noviembre 03, 2019

Cometierra y sus hermanas. La activista argentina Dolores Reyes debuta en la novela con una historia de tintes mágicos sobre el feminicidio, espejo de la inoperancia policial.

Dolores Reyes desarrolla su trabajo social en una escuela de Buenos Aires.

Cometierra es una adolescente que encuentra mujeres desaparecidas en los suburbios de Buenos Aires, pero su virtud para resolver enigmas no nace de una investigación al uso. Todo lo contrario. Nuestra protagonista tiene poderes en la mirada y con ellos ayuda los desheredados del conurbano que demandan sus servicios. Goza de facultades mágicas para ver lo que nadie ha visto (o lo que no se quiere ver) y consolar así a quienes han perdido la esperanza de que la policía haga su trabajo: combatir el feminicidio y frenar la barbarie contra las mujeres.

"Acaricié la tierra que me daba ojos nuevos, visiones que solo veía yo. Sabía cuánto duele el aviso de los cuerpos robados". No es anecdótico que Dolores Reyes (Buenos Aires, 1978), a la que le brotó la novela en las manos cuando participaba en un taller literario, dedique su magnífico debut a la memoria de Melina Romero y Araceli Ramos, víctimas de la violencia machista y cuyos restos reposan en un cementerio cerca de una escuela de Pablo Podestá, en la que Reyes desarrolla su labor social como activista. Porque las páginas de Cometierra (Sigilo), con su sencillez y su tono poético, son profundamente políticas. Un alegato muy negro aunque a veces no quiera parecerlo, sobrado de fuerza y convicción.

CRIMEN Y BRUTALIDAD

Tras la muerte de su madre y con el padre ausente, rodeada de violencia y necesidad, en un mundo hecho a medida de los hombres, Cometierra vive junto a su tía y su hermano Walter. Pero pronto se quedan solos sin más compañía que la Play, algunos amigos que entran y salen y el sonido de la música mientras beben cervezas. Lo excepcional en esa casa sin padres es la presencia constante de vecinos que acuden al encuentro de nuestra peculiar heroína para que mastique puñados de tierra, los arroje al estómago y consiga adivinar el paradero de mujeres desaparecidas. Muchas veces, cadáveres ocultos que se iluminan ante sus ojos al engullir aquello que nos recubrirá a todos después de muertos.

Es el mismo suelo que pisan unas fuerzas policiales que nunca hacen lo suficiente para investigar la verdadera dimensión del feminicidio. Por eso Cometierra se interna con gran acierto, y aunque sea saltando entre los márgenes, por los caminos de la novela negra. No solo por su poderosa inmersión en la brutalidad y el crimen, sino también por su voluntad de poner de manifiesto la inoperancia de un sistema en quiebra, incapaz de defender a las víctimas de sus verdugos. Todo aquí es negro, salvaje y urgente: salvarlas antes de que las maten.

EL AMOR Y EL SEXO

Pero a Cometierra, que es adolescente, y pese a crecer en un entorno violento y degradado, no le faltan las ganas de vivir. Quiere amar, divertirse, reír. El talento de Dolores Reyes arroja luz e inocencia sobre la oscuridad de la barbarie y deja pasar el amor y el placer del sexo con un exquisito naturalismo, sin ánimo de dulcificar su representación ni mostrarlo como un desgarro. Es algo bueno y necesario que nos regala el cuerpo, sin más. Cometierra disfruta con la comida y entra en ebullición con el calor de Ezequiel, un policía que se mete en su vida y la hace enloquecer de pasión. Un acierto que ensancha todavía más el significado de la novela, que prefiere no desvelar del todo la magnitud de las atrocidades que se intuyen en el ambiente, el pan de cada día de las hijas invisibles del extrarradio.

Es así que la violencia se convierte en un telón de fondo abyecto y terrible, cuando no se detalla al milímetro pero se advierten sus consecuencias y acaba por recubrirlo todo como una sombra que acecha en cualquier parte sobre hijas, hermanas, madres. La ingenuidad y el crimen comparten asiento en un tren que circula hacia un futuro sin salida. Por eso el presente es lo único que existe, con su pasión y su furia. Aunque la niña Cometierra eche de menos a esa madre muerta que ya no le corta los cabellos.

LAS QUE NO VUELVEN

"Empezaba a ver que los que buscan a una persona tienen algo, una marca cerca de los ojos, de la boca, la mezcla de dolor, de bronca, de fuerza, de espera, hecha cuerpo. Algo roto, en donde vive el que no vuelve". Narrada en una eficaz primera persona, Dolores Reyes ha escrito una historia breve, compacta y ligera a la vez, llena de hermosas descargas poéticas e imágenes terribles que dejan huella en nuestra memoria. Es una combinación no demasiado transitada entre realismo mágico, novela negra y sustancia política muy vigorosa. Una sinuosa denuncia de las violencias del patriarcado que se lee casi como un susurro al oído, escrita desde la ternura y la belleza, armada con la palabra justa y sin aspavientos, una mirada valiente a los ojos de las humilladas y ofendidas.

En cada barrio, en cada calle, en cada esquina del globo debería haber una Cometierra que adivinase el peligro antes de que sea demasiado tarde. Una Cometierra fuerte y valerosa, con la memoria de todas las hermanas muertas, que hiciese desaparecer el horror y la sinrazón hasta sepultarlos en el subsuelo.

Fuente: El Salto

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