recuerda Dos Santos, hay madres que viven en el extrarradio" limpiando sábanas de camas en las que nunca podrán dormir".

"No se trata únicamente de romper el techo de cristal, sino de preocuparse de las condiciones de trabajo de quien barre esos cristales rotos", sentencia la autora.

En Hijas del hormigón, Dos Santos puntualiza una realidad que no está del todo de moda desde el enfoque del feminismo más mainstream (también desde las ideologías de izquierdas, dice ella). Imbuidos por el sueño consumista y capitalista, no nos queremos dar cuenta de que no somos entidades independientes, no somos islas, todo lo que tenemos lo hemos obtenido también gracias al esfuerzo de otros, tengamos más o menos recursos económicos y patrimonio: gracias a otras mujeres que nos precedieron, a nuestras madres y abuelas.

"Se lo debemos a quienes cargaron los hatillos y ahorraron labrando un desagradecido campo para ofrecer a las siguientes generaciones algo más allá que la vara de los olivos o el polvo en los zapatos", apunta Dos Santos.

Y lo mismo en realidad se les puede decir a los hombres que menosprecian a la mujer en el trabajo, en el hogar, en el deporte, en la educación: todos ellos han crecido y se han desarrollado como seres humanos gracias a la entrega y al esfuerzo de madres, de abuelas, de otras mujeres que les ayudaron en un momento determinado de sus vidas.

Fuente: Cronología global

agosto 30, 2025

Guardianas del canal: mujeres que restauran y enfrentan el cambio climático en el Pacífico guatemalteco

El canal de Chiquimulilla, al sur de Guatemala, atraviesa manglares, esteros, aldeas y áreas protegidas. Por generaciones ha sido el sustento para miles de familias de esa zona del país, pero hoy el cambio climático ha cambiado todo: las lluvias ya no son como antes, las aguas suben sin avisar, los peces casi no se ven y el agua dulce se vuelve más salada cuando hay escasez de lluvias. La vida, tal como era conocida en ese lugar, ya no existe.

Foto de portada: Andrea Godínez

En el corazón del humedal costero de Monterrico, donde la costa es devorada lentamente por el mar, cinco comunidades —Monterrico, La Curvina, La Avellana, Agua Dulce, El Pumpo y Papaturro— viven día a día los efectos visibles del cambio climático y la erosión costera –el proceso del incremento del oleaje y el nivel del mar acelerado por la intervención humana–, que representan pérdidas y daños irreversibles para sus formas de vida.

Crédito: Andrea Gondínez

“La sedimentación y el calentamiento del agua, [que fueron] agravados por fenómenos como El Niño, están cambiando el ecosistema y reduciendo las capturas de camarón, jaiba y otros peces”, explica Juan Carlos, asesor técnico del proyecto “Pacífico Sostenible” de WWF. “El canal de Chiquimulilla, que antes era un ecosistema saludable, ahora se llena de sedimentos como consecuencia de la deforestación en las cuencas altas y las lluvias intensas, que además son más frecuentes y extremas debido al cambio climático”.

Esta transformación no es sólo ecológica, también representa lo que el mundo climático llama las pérdidas y daños: impactos provocados por el cambio climático que ocurren a pesar –o a falta– de la mitigación y adaptación. Algunos son económicos y medibles –como una casa inundada o un cultivo malogrado–, pero otros son intangibles: oficios que desaparecen, formas de vida que se desdibujan, vínculos con la tierra y el agua que ya no se pueden recuperar.

Marco Tax, director de operaciones del Instituto Privado de Investigación sobre Cambio Climático (ICC), confirma esta tendencia: “En Guatemala las lluvias son ahora más intensas y concentradas en poco tiempo, lo que aumenta la erosión del suelo y la sedimentación en ríos y canales. En la Bocacosta, donde está el canal de Chiquimulilla, antes llovía de forma más repartida, pero ahora en tres días cae lo que antes caía en un mes. Esto afecta directamente a los manglares y a la dinámica del canal”.

Según el informe titulado “Estado del Clima en América Latina y el Caribe”, de la Organización Metereológica Mundial (OMM), una de las consecuencias del cambio climático en Guatemala es que intensificó los efectos del fenómeno de El Niño. Según el estudio, durante 2024 las lluvias fueron entre un 20% y un 30% superiores a lo normal, con episodios más concentrados e intensos. Esto, dicen los investigadores, también ha provocado déficits de precipitación y temperaturas más altas en varias regiones del país. 

Los datos coinciden con los modelos de erosión que el ICC ha desarrollado en 13 cuencas del sur de Guatemala, que muestran cómo la combinación de lluvias torrenciales y pérdida de cobertura vegetal multiplica la cantidad de sedimentos que terminan en canales y esteros.

“Pero el problema no es solo el agua o la pesca”, dice Myrnamaría Galindo, bióloga de la Fundación para el Ecodesarrollo y la Conservación (Fundaeco). “Los ciclos de reproducción han cambiado. Antes, en Semana Santa, vendían mucho camarón. Ahora casi nada. Y eso golpea fuerte a las familias”, agrega. A esto se suma que la erosión costera ha avanzado tanto que ha borrado restaurantes y casas cerca de la playa, dejando a la gente cada vez más expuesta al mar.

La arena y el lodo se mueven de formas que casi nadie esperaba, cambiando los ecosistemas y la forma natural de la costa. “He visto cambios mes a mes. Antes era todo plano y lodoso, ahora hay zonas de pura arena”, explica Galindo. Por eso, restaurar manglares y cuidar estos ecosistemas es urgente, no solo para proteger la naturaleza, sino también para conservar la pesca, la sal y otras tradiciones que han mantenido a estas comunidades vivas por generaciones. Desde 2022, un proyecto llamado “Alas y Raíces Resilientes”, liderado por María Schoenbeck, con apoyo de la institución anfitriona CECON, trabaja para restaurar 44 hectáreas de manglar y recuperar el flujo del agua en el canal de Chiquimulilla. La meta es salvar un ecosistema y una forma de vida que están en peligro por varios lados

Para leer íntegro el reportaje: https://latfem.org/guardianas-del-canal-mujeres-que-restauran-y-enfrentan-el-cambio-climatico-en-el-pacifico-guatemalteco/

Por Andrea Godínez 
Fuente: Latfem
Este reportaje fue producido en el marco del programa Pérdidas y Daños en América Latina de Climate Tracker con apoyo de Oxfam

agosto 29, 2025

Luisa Posada: «La sexualidad ha sido uno de los lugares más claros de opresión de las mujeres»



La filósofa Luisa Posada Kubissa acaba de publicar un ensayo riguroso, de lectura fluida y con un carácter marcadamente político: Feminismo: lugares y ecos. ‘Los lugares’ son una síntesis de la agenda feminista, en la que la sexualidad y la pobreza y falta de recursos de las mujeres se convierten en los dos ejes en torno a los cuales debe estar articulada la agenda feminista. Y en los ecos mira al pasado, a nuestra genealogía, para pensar y transformar el presente.

– Luisa, ¿puedes explicarnos a qué aludes en el título de tu libro cuando hablas de lugares y de ecos?

– He comenzado este libro afirmando que no hay lugares sin ecos. Y esta afirmación apunta a las dos primeras partes en las que lo he dividido: en la primera parte me he propuesto recorrer algunos lugares por los que transita y ha transitado el discurso feminista, un discurso que en realidad es una agenda de compromiso político y de praxis militante. O, si no es esto, no es nada. Pero esa agenda, como he querido recoger en la segunda parte de este libro, va de la mano de aquellos ecos que la pueblan. Son ecos a veces familiares y cercanos, y otras veces son ecos más lejanos y débiles. Pero siempre están ahí y reconocerlos dota al terreno que pisamos como feministas de memoria y significado.

Este libro vuelve en sus últimas páginas sobre sí mismo y queda en pie más de una pregunta. Por ejemplo: ¿es posible deconstruir el sujeto “mujeres”, cuando apenas se ha constituido en nuestro mundo? ¿A quién puede beneficiar que se disuelva un sujeto de los que con más fuerza han encarnado un proyecto emancipatorio y crítico? ¿Cómo pensar de nuevo el sujeto “mujeres” en un justo medio que no lo entiende como una esencia, pero tampoco como una mera ficción de la que prescindir? Responder a estas preguntas es también transitar por los lugares del pensamiento y la crítica feministas.

– ¿Podrías sintetizar lo que nos ha dejado para el presente las obras de Pizan, Goldman y Astell? ¿Por qué es importante la genealogía feminista?

– Las feministas hemos aprendido a pensar con una larga tradición de señas feministas compartidas, como son las figuras emblemáticas de Olympe de Gouges o Mary Wollstonecraft, ya desde finales del siglo XVIII; con el sufragismo y su dilatada batalla de casi cien años; o con la fuerza del discurso y la praxis del feminismo en los años 60 y 70 de nuestro siglo precedente, con nombres como Betty Friedan, Kate Millett o Shulamith Firestone, todas ellas herederas de una forma o de otra de la gran Simone de Beauvoir.

Pero hay otras voces, que apenas son ecos, que también habitan los lugares que componen la agenda feminista. Aquí, en una segunda parte del libro, me he propuesto recuperar precisamente algunos de esos ecos, que hoy resultan más lejanos y, con ello, quizá menos conocidos: es el caso de Christine de Pizan o de Mary Astell, cuyas voces parecen perderse en la distancia de los siglos, o de Emma Goldman, cuyo discurso feminista se entrelaza con una posición anarquista que colabora a difuminarlo.

Cuando Pizan se dirige a todas las mujeres en los albores del Renacimiento, concretamente en 1405, inaugura sin duda una interlocución que después nunca ha sido abandonada por el feminismo. El eco de su reclamación del acceso de las mujeres a la educación y al conocimiento resuena en las propuestas de Mary Astell en el siglo XVII en Gran Bretaña ya antes de la famosa Vindicación de los derechos de la mujer de Mary Wollstonecraft. Y no otro es el espíritu que, tres siglos después, está detrás del discurso con el que Goldman transita por las reivindicaciones feministas y las ajusta a sus particulares análisis políticos anarquistas.

«Me he propuesto recuperar precisamente algunos de esos ecos, que hoy resultan más lejanos y, con ello, quizá menos conocidos: es el caso de Christine de Pizan o de Mary Astell, cuyas voces parecen perderse en la distancia de los siglos, o de Emma Goldman»

He querido reencontrar estas tres voces que habitan en los lugares del pensamiento, la memoria y la agenda feministas, como ecos que en ocasiones puede resultar difícil escuchar, pero que están ahí. Traerlos a escena quiere revelarlos como parte también de esa trama que compone la trayectoria genealógica e histórica en la que las feministas podemos reconocernos. Porque es necesaria la genealogía feminista para no perder nuestra memoria y nuestras señas de identidad a la hora de seguir pensando un proyecto de emancipación como el feminismo es.

– ¿Se podría decir que esos seis lugares de los que hablas son el núcleo de la agenda feminista?

– El discurso y la agenda feministas se comprometen con aquellos lugares donde su voz se hace imprescindible. En una primera parte este libro quiere dar cuenta de esos compromisos feministas, que no solo no se desentienden de la realidad de las mujeres, sino que asumen su tarea crítica a la hora de hablar de cosas como la feminización de la pobreza, la agresión y la violencia contra las mujeres, la violencia sexual, la trata de mujeres con fines de explotación sexual, la práctica del alquiler de vientres o la reivindicación del sujeto político. Todos estos son lugares por los que hoy transitan la praxis y la teoría crítica feministas, armando su discurso a partir de sus propias señas de identidad como proyecto de emancipación.

No se trata de abordar “temas de mujeres”, sino de apelar a gran parte de esas situaciones en las que hoy todavía la humanidad sigue sin salir de su vergonzosa “minoría de edad racional”, por usar términos kantianos. Y aquí se quiere recorrer esos lugares precisamente con la mirada puesta en su revisión. Una revisión que permita aportar las claves y las propuestas para transformarlos.

«La feminización de la pobreza, la agresión y la violencia contra las mujeres, la violencia sexual, la trata de mujeres con fines de explotación sexual, la práctica del alquiler de vientres o la reivindicación del sujeto político. Todos estos son lugares por los que hoy transitan la praxis y la teoría crítica feministas»

Esos seis lugares que recorre la primera parte del libro forman parte del núcleo de la agenda feminista. Una agenda de la que también forman parte algunos lugares que este libro no transita, porque de estos ya hay una rica bibliografía especializada, como son la prostitución y la pornografía. Todos estos lugares componen una agenda de compromiso político, intelectual y militante, frente a la cual el feminismo no puede esconder la cabeza en la tierra ni nunca lo ha hecho. Antes bien siempre ha dado voz a su propio discurso crítico embarcado en una praxis política sin la cual ese discurso carecería de sentido. No se ha pretendido aquí que el feminismo pueda dar recetas o soluciones mágicas a esos problemas estructurales que se abordan en la primera parte de este libro. Pero sí se ha querido dar cuenta de cómo el feminismo los ha pensado ampliamente, ha transitado por esa agenda urgente y ha ofrecido sus propios discursos y elaboraciones para afrontarlos

– ¿Podrías explicar qué lugar ocupa la sexualidad en la agenda feminista?

– Ya la gran Kate Millett, en su obra Política sexual de 1970, analizaba cómo las relaciones sexuales, hasta las que se pretenden más íntimas y privadas como el coito, son en realidad relaciones políticas y, por tanto, de poder. Millett resignifica para el feminismo la dicotomía sexo-género, entendiendo que lo primero es la diferencia puramente biológica sobre la que se construye culturalmente el género: las relaciones de jerarquía de lo masculino sobre lo femenino, que implican los roles sociales, los estereotipos masculino-femenino, la división sexual del trabajo y también las posiciones asimétricas en el ámbito de la sexualidad. En este ámbito, la cultura patriarcal siempre ha asociado la sexualidad femenina a la reproducción y ha establecido las relaciones afectivo-sexuales por el patrón masculino.

La prohibición del aborto, de los métodos anticonceptivos y de la educación sexual no es aún una política poco común a escala planetaria. La falta de igualdad real, y no solo formal, entre los sexos perpetúa una sexualidad femenina que se mueve entre la represión y la hipersexualización. Y esa sexualidad se expresa en formas cada vez más crecientes de violencia sexual en nuestras sociedades. Es una violencia que se traduce como explotación sexual de las mujeres en la prostitución y la trata, como mercantilización de sus cuerpos en la pornografía, como mercado del alquiler de sus vientres para la llamada maternidad subrogada, etcétera.

Se habla hoy de la necesidad del consentimiento femenino en las relaciones sexuales. Pero ¿de qué hablamos al hablar de consentimiento femenino? La pensadora estadounidense Catharine MacKinnon cuestiona el libre consentimiento sexual femenino, ya que entiende que tal cosa es imposible en un marco de relaciones en el que la sexualidad femenina es siempre heterodesignada y no es fruto, por tanto, de la autodeterminación. La fuerza física, el poder político y la supremacía económica en nuestras sociedades siempre son de los hombres, sostiene MacKinnon, con lo que no hay posibilidad alguna para hablar de relaciones de igualdad en el campo de la sexualidad. Y sin esas relaciones en igualdad la sexualidad femenina nunca podrá considerarse una sexualidad libremente elegida y libremente ejercida. Por todo ello, la sexualidad ha sido un tema central que se ha colocado en la agenda feminista, en particular con el feminismo contemporáneo de los años 60-70 del siglo precedente. Porque la sexualidad ha sido uno de los lugares más claros de la opresión de las mujeres, ya que siempre se ha construido desde las señas de identidad patriarcales que han negado a estas el control sobre su propio cuerpo, su deseo y, en definitiva, su sexualidad.

«¿De qué hablamos al hablar de consentimiento femenino? La pensadora estadounidense Catharine MacKinnon cuestiona el libre consentimiento sexual femenino, ya que entiende que tal cosa es imposible en un marco de relaciones en el que la sexualidad femenina es siempre heterodesignada»

– Escribes sobre feminización de la pobreza: ¿cómo puedes traducir eso en términos de la agenda feminista?

– Decidí de manera muy consciente dedicar el primer capítulo de este libro a la feminización de la pobreza. Y lo decidí, porque creo que es un lugar urgente que la agenda feminista tiene que recuperar como prioritario. Las mujeres que sufren pobreza en nuestro planeta son las más pobres de los pobres. Y que son las más pobres se evidencia si tomamos en cuenta su calidad de vida como un todo: las mujeres son más pobres no solo porque hablemos de una mayor escasez de recursos, sino porque en un gran número viven expuestas a condiciones materiales que incluyen la violencia, la explotación e incluso la muerte.

Frente a esto el feminismo ha dado voz a su propio discurso crítico embarcado en su propia praxis política. No se pretende aquí que el feminismo pueda dar recetas o soluciones mágicas a un problema que es estructural, como lo es la feminización de la pobreza que, como sabemos, tienen mucho o todo que ver también con el orden mundial del neocapitalismo galopante. Pero, como digo, creo que debe volverse a esa realidad como uno de los puntos prioritarios de su agenda.

«Las mujeres son más pobres no solo porque hablemos de una mayor escasez de recursos, sino porque en un gran número viven expuestas a condiciones materiales que incluyen la violencia, la explotación e incluso la muerte»

No se trata obviamente de hablar solo de que hay mujeres que son pobres, de manera absoluta o de manera relativa. De lo que se trata con esta conceptualización es de asumir una perspectiva feminista que debe incorporar tres claves analíticas: a) que las causas estructurales de la desigualdad de las mujeres en el planeta las hace más susceptibles de sufrir pobreza y que ello explica que, de las personas cuantificadas como pobres en el mundo, el 70% sean mujeres; b) que la pobreza entendida como falta de libertad para desarrollar las capacidades impacta en particular en las mujeres, precisamente por su desigualdad estructural y, por tanto, por una mayor posición de sometimiento que impide ese desarrollo de las capacidades; y c) que la noción misma de “feminización de la pobreza” no tiene solo un sentido descriptivo, sino que hay que asumirla en su carga política fundamentalmente reivindicativa.


– ¿Por qué te preguntas, aunque sea retóricamente, qué son las mujeres: un emblema o una ficción?

– El libro vuelve en su tercera y última parte a una cuestión que ya estaba presente en su primera parte: cómo pensar hoy el sujeto político feminista. Porque, con el vendaval postmoderno de pensamiento el sujeto, no solo el feminista, ha sido herido de muerte. Se entiende: lo que queda herido de muerte es la idea moderna del sujeto que se abrió paso a partir del siglo XVIII, como un sujeto capaz de llevar adelante sus proyectos emancipatorios, porque era pensado como un sujeto fuerte y constituyente del poder y del discurso. El giro de la postmodernidad va a consistir, entre otras cosas, en entender que el sujeto no es constituyente del poder y el discurso, sino que está constituido por el poder y el discurso.

Esta defunción filosófica y cultural del sujeto de la modernidad afecta también al feminismo, que asiste a cómo se ha defendido desde posiciones postmodernas la deconstrucción o la defunción del sujeto “mujeres”, que es el sujeto político que ha servido de fundamento a la lucha política y al proyecto mismo de la emancipación feminista. Pero esa lucha y ese proyecto feministas resultarían impensables “sin un principio regulativo de acción, autonomía e identidad”, como ha definido la filósofa Seyla Benhabib al sujeto. Lo que esta pensadora se pregunta, frente al afán de desdibujar el sujeto “mujeres”, es ¿cómo sería posible un proyecto de emancipación, en este caso el proyecto feminista, sin un sujeto que lo asuma como propio?

Este libro vuelve, como digo, en sus últimas páginas sobre sí mismo y sobre estos debates. Porque, como ya he dicho, queda en pie más de una pregunta. Por ejemplo, queda en pie la pregunta de cómo pensar hoy el sujeto “mujeres”.

Proponer respuestas a esta cuestión ha significado pensar en este libro el sujeto “mujeres” desde una perspectiva que, sin “esencializarlo”, no lo niegue. Y que, por lo tanto, como el último apartado ha tratado de analizar, no se mueva en la dirección de volver a hacer de las mujeres algo esencial, algo así como un “emblema de la comunidad” como lo quiere por ejemplo la pensadora Rita Laura Segato. Pero que tampoco quiera borrar su significado material convirtiéndolo en un mero nombre vacío, al estilo de las propuestas de Paul B. Preciado. En esta tercera parte del libro he ido críticamente sobre estas dos propuestas actuales que se mueven en dos extremos que resultan inconciliables.

Y, más allá de esos extremos, he querido en el cierre de mi libro argumentar por qué el feminismo sigue necesitando, también estratégicamente, de ese sujeto “mujeres” para llevar a cabo su propio proyecto. Un proyecto que, utilizando aquí la expresión del filósofo Habermas cuando se refiere a la Ilustración, sería un “proyecto inacabado”. Ese proyecto tiene, como aquí se ha tratado de mostrar, sus lugares de lucha. Tiene también ecos de su propio legado. Llevar adelante ese “proyecto inacabado” no es un mero “asunto de mujeres”, sino un compromiso común de la humanidad por su propio futuro.

«He querido argumentar por qué el feminismo sigue necesitando, también estratégicamente, de ese sujeto “mujeres” para llevar a cabo su propio proyecto»

– ¿Podrías explicar por qué las mujeres somos el sujeto del feminismo y no lo son también algunos grupos sociales discriminados?

– Esta pregunta enlaza, en gran medida, con la anterior. Teniendo en cuenta lo que en ella he señalado sobre el sujeto “mujeres”, puedo añadir que el feminismo, en tanto que, como lo decía la filósofa Celia Amorós, es el proyecto de un mundo más justo por más igualitario, siempre ha ido e irá de la mano de todas las reclamaciones para acabar con todo tipo de discriminación injusta. Pero que el feminismo vaya de la mano de esas posiciones no significa que tenga que disolverse en ellas, o que no tenga su propio sujeto específico, las mujeres. Porque las mujeres no somos un grupo discriminado más, sino que componemos la mitad de todos los grupos, discriminados y no discriminados. Y nuestra opresión es una opresión estructural, basada en la desigualdad estructural entre los sexos, y no una discriminación que se pueda resolver sin erradicar el sistema patriarcal.

En otras palabras, ¿por qué pienso que las mujeres somos el sujeto del feminismo y tenemos que seguirlo siendo? Porque la realidad material de las condiciones de vida de muchas, de muchísimas mujeres en nuestro planeta -este planeta en proceso de globalización neoliberal galopante – exige todavía hoy pensar desde el feminismo un proyecto de emancipación sexual, económico, social, político, cultural e incluso personal. Y para ese proyecto a gran escala yo creo que todavía se necesita un sujeto fuerte, un sujeto “mujeres” que, a pesar de sus diferencias que nadie niega, tenga objetivos políticos comunes (que es lo que define a un sujeto político). Y las mujeres tenemos objetivos políticos comunes porque las mujeres padecemos dominaciones comunes por el hecho mismo de ser mujeres, aun con todas nuestras diferencias culturales, locales, de “raza”, de clase, de preferencia sexual, etc.

En definitiva, y por decirlo muy brevemente como ya lo he repetido en otras ocasiones, yo tengo muy clara una cosa: que defender que se deconstruya hoy el sujeto “mujeres”, que prescindamos de él como sujeto político del feminismo, no puede venirle bien si no es a los propios intereses del patriarcado.

«Defender que se deconstruya hoy el sujeto “mujeres”, que prescindamos de él como sujeto político del feminismo, no puede venirle bien si no es a los propios intereses del patriarcado.

Por Rosa Cobo Bedia
Fuente: Geoviolenciasexual

Sí a la Diversidad Familiar!
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