Por desgracia, en 2014 vuelve a ser necesario hablar del aborto
La autora escribe este prólogo al libro Manual sobre el aborto, de Carmen Martínez Ten, Isabel Serrano y Concha Cifrián, editado por Catarata.
Mari Carmen Talavera y Savita Halappanar. Estos dos nombres han acompañado a las autoras de este libro en el proceso de su escritura. Identifican a dos mujeres muy diferentes, de nacionalidades, oficios y experiencias dispares, igualadas sin embargo por la misma tragedia. Ambas están muertas porque no pudieron interrumpir su embarazo en las condiciones de dignidad, seguridad y asistencia sanitaria que habrían asegurado, sin ninguna dificultad, su supervivencia.
Mari Carmen Talavera era española y murió en Madrid en 1985 —el mismo año en el que salió adelante la primera ley de supuestos, que legalizó la interrupción voluntaria del embarazo en nuestro país— a causa de un aborto clandestino, como tantas otras, durante tantos siglos. Savita Halappanar, ciudadana irlandesa de origen hindú, murió en el Hospital Universitario de Galway, en la República de Irlanda, en octubre de 2012. Los mismos médicos que la informaron de que estaba sufriendo un aborto espontáneo, se negaron a intervenir, alegando que el corazón del feto aún latía y que estaban en un país católico. Su pasividad provocó una septicemia que acabó con la vida de una joven sana de 31 años.
Si estas dos víctimas no hubieran sido mujeres a las que se negó el derecho a interrumpir libremente su embarazo, sus muertes habrían sido consideradas como homicidios. El primero, involuntario y por acción. El segundo, voluntario y por omisión. Como son mujeres que abortaron, mucha gente despiadada, por más que se considere a sí misma buena y compasiva, les concedería a duras penas el calificativo de víctimas de sí mismas.
Desde la muerte de Mari Carmen hasta la de Savita han pasado casi treinta años. En 1985, las ginecólogas Concha Cifrián, Isabel Serrano y Carmen Martínez Ten publicaron un libro sobre el aborto y se lo dedicaron a la primera de ambas. En aquel momento, nadie podía sospechar que tantos años después pudiera ser necesario otro libro sobre el mismo tema, como este que el lector tiene entre las manos. Pero el progreso no es una línea recta, sino un milagro frágil, azaroso, que puede invertirse en muy poco tiempo, anulando cualquier avance por mucho esfuerzo que haya costado conquistarlo. Los españoles conocen muy bien ese proceso. Las españolas lo conocen mucho mejor.
En 2014 vuelve a ser imprescindible tratar del aborto con precisión, sabiduría y honestidad. En 2014, resuenan de nuevo, a traición, viejas soflamas, rancios argumentos enmascarados en el flamante envoltorio de una propaganda presuntamente humanista, que no logra disipar el polvoriento aroma de los cirios de los altares. Los mismos poderes que se declaran capaces de la monstruosidad que supone la ilegalización de seres humanos, invocan la moral, los principios éticos universales, para abocar a las mujeres a un destino cruel, de mortales consecuencias. Como en una pesadilla circular, sin principio ni final, después de casi cuarenta años de democracia volvemos a ser sospechosas, peligrosas para nosotras mismas, sentinas de todos los vicios, como nos definió san Agustín, y, al mismo tiempo, menores de edad perpetuas, criaturas disminuidas, incapaces de tomar nuestras propias decisiones sobre nuestra intimidad, nuestro cuerpo, nuestro futuro.
Por eso es imprescindible alzar la voz, defender nuestros derechos, luchar contra quienes pretenden arrebatárnoslos, pero aún es más importante contar la verdad, explicar qué quiere decir exactamente esa palabra que se pretende abominable, cuáles son las condiciones, los riesgos, las consecuencias de un cambio legislativo como el que pretende imponernos el actual Gobierno. La batalla no está solamente en la calle. El conocimiento es poder, un arma tan importante como las consignas y las pancartas, porque ningún factor ha hecho tanto daño a las mujeres que afrontan un embarazo no deseado como la ignorancia, el oscurantismo y la manipulación ideológica.
El concepto de la maternidad en el que hemos sido educadas es, como el propio pensamiento occidental, una creación fundamentalmente masculina, es decir, la elucubración intelectual de quienes nunca jamás sabrán de lo que hablan. La exaltación de los valores sonrosados, tan tibios como perversos, que pretenden elevar a las madres a la categoría de lo sublime, sostienen una exitosa estrategia que ha apartado históricamente a las mujeres del teatro terrenal, donde se libran las luchas por el poder. Cuando me toca dar una charla en un instituto de enseñanza media, suelo decirles a las alumnas que se nieguen a que las conviertan en seres superiores. Que no sean la poesía, sino poetas. Que no sean el amor, sino amantes. Que no intuyan, que piensen. Que sean mujeres, y no madres en potencia, porque así nunca las podrán sacar del mundo por el techo, a base de elevarlas, y elevarlas, y elevarlas sin cesar. Y porque a los hombres, a base de reservarse el papel de seres inferiores, insensibles, pecadores, les ha ido siempre mucho mejor que a nosotras.
La maternidad no es una bendición, ni un regalo del Cielo, sino el acontecimiento que modifica de la manera más radical e irreversible la existencia de una mujer. Así, resulta inconcebible que las grandes protagonistas de esta historia carezcan de libertad para decidir cuándo quieren emprender, o no, esa aventura. Y más inconcebible aún que la mayoría carezca de la información indispensable para tomar una decisión tan transcendental, mientras reciben presiones y soportan chantajes de todo tipo.
Por eso me parece tan necesario este libro. Y por eso celebro que lo hayan escrito las mismas autoras que se atrevieron a hacerlo en 1985. Conozco muy bien a Concha Cifrián. Fueron sus manos las que trajeron a la luz de este mundo a mi hija Elisa.
Por Almudena Grandes
Fuente: Blog El País