julio 24, 2014

Por desgracia, en 2014 vuelve a ser necesario hablar del aborto

La autora escribe este prólogo al libro Manual sobre el aborto, de Carmen Martínez Ten, Isabel Serrano y Concha Cifrián, editado por Catarata.

Mari Carmen Talavera y Savita Halappanar. Estos dos nombres han acompañado a las autoras de este libro en el proceso de su escri­tura. Identifican a dos mujeres muy diferentes, de nacionalidades, oficios y experiencias dis­pares, igualadas sin embargo por la misma tra­gedia. Ambas están muertas porque no pudie­ron interrumpir su embarazo en las condiciones de dignidad, seguridad y asistencia sanitaria que habrían asegurado, sin ninguna dificultad, su supervivencia.

Mari Carmen Talavera era española y murió en Madrid en 1985 —el mismo año en el que salió adelante la primera ley de supuestos, que legalizó la interrupción voluntaria del embara­zo en nuestro país— a causa de un aborto clandestino, como tantas otras, durante tan­tos siglos. Savita Halappanar, ciudadana irlan­desa de origen hindú, murió en el Hospital Universitario de Galway, en la República de Ir­landa, en octubre de 2012. Los mismos médi­cos que la informaron de que estaba sufrien­do un aborto espontáneo, se negaron a intervenir, alegando que el corazón del feto aún latía y que estaban en un país católico. Su pasividad provocó una septicemia que acabó con la vida de una joven sana de 31 años.

Si es­tas dos víctimas no hubieran sido mujeres a las que se negó el derecho a interrumpir libremen­te su embarazo, sus muertes habrían sido con­sideradas como homicidios. El primero, invo­luntario y por acción. El segundo, voluntario y por omisión. Como son mujeres que aborta­ron, mucha gente despiadada, por más que se considere a sí misma buena y compasiva, les concedería a duras penas el calificativo de víc­timas de sí mismas.

Desde la muerte de Mari Carmen hasta la de Savita han pasado casi treinta años. En 1985, las ginecólogas Concha Cifrián, Isabel Serrano y Carmen Martínez Ten publicaron un libro sobre el aborto y se lo dedicaron a la pri­mera de ambas. En aquel momento, nadie po­día sospechar que tantos años después pudie­ra ser necesario otro libro sobre el mismo tema, como este que el lector tiene entre las manos. Pero el progreso no es una línea recta, sino un milagro frágil, azaroso, que puede invertirse en muy poco tiempo, anulando cualquier avance por mucho esfuerzo que haya costado conquis­tarlo. Los españoles conocen muy bien ese pro­ceso. Las españolas lo conocen mucho mejor.

En 2014 vuelve a ser imprescindible tratar del aborto con precisión, sabiduría y honestidad. En 2014, resuenan de nuevo, a traición, viejas sofla­mas, rancios argumentos enmascarados en el flamante envoltorio de una propaganda pre­suntamente humanista, que no logra disipar el polvoriento aroma de los cirios de los altares. Los mismos poderes que se declaran capaces de la monstruosidad que supone la ilegaliza­ción de seres humanos, invocan la moral, los principios éticos universales, para abocar a las mujeres a un destino cruel, de mortales conse­cuencias. Como en una pesadilla circular, sin principio ni final, después de casi cuarenta años de democracia volvemos a ser sospecho­sas, peligrosas para nosotras mismas, sentinas de todos los vicios, como nos definió san Agus­tín, y, al mismo tiempo, menores de edad per­petuas, criaturas disminuidas, incapaces de tomar nuestras propias decisiones sobre nues­tra intimidad, nuestro cuerpo, nuestro futuro.

Por eso es imprescindible alzar la voz, de­fender nuestros derechos, luchar contra quie­nes pretenden arrebatárnoslos, pero aún es más importante contar la verdad, explicar qué quiere decir exactamente esa palabra que se pretende abominable, cuáles son las condicio­nes, los riesgos, las consecuencias de un cam­bio legislativo como el que pretende imponer­nos el actual Gobierno. La batalla no está solamente en la calle. El conocimiento es po­der, un arma tan importante como las consig­nas y las pancartas, porque ningún factor ha hecho tanto daño a las mujeres que afrontan un embarazo no deseado como la ignorancia, el oscurantismo y la manipulación ideológica.

El concepto de la maternidad en el que he­mos sido educadas es, como el propio pensa­miento occidental, una creación fundamental­mente masculina, es decir, la elucubración intelectual de quienes nunca jamás sabrán de lo que hablan. La exaltación de los valores son­rosados, tan tibios como perversos, que pre­tenden elevar a las madres a la categoría de lo sublime, sostienen una exitosa estrategia que ha apartado históricamente a las mujeres del teatro terrenal, donde se libran las luchas por el poder. Cuando me toca dar una charla en un instituto de enseñanza media, suelo decirles a las alumnas que se nieguen a que las convier­tan en seres superiores. Que no sean la poesía, sino poetas. Que no sean el amor, sino aman­tes. Que no intuyan, que piensen. Que sean mujeres, y no madres en potencia, porque así nunca las podrán sacar del mundo por el te­cho, a base de elevarlas, y elevarlas, y elevarlas sin cesar. Y porque a los hombres, a base de reservarse el papel de seres inferiores, insensi­bles, pecadores, les ha ido siempre mucho me­jor que a nosotras.

La maternidad no es una bendición, ni un regalo del Cielo, sino el acontecimiento que modifica de la manera más radical e irreversi­ble la existencia de una mujer. Así, resulta in­concebible que las grandes protagonistas de esta historia carezcan de libertad para decidir cuándo quieren emprender, o no, esa aventura. Y más inconcebible aún que la mayoría carezca de la información indispensable para tomar una decisión tan transcendental, mientras reciben presiones y soportan chantajes de todo tipo.

Por eso me parece tan necesario este libro. Y por eso celebro que lo hayan escrito las mis­mas autoras que se atrevieron a hacerlo en 1985. Conozco muy bien a Concha Cifrián. Fue­ron sus manos las que trajeron a la luz de este mundo a mi hija Elisa.

Por Almudena Grandes
Fuente: Blog El País