junio 21, 2024

Betilde Muñoz-Pogossian, directora de inclusión social de la OEA: tener más mujeres en cargos de decisión “cambia las prácticas de hacer política”

Betilde Muñoz-Pogossian.
Foto: Mara Quintero

La politóloga venezolana conversó con la diaria durante una visita a Montevideo, donde lideró una charla sobre representación de mujeres en política en la que participaron activistas y legisladoras uruguayas.

Este año el tema de la participación política de las mujeres estuvo en la arena mediática prácticamente como nunca antes. Si bien es una discusión que cada tanto llega al debate público gracias a sondeos e informes que impulsan organizaciones como ONU Mujeres, este año estuvo marcada por la votación –inédita en el Parlamento– de un proyecto de ley de paridad que generaba expectativas en pleno año electoral. Pero la iniciativa finalmente fracasó en el Senado, lo que ratificó la resistencia a avanzar hacia la paridad que persiste en el sistema político.

A pocos días de que se celebren las elecciones internas, otro dato que reafirma esta resistencia y vuelve a poner en el tapete la necesidad de ir más allá de las cuotas es que apenas 22% de las listas para el próximo 30 de junio están encabezadas por mujeres.

En este contexto aterrizó en Montevideo Betilde Muñoz-Pogossian, directora del Departamento de Inclusión Social de la Secretaría de Acceso a Derechos y Equidad de la Organización de Estados Americanos (OEA). La politóloga venezolana, que es cofundadora de la Red de Politólogas #NoSinMujeres, visitó esta semana el país en el marco de un programa de cooperación de la Embajada de Estados Unidos en Uruguay con una agenda de trabajo que, entre otras cosas, buscó “contribuir a las conversaciones que se están dando en el país sobre liderazgo y representación de mujeres en la política” y analizar “cuáles son los obstáculos y las estrategias institucionales y no institucionales que se pueden considerar para tener más mujeres participando activamente en la política”, según contó.

Un poco después de dar esa charla, en la que participaron activistas y mujeres políticas uruguayas, Muñoz-Pogossian conversó con la diaria.
¿Cómo ves el panorama de Uruguay en materia de participación política de las mujeres, en comparación con el resto de la región?

Desde una perspectiva regional, podemos hablar de un vaso medio lleno, para usar una analogía que nos permita reconocer que ha habido avances importantes en los temas de inclusión y representación de mujeres en espacios políticos. Sin embargo, persisten todavía obstáculos que impiden un ejercicio más efectivo del poder por parte de las mujeres y tienen que ver con obstáculos estructurales como, por ejemplo, el uso del tiempo y esta idea de que todavía hay una expectativa de que las mujeres se encarguen de lo privado, y eso es tiempo que no tenemos para invertir en la práctica política y en resolver problemas públicos de las comunidades. Otros tienen que ver con los temas de expectativas, estereotipos y valores, que lamentablemente continúan siendo un límite para el ejercicio del poder por parte de las mujeres, o cuestiones como el acceso al financiamiento y la violencia contra mujeres haciendo política que vemos a nivel regional.Apoyá nuestro periodismo.

De la visita que hemos tenido en Uruguay surge un correlato de este vaso medio lleno, con avances importantes y conversaciones que han llevado al hecho de que se esté analizando la posibilidad de tener una ley de paridad como ya tienen nueve países más de América Latina, el hecho de que tiene por primera vez una mujer vicepresidenta, el hecho de que hay una aplicación de la cuota que está dando resultados en cuanto a tener más mujeres en el Parlamento, porque estamos hablando de que la región tiene alrededor del 35% de representación femenina –viéndolo globalmente– y entiendo que aquí es un poco menos, alrededor de 20%, por lo que se ha avanzado progresivamente hacia una mayor representación. Entonces, hay buenas noticias, pero por supuesto todavía falta mucho por hacer para generar desde lo institucional condiciones que permitan tener más mujeres en lo que los partidos ofrecen al electorado en sus listas y después ver cómo es el ejercicio del poder, qué condiciones se pueden generar para que puedan liderar comisiones donde se están tomando decisiones de finanzas, de energía, lugares que tienden a ser ocupados por varones, o cómo pueden lograr el financiamiento para montar sus campañas y llegar con sus mensajes a todos los rincones donde está el electorado. Esos son retos que enfrenta Uruguay pero que son retos regionales.

De todas formas, Uruguay es uno de los países con menos avances en este sentido y este año se volvió a evidenciar cuando un proyecto de ley de paridad fue rechazado en el Parlamento, pese a que los sondeos muestran que la mayoría de la ciudadanía está a favor. ¿Cómo interpretar esta resistencia por parte de los propios partidos políticos?

De nuevo, aplica para este país, pero se da en toda la región, porque es un tema de poder, de control del poder, en el sentido de que los partidos políticos entienden que, al generar medidas de acción afirmativa que habiliten la posibilidad de que mujeres entren a los espacios donde se están tomando las decisiones, son espacios que ellos tienen que ceder. Y, en definitiva, la democracia es cómo distribuir el poder de forma más equitativa, cómo resolver conflictos de forma más eficiente, positiva y donde se mantenga la paz. El tema es qué estrategias podemos implementar para cambiar el chip y hacer ver a los pares y aliados varones que se sumen a esta conversación que hay un ganar-ganar al tener más mujeres entrando a estos espacios donde se toman decisiones.

¿Qué muestra la experiencia de los países que adoptaron leyes de paridad o que tienen en general más mujeres en cargos políticos de decisión?

Ahí quizás una advertencia es que el hecho de que entren más mujeres no necesariamente significa que van a legislar a favor de las mujeres, pero lo que es un hecho es que sí cambia la conversación, cambian las dinámicas y las prácticas de hacer política, y eventualmente eso termina permeando también en las decisiones que salen del espacio político. Creo que se puede mirar a los países nórdicos, donde hay una práctica de medidas de acción afirmativa de mucho más tiempo que han permitido que mujeres entren al Parlamento, y eso sí ha tenido consecuencias en algunas políticas que favorecen, por ejemplo, una mejor distribución de las responsabilidades del cuidado. Es decir, en países donde han ingresado más mujeres [a la política], se han incorporado medidas de licencias de paternidad que probablemente ni siquiera son tema en países donde no hay mujeres compartiendo el poder a la par de los hombres.

Como decías, que haya más participación de mujeres en política no garantiza que lleven adelante una agenda a favor de los derechos de las mujeres. ¿La demanda por más mujeres en cargos de decisión es, en realidad, una demanda por más mujeres feministas en cargos de decisión? O, al menos, que contemplen las desigualdades de género y no perpetúen lógicas patriarcales.

Quiero pensar que es una demanda por tener más mujeres con liderazgos feministas y que quieran igualdad para hombres y para mujeres en el acceso a derechos y a oportunidades. Definitivamente una aspira a que esa sea la agenda de las que están llegando al poder. Una arista interesante que quizás podemos plantear es cómo el tener mujeres ocupando espacios de poder también ayuda simbólicamente a cambiar expectativas y a naturalizar la presencia de mujeres en esos espacios donde se están tomando las decisiones. La aspiración es a tener mujeres que están abogando por los derechos de las mujeres en puestos de presidentas, de ministras o en otros puestos de poder, pero el hecho mismo de tener a mujeres ahí también cambia la mentalidad del electorado, de la ciudadanía, y es importante también incidir en eso, porque va a naturalizar el que se vote por mujeres o el que se tenga mujeres en espacios de poder. Yo he estado en espacios donde ha estado hablando la expresidenta [de Chile] Michelle Bachelet y ella siempre habla de esta anécdota: cuando era presidenta, le preguntaron a un niño qué quería ser cuando fuera grande y el niño dijo: “Yo quisiera ser presidente, pero aquí sólo las minas pueden ser presidentas”. Entonces, tener mujeres ocupando esos puestos normaliza el hecho de tener mujeres decidiendo y eso es importante también.

Algo que mencionabas al principio es el tema de la violencia hacia las mujeres políticas, que es otro obstáculo para la participación. ¿Cómo es el panorama a nivel regional?

Esto es algo que es común denominador en todos los países donde están las mujeres insertándose en la política, probablemente es el backlash, la resistencia que vemos al impacto positivo de medidas de acción afirmativa como las cuotas y la paridad. Es decir, al entrar más [mujeres en política], hay más resistencias, y una de ellas es la violencia contra las mujeres, que tiene muchas manifestaciones. La más terrible es la violencia física, pero hay muchas que no son tan evidentes y que siguen ocurriendo. Yo hablaba más temprano, en la charla que di, de una socióloga noruega que evaluó qué pasaba en el Parlamento cuando entraban más mujeres y cuáles eran las maneras en que se manifestaban las resistencias de los pares varones. Ella hablaba, por ejemplo, de la invisibilización: cuando los varones hablaban, estaba todo el mundo callado escuchando; cuando tomaba el micrófono la parlamentaria, empezaban con el celular o empezaban a toser o empezaban a charlar y se reían o salían de la sala. Son maneras no tan confrontativas de manifestar esta violencia política en razón de género. Y hay una dimensión importante que se está dando en la región que es la de la violencia en línea, porque nadie puede negar que ahora cada vez se hace más política y se proyectan liderazgos públicos usando redes sociales, y hay estudios; pienso en particular en uno de Amnistía Internacional, que confirma que las mujeres en la política son quienes más sufren ataques de violencia online. Hay buenas prácticas a nivel regional y específicamente quiero referir a la comisión interamericana de expertas de la OEA, que son las que hacen el seguimiento de la Convención de Belém do Pará, y que diseñaron una ley modelo de violencia política en razón de género que incluye los temas online. Ese es un muy buen ejemplo o un modelo que se puede mirar para seguir avanzando en legislación que proteja a las mujeres políticas contra la violencia.

¿Cómo ves la situación de países de la región que han sido ejemplo en el avance de legislación a favor de las mujeres y que hoy enfrentan un desmantelamiento de las políticas de género? Pienso en Argentina, por poner un ejemplo cercano.

No me referiría a países específicos, pero quizás ahí la reflexión más amplia es que we can’t take it for granted, es decir, no podemos asumir los progresos que se han logrado hasta ahora como estáticos y que nada más es construir arriba de ellos. Esta es probablemente una lucha permanente que tenemos que estar dando y que va a exigir estrategias diferentes dependiendo de los tiempos políticos que estemos viviendo. También aprovechar las oportunidades que hay de seguir avanzando y de generar garantías que permitan consolidar lo que se ha logrado.

¿Qué tan viable es, hoy en día, construir una democracia paritaria? ¿Hay algún país de América Latina que se esté acercando?

Si no hay esperanza de que es viable, no tiene sentido seguir luchando, así que yo sí creo que es viable, que se puede lograr, porque si mi cabeza cambió en algún momento para trabajar esta agenda y seguir avanzando, creo que todo el mundo también puede desaprender cosas y volverlas a aprender de forma diferente. ¿Cuánto va a tomar? Esa es la pregunta. Sobre qué países se están acercando, México es un ejemplo interesante. Hace poco, en la última lección, ha logrado una representación súper importante de mujeres en la política y vamos a ver cómo eso termina permeando las instituciones, las conversaciones y las decisiones de política pública, pero hay buenos ejemplos que definitivamente se están dando que pueden inspirarnos a no desistir.

Fuente: La Diaria.es

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