septiembre 14, 2025

La fragilidad de la excelencia. Cuando el feminismo ilumina las grietas

La obsesión por la calidad suele ir de la mano con una idea de perfección académica, la cual puede resultar tan opresiva como la presión de cargar con todo el peso de la familia. Hay violencias sutiles en esos estándares “universales”



¿Podré desvanecer el peso cruel, la expectativa y

vivir sólo un momento de esparcimiento?

Tan simple y bello. En vez del peso que va en aumento.”

-Luisa Madrigal

La academia me recuerda en ocasiones a la casita de la familia Madrigal. Una estructura dinámica llena de dones y talentos, con el propósito de fortalecer a la comunidad, pero también cargada de exigencias desmedidas y de silencios incómodos. El sustento de la casa permanece oculto. Lo esencial no está en la magia del espectáculo, sino en la mirada capaz de advertir las grietas y en el coraje casi místico de nombrarlas en voz alta, aun cuando hacerlo signifique desestabilizar su Encanto.

Con esa extraña sensación llegué a un proceso de acreditación internacional de una de las universidades más prestigiosas del país; bajo la mirada rigurosa de la institución acreditadora. Ahí me correspondió participar como evaluadora externa, acompañada de colegas provenientes de la Universidad Carlos III de Madrid, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, la Universidad de California en Berkeley, la Universidad de Salerno y de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Estar en esa mesa significó vivir en carne propia cómo la academia de nuestra región se piensa, se mide y se legitima. Y fue también entrar en una dinámica donde se exige mirar de cerca las fracturas.

El mecanismo es severo para analizar planes de estudio, procesos de enseñanza-aprendizaje, infraestructura, investigación, vinculación social, entre otros elementos. Todo parece estar diseñado para garantizar la excelencia. Sin embargo, no pude evitar preguntarme: ¿cómo se da cuenta de lo que no puede ser medido? ¿Dónde queda el saber situado, la voz de las mujeres, las epistemologías del sur? De eso, como de Bruno, no se habla.

La obsesión por la calidad suele ir de la mano con una idea de perfección académica, la cual puede resultar tan opresiva como la presión de cargar con todo el peso de la familia. Hay violencias sutiles en esos estándares “universales”, los cuales, con frecuencia, excluyen aquello que no encaja en sus moldes. La excelencia, carente de perspectiva de género, de justicia social y de mirada decolonial, se convierte en un simple cascarón brillante. No en vano me sentí como Mirabel, con la sensibilidad para ver lo que nadie más quiere: las fisuras capaces de colapsar la estructura. En el comité evaluador, mi papel fue precisamente ese: señalar que, detrás de los números hay vidas, detrás de los indicadores, habitan cuerpos; y toda evaluación tiene un impacto humano.

Y aunque yo tampoco me permito ser tan autobiográfica, debo admitir que, ser mujer e identificarme como feminista en ese espacio también fue una revelación del significado de hacer camino en un terreno históricamente dominado por varones. El feminismo nos enseña que abrir la puerta y ocupar el puesto no basta. Es ineludible cuestionar las reglas del juego, desnudar esa lógica patriarcal disfrazada de neutralidad y proponer otras maneras de entender la calidad. De ello dan cuenta algunas violencias simbólicas, académicas y políticas que, si bien fueron enunciadas, aún esperan su reparación. La congruencia exige que las grietas, tarde o temprano, sean expuestas a la luz.

La experiencia me hizo pensar en la casita como una construcción llena de potencialidades, pero también de hendiduras históricas. Sexismo, racismo, clasismo, colonialismo; esas son los deterioros con la capacidad de quebrar los cimientos de la educación superior. Sin embargo, también están las resistencias, la memoria, la creatividad y la fuerza colectiva. La magia radica en la posibilidad de reconstruir nuestros refugios con ternura, empatía y justicia.

Asimismo, la presencia de la Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED) en este proceso no es un detalle menor. Desde el noroeste del país podemos dialogar con universidades de talla mundial y aportar una mirada propia. Y esa mirada no debe ser únicamente técnica. Debe ser crítica, feminista, decolonial, comparada. La universidad no puede limitarse a imitar modelos ajenos; debe construir su propia voz en el concierto internacional. Esta experiencia nos coloca en la conversación, y mi participación me permitió reafirmar que hay quienes lo hacemos desde una identidad arraigada en el compromiso social y en la convicción de que la excelencia sin justicia es insuficiente.

Al final, mi paso por la reacreditación me dejó una certeza: la evaluación académica es necesaria, pero, como tantas cosas hoy en día, exige ser repensada. Porque evaluar no es solamente analizar rubros; es también escuchar, acompañar y reconstruir. La escuela debe dejar de ser esa casita de perfección inalcanzable, para convertirse en un espacio comunitario donde todas las voces cuenten.

Quizás el futuro de la academia no está en seguir cargando con la presión de los estándares externos, sino en reconocer nuestras propias grietas y aprender a florecer desde ellas. La revolución interna. Tal vez nos urge trabajar la sanación colectiva. La fuerza no siempre proviene de la fría tarea de obedecer indicadores, a veces, está en la audacia de preguntarnos para quién y para qué educamos. Jamás debemos olvidar que detrás de la supuesta objetividad de las cifras también hay injusticias.

Probablemente la excelencia no consista en la acumulación de logros, ni en la repetición acrítica de modelos importados. El Derecho Comparado ya nos lo ha enseñado. Las comparaciones también son ejercicios asimétricos; operaciones para invisibilizar lo local en nombre de la universalidad. No hay sistemas puros, sino entramados sumamente complejos donde se entrecruzan realidades, culturas, prácticas y tradiciones. Copiar sin contextualizar es colonización intelectual.

Detrás de los estándares hay historias de poder que pueden y deben ser cuestionadas. Hay demasiada sabiduría al reconocer la diversidad como fuente de riqueza. Desde el feminismo, por ejemplo, la mirada se torna radical, porque reconoce lo invisible, escucha lo que ha sido silenciado y se empeña en atacar los problemas de raíz. La academia no es sostenida por trofeos ni ladrillos, sino por la voluntad colectiva de dialogar con el mundo desde nuestra propia voz e imaginar un futuro distinto. Uno donde la universidad sea esa casita capaz de albergar la pluralidad de nuestras experiencias y el capital de nuestros saberes. Y aquí es donde el feminismo se encuentra con el derecho comparado, en la insistencia de mirar desde los márgenes, de cuestionar los cánones establecidos y de exigir que la pluralidad sea el verdadero rostro de la excelencia.

Fuente: La Costilla Rota

septiembre 13, 2025

Feminismo para pocas: el espejismo del empoderamiento en Chile



Es de conocimiento público que, en los últimos años, el concepto de “empoderamiento femenino” ha sido absorbido por el mercado y convertido en un producto.

Se repite en campañas publicitarias, se imprime en bolsas de tiendas de retail, se pronuncia en paneles empresariales y discursos políticos. Se nos suele decir también, que el feminismo consiste en que todas podemos “llegar lejos”, pero nadie habla de cuántas nunca han tenido siquiera la oportunidad de comenzar ese trayecto.

Esa es precisamente la trampa: hacer pasar como igualdad lo que no es más que privilegio maquillado. En Chile, donde la desigualdad está incrustada en la estructura misma del país, ese relato meritocrático resulta no sólo falso, sino que también profundamente violento. No todos tenemos las mismas oportunidades, aunque se nos repita lo contrario.

El feminismo rosa- hegemónico, institucional, empresarial- no incomoda al poder; convive con él. Se acomoda sin conflicto en el neoliberalismo, ese mismo sistema que ha precarizado la vida de millones de mujeres y que se sostiene gracias al trabajo mal pagado, invisible y racializado de otras. Este feminismo, diseñado para ser digerible, no transforma el sistema, sino que ofrece a unas pocas la posibilidad de integrarse en él, de sentarse en la misma mesa donde se siguen tomando decisiones que perjudican a la mayoría.

En nuestro país, lo vemos con claridad. Se celebra a la mujer que logra ascender en cargos corporativos, como por ejemplo una gerenta de una multinacional, destacándola como muestra de “liderazgo femenino”, pero se omite que, muchas veces, ese ascenso ocurre en estructuras corporativas construidas desde una lógica masculinizada y excluyente. Mientras ella se convierte en símbolo del éxito, son otras mujeres; trabajadoras de limpieza, operarias subcontratadas o cuidadoras informales, quienes permiten con su trabajo no reconocido que esa élite femenina siga funcionando. ¿Es eso igualdad?

Se aplaude también a la mujer emprendedora, como si su experiencia fuera sinónimo de emancipación. Pero rara vez se habla de las condiciones que empujan a miles de mujeres a emprender por necesidad: sin acceso a empleo formal, endeudadas, sin seguridad social y sin redes de apoyo. En muchos casos, estos emprendimientos no representan autonomía real, sino una estrategia de sobrevivencia ante un Estado ausente.

En ese marco, la idea de promover a ciertas mujeres al escalafón corporativo —mujeres con privilegios de clase, educación y cercanía cultural con los modelos masculinos de poder— se presenta como un avance feminista. Pero en realidad, esta lógica reproduce la misma estructura desigual, ahora con rostro femenino. Es un movimiento funcional al sistema, que refuerza la hegemonía neoliberal al ofrecer una imagen de equidad que, en los hechos, sigue dejando afuera a los cuerpos trabajadores que los sostienen.

El mercado chileno ha hecho del feminismo una marca. Vende resiliencia, liderazgo y autosuperación como si fueran sinónimos de liberación. Pero este tipo de empoderamiento, individualista, competitivo y despolitizado, no transforma, sino que perpetúa el orden. Es un feminismo que se acomoda a las reglas del capitalismo, mientras disfraza de inclusión lo que sigue siendo exclusión.

Frente a ese feminismo blanqueado surgen otros: feminismos que incomodan, que interpelan desde abajo, que nacen en sindicatos, en ollas comunes, en comunidades indígenas y en redes de cuidado. Feminismos que entienden que no hay justicia de género sin justicia social, ni liberación posible dentro de un sistema que necesita oprimir para sostenerse. 

Porque no se trata sólo de que mujeres lleguen a “lugares de poder”, se trata de transformar las estructuras que impiden vivir dignamente a tantas. Un feminismo que no es antirracista, anticapitalista y anticolonial no es suficiente, y en Chile, donde las diferencias sociales y territoriales marcan la vida desde que nacemos, no podemos seguir hablando de igualdad sin incomodar.

Ya es hora de dejar de repetir que “todas podemos”, porque mientras algunas avanzan, muchas otras siguen sosteniendo desde su trabajo invisibilizado, desde barrios periféricos, desde la deuda, con su cuerpo y su silencio, un sistema que nunca fue pensado para incorporarlas.

Nota original: https://carcaj.cl/feminismo-para-pocas-el-espejismo-del-empoderamiento-en-chile/

Fuente: CARCAJ

septiembre 12, 2025

‘Deciden nuestro futuro a puertas cerradas’: mujeres indígenas exigen su lugar en la COP30




La Marcha Nacional de Mujeres Indígenas en Brasilia, Brasil, a principios de agosto. Las mujeres indígenas buscan un lugar en las negociaciones de la COP30, dado su papel esencial como guardianas de la biodiversidad, sus comunidades y el planeta (Imagen: Amanda Magnani)
“Somos las guardianas del planeta para que la Tierra sane”. Con este lema, las mujeres indígenas reafirman su papel esencial en la agenda climática mundial y articulan un mensaje unificado para llevar a la COP30, la conferencia climática de las Naciones Unidas que se celebrará en Belém, en la Amazonía brasileña, en noviembre.

La declaración se publicó durante la Marcha Nacional de Mujeres Indígenas, celebrada en Brasilia a principios de agosto, y pretende llamar la atención sobre los efectos desproporcionados de las condiciones meteorológicas extremas en las mujeres y las niñas, especialmente en las mujeres indígenas.

Como guardianas de la biodiversidad y responsables del cuidado de sus familias, comunidades y territorios, las mujeres son las primeras en sentir los impactos, que van desde la inseguridad alimentaria y las dificultades económicas hasta el aumento de la violencia y la sobrecarga de trabajo.

“Las mujeres siempre se ven más afectadas por el cambio climático”, declaró Dalí Angel, coordinadora de proyectos del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe (Filac), a Dialogue Earth. 

Nayra Kaxuyana, asesora internacional del Ministerio de Pueblos Indígenas de Brasil, añadió que una de las principales demandas que las mujeres plantean a la agencia federal es el apoyo para la construcción de casas de semillas: “Muchas de las semillas que tenemos hoy en día en los territorios ya no se adaptan al clima”, declaró a Dialogue Earth.

Las Naciones Unidas han destacado que las mujeres indígenas, al preservar las semillas, proteger a los polinizadores, fertilizar el suelo con métodos orgánicos y ayudar a mantener intactos los bosques, están a la vanguardia de la conservación del medioambiente. Por esta razón, la agencia reconoce que su participación en la toma de decisiones es crucial para la recuperación y la adaptación frente a los fenómenos climáticos extremos.

“Somos nosotras las que pensamos en el proceso de resiliencia dentro de los territorios”, afirmó Alana Manchineri, asesora internacional de la Coordinación de Organizaciones Indígenas de la Amazonía Brasileña (Coiab). “Somos nosotras las que conocemos todas las plantas medicinales, las que transmitimos nuestros conocimientos a nuestros hijos y las que formamos a los nuevos líderes”.
Delegación indígena sin precedentes

La COP30, que se celebra en la Amazonía, tiene como objetivo reunir a la mayor delegación indígena de la historia. Según la ministra de Pueblos Indígenas de Brasil, Sonia Guajajara, el objetivo es conseguir la acreditación de al menos mil indígenas en la Zona Azul, el espacio oficial donde se celebran las negociaciones entre los gobiernos y las delegaciones internacionales. Hasta la fecha, según Guajajara, las mayores participaciones se registraron en la COP21 de París y la COP28 de Dubái, que contaron con alrededor de 350 representantes indígenas de todo el mundo.

En los últimos meses, la presidencia de la COP30 ha anunciado iniciativas para reforzar la participación en el evento de los pueblos tradicionales, una categoría que en Brasil incluye a las comunidades indígenas y a otras como los quilombolas, formadas por descendientes de africanos esclavizados. Entre ellas se encuentran el Círculo de los Pueblos Indígenas, un foro oficial de diálogo con los líderes; la Aldea COP, un campamento que se espera que acoja a 3.000 indígenas en Belém; y capacitaciones dirigidas principalmente a mujeres de comunidades y organizaciones tradicionales para que puedan participar en los debates internacionales.

Sin embargo, para las mujeres indígenas, llegar a Belém solo será el primer paso. Angel, de Filac, explica que “incluso cuando las mujeres logran llegar al lugar donde se celebra la conferencia, son los hombres [tanto indígenas como no indígenas] los que pueden acceder a la Zona Azul”.

Por eso, para Angel es esencial garantizar la acreditación de las mujeres indígenas, así como de los hombres indígenas. Pero el proceso, dice, es exigente y lleva mucho tiempo. Por esta razón, la alternativa ha sido registrarlas como invitadas de organizaciones asociadas.

“Están decidiendo nuestro futuro a puertas cerradas, donde nuestra voz no está incluida”, añadió Nansendália Ramírez, miembro mexicana de la Alianza Global de Comunidades Territoriales, en su intervención en la primera Conferencia Nacional de Mujeres Indígenas, que tuvo lugar paralelamente a la marcha en Brasilia.
Diplomacia indígena con voces femeninas

Durante aproximadamente un año, representantes de los pueblos indígenas de toda América Latina y el Caribe se han organizado para llegar a la COP30 en una posición más fuerte.

Este movimiento cobró impulso después de que las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC) de Brasil al Acuerdo de París —el plan de acción climática que todos los Estados miembros de la ONU deben presentar cada cinco años— presentadas a finales de 2024 fueran consideradas por muchos como insuficientes. “Cuando tuvimos acceso al texto y nos dimos cuenta de que rara vez se mencionaba a los pueblos indígenas, pensamos: esto está mal”, afirmó Manchineri, de Coaib.

En respuesta, el movimiento indígena brasileño presentó sus propias NDC, con propuestas y demandas específicas. Aunque no es oficial y tiene alcance nacional, el documento refleja las agendas comunes de los pueblos indígenas de todo el mundo.

Destacan dos demandas: que los Estados reconozcan la contribución indígena a la mitigación de la crisis climática, incluida la demarcación de territorios en sus NDC; y que las organizaciones indígenas tengan acceso directo a los recursos climáticos —de los que actualmente solo reciben el 1%— sin depender de intermediarios.

“Se nos niega este acceso con el argumento de que carecemos de capacidad técnica y recursos humanos”, afirmó Angel.

No se puede hablar de salud, soberanía alimentaria o calidad de vida sin hablar de territorioDalí Angel, coordinadora de proyectos del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe

Para ella, los retrocesos en los derechos de las mujeres, los niños y los pueblos indígenas hacen aún más urgente llegar a Belém con una agenda sólida y unificada. Esta movilización, añadió, va más allá de América Latina y el Caribe y ha llegado a otras regiones socioculturales donde las lideresas indígenas están articulando ahora sus propias agendas. “El reto es unirnos para construir una agenda común”, dijo. 

Esta coordinación se ha materializado en diferentes espacios. En la conferencia sobre biodiversidad COP16 celebrada en Colombia el año pasado, se creó el G9 Indígena Amazónico, una coalición de organizaciones de los nueve países amazónicos. Luego, en abril, en el Campamento Tierra Libre, un encuentro que reunió a 6.000 indígenas en Brasilia, representantes de la Amazonía, las islas del Pacífico y Australia emitieron una declaración conjunta sobre la COP30.

Del mismo modo, la conferencia de mujeres indígenas celebrada en agosto concluyó con la Carta por la Vida y los Territorios, que reclama fondos para la gestión territorial y la lucha contra la crisis climática, con las mujeres al frente.

El texto también refuerza la centralidad de la tierra en la lucha indígena: “Nuestros cuerpos son territorio. Nuestro territorio es sagrado. Seguiremos organizados, movilizados y luchando por la justicia, el bienestar y la continuidad de la vida en el planeta”.

Para las mujeres indígenas, todo debate comienza con el territorio. ”No se puede hablar de salud, soberanía alimentaria o calidad de vida sin hablar de territorio”, afirmó Angel. Manchineri agregó: “Para nosotras está muy claro: cuando se violan nuestros territorios, se violan todos nuestros otros derechos”.

“Tenemos una alta tasa de mujeres embarazadas con altos niveles de contaminación por mercurio”, dijo. “A veces, ni siquiera pueden amamantar a sus hijos porque el mercurio está presente en la leche materna”.

Los estudios realizados por el instituto de investigación sanitaria Fiocruz en Pará, el estado del norte de Brasil donde se encuentra Belém, han confirmado esta situación: las mujeres embarazadas y los niños que viven a lo largo de la cuenca del río Tapajós y los pueblos indígenas del territorio Munduruku registraron niveles de mercurio superiores a los límites establecidos por la Organización Mundial de la Salud como consecuencia de la actividad minera.

De la aldea a la COP, y de vuelta a la aldea

Ante los innumerables obstáculos, las mujeres indígenas se han movilizado para aumentar su presencia y garantizar que sus voces se escuchen en las negociaciones formales de la COP30. “Para las mujeres que son madres, hemos buscado apoyo para que sus parejas puedan acompañarlas y cuidar a los niños mientras ellas participan en los eventos”, dijo Manchineri.

Mujeres indígenas guaraní-kaiowá durante la Marcha Nacional de Mujeres Indígenas en Brasilia. Las mujeres indígenas luchan contra el sistema patriarcal e incluso contra la discriminación dentro de sus territorios, señala Nansendália Ramírez, de la Alianza Global de Comunidades Territoriales (Imagen: Amanda Magnani)

“Tenemos que luchar contra todo el sistema patriarcal e incluso contra la discriminación que existe dentro de nuestros territorios”, añadió Nansendália Ramírez.

Manchineri explicó que su estrategia es doble: llevar lo que se debate en los territorios a la mesa internacional y, a su regreso, presentar las decisiones y los avances logrados de forma accesible.

Para apoyar esta estrategia, las lideresas han organizado sus propios talleres y reuniones preparatorias —las pre-COP— además de la formación impartida por la presidencia de la COP. La idea es ayudar a crear conocimiento dentro de las comunidades sobre qué son las conferencias y cómo funcionan, y en última instancia, construir una agenda común.

“Tenemos que llegar empoderadas, con herramientas que nos permitan tener un mayor impacto en los espacios de negociación”, afirmó Ángel.


Amanda Magnani es una periodista y fotógrafa brasileña. Su trabajo se centra en la justicia climática, la transición energética, las comunidades tradicionales y la descolonización de los procesos periodísticos. Ha sido becaria del Pulitzer Center, del Metcalf Institute y de Climate Tracker; y ha publicado historias en National Geographic, Mongabay, Al Jazeera y Folha de São Paulo.

septiembre 11, 2025

¿Por qué necesitamos recuperar el estudio histórico de la misoginia?


Una reflexión sobre los riesgos de abandonar las herramientas que nos permitían entender la dominación patriarcal

Vivimos tiempos extraños para el feminismo académico. Mientras los discursos de odio hacia las mujeres proliferan en redes sociales, los movimientos «incel» ganan adeptos y ciertos sectores políticos instrumentalizan la misoginia como herramienta electoral, la historiografía feminista ha ido abandonando progresivamente el estudio de la misoginia como objeto central de análisis. Esta paradoja no es casual: refleja una transformación profunda en cómo las académicas feministas entienden su labor y sus compromisos políticos.


Del centro a la periferia: la historia de un desplazamiento

La Historia de las Mujeres nació en las décadas de 1960 y 1970 como respuesta directa a siglos de invisibilización femenina en los relatos históricos tradicionales, construidos desde perspectivas que consideraban la experiencia masculina como universal. En aquellos primeros años, pioneras como Gerda Lerner situaron el estudio de los sistemas misóginos como elemento central para comprender la subordinación histórica de las mujeres. Su influyente obra «The Creation of Patriarchy» argumentaba que era necesario rastrear los orígenes y desarrollo de las estructuras patriarcales para entender cómo se había configurado la dominación masculina a lo largo de la historia.

Sin embargo, el panorama cambió radicalmente con la llegada de nuevos marcos teóricos. El punto de inflexión se produjo con Joan Wallach Scott y su propuesta del género como categoría de análisis histórico. Su trabajo, uno de los más citados en la historia del American Historical Review, desplazó el foco desde el estudio de la misoginia como sistema de opresión hacia análisis más complejos de cómo el género estructura el conjunto de las relaciones sociales.

Durante las décadas de 1990 y 2000 se consolidó lo que podríamos llamar el «giro hacia la agencia femenina». Influenciadas por la crítica postmoderna a las grandes narrativas de victimización, muchas historiadoras comenzaron a buscar enfoques que rescataran la capacidad de acción de las mujeres históricas. Los trabajos se centraron en demostrar cómo las mujeres habían desarrollado estrategias de negociación, resistencia y creación de espacios de autonomía, incluso dentro de contextos altamente restrictivos.

Este cambio no fue meramente académico. Respondía a una preocupación política legítima: evitar que los estudios feministas reprodujeran una imagen de las mujeres como víctimas pasivas de la dominación patriarcal. El objetivo era demostrar que las mujeres habían sido sujetos activos de la historia, protagonistas de sus propias vidas y agentes de cambio social.

Las consecuencias no previstas

Pero este desplazamiento metodológico ha tenido consecuencias imprevistas. Al privilegiar el análisis de la agencia femenina sobre el estudio sistemático de las estructuras patriarcales, hemos perdido herramientas analíticas cruciales para entender los discursos misóginos contemporáneos, que mantienen conexiones profundas con sus antecedentes históricos.

Los movimientos «incel», el acoso masivo a mujeres en redes sociales, los discursos que responsabilizan a las mujeres de la «crisis de la masculinidad» o las campañas contra los derechos reproductivos no surgen de la nada. Reciclan argumentos, representaciones y estrategias retóricas que tienen siglos de antigüedad. Sin embargo, al haber relegado el estudio de la misoginia a un elemento meramente contextual, carecemos de marcos teóricos que nos permitan desentrañar estas genealogías y comprender cómo se reactualizan y adaptan en nuevos contextos.

La misoginia no es un fenómeno estático. Es un sistema adaptativo que se transforma en respuesta a los avances y conquistas de las mujeres. Los discursos de inferioridad natural que circularon durante el Renacimiento como respuesta a la querelle des femmes, las campañas de domesticidad del siglo XIX ante la incipiente incorporación femenina al espacio público, o los movimientos antifeministas de finales del siglo XX muestran un patrón recurrente: cada vez que las mujeres amplían sus espacios de acción, emergen dispositivos misóginos específicos para contener, deslegitimar o reorientar esos avances.

Un ejemplo concreto: rastreando las continuidades

Esta propuesta metodológica no es solo teórica. Un ejemplo de su aplicación práctica lo constituye el proyecto de investigación «Monstruos de la naturaleza«, que analiza con perspectiva feminista la construcción de los roles de género desde la perspectiva clerical medieval hasta la actualidad. Esta investigación examina sistemáticamente cánones, concilios, obras patrísticas y escolásticas para comprender cómo la visión del clero medieval sobre las mujeres influyó en modelos de comportamiento que perviven en sociedades contemporáneas, incluso entre poblaciones no creyentes.

El proyecto traza líneas de continuidad entre las representaciones medievales de la feminidad y construcciones posteriores como el «ángel del hogar», demostrando cómo ciertos dispositivos misóginos se adaptan y rearticulan a través de diferentes contextos históricos manteniendo su función estructural de control y definición de lo femenino. Este enfoque ilustra cómo es posible recuperar el estudio de la misoginia como objeto histórico sin renunciar a la complejidad analítica, rastreando los mecanismos de larga duración que conectan discursos aparentemente distantes en el tiempo pero funcionalmente relacionados.

Hacia una síntesis necesaria

No se trata de abandonar los logros metodológicos de las últimas décadas ni de volver a enfoques que redujeran a las mujeres a meras víctimas de la dominación patriarcal. Se trata de construir marcos analíticos que integren tanto el estudio riguroso de las estructuras misóginas como el reconocimiento de la complejidad y diversidad de las experiencias femeninas históricas.

La perspectiva de larga duración resulta fundamental para desentrañar cómo los sistemas misóginos constituyen dispositivos adaptativos que se reactualizan en respuesta a los avances femeninos. Solo desde esta comprensión histórica profunda podremos desarrollar las herramientas analíticas y políticas necesarias para enfrentar las formas contemporáneas que adopta la dominación patriarcal.

El feminismo académico tiene una responsabilidad con el presente. En un momento en que los discursos de odio hacia las mujeres cobran nueva fuerza y adoptan formas inéditas, necesitamos recuperar la capacidad de analizarlos no como fenómenos aislados, sino como manifestaciones actuales de estructuras históricas de larga duración. Proyectos como el mencionado, entre otros enfoques posibles, demuestran que esta síntesis es viable y necesaria.

El desafío es claro: desarrollar una historiografía feminista que evite tanto la victimización como la romantización de las experiencias históricas de las mujeres, que reconozca su agencia sin minimizar la persistencia y adaptabilidad de las estructuras que han buscado limitarla. Solo así podremos contribuir realmente a los combates feministas del presente, armadas con el conocimiento histórico necesario para entender a qué nos enfrentamos y de dónde viene.

Fuente: Tribuna Feminista

Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in