marzo 21, 2025

CEPAL y OIT llaman a los países de la región a aprobar normativas que amplíen los tiempos para el cuidado en América Latina y el Caribe


Ambos organismos de las Naciones Unidas lanzaron hoy el boletín Tiempos para cuidar en América Latina y el Caribe: Hacia la corresponsabilidad social y de género.



Las licencias, regulaciones e instrumentos que amplían los tiempos para el cuidado son fundamentales para promover la corresponsabilidad social y de género en el ámbito laboral, plantearon la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en una nueva publicación conjunta lanzada en el marco del Día Internacional de las Mujeres que se conmemora cada 8 de marzo. Estas normativas garantizan los derechos de las personas que necesitan cuidados y de quienes los brindan, contribuyen a dinamizar las economías y permiten avanzar hacia la igualdad y la sociedad del cuidado, subrayaron ambas instituciones.

En el Boletín Igualdad de Género N°4 - Tiempos para cuidar en América Latina y el Caribe: Hacia la corresponsabilidad social y de género se analiza el estado de las licencias de maternidad, paternidad y parentales en la región, y se proponen una serie de recomendaciones para avanzar en materia de cuidados de larga duración y por motivos urgentes, así como en la reducción de la jornada laboral y la flexibilización de los horarios y lugares de trabajo, como herramientas regulatorias que deben ponerse a disposición tanto de los hombres como de las mujeres.

En América Latina y el Caribe, solo 5 países cuentan con 18 semanas o más de licencia de maternidad; 10 países tienen entre 14 y 17 semanas, de acuerdo con el estándar de la OIT, y 18 países otorgan menos de 14 semanas de licencia remunerada de maternidad. A pesar de los avances recientes, la cobertura de este derecho todavía es limitada, debido principalmente a la baja participación laboral de las mujeres y las elevadas tasas de informalidad laboral, recalcan la CEPAL y la OIT. En la región, solo el 50% de las mujeres participan en el mercado laboral, en contraste con el 75% de los hombres. Además, el 52% de las mujeres ocupadas no cotizan o no están afiliadas a ningún sistema de seguridad social, algo que en la mayoría de los países constituye un requisito para acceder a este derecho.

Por otro lado, solo 11 países de América Latina tienen licencias de paternidad remuneradas de menos de 10 días, y solo 6 países otorgan una licencia de entre 10 y 15 días. De 14 países del Caribe, solo Suriname cuenta con una licencia de paternidad remunerada, de una duración de 8 días. “Aún existen desafíos significativos en cuanto a la duración de esta licencia, el origen del financiamiento, la cobertura y la protección laboral ante las responsabilidades de cuidado. Esto impide superar el nudo estructural de la desigualdad referido a la división sexual del trabajo para alcanzar la igualdad de género”, se indica en el Boletín.

La licencia parental, que puede ser remunerada o no, consiste en un período de licencia más amplio, con protección del empleo, que se pone a disposición de uno o ambos progenitores para permitirles cuidar de su hija o hijo después de que expire la licencia por maternidad o paternidad. En la región, solo Chile, Colombia, Cuba y Uruguay reconocen el derecho a licencia parental remunerada. Cuba fue el primer país en aprobar este tipo de licencia, que actualmente abarca los primeros 15 meses de vida del hijo o la hija. 

De acuerdo con la publicación de la CEPAL y OIT, solo cinco países de América Latina (Chile, Costa Rica, Cuba, Ecuador y México) cuentan con una licencia para cuidados de larga duración. Solo en el caso de Costa Rica esta puede ser utilizada para otro familiar que no sean los hijos. Chile, Costa Rica y México ofrecen permisos remunerados financiados por la seguridad social para personas empleadas de forma dependiente, y solo en Chile esos permisos también están disponibles para personas en el mercado laboral de forma independiente. En Ecuador, el costo de la licencia recae sobre la parte empleadora. Por otra parte, en Cuba, la licencia para cuidados de larga duración no es remunerada.

Finalmente, la licencia por motivos urgentes -relacionados con asuntos familiares y de corta duración- es más frecuente que la de cuidados de larga duración en la región. En la actualidad, 14 países prevén este tipo de permiso (Argentina, Bahamas, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Paraguay, Perú, República Dominicana y Uruguay). En el Caribe se registra una menor cobertura en este sentido. En todos los países, a excepción de las Bahamas, la licencia por motivos urgentes es remunerada. Solo en Chile se financia a través de la seguridad social; en los demás países, el financiamiento recae sobre el sector empleador.

“Es tiempo de acelerar el paso hacia la igualdad sustantiva e impulsar la sociedad del cuidado como horizonte de nuestro rumbo colectivo”, afirmó José Manuel Salazar-Xirinachs, Secretario Ejecutivo de la CEPAL. “El futuro nos ha alcanzado y la demanda de trabajo de cuidados se intensifica a causa del envejecimiento poblacional, los cambios epidemiológicos y los efectos del cambio climático. Frente a este contexto, no bastan cambios graduales; se necesitan políticas audaces que redefinan el rumbo”, subrayó durante un diálogo con representantes de gobierno, de organizaciones sindicales y empresariales en el que se lanzó el Boletín.

En la misma línea, Ana Virginia Moreira, Directora Regional de la OIT para América Latina y el Caribe, enfatizó que “el trabajo de cuidados sostiene la vida y las economías. Es hora de reconocer su valor y garantizar condiciones dignas para quienes cuidan, avanzando hacia un sistema de cuidados accesible, equitativo y sostenible”.

Según los cálculos del Simulador de inversiones en políticas de cuidados (desarrollado por la OIT y en cuya actualización para América Latina y el Caribe participa la CEPAL), “sin considerar los efectos inducidos ni el empleo indirecto, la inversión en cuidados en la región podría crear aproximadamente 32 millones de empleos para 2035, de los cuales 11 millones se generarían en los servicios universales de cuidado infantil temprano y 21 millones de empleos serían en el ámbito de los cuidados a largo plazo. Además de estos beneficios, el cambio proyectado en la tasa de ocupación de las mujeres tendría un efecto significativo en la reducción de las brechas de género en el empleo”, destacan ambos organismos en el Boletín. 

En suma, la CEPAL y la OIT recomiendan:


  • Promover la ratificación y aplicación de las normas internacionales del trabajo vinculadas a los cuidados, entre ellos, el Convenio sobre la Protección de la Maternidad, 2000 (núm. 183) y el Convenio sobre los Trabajadores con Responsabilidades Familiares, 1981 (núm. 156) de la OIT, de conformidad con lo establecido en la Resolución relativa al trabajo decente y la economía del cuidado en la 112ª Conferencia Internacional del trabajo.
  • Tomar de manera progresiva todas las medidas necesarias para que los Estados, en cuanto garantes de derechos, aceleren la efectiva implementación de la Agenda Regional de Género, en particular del Compromiso de Buenos Aires, aprobado por los Estados miembros de la CEPAL en la XV Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe, celebrada en 2022. 
  • Alinear la normativa de los países sobre licencias de maternidad con los estándares internacionales del Convenio 183 y garantizar este derecho efectivo a todas las mujeres trabajadoras del sector formal e informal de manera progresiva, universal y solidaria.
  • Reconocer y ampliar el derecho a la licencia de paternidad remunerada, no transferible y financiada por la seguridad social.
  • Promover en la región la implementación de marcos normativos que establezcan una licencia parental irrenunciable e intransferible que no esté basada en sesgos y que permita garantizar que todos los progenitores puedan ejercer el derecho a cuidar a sus hijos e hijas durante los primeros meses de vida, sin temor a perder el empleo o los ingresos. 
  • Diseñar e implementar licencias para cuidados de larga duración y licencias por motivos urgentes, que permitan ampliar los tiempos para cuidar a hijos, hijas y otros familiares, incluidas las personas con enfermedades graves, las personas con discapacidad y las personas mayores que necesitan apoyo y cuidado, contando con estrategias como la negociación colectiva y el aprendizaje desde las buenas prácticas ya desarrolladas por las empresas. 
  • Garantizar un financiamiento adecuado para las prestaciones relacionadas con las licencias de maternidad, de paternidad y parentales, así como con las licencias para cuidados de larga duración o por motivos urgentes, a fin de asegurar el acceso efectivo a estos derechos y de evitar situaciones de discriminación o de desincentivo en el ejercicio de este derecho. 
  • Formular políticas de cuidados específicos para cada país a través del diálogo social, ajustadas a las necesidades del ciclo de vida, que incluyan tiempo (permisos), prestaciones (seguridad de los ingresos), acceso a servicios y ejercicio de derechos, promoviendo la igualdad de género y el trabajo decente.
Fuente: División de Asuntos de Género, CEPAL

marzo 20, 2025

Mujeres en el mundo: haciendo visible lo invisible mediante datos colaborativos


La plataforma permite denuncias anónimas de violencia sexual y de género, mapea los puntos estratégicos para revelar patrones, cuestionar estadísticas y exigir acciones


A pesar del impulso de los últimos diez años por una mayor representación femenina y movimientos #MeToo (movimiento que significa ‘a mí también me pasó’) que ponen de manifiesto el abuso que han enfrentado las mujeres durante siglos, la lucha de las mujeres sigue invisible: ignorada, desestimada y enterrada bajo la burocracia patriarcal.

Los datos recopilados sobre violencia de género y pobreza suprimen las experiencias de las mujeres y no suelen reflejar la realidad que viven de millones de ellas. ¿Pero qué pasaría si las mujeres mismas pudieran informar los datos que subyacen a las políticas públicas? ¿Qué pasaría si sus experiencias no fueran sólo números sino evidencia irrefutable?

En la Red Dot Foundation y el Semáforo de Eliminación de la Pobreza, creemos en el poder de las historias personales porque cuando se recopilan a gran escala, se convierten en más que simples relatos y constituyen evidencia indiscutible de problemas sistémicos.

Por medio de Safecity, la plataforma global de colaboración masiva de Red Dot Foundation, permitimos que las personas denuncien de forma anónima incidentes de violencia sexual y de género ocurridos en espacios públicos y privados.

Estas denuncias se mapean como puntos focales (hot spots), revelando patrones que cuestionan las estadísticas oficiales sobre estos delitos, exponen peligros ocultos y, sobre todo, exigen acción. A la fecha hemos recabado 86.000 incidentes únicos provenientes de más de 86 países que indican un problema global.

El Semáforo de Eliminación de la Pobreza (Poverty Stoplight) es la principal plataforma del mundo de big data que recopila datos auto-reportados sobre pobreza multidimensional y desigualdad.

Esta colaboración colectiva del Semáforo ha recabado más de 700.000 autoevaluaciones de pobreza de más de 520.000 familias en unos 60 países y 24 idiomas. Este tipo de base de datos longitudinal, georreferenciada y detallada nos permite revelar conocimientos prácticos sobre la pobreza y la desigualdad que reflejan las variadas experiencias vividas por las mujeres en diversas comunidades.

Al reflexionar sobre el potencial de los esfuerzos globales contra la pobreza para superar los crecientes niveles de descontento e impulsar un contrato social más compasivo como el que explica Minouche Shafik en el libro ‘What We Owe Each Other’, podemos comenzar a abordar la injusticia epistémica que las personas, especialmente las mujeres y otras minorías, vienen sufriendo desde hace décadas, sobre la base de conversaciones sobre sus propias condiciones de desigualdad persistente. 
Descentralizando el poder: cuando los datos provienen de las voces marginales

Los métodos tradicionales de recolección de datos suelen excluir a las personas más afectadas: sobrevivientes de violencia que temen represalias, mujeres en economías informales cuyas dificultades no se contabilizan oficialmente, o comunidades cuyas realidades no encajan perfectamente con los marcos de políticas públicas existentes.

Los datos recabados mediante colaboración masiva transforman este desequilibrio de poder. Permiten que las personas definan sus propias narrativas en lugar de ser definidas por instituciones que rara vez les responden.

En la India, la brecha entre los casos denunciados y los casos reales de violencia sexual es alarmante. Los datos oficiales de la policía apenas raspan la superficie, ya que el 80 % de las sobrevivientes decide no denunciar la violencia sexual y de género. El estigma cultural y la desconfianza en la policía impiden que muchas presenten una denuncia.

Pero cuando las mujeres comparten sus historias de forma anónima en Safecity, surgen patrones: se identifican zonas inseguras, patrones comunes de perpetradores y amenazas pasadas por alto. Estos datos han llevado a cambios en las estrategias de patrullaje policial, mejoras en el diseño urbano e implementación de políticas con enfoque de género en ciudades y pueblos alrededor de la India y más allá.

De manera similar, el trabajo del Semáforo mapea la pobreza siguiendo el mismo principio: deja de lado el enfoque de las estadísticas institucionales amplias para centrarse en datos reales, provenientes de las bases, que capturan las experiencias vividas por quienes padecen la pobreza.

Ya sea que se trate de violencia de género o exclusión económica, vemos un común denominador: cuando las personas se convierten en creadoras de datos en lugar de ser sujetos pasivos, recuperan el poder sobre sus vidas y sus futuros.

Los conocimientos obtenidos a partir de los datos globales del Semáforo de Eliminación de la Pobreza permiten diseñar e implementar políticas efectivas y eficientes en el tiempo, abordando el núcleo mismo de la desigualdad mediante intervenciones focalizadas, a medida, y soluciones ad hoc.

El uso de la plataforma tecnológica del Semáforo así lo permite ya que proporciona información actualizada en tiempo real.

Esto significa que, si tratamos de aprovechar los datos del Semáforo, podemos transformar los datos a nivel micro en inteligencia nivel macro, mejorando así nuestra comprensión sobre la desigualdad estructural y sus mecanismos subyacentes, interseccionalidad, y narrativas existentes.

En efecto, a través de nuestras plataformas de colaboración masiva basadas en el mundo en vías de desarrollo desde la Red Dot Foundation y el Semáforo de Eliminación de la Pobreza, podemos sacar a la luz tendencias ocultas, discernir ideas aparentemente paradójicas, crear intervenciones efectivas, y diseñar estrategias adaptadas a las circunstancias particulares de cada mujer, familia, y comunidad.
Activismo basado en Ddtos: transformando conocimientos en impacto

El verdadero poder de los datos obtenidos mediante la colaboración masiva reside en lo que sucede después. Los números por sí solos no cambian el mundo, pero la acción sí.

En la Red Dot Foundation, trabajamos con las fuerzas del orden público, los formuladores de políticas públicas, y las comunidades locales para convertir las denuncias anónimos en cambios estructurales. Por ejemplo:En Faridabad, trabajando con la policía, identificamos focos de acoso, lo que condujo a un aumento del patrullaje en ciertas zonas, cambios en los horarios de los patrullajes, y a un conocimiento más profundo de la realidad diaria de las mujeres.

En Chennai, a través del Laboratorio de Género, identificamos paradas de autobús que son zonas de acoso, lo que generó debates sobre soluciones para un transporte público más seguro.

En el distrito de Satara, estamos trabajando con instituciones educativas, niños, y padres para crear espacios y transporte inclusivos, garantizando viajes de ida y vuelta más seguros para los estudiantes que provienen de aldeas distantes.

Las auditorías de seguridad de las mujeres han dado lugar a calles mejor iluminadas, transporte público más seguro, y mayor confianza entre la ciudadanía y las autoridades. En las ciudades donde se utilizan nuestros datos, las mujeres reportaron sentirse más seguras cuando se mueven en espacios públicos.

Lo mismo ocurre con el mapeo de pobreza multidimensional del Semáforo de Eliminación de la Pobreza. Una vez que las familias mismas identifican las dimensiones en las que consideran ser pobres, crean un plan de acción, a veces trabajando como núcleo familiar y otras veces como comunidad. Por nombrar solo algunos pocos ejemplos que abarcan únicamente al Paraguay:En 2024, los informes de violencia doméstica en regiones rurales de Paraguay aumentaron debido a que el Semáforo detalló y educó a las mujeres sobre qué es la violencia doméstica, el porqué no es aceptable, y cómo denunciarla. Este fue el primer paso de la eliminación de la violencia doméstica: sacarla a la luz y empoderar a las mujeres para que la denuncien.

Mujeres en las comunidades de Repatriación, Arroyito, y Chakoré utilizaron sus datos del Semáforo para identificar la contaminación ambiental como un problema crítico que impactaba en su bienestar y tomaron medidas contra una fábrica de almidón local que había estado afectando su calidad de vida durante años. Mediante la organización de reuniones, peticiones, y protestas, persistieron a pesar de la inacción inicial de las autoridades, y finalmente lograron una solución dialogando directamente con el propietario de la fábrica. Sus esfuerzos dieron fruto: transformaron su comunidad en un espacio más limpio y saludable.

Al identificar la falta de agua potable en su barrio por medio del Semáforo, una mujer en San Pedro formó una comisión de agua con sus vecinos para buscar una solución. Inicialmente, consiguieron un camión cisterna del gobierno, pero como éste sólo les proveía agua no potable, siguieron presionando para conseguir una solución permanente. Gracias a sus esfuerzos colectivos, aportes financieros, y apoyo municipal, perforaron con éxito un pozo artesiano, garantizando así el acceso a agua limpia para su comunidad.

Cuando las comunidades recogen y acceden a sus datos, cuentan con las herramientas para exigir mejores servicios, salarios más justos, y mayores oportunidades económicas. La información es una forma de resistencia: una manera de enfrentar el status quo y luchar por la justicia.

Toda la recolección de datos de ambas organizaciones cumple con estrictas normas nacionales e internacionales de privacidad de datos, y el conjunto de datos, ya sea anónimos o individualmente verificables, identifica patrones y tendencias que sirven como puntos de partida para el diálogo, la investigación, y el desarrollo de soluciones ingeniosas lideradas por la comunidad con el potencial de ser sostenibles en el tiempo.

Un futuro donde las voces de las mujeres informen las políticas públicas

La lucha por la igualdad de género no se puede ganar de forma aislada. La violencia sexual y la exclusión económica están profundamente entrelazadas: la pobreza aumenta la vulnerabilidad de las mujeres, mientras que la violencia de género limita su capacidad de acceder a la educación, el empleo y la vida pública.

Al combinar nuestros esfuerzos, podemos construir un mundo donde las voces de las mujeres informen las políticas públicas, donde los datos no sean meras estadísticas frías, sino una poderosa fuerza en pos de la equidad, y donde la historia de cada mujer importe, no solo en marzo, el Mes Internacional de la Mujer, sino todos los días.

Ahora bien, la pregunta es: ¿estamos listas para escucharlas?

como gerente global de operaciones del Semáforo de Eliminación de la Pobreza (Poverty Stoplight) de la Fundación Paraguaya, la empresa social líder del Paraguay. Es miembro sénior del Aspen Global Innovators.

Este es un artículo de opinión de ElsaMarie D’Silva, fundadora de Red Dot Foundation, y de Julia Corvalán, agente de cambio social y estratega de orientación.
Fuente: Ípsilons

marzo 19, 2025

Sandra Harding (1935-2025): la filósofa que defendió la importancia de un punto de vista feminista en el conocimiento

Sandra Harding (1935-2025): la filósofa que defendió la importancia de un  punto de vista feminista en el conocimiento
La filósofa Sandra Harding / EPC

El pasado 6 de marzo, a pocos días de cumplir 90 años, murió la investigadora estadounidense Sandra Harding (1935-2025). Filósofa, epistemóloga y, sobre todo, feminista, una de sus aportaciones más conocidas es la llamada “teoría del punto de vista”, que defiende la importancia de que las personas pertenecientes a grupos oprimidos participen también en el conocimiento.

Sandra Harding se graduó en la Universidad de Rutgers (Estados Unidos) en 1956. Tras 13 años desempeñando diversos trabajos se doctoró por la Universidad de Nueva York en 1973. Después de un breve paso por la Universidad Estatal de Nueva York en Albany, en 1979 se trasladó a la Universidad de Delaware, al Departamento de Filosofía y al Programa de Estudios de las Mujeres (luego también en el Departamento de Sociología).

En 1996 obtuvo la cátedra y durante los períodos de 1985–1991 y 1992–1993 dirigió el Programa de Estudios de las Mujeres de esa universidad. Trasladada a la Universidad de California en Los Ángeles, allí fue profesora de Filosofía y de Estudios de las Mujeres (1994-1996) y directora del Centro de Estudios de la Mujer (1996-2000).

Los trabajos de Sandra Harding se han centrado en la filosofía de la ciencia y la epistemología –el estudio del conocimiento– feministas. En este terreno, una de sus aportaciones es la denominada “teoría del punto de vista feminista”, desarrollada en numerosos artículos y libros y por la que obtuvo múltiples reconocimientos. Dicha teoría se basa en tres tesis:La tesis del conocimiento situado.

  • La tesis del privilegio epistémico.
  • La tesis de que la ciencia y la tecnología tienen implicaciones políticas.
  • El conocimiento depende del contexto

El conocimiento siempre es situado porque se da dentro de un contexto, ya sea socioeconómico, antropológico, intelectual, histórico o cultural.

Según esta tesis, quiénes somos tiene una importancia central para el conocimiento porque nuestro lugar en la sociedad –ya sea en cuanto a género, raza u otros– delimita y da forma a las experiencias que tenemos.

Se puede entender que la posición de Harding es, en cierta medida, empirista, ya que la justificación de nuestras creencias tiene por base la experiencia. Pero como nuestro conocimiento está limitado y definido por nuestra posición social, ésta desempeña un papel muy importante. Aquí interviene otra tesis: la del privilegio epistémico.
La ventaja de contar con los grupos oprimidos

La tesis del privilegio epistémico sostiene que los grupos oprimidos tienen el potencial de interpretar los fenómenos desde puntos de vista de los que carecen los grupos dominantes.

Esta tesis afirma que las comunidades que incluyen miembros de los grupos oprimidos tienen ventajas epistémicas para detectar los sesgos que se ocultan en el conocimiento. Por su posición social, es probable que hayan vivido experiencias útiles para identificar problemas de fondo.

Quienes están en posiciones dominantes solo han vivido experiencias moldeadas por su posición de dominio. Por el contrario, las personas pertenecientes a grupos en posiciones subalternas se ven obligadas a entender la perspectiva hegemónica a la vez que desarrollan su punto de vista en el seno de la comunidad.
La ciencia no es neutral

El punto de vista no lo adquiere cada individuo concreto, sino las comunidades. Intercambiar y compartir experiencias da a los integrantes del grupo herramientas para interpretar la realidad de una manera completa, que no se alcanza a comprender solamente con experiencias propias.

Un ejemplo de esto podría ser un grupo organizado de víctimas de violencia de género. Al escuchar vivencias de las compañeras, una persona es capaz de identificar patrones y mecanismos imposibles de imaginar en el caso aislado de una misma.

Una comunidad tendrá mayor privilegio epistémico cuanta mayor diversidad haya en ella. Además, los miembros de la comunidad compartirán un compromiso normativo sobre el objetivo de la investigación. En esta se involucran siempre los valores no estrictamente cognitivos, políticos, etc. Esta idea rechaza la concepción clásica de objetividad y la neutralidad valorativa de la ciencia.
En busca de una “objetividad fuerte”

Entonces, ¿cómo lograr la objetividad, si no queremos que todo valga? Harding rechaza el concepto tradicional de objetividad porque ha permitido que se llevasen a cabo estudios que, aun conteniendo sesgos sexistas y androcéntricos, eran considerados “buena ciencia”.

Su propuesta es el concepto de “objetividad fuerte”, y lo denomina así porque, en realidad, refuerza los estándares clásicos de objetividad. Como ella misma dice en Objectivity and Diversity (2015):
“La necesidad de una objetividad fuerte surge cuando las comunidades de investigación existentes son demasiado homogéneas y están demasiado aisladas de las tendencias sociales prodemocráticas. La investigación que parte de fuera de esas comunidades homogéneas puede estar dirigida por compromisos sociales y políticos progresistas y, debido a las limitaciones de las comunidades científicas existentes, puede maximizar la objetividad de forma más eficaz que las comunidades existentes, supuestamente libres de valores”.

Quizás esta sea una de las razones por las que se dedicó también a los estudios poscoloniales, cuestionando la perspectiva occidental de la ciencia, la filosofía y los estudios sociales de la ciencia y la tecnología. En este sentido, contribuyó a crear la revista Tapuya: Latin American Science, Technology and Society y a asesorar a diversas instituciones como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y la Organización Panamericana de la Salud.


Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad, Instituto de Filosofía (IFS-CSIC)
Fuente: The Conversation

marzo 18, 2025

A 30 años de la Plataforma de Acción de Beijing peligra el avance por la debilidad de las democracias y la falta de recursos: CLADEM

A 30 años de la Plataforma de Acción de Beijing peligra el avance por la  debilidad de las democracias y la falta de recursos: CLADEM :  r/mexico_politics
En un breve balance, esta red de mujeres de América Latina advierte de probables retrocesos

Los avances a 30 años, desiguales, con claroscuros y conflictos

La aparición y el fortalecimiento de los grupos “antiderechos” y “antigénero”, conspiran sobre los avances relativos tras 30 años desde la Conferencia de Beijing , la democracias en crisis en América Latina, es el reto más grande para el avance de las mujer, sólo queda resistir. Y los avances, más jurídicos que reales, además, no pueden concretarse por falta de recursos.

Así lo plantea este breve balance 30 años después de que se acordó la plataforma más avanzada para las mujeres, y estos grupos buscan socavarla desde dentro.

Hoy estas acciones, conservadoras, han generado significativos retrocesos en materia de derechos, afectando especialmente el acceso a derechos sexuales y reproductivos, así como a otras áreas clave como la educación sexual integral y la paridad de género. 

Desde la Declaración de Beijing y la Plataforma de Acción, se han realizado cinco evaluaciones sobre su implementación: Beijing+5 (2000), Beijing+10 (2005), Beijing+15 (2010), Beijing+20 (2015) y Beijing+25 (2020), con la participación activa de los países y de los movimientos feministas.

Pero el balance de hoy, en la ONU, parece no ser optimista. Habrá que ver.

Así considera el Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres CLADEM, que es una red de organizaciones y activistas de mujeres que trabajan por la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres. 

Texto del balance íntegro de CLADEM

En 1995, durante la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing, representantes de 189 Estados y cerca de 30.000 activistas feministas de la sociedad civil se reunieron para debatir, a lo largo de casi dos semanas, sobre los derechos y el papel de las mujeres en los ámbitos social, económico, cultural y político.

Como resultado de este proceso, se adoptó la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, un compromiso global que estableció directrices en doce esferas clave: medio ambiente; poder y toma de decisiones; derechos de las niñas; economía; pobreza; violencia contra la mujer; derechos humanos; educación y formación; mecanismos institucionales para el avance de la mujer; salud; medios de comunicación y conflictos armados. 

Esta Plataforma se consolidó como un plan de acción de avanzada con directrices claras para que los Estados Parte, las organizaciones feministas y la sociedad civil situaran los derechos de las mujeres en el centro de las agendas nacionales.

Además, integró los últimos acuerdos alcanzados a nivel global en materia de derechos humanos, incluyendo la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (Río de Janeiro, 1992), la Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos (Viena, 1993) y la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo (El Cairo, 1994), entre otras (Quiroga, N. et al, 2021, p.5) 

Contexto regional en la década de los 90: 

La Plataforma de Acción de la IV Conferencia representó un gran desafío para América Latina y el Caribe considerando que gran parte de los países del sur habían recuperado recientemente la democracia tras décadas de regímenes autoritarios y/o dictatoriales, y aún contaban con instituciones democráticas frágiles o inestables frente a las crisis políticas, económicas y sociales de la época. 

Al mismo tiempo, países como Colombia y los de Centroamérica atravesaban procesos de negociación de paz tras años de conflictos armados. Asimismo, muchos países de la región afrontaron procesos de discusión y adopción de nuevas constituciones, entre ellos Colombia (1991), Paraguay (1992), Perú (1993), Venezuela (1999) y Brasil (1988). 

Mientras otros llevaron a cabo reformas constitucionales significativas, entre ellos Guatemala (1993), Argentina (1994), Panamá (1994) y Nicaragua (1995). A pesar de estos desafíos, la década de 1990 trajo avances significativos en el reconocimiento de los derechos humanos, especialmente los de las mujeres. En el ámbito regional, la Convención de Belém 1 El presente documento fue elaborado por CLADEM en el marco de la CSW-69 que conmemora el trigésimo aniversario de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer y la adopción de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing (1995). do Pará (1995) marcó un hito en la lucha contra la violencia contra las mujeres, mientras que diversos tratados internacionales comenzaron a incorporarse en las legislaciones nacionales e incluso en las constituciones. 

Entre estos instrumentos, el Convenio 169 de la OIT representó un avance fundamental para las mujeres indígenas, al reconocer sus derechos colectivos y su participación en decisiones sobre sus territorios. 

En un contexto de creciente presión sobre los recursos naturales y exclusión histórica, este convenio fortaleció su liderazgo y les permitió organizarse para visibilizar sus demandas a nivel nacional e internacional. Al finalizar la década, las mujeres latinoamericanas y caribeñas habían logrado el reconocimiento de sus derechos civiles y políticos en la mayoría de los países de la región. 

Estos derechos estaban consagrados en las legislaciones nacionales e incluían el acceso a la educación, el trabajo, la administración y disposición de propiedades e ingresos, así como derechos de asociación, divorcio, patria potestad, voto y participación política. 

Para entonces, su presencia en las universidades y en el mercado laboral era cada vez más evidente. En el ámbito político, las mujeres comenzaron a ocupar un lugar más activo, aunque con diferencias entre países. 

En aquellos donde el movimiento feminista y las mujeres dentro de los partidos políticos impulsaron las llamadas «leyes de cupo o cuotas», se establecieron porcentajes de participación femenina en las listas electorales, que variaban entre el 25% y el 40%, siendo el 30% el más común2 (ONU Mujeres, 2021, p. 12). 

Si bien estas leyes fueron un avance pronto se convirtieron en «techos» que limitaron la participación femenina más allá de los mínimos establecidos. Sin embargo, lograron aumentar la presencia de mujeres en espacios de toma de decisiones, especialmente en los parlamentos, donde no solo se incrementó el número de legisladoras, sino que también se logró incluir en la agenda política las necesidades e intereses de las mujeres, promoviendo cambios en las leyes y políticas públicas. 

En el ámbito económico, los países de la región emergían de la llamada «década perdida» (CEPAL, 2023, p. 9), caracterizada por bajo crecimiento, alta inflación y crisis de endeudamiento externo. 

A pesar de este contexto adverso, las mujeres ingresaron masivamente al mercado laboral y a los sistemas productivos. Sin embargo, su participación seguía marcada por profundas desigualdades en comparación con los hombres. La mayoría se concentró en sectores de servicios vinculados a su supuesto «rol natural», como educación, salud, asistencia social y atención al público. En contraste, su presencia en áreas estratégicas como ciencia, tecnología, informática y matemáticas (CTIM o STEM, por sus siglas en inglés) seguía siendo muy limitada. 

A medida que avanzaba la década, las mujeres se incorporaron con mayor fuerza al mercado laboral, pero en su mayoría en los niveles bajos de la jerarquía en empresas y sector público, enfrentando la persistente brecha conocida como «pisos pegajosos» (ONU Mujeres, 2017, citado en Quiroga et al, 2 Cupo de 30% en Argentina (1991), México (1996), Bolivia (1997), Ecuador (1997), Panamá (1997). Mientras que Brasil (1995) y Paraguay (1996) establecieron un cupo del 20%. República Dominicana (1997) el 25%, y Costa Rica (1996) alcanzó el 40%. 2022, p.19). 

La representación femenina en puestos de liderazgo y toma de decisiones era escasa en los sectores empresarial, estatal y sindical, debido a la barrera de los «techos de cristal». Además, muchas mujeres estaban —y siguen estando— insertas en la economía informal, desempeñándose en negocios y emprendimientos no registrados (CEPAL, 2024, p.20). 

Aunque estos empleos suelen ofrecer condiciones laborales precarias y carecen de protección de derechos, en muchos casos permiten mayor flexibilidad para compatibilizar el trabajo con las responsabilidades domésticas, que continúan recayendo mayoritariamente sobre ellas. 

En todos los casos, la incorporación de las mujeres al mercado laboral no estuvo acompañada de una redistribución equitativa de las tareas domésticas y de cuidado, lo que dio lugar a que experimentaran lo que se conoce como doble jornada laboral. 

Esta fue una de las principales demandas impulsadas por los movimientos feministas de la región en los años 90. 

La necesidad creciente de las mujeres de generar ingresos para sostener a sus familias, sumada a la carga del trabajo doméstico y de cuidados no remunerados, sentó las bases de la crisis de los cuidados (ONU Mujeres, 2021, p.14), que se agudizó durante la pandemia de COVID-19. 

Para las mujeres de barrios populares, la inserción laboral significó una triple jornada, ya que, además del empleo y las responsabilidades domésticas, muchas participaban activamente en organizaciones comunitarias. 

Durante los años 90, ellas desempeñaron un papel crucial en la reproducción de la vida y en estrategias de supervivencia tanto familiares como colectivas. Estas acciones fueron una respuesta a las políticas neoliberales adoptadas por la mayoría de los gobiernos de la región, que profundizaron la exclusión, el desempleo y la precarización laboral, afectando especialmente a las clases populares.

Las políticas neoliberales y el modelo económico basado en la explotación de recursos naturales y la dependencia en las exportaciones hacia las economías del norte (Brown, C. et al, 2024, p. 22) han tenido un impacto desproporcionado en las mujeres, especialmente en aquellas pertenecientes a comunidades rurales y étnicas. 

La extracción de tierras y recursos no solo ha vulnerado sus medios de vida, sino que también ha invisibilizado su cosmovisión y prácticas ancestrales. En este contexto, los movimientos feministas comenzaron a incorporar las demandas específicas de mujeres en toda su diversidad —rurales, indígenas, afrodescendientes, entre otras—, generando conocimiento desde sus propias perspectivas e intereses. 

Durante este período, los movimientos feministas también alzaron su voz contra la violencia hacia las mujeres, especialmente contra su manifestación más extrema y cruel: el femi(ni)cidio. Exigieron a los Estados recursos y medidas concretas para su erradicación. En 1994, la mayoría de los países miembros de la OEA firmaron la Convención de Belém do Pará, el primer tratado internacional en reconocer el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia, estableciendo la responsabilidad de los Estados en su prevención, sanción y eliminación.

Contexto actual: avances y retrocesos en la agenda de Beijing 

Desde la Declaración de Beijing y la Plataforma de Acción, se han realizado cinco evaluaciones sobre su implementación: Beijing+5 (2000), Beijing+10 (2005), Beijing+15 (2010), Beijing+20 (2015) y Beijing+25 (2020), con la participación activa de los países y de los movimientos feministas. 

Gracias al esfuerzo sostenido y a la organización del movimiento feminista y de mujeres, tanto a nivel regional como global, las agendas de la Plataforma de Acción de Beijing han sido incorporadas en la Agenda de Desarrollo Sostenible, adoptada por los Estados en 2015 en el marco de Naciones Unidas. En este contexto, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) incluyen un objetivo específico sobre la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres (ODS 5), lo que refleja su importancia en la agenda global. 

A 30 años de la Declaración y la Plataforma de Acción de Beijing, resulta fundamental realizar un balance del período 2020-2025. Este análisis permitirá capitalizar los avances, sistematizar los logros en las distintas áreas de acción, identificar nuevos desafíos y, al mismo tiempo, examinar los retrocesos que enfrenta la región en el contexto actual. 

Uno de los eventos que marcó significativamente este período fue la pandemia de COVID-19. Según el Informe de OXFAM “Econonuestra” (Brown, C., 2024), la crisis sanitaria afectó especialmente a América Latina y el Caribe, exacerbando las desigualdades entre los sectores más ricos y los más pobres (Econonuestra, 2024). A pesar de los esfuerzos de varios gobiernos—como la implementación de ayudas económicas para familias de bajos ingresos, impuestos a los “superricos” y reducciones impositivas para la ciudadanía—, la concentración de la riqueza en manos de unas pocas personas y corporaciones no se revirtió. 

Además, la suspensión prolongada de actividades económicas para contener el virus provocó una caída del PIB en todos los países de la región, lo que llevó a un aumento significativo de la pobreza y profundizó aún más las brechas de desigualdad (CEPAL, 2024). 

En este contexto, los recursos gubernamentales resultaron insuficientes para hacer frente a las crisis, y fueron las mujeres quienes asumieron la mayor carga para sostener la reproducción de la vida, tanto en sus hogares como en sus comunidades. 

En los territorios más golpeados y donde el Estado estuvo ausente, las mujeres se convirtieron en protagonistas clave, organizándose en redes vecinales y espacios comunitarios para enfrentar la crisis. La salida de la crisis provocada por el COVID-19 ha sido posible, en gran medida, gracias a los esfuerzos de las mujeres (Quiroga Díaz, N. et al, 2022, p. 65). 

Durante el confinamiento, fueron ellas quienes asumieron la mayor parte de los cuidados en los hogares, especialmente tras el cierre de los sistemas educativos, lo que las obligó a desempeñar nuevos roles de acompañamiento educativo y contención emocional para sus hijas e hijos. Todo esto ocurrió mientras continuaban trabajando en modalidades flexibles como el «home office» o en sectores esenciales, como la salud y la asistencia social, exponiéndose al contagio en la primera línea de la pandemia. 

Vale la pena destacar que, durante las primeras décadas del siglo XXI, los países de la región, especialmente en el Cono Sur, vivieron una nueva primavera democrática, lo que permitió avances significativos en el reconocimiento de los derechos humanos, particularmente en lo referente a los derechos de las mujeres, niñas y diversidades.

Estos avances fueron más notorios en países gobernados por fuerzas progresistas, conocidas como «la marea rosa» (Brown, C. et al, 2024, p. 26), aunque no se limitaron exclusivamente a ellos. A partir de 2010, los movimientos feministas y LGBT lograron una incidencia notable en las agendas públicas y gubernamentales, promoviendo cambios normativos que dieron lugar a la conquista de derechos fundamentales, como el matrimonio igualitario, la identidad de género, la legalización del aborto en distintas modalidades, la paridad de género y la erradicación de la violencia por motivos de género. Asimismo, se implementaron políticas públicas orientadas a garantizar estos derechos. 

En este contexto, la mayoría de los Estados de la región, que ya contaban con Mecanismos para el Adelanto de las Mujeres (MAM), fortalecieron estas instancias, ampliando sus mandatos y funciones para garantizar una mayor efectividad en la implementación de políticas de igualdad. 

Paradójicamente, fue en este período cuando comenzaron a organizarse los movimientos antiderechos y antigénero, conformando alianzas que, aunque con particularidades en cada país, comparten ciertos rasgos comunes. Estas alianzas incluyen grupos sociales y políticos ultraconservadores, y sectores fundamentalistas de diversos credos religiosos presentes en la región, principalmente católicos, pero también evangelistas, y neopentecostales, financiados en algunos casos por parte de una élite económica de la región. Su objetivo principal ha sido generar fuertes retrocesos (backlash) en derechos humanos, sociales, feministas y de diversidad en la región (ONU Mujeres, 2022, p. 8-9) .

Para ello, han recurrido a la construcción del concepto de “ideología de género” como una herramienta de movilización social y política que les permite enfrentar y deslegitimar las conquistas alcanzadas por los movimientos de derechos humanos y feministas. Desde inicios de la década de 2010, estas coaliciones conservadoras, de derecha y fundamentalistas han ganado espacios de poder, logrando representación en los parlamentos de distintos países de la región. 

Desde allí, han desplegado estrategias para revertir avances en materia de derechos humanos, con especial énfasis en la restricción de los derechos de las mujeres y de la comunidad LGBT (Correa, S. et al, 2022). 

Pocos años antes de la pandemia de COVID-19, algunas de estas coaliciones lograron acceder al poder ejecutivo a través de elecciones, en algunos casos con un amplio respaldo popular. Una vez en el gobierno, impulsaron medidas para restringir el espacio cívico, limitando la libre asociación y reprimiendo protestas populares mediante el uso de la fuerza. 

Hasta la actualidad, estas acciones han generado significativos retrocesos en materia de derechos, afectando especialmente el acceso a derechos sexuales y reproductivos, así como a otras áreas clave como la educación sexual integral y la paridad de género. 

En los países donde estas fuerzas han llegado al poder (Brasil, Argentina, Costa Rica, Ecuador, entre otros), los Mecanismos para el Adelanto de las Mujeres (MAM) han sido desjerarquizados, eliminados o fusionados, o bien han visto reducidos drásticamente sus presupuestos. 

Como consecuencia, muchas de estas instituciones han quedado vacías de contenido, sin recursos ni liderazgo efectivo para garantizar la implementación de políticas públicas de igualdad. En algunos casos, incluso han sido utilizadas para resignificar los derechos de las mujeres y niñas bajo un enfoque tradicionalista, promoviendo estructuras familiares patriarcales que refuerzan desigualdades históricas (Correa, S. et al, 2022, p. 72). 

Desde entonces, el contexto político en la mayoría de los países de la región se ha polarizado, profundizando una nueva versión de la dicotomía entre izquierda y derecha, donde los proyectos políticos progresistas y conservadores se enfrentan sin puntos intermedios. 

Esta polarización ha radicalizado el panorama político, haciendo inviables las posturas conciliadoras y desincentivando cualquier alternativa de tercera vía. 

En este clima de confrontación, la violencia política ha ido en aumento, erosionando democracias que, en muchos casos, ya eran frágiles o inestables. Aunque la institucionalidad democrática es clave para el reconocimiento y garantía de los derechos humanos — pues sin democracia no hay derechos—, en la última década ha perdido legitimidad ante la ciudadanía. 

Según datos del Latinobarómetro (2023, pp. 18-23), un número creciente de personas se muestra indiferente ante el modelo democrático o cualquier otra forma de gobierno, mientras que una proporción cada vez mayor expresa su preferencia por un régimen autoritario sobre uno democrático. 

Si bien la desafección democrática atraviesa a todos los sectores sociales, las recientes experiencias de ascenso de coaliciones de derecha populista y fundamentalismos en América Latina —y también en Europa— sugieren que hay un grupo social al que estos proyectos han dirigido un especial interés: los varones jóvenes (Morán Faúndes, J.M., 2023, p.3). 

Este sector juega un papel clave en la construcción de los modelos sociales promovidos por estos movimientos. Se trata, en muchos casos, de jóvenes sin anclaje histórico en la política, que buscan forjar su identidad ideológica dentro de una «revolución» que, aunque conservadora, incorpora elementos misóginos, homofóbicos, xenofóbicos e incluso supremacistas. Estos discursos de odio han sido amplificados en la esfera regional y global, con un impacto significativo en las redes sociales, donde han encontrado un espacio de legitimación y expansión. 

En una región como América Latina y el Caribe, marcada por una historia trágica de golpes militares, gobiernos autoritarios y la consecuente pérdida de la democracia y los derechos humanos, es fundamental reconocer la importancia de preservar la institucionalidad democrática. 

Solo a través de esta institucionalidad es posible garantizar la participación de la ciudadanía en la definición de su destino, brindar oportunidades de desarrollo, fortalecer el progreso social y permitir que cada persona ejerza su derecho a decidir sobre su propio proyecto de vida en un entorno de bienestar y libre de violencias. 

DESAFÍOS 

A treinta años de la Declaración y la creación de la Plataforma de Acción de Beijing, los avances en derechos de las mujeres han sido significativos, aunque desiguales. Sin embargo, el panorama actual exige no solo defender lo alcanzado, sino también asumir nuevos desafíos frente a un mundo en constante transformación. 

La democracia ha sido clave en la conquista de estos derechos, pero hoy enfrenta el reto de resistir a quienes buscan socavarla desde dentro y, al mismo tiempo, fortalecerse para avanzar hacia una democracia verdaderamente paritaria. 

Garantizar la igualdad real requiere transformar las estructuras políticas y económicas, colocando el bienestar, la equidad y la corresponsabilidad en el centro del pacto social. Este es quizá uno de los principales desafíos de nuestro tiempo: transitar hacia sociedades de cuidado que pongan la vida en el centro y permitan construir un futuro más justo y sostenible.

Algunos desafíos específicos de las esferas clave de la Agenda de Beijing. Educación y economía: Es fundamental seguir impulsando la participación de mujeres en áreas CTIM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) en la educación superior y garantizar su acceso a oportunidades laborales en estos sectores estratégicos para el desarrollo económico. La acelerada evolución de la inteligencia artificial y otras tecnologías exige que las mujeres participen activamente en la toma de decisiones sobre su desarrollo y aplicación, evitando la perpetuación de sesgos de género. Sistema integral de cuidados y economía:

La creación de sistemas integrales de cuidados (SIC) es una demanda central del movimiento feminista, ya que el actual modelo económico invisibiliza y sobrecarga a las mujeres con estas tareas. La redistribución de las responsabilidades de cuidado entre el Estado, el sector privado, la comunidad y los hogares es clave para lograr una economía del cuidado con empleos dignos y bien remunerados. 

Esto permitirá la inserción y permanencia de más mujeres en el ámbito laboral, el acceso a espacios de toma de decisiones y el cierre de brechas de género. Erradicación de la violencia: En un contexto de creciente violencia gen sexual, la violencia facilitada por las tecnologías y la exposición a embarazos forzados en la infancia y adolescencia. 

Para ello, es esencial garantizar su acceso a información y al ejercicio pleno de sus derechos sexuales y reproductivos. Educación sexual integral: La educación sexual integral (ESI) debe implementarse en todos los niveles del sistema educativo para garantizar el derecho de niñas, niños y adolescentes a recibir información sobre salud sexual y reproductiva. 

Esto no solo contribuye a prevenir el abuso sexual, la violencia intrafamiliar y los embarazos forzados, sino que también fortalece su autonomía y capacidad de decisión sobre sus cuerpos y proyectos de vida.

Fuente: SemMéxico

Sí a la Diversidad Familiar!
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