octubre 11, 2017

Rita Segato: “la única salida son los vínculos reales: las mujeres defendiéndose a sí mismas”


Me puse entonces a pensar cómo parar con esa guerra. Y la respuesta hasta hoy me sirve: desmontando el mandato de masculinidad. Porque, entre otras cosas, el mandato de masculinidad es el que aporta la mano de obra bélica a los ejércitos, a las corporaciones armadas de tipo paramilitar, a las maras, a las pandillas, a los sicariatos. ¿Quién hace el trabajo sucio? Los hombres, porque están preparados por el mandato de masculinidad, por obediencia a una ley interna que les dice que es necesario poder ser cruel para poder decirse hombre.

Desde el conductor televisivo Marcelo Tinelli a la investigadora activista y feminista Jules Falquet aparecen en el recorrido que traza la antropóloga feminista Rita Segato para hablar de género y raza. Le gusta volver a la Argentina. Dice que sólo en su país puede encontrarse con sus fantasmas en la calle. Estuvo en la ciudad de Córdoba invitada al IV Encuentro Internacional de Literatura Negra y Policial. En la entrevista que concedió antes a LATFEM aborda en profundidad conceptos fundamentales para comprender las violencias que sufrimos las mujeres. Amasa cada una de las palabras hasta bajarlas a tierra y volverlas accesibles. “Es en el cuerpo femenino y en su control por parte de la comunidad que los pueblos inscriben su marca de cohesión”, dice Segato. Sostiene que somos emanaciones de un paisaje y no podemos hablar de género sin hablar de raza: tenemos que saber de dónde venimos y cuál es el paisaje que nos habita.

¿Qué narrativas hay construidas sobre la sexualidad de la mujer?

La sexualidad no puede ser abordada sin complejizar el pensamiento. Nuestros cuerpos son sexualizados y feminizados como expresión de subordinación, que se realiza al reducir a la mujer a su cuerpo como objeto sexual, ahí está el daño. Debemos tratar de entender cómo somos dominadas y cuál puede ser el camino para zafar o escabullirnos de esa dominación.

¿Qué huellas imprime esa subordinación en el cuerpo de las mujeres?

La violación feminiza a la mujer, pretende “colocarla en su lugar”, inventarle una posición subordinada, y ese es su resultado y su intención. La feminización por medio de la sexualización es el verdadero significado del gesto de la violación. Esa sexualización de la mujer para “colocarla en su lugar” está absolutamente entreverada con el sentido de la objetificación, es decir, la transformación de la persona de la mujer en cosa. No es sólo una erotización del cuerpo femenino sino su enclaustramiento, su reducción y confinamiento en la posición femenina como posición subordinada mediante un enunciado que es del orden de lo sexual, es decir, que la sexualiza y sujeta por su sexualidad.

Feminizar, en el imaginario patriarcal hegemónico, es sujetar a alguien a la posición del femenina como posición subyugada, mediante su sexualización. Nuestros cuerpos adquieren su sentido y papel a partir de su lugar en una relación desigual, asimétrica, entre posiciones: dominante y dominada. Inclusive, la propia masculinidad es internamente jerárquica. El dominado es siempre feminizado, inclusive dentro mismo del orden masculino.

Algunos -que están en la búsqueda del poder o ya tienen una posición de poder- trabajan todos los días para que la mujer sea pensada como un objeto, pues esa objetificación y dominación es la primera forma, la formación fundacional y pedagógica de todas las otras formas de relación de poder. Es algo que se construye y reproduce cotidianamente en los medios, la publicidad, Marcelo Tinelli y compañía.


¿Crees que las mujeres que aparecen en los programas de Tinelli también?

Producen dinero, claro. Pero cuidado con el materialismo vulgar que reduce la comprensión de las relaciones de poder al mero lucro inmediato. He insistido en la complejidad porque existen otros réditos para el poder tanto o más importantes que la inmediatez de ese dividendo. Colocar a la mujer en la posición de dominada es un índice de la existencia del poder. La dimensión enunciativa discursiva de ese acto, de esa sujeción y colocación de la mujer en la posición de cosa, es tan importante o hasta quizás más para el capitalismo que el uso directo de esos cuerpos para producir dinero. Vivimos en un mundo de dueños, y el primer índice y síntoma de dueñidad son esos cuerpos adueñados.

¿Cómo nos adueñamos de nuestros cuerpos entonces?

Esa es la cuestión. Existe la posibilidad. Yo me considero dueña de mi cuerpo, porque tuve una mamá que me educó para que no pierda la soberanía sobre mi propio cuerpo. La pregunta no deja de estar vinculada con el debate acerca de la prostitución. Es innegable que yendo a la calle o a la televisión a colocar su cuerpo como objeto una mujer le está haciendo un daño a todas las mujeres. Es lo que llamo pedagogía de la crueldad: está pedagógicamente mostrando que la mujer es cosa. Pero, por otro lado, ¿cómo hacer para decirle a una mujer que normalmente tendría que trabajar de criada, de empleada, de vendedora, de lavadora, que trabaja fregando y criando niños ajenos para ganar una miseria y sufriendo abusos y malos tratos en casa de los otros, que no vaya a la calle a sacar más dinero en menos tiempo? ¿cómo convencerla? Es muy difícil encontrar argumentos porque, en realidad, la prostitución no se reduce a la genitalidad y, muchas veces, el trabajo de una empleada doméstica, sobre todo en hogares fuertemente patriarcales, sufre formas de manoseo y abusos de confianza que lo aproximan a la prostitución. Con respecto a ese debate sobre la prostitución que se da hoy al interior mismo de las filas del feminismo, es necesario también recordar que no es posible pensarlo fuera de la historia. En el mundo de hoy existe la trata, y una forma de trata y de reducción a la esclavitud sexual de las mujeres tratada, con una complicidad tan consolidada por parte de las policías, que es muy difícil que una mujer pueda actuar en ese ramo sin perder su autonomía.

En este momento es inviable, porque ni la policía ni el Estado nos protegen. Creo que la única salida son los vínculos reales: las mujeres defendiéndose a sí mismas.

En base a tus estudios sobre violaciones, ¿cómo abordar los abusos sexuales que se dan hacia adentro de los hogares, precisamente en las clases altas?

Yo creo en la estrategia devolver la bola: devolverles a los hombres la bola de su infelicidad, obligarlos a ver su imagen en el “espejo de la reina mala”. Tenemos que generar toda una forma de publicidad, de contraataque discursivo que coloque al hombre violento en su real posición de desgraciado, de pobre diablo, de inservible. Creo eso es estratégico, ya que toca en la llaga, acierta en el núcleo de la incapacidad de la masculinidad de cumplir con el mandato de potencia que pesa sobre ella: toda agresión de género, toda agresión a la posición femenina, al cuerpo de las mujeres como su ícono por excelencia, no es otra cosa que la manifestación de la fragilidad masculina, el resultado desesperado de la impotencia progresiva de los hombres ante un mundo regido por pocos dueños que precariza la vida y coloca a los hombres frente a un espejo que no miente y los enfrenta a su impotencia e invalidez. Los hombres desvalidos, impotentes, fracasados en su examen de potencia, victimizan a las mujeres para negar su incapacidad, pero ese mismo acto delata su real fragilidad e impotencia.

¿Estás de acuerdo con Jules Falquet cuando dice que las mujeres no son vulnerables sino explotadas? ¿Consideras que las mujeres estamos en situación de vulnerabilidad?

Creo que Jules Falquet quiere decir que no se debe esencializar la situación de la mujer como vulnerable. La situación de vulnerabilidad de las mujeres es resultado de procesos históricos, del prejuicio machista, de las relaciones de trabajo, de las relaciones afectivas, de la utilización de sus cuerpos. La vulnerabilidad es una condición relacional, no substantiva. Es un resultado y no una condición esencial de la mujer. Ahí sí estoy de acuerdo, pero no me parece indispensable abandonar la palabra vulnerable porque la necesitamos para hablar de que la realidad nos vulnera.

¿Por qué entonces pensar al hombre como primera víctima?

Es una idea más reciente. Resulta de una pregunta que me hicieron las mujeres en la costa pacífica colombiana. Me preguntaron “cómo parar con la guerra”. Que no es la guerra de las FARC con el Estado colombiano. Es la guerra de las corporaciones que matan gente, violan y destruyen el cuerpo de las mujeres para barrer comunidades y hacer que abandonen sus territorios. Son estrategias para tomar la tierra. Es una guerra económica.

Me puse entonces a pensar cómo parar con esa guerra. Y la respuesta hasta hoy me sirve: desmontando el mandato de masculinidad. Porque, entre otras cosas, el mandato de masculinidad es el que aporta la mano de obra bélica a los ejércitos, a las corporaciones armadas de tipo paramilitar, a las maras, a las pandillas, a los sicariatos. ¿Quién hace el trabajo sucio? Los hombres, porque están preparados por el mandato de masculinidad, por obediencia a una ley interna que les dice que es necesario poder ser cruel para poder decirse hombre.

La Municipalidad de la ciudad de Córdoba editó 500 ejemplares de Las estructuras elementales de la violencia que servirán como base para talleres educativos que el Estado hará con maestras municipales porque son ellas quienes a diario trabajan con lxs hijxs de las mujeres que padecen violencia machista.Ya en el patio del Cabildo donde transcurren las principales conferencias o mesas de debate Rita Segato explica que es necesario “pensar el patriarcado como sistema político que funda todas las formas de opresión. Es histórico y no biológico. En América se originó con la colonialización. La violación como daño aparece entonces con la conquista, no es un fenómeno universal”. Y agrega: “Todas las mujeres hemos aceptado la minorización. Debemos destruir esa idea. El femicidio es un problema de todos, sobre todo de los hombres. Matan porque otros hombres los presionan: para reafirmar el mandato de masculinidad”.

Fuente: Latfem Periodismo Feminista

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