Sara Correa, socióloga y académica: “Las funas aparecen como una forma de hacer justicia por las propias manos frente a un sistema en el que no se confía”
Collage: Dominga Rozas
Ha pasado un tiempo desde que las funas -palabra que proviene del mapudungún y que significa “podrido”-, se instalaron en las redes sociales como mecanismo para denunciar públicamente a personas o grupos que cometen actos de violencia o abuso de todo tipo. Tras el impulso del movimiento feminista en mayo de 2018, cientos de mujeres se atrevieron, muchas por primera vez, a contar sus relatos y denunciar situaciones de acoso o abuso sexual cometidas por parejas, amigos o compañeros de trabajo. El período de funas se volvió a repetir en 2019 cuando, en pleno estallido social, surgió la performance del colectivo Las Tesis, Un violador en tu camino, que abrió nuevamente esta caja de pandora y que permitió dar cuenta, una vez más, de lo mucho que nos queda por avanzar en materia de género.
Y aunque las funas no son recientes –en el período de la dictadura militar, los familiares de las víctimas de violaciones a los Derechos Humanos se organizaban para armar manifestaciones públicas-, hoy en día su ámbito ha trascendido a problemas de toda índole: interpersonales, laborales o económicos. Ese modo de operar, explica Sara Correa, Socióloga y Magíster en Métodos de la Investigación Social de la Universidad Diego Portales, se ha instalado porque las instituciones o instancias de mediación no han sido capaces de entregar respuestas justas frente a problemas personales o sociales. Según la experta, el espejo de un cambio mayor que tiene que ver con la deconstrucción de las relaciones humanas, impulsadas por los movimientos sociales.
Volviendo el tiempo atrás, en 2018 y bajo al alero del movimiento feminista, vimos una oleada de funas por violencia sexual, ¿qué es lo que detona esta gran masa de denuncias?
En el contexto del mayo feminista y del estallido social, aparece un estándar con el que se miran y aprecian las relaciones entre géneros. Muchas situaciones que antes se consideraban aceptables se comenzaron a cuestionar con esta ola. Se desnaturalizaron y se analizaron con mirada crítica. Entonces, muchas mujeres hicieron ese ejercicio y la funa surge, muchas veces, como mecanismo para buscar justicia por situaciones pasadas o presentes. Como son hechos que carecen de pruebas físicas -salvo cuando se trata de violaciones o son constataciones que se hacen a tiempo-, el sistema no le da valor a esos relatos, y muchas denuncias quedan desestimadas o no llegan a condena. En ese contexto, la funa es una forma de hacer justicia por las propias manos frente a un sistema en el que no se confía.
En diversas resoluciones, la Corte Suprema se ha pronunciado sobre las funas y ha dictaminado que estas expresiones vulneran el derecho a la honra y la imagen de quién es funado. ¿Se corre el riesgo de que, con estas determinaciones, el victimario se transforme en víctima?
De todas formas. Por eso, el sistema de justicia tiene el gran desafío de responder de mejor manera ante estos casos para ganar credibilidad y legitimidad frente a la ciudadanía. De lo contrario, muchas veces los victimarios pueden convertirse en víctimas. Eso también ocurre porque las funas no permiten el debido proceso o derecho a réplica. Terminan siendo un mecanismo dañino para todos quienes participan en la ecuación. A nivel universitario ha pasado que cuando una persona acusa mediante esta vía, las instituciones no tienen pruebas del abuso o acoso, pero sí sobre la funa. Con eso, ya hay una prueba de que se daña la honra del acusado, por ejemplo. La funa es fácil de probar versus un abuso o acoso sexual, del momento en que todo esto se comparte por redes sociales.
En ese sentido, ¿tampoco se garantiza, mediante la funa, un derecho a réplica de la persona acusada?
Claro, porque las redes sociales hacen la condena de manera inmediata y de forma definitiva, sin poder borrarse eso de los antecedentes de la persona. Por eso hay que tomar medidas, porque al final puede ser hasta perjudicial, del momento que el agresor puede denunciar a la víctima por daños en la imagen, y tener resultados contrarios a lo que se buscaba en el inicio, que es la justicia para la persona dañada.
Con el tiempo, también han surgido funas por otros motivos, diferentes a los asociados a violencia sexual, como por temas económicos, laborales o de responsabilidades afectivas. ¿Crees que se ha instalado la funa como mecanismo recurrente de denuncia?
Sí. Al principio eran estas denuncias más acotadas, pero luego se fueron masificando frente a diversas injusticias. Hoy lo podemos ver en contextos laborales, en relaciones emocionales, en amistades. Y eso pasa porque se siente que la justicia no se hace cargo de las denuncias o porque la misma falta de cohesión social hace que las personas no confíen en las instancias de mediación y no recurran a las instituciones para solucionar sus problemas.
Habitualmente las funas se dan cuando hay asimetrías entre las personas, ya sea de clase, género o laborales. ¿Cómo se configuras las relaciones de poder en esto?
Las situaciones de abuso, acoso o discriminaciones, en general están intrincadas con las relaciones de poder que muchas veces no son visibles y hacen que tú no estés en igualdad de condiciones para ir a reclamar algo a alguien. Eso hace que la funa sea un mecanismo que se extiende tanto. Como las personas no son pares, hacer una denuncia puede ser difícil por miedo o vergüenza.
¿Por qué para el ser humano es tan potente ese castigo social que se da con las funas?
Son una especie de estigma con la que queda la persona, que es difícil de borrar, sobre todo en los casos de delitos sexuales. Mirado desde el punto de vista de quien acusa, también se dan por la necesidad de prevenir a otras mujeres de vivir situaciones de esas características. Entonces está el castigo, pero también un discurso que apela a la protección a otras personas para evitar que sean víctimas de estas situaciones.
A tu juicio, ¿existen límites en una funa? ¿Cuáles serían?
Es difícil hablar de límites porque ahí se hace un juicio moral. Lo que sí se puede, es decir es que estamos en un momento histórico de reconfigurar las relaciones humanas y de poder. Es un tiempo de deconstrucción social, donde esas relaciones que antes se daban de manera tan natural, hoy son cuestionadas y son observadas con ojo más crítico. Con los movimientos sociales, cambiamos el estándar de cómo nos relacionamos los seres humanos. En ese contexto, las funas forman parte de un proceso en el que vamos a llegar un equilibro, donde las instituciones se van a lograr adaptar a las nuevas normas sociales y estándares que surgen desde ahí. Es un proceso de ajuste.
Por Trinidad Rojasy
Fuente: La Tercera, Paula