junio 14, 2014

Las trampas de la desigualdad


“Los hombres están atrapados en la trampa de tener que ser hombres a toda costa y sobre las referencias del modelo tradicional. La salida está al frente, nunca en el regreso, y para poder alcanzarla hace falta liberarse de toda la parafernalia y complementos superficiales que la cultura ha situado sobre su identidad. Es fácil, pero tienen que querer hacerlo”

Con este párrafo que nos apela directamente, y con el que concluye un apartado titulado “La salida de la igualdad es también para hombres”, se cierra el último y necesario libro de Miguel Lorente,Tú haz la comida, que yo cuelgo los cuadros (Crítica). Un volumen en el que el profesor de Medicina Legal, ex delegado del Gobierno para la Violencia de Género y autor del blog Autopsia, pone al descubierto todas las trampas que sigue encerrando “la cultura de la desigualdad” a través de un minucioso análisis de cómo el patriarcado ha creado y prorrogado unas estructuras que establecen diferenciaciones jerárquicas entre hombres y mujeres.

Lorente pone el dedo en las múltiples llagas que son las que en la actualidad, y pese a la progresiva conquista de derechos por parte de las mujeres y la evidente erosión de un modelo de convivencia apoyado en su subordinación, siguen provocando que ellas tengan mayores dificultades que nosotros para el ejercicio de la ciudadanía. Unas dificultades que se acrecientan en estos momentos no solo de crisis económica sino, sobre todo, de cuestionamiento de un modelo, el del Estado social, que apoyaba sus políticas en la lucha por la igualdad no ya formal sino material de sus ciudadanos y ciudadanas.

Al ir leyendo las diferentes trampas que Lorente analiza en su libro, y cuya suma constituye un magnífico diagnóstico de lo que está pasando en sociedades como la nuestra que continúan siendo androcéntricas aunque se hayan revestido en apariencia con el discurso de la igualdad, es fácil concluir como el gran reto continúa siendo transformar unas estructuras hechas a imagen y semejanza del varón. Y cuando hablo de estructuras me refiero a todo el conjunto de factores -políticos, jurídicos, económicos, sociales en general- que siguen condicionando las subjetividades masculina y femenina, así como las relaciones entre ellas.

Unas relaciones que son relaciones de poder en cuanto que se han construido históricamente sobre dos presupuestos: en primer lugar, la identificación de lo masculino con lo universal, y por lo tanto la construcción de la identidad masculina como paradigma de la racionalidad y de la autonomía; en segundo, la subordiscriminación de las mujeres, en cuanto sujetos de autonomía relativa y condicionada, “domesticadas” en lo privado y sin participación alguna en los modelos de reconocimiento.

Es innegable que los binarios jerárquicos sobre los que se elevó históricamente el patriarcado -público masculino/privado femenino, razón/emoción, heterosexualidad/otras opciones afectivo-sexuales- han visto tambalear sus fronteras en un siglo XX en el que las mujeres han ido rompiendo barrotes de las múltiples jaulas en las que estaban encerradas. Sin embargo, y en eso coincido con Miguel Lorente, el orden cultural sobre el que se siguen sustentando nuestras sociedades no ha sufrido un cambio profundo. De manera que el patriarca sigue mostrando con normalidad sus fauces e inventa y reinventa los mecanismos mediante los cuales intenta mantenerse en su posición de poder y no perder ningún privilegio.

Miguel Lorente Acosta, fotografiado por Cristóbal Manuel

En Tú haz la comida, que yo cuelgo los cuadros, el autor hace un recorrido minucioso por todos los ámbitos en los que el patriarcado plantea trampas a las mujeres, y también yo diría a los mismos hombres, para que, bajo la apariencia de una transformación social, las cosas continúen funcionando de la misma manera. Unas trampas que inciden de manera singular en la misma conformación de la identidad femenina -en cuanto que ellas siguen sin contar en la referencia universal o, lo que es lo mismo, en cuanto que siguen siendo los hombres los que marcan las pautas porque son los que tienen el poder– y que las acompañan en los diferentes etapas y espacios de sus vidas. Desde la escuela al trabajo, pasando por las relaciones de pareja o por la perversión con que el sistema ampara y reconoce la maternidad. Todo parece un campo minado por el que las mujeres han de transitar sometidas a dilemas que por supuesto los hombres no sufrimos.

Como bien explica Lorente, esas trampas no han desaparecido, sino que incluso en los últimos tiempos se han fortalecido como reacción defensiva de quienes no quieren perder sus privilegios. En muchos casos esas posiciones se apoyan en discursos pseudocientíficos -como por ejemplo los que tratan de justificar la conveniencia de la educación diferenciada por sexos– y en otros en meras tergiversaciones y lecturas parciales, y por tanto falsas e interesadas, de situaciones conflictivas como puede ser la custodia de los hijos y de las hijas tras una separación o divorcio. Todo ello por no hablar de las tesis y los instrumentos 'propagandísticos' con los que se cuestiona una realidad tan dramática como la violencia de género y con los que se critican los instrumentos jurídicos creados para luchar contra ella (véase por ejemplo una de las últimas entradas del blog del autor). Es la expresión más rotunda de eso que con acierto Miguel Lorente califica como “posmachismo”- y cuyas características esenciales ya explicaba en su anterior libro Los nuevos hombres nuevos (Destino, 2008) -el cual, como una de las últimas trampas de la cultura patriarcal, “pretende que continúen las mismas referencias tradicionales, no otras, y para ello su estrategia es genera cierta confusión y desorientación (…)”.

Afortunadamente, y aun reconociendo con Lorente que el orden cultural del patriarcado sigue vivo y se reinventa cada día, también es cierto que cada vez hay más hombres que cuestionamos ese orden, que nos implicamos en la lucha por la igualdad y que sentimos que también nosotros estamos en la misma jaula. Cada vez son más numerosos los espacios de reflexión, los grupos de hombres que reivindican otra manera de entender la masculinidad, los estudios incluso y la reflexión que desde lo social y lo jurídico se realiza sobre nuestro lugar privilegiado.

He echado en falta en este libro un mayor optimismo en ese sentido, así como una mayor crítica sobre muchas de las cuestiones que en políticas de igualdad se han hecho mal o no del todo bien en nuestro país. Lo cual ha contribuido a mantener y reproducir el modelo del que partíamos. Pensemos por ejemplo en lo mucho que debería trabajarse, y que me da la impresión que no se ha hecho como muchos esperábamos, en materia de educación o en todo lo que tiene que ver con la corresponsabilidad en el ámbito privado.

Evidentemente hay un problema de raíces culturales, pero estas se mantienen porque, entre otras cosas, las políticas públicas no apuestan por alcanzar eso que María Pazos denomina “un pacto de personas sustentadoras/cuidadoras en igualdad”. Un reto que pone en evidencia que la igualdad cuesta, y no solo esfuerzo ético, también presupuestario. Por eso más que a las leyes de igualdad habría que estar atentos a lo que nos dicen las leyes de presupuestos.

Comparto pues el diagnóstico, felicito a Lorente por su mirada feminista y demócrata y por su capacidad de ponerle palabras a lo que muchos nos duele, pero echo en falta tras llegar a la página 276 alguna estrategia, alguna propuesta concreta, que nos marque la ruta para, por ejemplo, cambiar las referencias exclusivamente masculinas del poder o para revisar las relaciones entre lo público y lo privado, con todos los binarios que ese central lleva aparejados. Lo cual, y ahí creo que está el meollo de la cuestión, pasa por revisar la alianza patriarcado-capitalismo-democracia liberal, una tarea que, sin duda, no estarán dispuestos a realizar los que monopolizan los estrados, los púlpitos y los mercados.

Por Octavio Salazar
Fuente: Blog El País

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