Alaíde Ventura Medina: «El silencio también conlleva violencias intrínsecas»
La escritora Alaíde Ventura Medina. Foto: Tránsito
¿Qué historia hay detrás de una fotografía? Esa es una de las preguntas que se hizo la escritora y antropóloga mexicana Alaíde Ventura Medina al ver una de sus padres y de ella, cuando tenía tres meses de edad. «Estamos en la mesa de la cena navideña mis papás y yo, que para mí siempre estuvieron divorciados desde el embarazo de mi mamá, están sentados uno frente al otro y se están mirando con mucho odio«, recuerda. Le llamó la atención que esa foto exista y que alguien decidiera que debía estar en el álbum familiar.
Ese fue el detonador para que escribiera Entre los rotos (Tránsito, 2021), un relato sobre la memoria, la violencia machista dentro del hogar que traspasa generaciones y sobre cómo los silencios, presentes de diferentes formas en los integrantes de la familia de la que habla la historia, se convierten en un mecanismo de poder y de supervivencia. «Uno cree que el silencio es lo opuesto a la agresión, pero el silencio también conlleva violencias intrínsecas», afirma.
«Entre los rotos» y la violencia intrafamiliar
Pregunta: En Entre los rotos pone el foco en la violencia dentro de la casa, la que poco se admite, ¿qué nos ha impedido desnormalizar este tipo de violencias?
Respuesta: Yo creo que siempre la tuvimos normalizada, la diferencia es que ahora comenzamos a hablar de ella. De pronto fue más difícil ocultarla también por esta hipervigilancia en la que vivimos y este meternos en las vidas privadas de los otros por redes sociales. Y también, claro, por el momento feminista que permite que la voz resuene.
De pronto nos damos cuenta de que no somos las únicas en ciertas ocasiones específicas, en este caso sobre violencia. Creo que simplemente le estamos dando luz, pero siempre ha existido. Es hasta ahora que nos la empezamos a cuestionar.
P: ¿Y cree que esta es una historia cercana, en la que se pueden identificar muchos de sus lectores?
R: Sí, me parece que por desgracia es muy común. Cuando comencé la historia tenía ciertas cosas en mi cabeza, hay partes autobiográficas pero está todo tan mezclado que no vale la pena ponerme a indagar en qué es real y que no. Pero sí, por desgracia mucha gente se me empezó a acercar a decirme que resonaba en su historia familiar, que habían conocido a un Julián, que habían conocido a un papá así, a una mamá así.
Y bueno, por un lado es halagador porque para eso escribe uno, ¿no? Creamos artefactos artísticos para resonar. Pero por otro lado también es triste y bien doloroso descubrir que somos tantas. Las violencias tampoco conocen de fronteras, así como las letras, las violencias están y se meten hasta lo más recóndito. Y que la gente de otro contexto, de un país, de una ciudad en la que no he estado venga y me diga “tu libro cuenta mi vida” es muy duro.
«El silencio conlleva violencias»
P: ¿Cree que esta historia puede ser también una fotografía para que quién la lea pueda mirar hacia atrás y cuestionar la cultura machista en la que se ha criado?
R: Yo creo que sí puede funcionar como un espejo oscuro, como para darte cuenta de que hay ciertas cosas que a lo mejor damos por hechas, pero que no están tan bien, que no son ideales. Por ejemplo, los silencios. Yo nunca me había cuestionado los silencios hasta que empecé a indagar en eso, con testimonios.
Leo muchos libros de psicología y de neurociencias y empecé a darme cuenta de que había algunas cosas que yo daba como única opción, como un único camino, y que a lo mejor no era así. Siempre había otras posibilidades.
P: La protagonista dice en el libro «entre los rotos nos reconocemos fácilmente». Si es fácil reconocer esas grietas que nos deja la violencia, ¿por qué cree que es difícil empezar a reconstruir en lugar de seguir rompiendo como ella lo hace?
R: Creo que hasta que no nos vemos en un espejo raro, en un espejo deforme, que puede ser otra persona, puede ser una obra literaria, una película, una conversación… no nos damos cuenta de que estamos ahí y que está raro.
Cuando estás adentro del personaje, en la primera persona, muchas cosas simplemente las actúas sin reflexionarlas. Y para eso sirve mirar al otro y decir: “esa persona me lastima, ¿por qué?” Y empezar a cuestionar eso. Y entonces indagas y te das cuenta de que tú también traes cosas, tú también pensaste que escapabas de la violencia y no. Simplemente la transformabas en una mecánica también violenta. Uno cree que el silencio es lo opuesto a la agresión, pero el silencio también conlleva violencias intrínsecas. También es un mecanismo de poder.
P: ¿En qué sentido?
R: En el sentido de que quien tiene la capacidad del silencio es quien ostenta el poder. Ese es uno de los micromachismos más clásicos. El que oculta la información… en una familia, casi hace algunas décadas, el papá exigía un reporte pormenorizado de en qué se gastaba el dinero, el tiempo, mientras que él no tenía que darle explicaciones a nadie, y al mismo tiempo el silencio es también un mecanismo del agredido para sobrevivir, enconcharse es también un mecanismo para sobrevivir. Es un juego de poderes.
Portada de «Entre los rotos», de Alaíde Ventura Medina. Foto: Editorial Tránsito.
P: ¿Ese cuestionamiento se hace con frecuencia?
R: A lo mejor, y ya hablo un poco por mí y por lo que yo he visto de mi generación, a veces nos escudamos en el ruido, que es otra forma de silencio. Eso es estar scrolleando infinitamente en redes sociales, es un poco llenarnos de ruido. Encender la tele, ese constante zumbido que no te permite reflexionar quizá o cuestionar cosas creo que es otra forma de silencio, que es lo que hace la protagonista también, rodearse de ruidos.
Lo privado es público y político
P: El movimiento feminista ha tratado de posicionar la idea de que lo personal es político, para que, entre otras cosas, no se siga viendo esta violencia dentro de la familia como algo privado… ¿Cree que este mensaje ha empezado a calar en países como México o en cualquiera de América Latina donde la violencia machista está muy arraigada?
R: Definitivamente. Partir de que lo privado no es privado (si no que) es público y es político. Además de que todo viene de algún lado y lo reproduce y convierte en otra cosa también. Somos un eslabón y como eslabón estamos predeterminadas, pero también tenemos una pequeña responsabilidad de cambio.
Sí creo que eso se lo debemos al movimiento feminista y al movimiento comunitario en el sentido de pertenencia y de resonancia, que es mirarte en el otro y decir “mira, no somos tan diferentes”. Cuando los secretos dejan de ser secretos y comienzan a ser tendencias, entonces podemos hablar de fenómenos, de que algo está sucediendo, que hay que mirarlo y nombrarlo.
P: ¿Ha influido el contexto de México en su novela?
R: Claro, no habría manera de escribir sobre estas violencias en otro momento histórico, porque para empezar yo ni siquiera podía verlo. Ni siquiera histórico, biográfico. En otro momento de mi vida no habría podido escribir este libro porque estaba inserta en las mismas dinámicas.
Y tampoco es fortuito que se pueda hablar ahora de estas violencias y que ahora estas voces de mujeres se escuchen porque viene de un camino trazado muy lentamente por muchas voces que fueron silenciadas o a las que no se les prestó atención. O sea, hasta ahora estamos empezando a mirar a un montón de escritoras que estaban ahí, que ya habían contado cómo era el ámbito doméstico, de cómo eran las relaciones de pareja, con los hijos, con los padres y nadie las había vuelto a ver. O bueno, muy pocas personas: estudiosas que no están en el mainstream, y que ahora podamos verlas y revisitarlas pues eso es lo que nos permite a nosotras las nuevas poder encontrar ecos.
Hay que hacer una pausa en el camino y ver qué había antes, y qué no habíamos visto. Pensábamos que éramos únicas, pero no. Siempre venimos de atrás, solo somos eslabones.
Por Cristina Bazán
Fuente: Efeminista