junio 21, 2025

Chahim A’jam Vásquez Leal: “Las mujeres indígenas no somos Pokahontas, hablamos en primera persona política”

Sanadora y defensora de los derechos de las mujeres indígenas y racializadas de Guatemala, la activista comparte su visión de la resistencia y los desafíos que enfrentan las comunidades en Guatemala.


La activista Chahim A’jam Vásquez Leal. JOSE ÁNGEL SÁNCHEZ ROCAMORA

Chahim A’jam Vásquez Leal es activista, sanadora y defensora de los derechos de las mujeres indígenas y racializadas de Guatemala. Nació, dice, “con una corporalidad conocida por estos lares como intersexual” y participa en diversos espacios de activismo como Espacio de Resistencia Jalanil aj Q’eqchi.

La entrevistamos en Valencia, ciudad que visitó con el programa de apoyo a defensores de derechos humanos Periferies. En esta charla, muestra su visión de la resistencia y los desafíos que enfrentan las comunidades en Guatemala

¿Cómo te defines?

Soy una mujer que nació con una corporalidad conocida por estos lares como intersexual, un cuerpo que nace de manera diferente, que crece de otra manera. Estoy atravesada por tres pueblos que son mi fuerza política y espiritual: maya q’eqchi’, afro y romaní. Soy integrante de la resistencia de mi territorio tanto cotidiana como política. También del Espacio de Resistencia Jalanil aj Q'eqchi que hace referencia a la pluralidad de mujeres en resistencia.

El territorio Maya Q'eqchi' es un territorio que lleva muchos años resistiendo en Ixim Ulew, lo que se conoce como Guatemala. Específicamente en el territorio de Tezulutlán donde se enfrentaron primero la invasión colonial y luego la invasión gringa y alemana. Mi abuela garífuna (de la población afrodescendiente) me enseñó a acompañar a otras mujeres sin invadir sus procesos y las estructuras de espacios organizativos.

Por otro lado, mi madre romaní me heredó la resistencia contra el olvido y contra la exclusión de los procesos políticos que a su vez, ella heredó de su madre que era zapatista. Así que el asunto político es parte de la lucha familiar. La mayor herencia que tengo de las mujeres de mi familia es la habilidad de sobrevivir, y no lo digo desde la victimización sino desde la realidad. 

¿Cómo vives tus identidades en Guatemala? ¿De qué manera te afectan el racismo y el machismo cotidiano?

Guatemala es un territorio constantemente golpeado, tiene una sociedad muy herida, sin posibilidad de reponerse. A través de esto se han configurado instituciones del Estado-Nación colonial guatemalteco que son como un laberinto político en el que se puede ingresar con las mejores intenciones políticas, pero luego se retrasan y se pierden. Es una herida constante de frustración en lo más mínimo, por ejemplo, tomar un taxi, puede ser una situación de violencia sexual o de que no me quieran subir a un taxi porque ven mi apariencia física andrógina, o me ven hacer alguna práctica espiritual. Esas situaciones del día a día, se vuelven un acumulado de desgaste que te quita la vitalidad.

La resistencia tiene que ir ligada a la vitalización: los orgasmos, la comida, la música, el placer, la celebración. Las transgresiones personales, las emancipaciones comunales

Entonces ahí es cómo atraviesa mi cuerpo, pero también cómo yo puedo repeler todo eso. Ahí entran los baños con plantas, las invocaciones con mis ancestras, el fuego, el tabaco, los inciensos. Tirarle el mal de ojo a los machistas. No como un pensamiento mágico, religioso, animista, cristalitos de agua de colores, sino más bien como una acción de organización política para resistir, pero también para vivir. Porque se ha instrumentalizado mucho la identidad de resistencia occidental de los mártires. Pero yo creo que no, sino que la resistencia tiene que ir ligada a la vitalización: los orgasmos, la comida, la música, el placer, la celebración. Las transgresiones personales, las emancipaciones comunales.

La mayor fortaleza de todos los sistemas hegemónicos es el despojo de la identidad. Porque cuando te despojan de tu identidad son capaces de meter cualquier cosa en tu conciencia. Es un espejismo patriarcal. Que te pone situaciones que efectivamente están ahí, pero no son reales en tu corporalidad. Por ejemplo, me dicen: “…Es que las indígenas de antes eran más respetuosas y ustedes me retan hasta con la mirada…”. Es un racismo en el que el estado da cabida a la participación de las mujeres, pero sólo donde van a servir como un folclore emancipatorio. ¿Verdad? Y aún con el gobierno que tenemos hoy, es como un proceso para cooptar las luchas de las mujeres. El racismo y el machismo son como una gota de tinta que tiñe toda el agua en el vaso. Abarcan todas y cada una de las esferas en las que vivimos, hasta nuestra propia conciencia, nuestra identidad, cómo nos sentimos como mujeres, cómo percibimos nuestro propio cuerpo y nuestra propia experiencia de vida. Creo que esa es la lucha todavía más fuerte que tenemos que hacer, porque estarte defendiendo todo el tiempo te hace internalizar muchas cosas y a veces te pierdes cosas bonitas de la vida.

¿En qué consiste tu activismo?

Principalmente en el acompañamiento en lo que enfrentan las mujeres y las comunidades: el acceso cerrado a la tierra, los megaproyectos de la minería, el monocultivo extendido, la imposición del Estado Nación Colonial guatemalteco, el machismo indígena, también enfrentamos la instrumentalización por parte de la cooperación que no viene en primera persona política.

Estamos como priorizando lo que nos sirve primeramente para atender las emergencias: el hambre de las compañeras, priorizar la vida a través de muchas expresiones, a través del resguardo ante las violencias, la falta de medicinas en los partos, la violencia sexual, a través de la persecución por la transnacional de Jesucristo. Nos juntamos con compañeras que son trans, afro-q'eqchi', mujeres q'eqchi'. En general, mujeres que están transgrediendo su identidad asignada en la sociedad y en las comunidades, y que ni siquiera encuentran un espacio para dormir tranquilas o para estar 15 minutos en un espacio seguro.

Nos hemos dado cuenta de cómo funciona la economía de la cooperación: está sostenida por los cuerpos de las mujeres peores pagadas, racializadas

¿Por qué criticas la cooperación al desarrollo?

Porque nos hemos dado cuenta de cómo funciona la economía de la cooperación: está sostenida por los cuerpos de las mujeres peores pagadas, racializadas. Por ejemplo, un hombre blanco puede pagar impuestos porque no le paga bien a su empleada racializada. También sabemos que el dinero de la cooperación es de nosotras, es de nuestras abuelas. No es solidaridad. Todo el sistema que está construido aquí, las emancipaciones que se han tejido aquí, ha sido sobre el hombro y la espalda de las mujeres racializadas, la cooperación nació para controlar. El Banco Mundial vio que las resistencias crecían y dijo: “Mejor compremos su silencio”. Las comunidades con hijas violadas por megaproyectos deben actuar “en paz” para recibir ayuda. Ojo, que no estoy diciendo que no hay gente en las ONGs que es muy linda, que tiene intenciones nobles, que es muy fuerte, a quienes saludo y quiero mucho. El problema es el dinero que amarra las resistencias.

Es que a la cooperación le encanta que vengamos en plan Pocahontas del tercer mundo en el que somos víctimas, lloramos, y que cada lágrima que soltamos, ellos escuchan con los cheques. Pero que una mujer, en primera persona política diga “Yo sé lo que necesito. Necesito esto y esto. Y que me paguen además esto y esto” – eso no. Les gusta el sacrificio, les gustan esos discursos de que sufrimos. Nos hacen pensar que sólo así podemos ganarnos este dinero: es un premio por ser la más sufrida, por ser la más víctima.

¿Qué relación tienes con la izquierda guatemalteca?
Yo respeto mucho los lugares de denunciación de cada persona, aunque siempre he visto a la izquierda como un proceso de aspiración burguesa en mi país. Como digo, respeto mucho los procesos de quienes han entregado mucho corazón a los procesos en los que han creído, pero de manera de cómo se ha configurado la izquierda no me siento incluida. Por ejemplo, en el 2015 todavía en los encuentros de izquierda se hablaba de “nuestros pueblos, nuestros indígenas”.

En los otros momentos, ha sido también un proceso de evidenciar muchísimo machismo, muchísimo paternalismo y muchísima lógica de ver de manera romántica los procesos del empobrecimiento y del asesinato de los mismos compañeros. Entonces yo creo que la izquierda de Guatemala debe reconfigurarse, debe tener una identidad política territorial, tiene que saber su lugar de enunciación, tiene que saber que son mestizos, que no descubrieron el agua tibia.

¿Por qué te dedicas a la radio y cual es la importancia para ti de la oralidad?

Las radios comunitarias a mí me encantan. Crecí cerca del ambiente de las radios por mi padre, que era locutor en San Juan Chamelco de algunas radios. Y luego tuve la oportunidad de hacer radio con las compañeras, compañeros del COPINH en Honduras, con Rebeca Sánchez. Para mí la radio es como una conversación pícara de todo lo que hacemos. Porque te imaginas la voz, el rostro de quien estás escuchando. La radio es una manera impresionante de la oralidad, Se ha escrito mucho de mujeres que luchan y se ha escrito muchas interpretaciones que ahora andan en tesis, que andan lejanas de donde surgieron o que andan en elaboración de proyectos, pero la oralidad rompe, desafía y tiene una certeza política sobre el individualismo. Y eso es lo que yo creo que es lo que más me ha gustado.

Cuando perdemos la oralidad, perdemos la conciencia comunal de que somos parte de todo. Una noticia escrita no es una oralidad, es solo la escritura y la lectura, la intelectualidad

Una cosa es hablar de los procesos personales y otra cosa es plantear algo de manera individual. Y creo que cuando perdemos la oralidad, perdemos la conciencia comunal de que somos parte de todo. Una noticia escrita no es una oralidad, es solo la escritura y la lectura, la intelectualidad. La oralidad son tonos que te pueden poner alterado, nervioso o tranquilo. Entonces, la oralidad es una medida de defensa política. Agradezco mucho la posibilidad de compartir la palabra como un acto de justicia. La justicia para las mujeres es muy negada, muy espejeada y creo que ponerle nuestro propio rostro a la justicia es tener la posibilidad de compartir todo esto en primera persona política y no como una faja. No como una testimonial, sino como un proceso de denuncia de lo que vivimos allá, pero también como un proceso de rebeldía ante el silencio que muchas veces tenemos que hacer de manera cotidiana porque hay que comer, hay que trabajar, hay que sobreponerse de todas las tragedias que tenemos y seguir adelante.

Así que en principio agradecer a todas las mujeres en los diferentes rincones del mundo, de la tierra, de todo lo que tienen que hacer para que la gente pueda vivir con su vida. Y también agradecer a todas las mujeres que nos acompañan en este proceso de rebeldía que nos acompañan con sus sueños, con sus necesidades, con sus esperanzas, con sus propias ideas, con sus propias emociones, con sus propias estrategias.

junio 20, 2025

'Persépolis': la obra de Satrapi que denunció hace 25 años la violencia sexual como arma de guerra




Imagen de la portada de la novela gráfica de Marjane Satrapi, 'Persépolis', cedida por la editorial Penguin Random House.

Este 2025 se cumplen veinticinco años de la llegada al mundo editorial de las viñetas en blanco y negro de Persépolis, de Marjane Satrapi (1969), una novela gráfica y autobiográfica que no tardaría en convertirse en todo un referente en torno a la opresión femenina y la violencia sexual en tiempos de guerra, un tema visibilizado cada 19 de junio en el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia Sexual en los Conflictos, proclamado por la ONU en 2015.

La obra, cuya mirada sigue constituyendo un legado vigente y muy necesario, sumerge al lector en el panorama de la Revolución Islámica de 1979 y la guerra entre Irán e Irak (1980-1988) a través de los ojos de la autora e ilustradora, una niña que poco a poco va creciendo en Teherán tras la caída del Sha de Persia y la llegada del Ayatolá Jomeini.

A través de sus viñetas, Satrapi -Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades (2024)- revela cómo en este nuevo y oscuro mundo, los cuerpos de las mujeres no solo reflejan el impacto de la política y las profundas transformaciones sociales en la vida cotidiana, sino que se convierten en territorios de conflicto, usados como arma estratégica de control, sometimiento y humillación.

Retrato de la historietista e ilustradora Marjane Satrapi, creadora de Persépolis. Fotografía cortesía de Penguin Random House.

Persépolis, o el cuerpo de la mujer como campo de batalla

Publicada por primera vez en Francia por la editorial L'Association en el 2000, Persépolis es la primera novela gráfica de la ilustradora e historietista Marjane Satrapi, un testimonio ameno, irónico y conmovedor de cómo la violencia, en sus múltiples formas, recae de manera directa sobre las mujeres en contextos de conflicto y represión.

Una narración íntima y poderosa en la que la autora iraní muestra cómo el cuerpo femenino se convierte en símbolo ideológico y blanco de control político con una extrema y despiadada facilidad. La imposición del velo, la vigilancia de la policía de la moral, las reprimendas por un mechón de cabello visible, unas zapatillas Nike o una risa en público: todo formando parte de una violencia sexualizada y diseñada para someter y despojar a las mujeres de su libertad, dignidad e identidad.

Así, Persépolis pone al lector en primer plano frente a una forma de violencia estructural y simbólica que raras veces se nombra como tal, pero que constituye una agresión persistente a la integridad de las mujeres, como ya dijese la filósofa inglesa Carol Pateman en su obra cumbre, El contrato sexual (1988).

En una de las escenas más desgarradoras del libro, Satrapi denuncia la violación sistemática de mujeres vírgenes antes de ser ejecutadas, una práctica que buscaba la máxima humillación para ellas y sus familias. Un relato que evidencia el uso de la violencia sexual no solo como tortura física, sino como destrucción moral, espiritual y cultural.

Logra así un retrato complejo de la violencia sexual en los conflictos, entendida no solo como violación, sino como dispositivo de control, castigo y deshumanización.

Fragmento de escena del interior de la novela gráfica de Persépolis de Marjane Satrapi. Cortesía de Penguin Random House.

La violencia sexual como táctica de dominación en guerras

Pero la violencia sexual en los conflictos no se limita solo al daño físico. A menudo adopta formas más insidiosas y persistentes, como el control sobre el cuerpo y la sexualidad femenina, la imposición de códigos morales restrictivos o la vigilancia sistemática del comportamiento. Estrategias de dominación pensadas para anular la autonomía, la identidad y la dignidad de las mujeres.

Por eso mismo, el objetivo del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia Sexual en los Conflictos no es solo visibilizar los abusos cometidos en los frentes de batalla, sino también aquellos perpetrados en centros de detención y zonas ocupadas bajo regímenes represivos.

Desde la violación hasta la esclavitud sexual, la prostitución forzada o la mutilación genital, todas estas violencias tienen un propósito claro: desmoralizar al enemigo, desplazar poblaciones, imponer terror y castigar a quienes desafían el orden establecido.

Castigos por los que "Las mujeres víctimas de violencia sexual sufren el estigma en sus comunidades y, a menudo, en sus propias familias", afirmó María Simón, responsable adjunta de operaciones en África Central de Médicos Sin Fronteras (MSF), en una entrevista a EFE el pasado 5 de marzo.


"Hay muchas historias que nos marcan. Un día vino una víctima; la habían violado a ella y a su bebé, y luego mataron a su marido y a sus hijos delante de ella. (...) A otra víctima la obligaron a mantener relaciones sexuales con un miembro de su familia. También vemos niñas menores de 10 años con los genitales destrozados", añadió también Daddy, matrona ejerciendo para MSF, en esa misma entrevista sobre la violencia sexual en RDC.

Situación de las mujeres en los conflictos: cifras y realidad

Con respecto al control del cuerpo femenino, Pateman ya señalaba en El contrato sexual cómo, en situaciones de colapso social y legal como las guerras, las estructuras patriarcales se desbocan y el "derecho" del hombre sobre el cuerpo de la mujer se manifiesta de la forma más brutal.

Es así como se desvela dicho contrato, haciéndose evidente que la violencia no es una anomalía, sino una expresión inherente de las dinámicas de poder que estructuran la sociedad y las relaciones de género.

Según un informe reciente de ONU Mujeres, publicado con motivo del Programa de Acción de Beijing +30, los casos de violencia sexual relacionada con los conflictos han aumentado desde 2022 un 50 %, siendo las mujeres y las niñas las que sufren el 95 % de los mismos.

Pamila Patten, Representante Especial sobre la Violencia Sexual en Conflictos, también señaló este problema en el debate del Consejo de Seguridad de la ONU celebrado el 23 de abril de 2024 en Nueva York, “en un momento en que los avances en materia de igualdad de género se están reduciendo, al tiempo que la militarización se financia a niveles sin precedentes”.

Así, aunque en Persépolis se narra una experiencia profundamente personal, en torno a la infancia y juventud de su autora bajo el fundamentalismo islámico, su esencia sin duda trasciende fronteras. Y es que la forma en que Satrapi retrata el control del cuerpo femenino, la censura y el trauma de la guerra, resuena con mujeres y niñas en diferentes contextos y lugares del mundo.

Fragmento de una de las escenas del libro de Persépolis de Satrapi, que cumple 25 años. Cortesía de Penguin Random House.

Las mujeres, “en permanente primera línea de conflicto”

Así, la obra de la ilustradora e historietista iraní trasciende las fronteras de su país un cuarto de siglo después y resuena con otras realidades desgarradoras: desde la de Ucrania o Sudán, por conflictos como el de Darfur, hasta la de República Democrática del Congo, Nigeria o Gaza, sin olvidar la de las comunidades yazidíes en Irak y Siria.

En todos estos escenarios la violencia sexual se emplea como un arma estratégica para aterrorizar, humillar y controlar a mujeres y niñas, y testimonios como el de Nadia Murad, premiada con el último Nobel de la Paz y superviviente yazidí, lo atestiguan.

“Mi madre era demasiado vieja para ser una esclava sexual, por eso la asesinaron. Personas como yo fuimos raptadas de nuestras familias y vendidas como esclavas sexuales, fuimos violadas y sufrimos abusos”, dijo Murad en una entrevista a EFE el 10 de junio de este año con motivo de su primera visita a España en el ciclo 'Mujeres contra la impunidad', organizado por La Casa Encendida y la Asociación de Mujeres de Guatemala.

Y es que, según IA, como señaló la secretaria general de Amnistía Internacional, Agnès Callamard el pasado 25 de noviembre, las mujeres "están permanentemente en primera línea del conflicto", no solo como combatientes o cuidadoras, sino como víctimas y sobrevivientes de la más atroz de las violencias.

Por ello Persépolis no solo sigue siendo una obra icónica de referencia universal, sino también un grito urgente dirigido al presente, con el que visibilizar y combatir la herida abierta de la violencia sexual en los conflictos. Una realidad terrible -la que nos relató la pequeña y joven 'Marji' en esta imprescindible e inolvidable novela gráfica- que sigue impune.

A punto de cumplirse treinta años de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing por los derechos de las mujeres, el compromiso internacional de erradicar una de las formas más atroces y sistemáticas de agresión en los contextos bélicos -la violencia sexual contra las mujeres como táctica de guerra-, continua siendo una deuda pendiente.

Por Almudena Orellana 
Fuente: Efeminista

junio 19, 2025

El entramado transnacional de la industria de los vientres de alquiler

En suelo europeo, esta industria está formada por una larga cadena de agencias de mediación y bufetes de abogacía, así como de clínicas de reproducción asistida y de gestación subrogada que trabajan de manera coordinada. Tienen decenas de ramificaciones, testaferros, empresas pantalla y registros mercantiles en el extranjero (algunos en paraísos fiscales). El negocio mueve más de 17.000 millones de euros al año.

Ilustración: RAPA

Este reportaje forma parte del dossier de #LaMarea105, dedicado a la industria de los vientres de alquiler. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para recibirla y apoyar el periodismo independiente.

En el número 51 de la calle Vasil Barnov, en Tiflis (Georgia), muy cerca de la embajada china, las empleadas del Georgian German Reproductive Center apuran la jornada. En el interior de esta clínica de reproducción médicamente asistida, una de las más prestigiosas del país, la luz blanca, a conjunto con las batas del personal sanitario que transita por sus asépticos pasillos, produce, tras un rato, dolor de cabeza.

En la sala de espera, con los patucos puestos por motivos higiénicos, esperan un par de parejas que hablan en georgiano. Entran y salen personas, con documentos en la mano que entregan en la recepción. Hay chicas jóvenes y, por los atuendos, se intuye en calidad de qué están allí. Quizás sean donantes, quizás estén a punto de someterse a un proceso de gestación subrogada, quizás estén allí solo para informarse.

El ambiente es cargado y se siente pesado: se acerca el invierno y el frío, en este pequeño país del Cáucaso sur, no perdona; la calefacción del centro va a toda marcha y a pesar de la rapidez de movimientos en esa recepción cambiante, todos los gestos se sienten especialmente espesos.

A 1.500 kilómetros de allí, en la ciudad ucraniana de Járkiv, la escena en la empresa Feskov es parecida. La diferencia es que allí los bombardeos son casi diarios y la frontera rusa está a menos de 40 kilómetros. Por ello, el equipo de esta clínica especializada en gestación subrogada ha ampliado su cartera de servicios. Sus clientes pueden enviar por mensajería su material genético para el embarazo y planificar el parto en Grecia o Georgia, ahorrándose así el viaje a un país en conflicto. Además, pueden elegir el sexo del bebé, lo que ha despertado el interés de un nuevo nicho de mercado: las familias que tienen varios hijos o hijas del mismo sexo y que desean tener uno de un sexo diferente. Y como explican sus responsables, rodeados de retratos de bebés rechonchos, muy blancos y de ojos muy azules, el negocio se está expandiendo: cada vez son contratados por más parejas chinas y árabes.

El éxodo provocado por la invasión rusa también ha modificado el perfil de las gestantes: además de mujeres pobres ucranianas, las empresas están empleando a otras procedentes de Kazajistán, Tayikistán y Uzbekistán, entre otros países. Algo que también está ocurriendo en Georgia, un mercado que se ha disparado a raíz de la guerra en el país vecino. Tanto, que el aumento de la demanda ha traído un encarecimiento de las tarifas. En un país de poco más de tres millones de habitantes, cada vez cuesta más encontrar mujeres jóvenes georgianas dispuestas a someterse a un proceso de subrogación, por eso las clínicas del país dirigen la mirada ahora hacia otros territorios.

Un negocio en expansión

La gestación subrogada es un negocio al alza en el que quien más quien menos quiere su parte del pastel. Y no es de extrañar: la industria de los vientres de alquiler ha pasado de facturar más de 13.300 millones de euros en 2022 a 17.000 en 2023, según datos de The Economist. Se prevé que supere los 132.700 millones de euros en 2032.

El 23 de abril de 2024, el Parlamento Europeo votó a favor de modificar la directiva sobre la trata de seres humanos e incluyó los procedimientos de gestación subrogada forzada como actos de trata de seres humanos. La propuesta, que supone una revisión de la normativa europea de 2011, recibió 563 votos a favor, siete en contra y 17 abstenciones.

A pesar de ello, las parejas europeas continúan viajando a países como Ucrania o Georgia para conseguir sus bebés. Al volver a sus países de origen, nada les impide registrarlos. En los países afectados por esta forma de violencia contra las mujeres –según la legislación española–, defensoras de los derechos humanos como María Dmitrieva, directora del Centro de Desarrollo de la Democracia, tienen clara la solución: «Si la Unión Europea y los países miembros prohíben a su ciudadanía recurrir a la maternidad subrogada, se acaba con esta explotación de las mujeres y de los menores. Solo el 5% de las subrogaciones son para parejas ucranianas, el resto son para extranjeros». En Georgia, el 90% de las parejas que contratan este procedimiento son de origen extranjero.

Cadenas transnacionales

Estados Unidos sigue siendo el destino predilecto para las personas con más recursos dado que es el primer país que legalizó la gestación subrogada y el que más la ha dado a conocer a través de su industria audiovisual. Además, el hecho de que en varios estados sea un juez el que dicte la filiación con los padres y/o madres intencionales en lugar de tener que hacer un registro consular o un proceso de adopción a la llegada al país de origen –como ocurre en otros destinos– es una ventaja para quienes recurren allí a los vientres de alquiler. Sin embargo, cada vez son más las parejas que viajan a Grecia, Ucrania y Georgia para conseguir un bebé.

La industria de los vientres de alquiler en suelo europeo está compuesta por una cadena transnacional de agencias de mediación y bufetes de abogacía, así como de clínicas de reproducción asistida y de gestación subrogada que trabajan de manera coordinada e interdependiente. A lo largo de varios meses de investigación en España, Grecia, Ucrania y Georgia se han identificado algunos patrones comunes, como la existencia de entramados empresariales con decenas de ramificaciones, el registro de sociedades a nombre de testaferros, su pertenencia a corporaciones internacionales dedicadas a negocios muy diversos y dadas de alta en registros mercantiles de países distintos a aquellos donde operan, incluidos, paraísos fiscales.

Al final de este viaje hacia la maternidad y la paternidad, emprendido en su mayoría por parejas procedentes de países donde este procedimiento no es legal, hay mujeres que gestan bebés a cambio de una cantidad de dinero para poder aliviar o mejorar, en la mayoría de los casos, las precarias condiciones de vida de sus hijos e hijas.

«Yo tenía un bebé de un año y no tenía ni siquiera para pagar la habitación en la que vivíamos. Así que decidí ser madre por vientre de alquiler para comprar una casa para mí y para mi hijo», explica Viktoriya en un barrio deprimido a las afueras de Kiev. «Yo no tenía ninguna capacidad de decidir nada, ellos lo deciden todo por ti. Escuché cómo hablaban de nosotras como incubadoras. Pero los doctores y las enfermeras que me veían eran educados y agradables. Tenía que ir una vez al mes a hacerme un test porque te prohiben fumar y beber alcohol. Y como lo cumplía, me daban dinero extra”, añade, mientras hace carantoñas a su hija pequeña.

Pero no sólo en Ucrania o Georgia sufren abusos las mujeres gestantes, también ocurre en un país de la Unión Europea como Grecia, donde la gestación subrogada altruista está permitida desde 2002 para parejas griegas y desde 2014 también para parejas extranjeras. En el caso del país heleno, este procedimiento está regulado por ley y la normativa es clara: tiene que haber una aprobación judicial en la que se especifique que la mujer no puede gestar y las mujeres gestantes no pueden ser compensadas con más de 20.000 euros.

A pesar de ser un acto supuestamente altruista, si se miran las estadísticas, los datos también dan pistas sobre quién se somete a este procedimiento en Grecia: solo el 35% de las gestantes es de este país. El resto procede, sobre todo, de Polonia, Bulgaria, Georgia, Albania y Rumanía. De todas las extranjeras que deciden ser gestantes, el 81,7% procede de Europa del Este. Además, varios escándalos recientes en el país muestran que, a pesar de haber una ley clara, la industria conoce los atajos para aprovechar los vacíos legales.

Precisamente, en aquellos países en los que el mercado de los vientres de alquiler no es legal, los agentes dedicados a este negocio comparten la estrategia de defender la aprobación de la gestación subrogada altruista porque, como sostiene el abogado y fundador de la agencia española Universal Surrogacy, Miguel González Erichsen, «es un tema aún demasiado controvertido. En cuanto se habla de dinero, hay quienes se echan para atrás». Pero, añade, una vez que se normalice la fórmula altruista –que también es remunerada– será fácil aprobar la comercial. «Tarde o temprano va a pasar», insiste.

Fuente: La Marea

junio 18, 2025

Resultados del Global Gender Gap Report 2025



El Foro Económico Mundial ha publicado el Global Gender Gap Report 2025, una edición que señala avances moderados en igualdad de género, pero advierte que al ritmo actual tomará aún 123 años alcanzar la paridad completa a nivel global.

Según el informe, la brecha global se ha cerrado un 68,8%, lo que representa un avance de 0,3 puntos porcentuales respecto al año anterior. Este progreso, aunque limitado, se impulsa principalmente por mejoras en la participación política (+0,8 puntos) y económica (+0,4), mientras que educación y salud presentan mejoras mínimas debido a su ya alta puntuación histórica.

Entre los países que más avanzaron destacan Bangladesh, Reino Unido y Benín. Islandia, por 16º año consecutivo, lidera el ranking con un 92,6% de paridad, siendo el único país que ha superado el 90% de cierre de brecha. Europa domina el top 10 con ocho países, aunque también se observa que algunas naciones retroceden significativamente, como Togo o Mozambique.

España ocupa el puesto 18 del ranking global, con un 79,1% de la brecha de género cerrada. El país ha mostrado una ligera mejora respecto al año anterior, especialmente en indicadores relacionados con representación política y salud. Sin embargo, la brecha económica sigue siendo un reto, particularmente en la participación de mujeres en puestos directivos y en sectores tecnológicos.

Los cinco países que más han mejorado su puntuación este año han sido Bangladesh, Reino Unido, Benín, Malawi y Zambia, gracias a avances significativos en representación parlamentaria femenina, mayor acceso a la educación secundaria y terciaria para niñas, así como medidas para reducir la brecha salarial.

Los datos muestran que los mayores desafíos persisten en la esfera del empoderamiento político, donde solo se ha cerrado un 23,4% de la brecha, y en la participación económica, con un 60,7%. Esto contrasta con los avances en educación (95,7%) y salud (96,1%).

El informe concluye que se requiere acelerar la acción política, empresarial y social para cerrar las brechas pendientes. Invertir en igualdad no solo es una cuestión de justicia, sino también una estrategia de crecimiento económico y estabilidad democrática.


Fuente: DF Diario Feminista

Sí a la Diversidad Familiar!
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