Sayak Valencia: la violencia hacia las mujeres es cada vez más “truculenta” porque hay una “espectacularización” que la “normaliza”
Sayak Valencia.
Foto: Mara Quintero
De visita en Montevideo, la filósofa mexicana habló con la diaria sobre los vínculos entre “capitalismo gore”, necropolítica, femicidios y el espectáculo de la muerte como una “anestesia social” frente a la violencia contra determinadas corporalidades.
El cine gore es un tipo de cine de terror que se centra en la violencia explícita, en lo sangriento, en lo visceral. La filósofa, ensayista y activista mexicana Sayak Valencia tomó el término para explicar lo que define como “capitalismo gore”, que en la realidad, lejos de la ficción, “utiliza el cuerpo, su desmembramiento y su espectacularización como una forma de producir riqueza”, y que apunta específicamente contra “ciertas corporalidades que deben ser excluidas”, como “mujeres, jóvenes, personas precarizadas, personas migrantes, personas racializadas”.
Desde una perspectiva decolonial, cultural y transfeminista, la académica incluye en la conceptualización del capitalismo gore la idea del “necropatriarcado” como una herramienta de control sobre las mujeres y analiza cómo opera la “necropolítica” –la política a través de la muerte– específicamente en el caso de los femicidios.
Valencia está de visita en Uruguay para participar de distintas actividades: ya encabezó la conferencia “Miradas interseccionales a las violencias: territorios, necromasculinidad y capitalismo” en la Intendencia de Montevideo, y este fin de semana participará del seminario “Construcción de subjetividades desde una perspectiva del capitalismo gore”, organizado por la École Lacanienne de Psychanalyse.
Entre un evento y otro, conversó con la diaria.
¿Cómo se relaciona la necropolítica con los femicidios?
El concepto de necropolítica lo acuñó Achille Mbembe, filósofo camerunés, y lo utiliza para hablar de una forma de hacer política a través del asesinato y de la masacre de otros, regularmente personas racializadas. Él es un hombre negro y por eso habla desde ahí. Yo retomo el concepto para hablar de esta forma de gestión de las poblaciones a través de la muerte y de la masacre, donde se termina con el tabú de la muerte, donde se rompe con la ética del respeto de la vida de los otros y donde la necropolítica se vuelve una máquina no sólo de guerra directa sino también indirecta. En este sentido, en el caso de México, se habla ya de una máquina feminicida, que es un concepto del periodista Sergio González Rodríguez, y que yo reinterpreto también desde el Estado-nación y sus valores culturales y sociales, por ejemplo, el amor romántico y el machismo estructural, pero también desde la manera en que las mujeres y personas feminizadas son entregadas a estos varones desde la colonia hasta estos días como forma de propiedad en compensación con las tierras arrebatadas, con el valor arrebatado y con el honor arrebatado.
En nuestros países, también tiene que ver con la desatención gubernamental, en el que el machismo es una estructura biopolítica, pero también una estructura afectiva. El varón cis y heterosexual no es el enemigo, sino que es la estructura del Estado. El Estado es patriarcal porque la biopolítica del Estado está construida desde las fratrias en las que los varones son los que importan y los que tienen derechos. A ellos se les confieren algunos atributos no sólo de ciudadanía sino de soberanía, en el sentido de derecho de vida y muerte sobre otros cuerpos. Es la forma también en la que se educa a los varones para desfogar su frustración, a través de la agresividad y de la violencia física hacia personas más indefensas, en muchos casos mujeres.Apoyá nuestro periodismo.
En Costa Rica hay una teórica muy importante que se llama Montserrat Sagot que habla del feminicidio como necropolítica de género, que es básicamente el gobierno hacia las mujeres o hacia los cuerpos feminizados a través de la violencia más extrema, en este caso, el feminicidio, pero por supuesto hay otras aproximaciones, desde la violencia intrafamiliar, la violencia en el noviazgo, la violencia sexual, el acoso callejero, las diferentes intensidades de violencia hacia esos cuerpos que desafortunadamente terminan en muchos casos en asesinato. También es un problema estructural, porque la desatención estatal para garantizar la salud y la seguridad de las personas feminizadas y de las mujeres ha dejado la puerta abierta para que cualquier persona pueda tomar la fuerza y asesinar sin que haya consecuencias directas. Esto es muy importante porque el sistema judicial en México tiene un 99% de impunidad en cualquier tipo de casos, incluyendo casos gravísimos, como asesinatos o feminicidios. Ahí se van tejiendo varios hilos en que el feminicidio es el resultado de un iceberg enorme, en el que la desatención histórica política, social y económica hacia los cuerpos feminizados y hacia las mujeres se ha hecho con estos chivos expiatorios de la furia y la frustración.
“Es un problema estructural porque la desatención estatal para garantizar la salud y la seguridad de las personas feminizadas y de las mujeres ha dejado la puerta abierta para que cualquier persona pueda tomar la fuerza y asesinar sin que haya consecuencias directas”.
¿Cómo explicarías el aumento de los femicidios en distintos países, incluidos Uruguay y México? Una pensaría que con tantos avances sociales, políticos, normativos la situación debería ser mejor, no peor.
El feminicidio es la punta del iceberg más terrible, pero parte de un proceso de mucho más expolio y mucho más maltrato que viene de atrás y de lejos y que está muy acompañado por la política cultural de las emociones, el machismo, el odio y otras cuestiones, pero también está en una coyuntura en que las poblaciones feminizadas o las mujeres se están politizando cada vez más y hay que detener este avance feminista. En ese sentido, una cosa muy importante es que, además de que hay una proliferación de protocolos, de leyes, de activismo para prevenir los feminicidios, por otro lado, hay un resurgimiento muy evidente de las políticas tradicionales de la familia, en las que los hombres no pueden ser cuestionados de ninguna manera. Es una lógica que se ha venido metiendo casi imperceptiblemente en este reforzamiento de los ideales biopolíticos del género y la sexualidad que representarían el género como sexo, en el que sólo hay mujeres y hombres. Pero también a lo que más apela es a que el poderío patriarcal no pierda su estatuto de privilegio y no sea derrocado por estas nuevas formas de ampliación de derechos que ellos entienden como saqueo de su bolsillo, pero también de sus formas de vida esencialistas y conservadoras. Creo que estábamos celebrando mientras el Vaticano y las religiones del libro seguían por ahí abajo y por allá arriba expandiendo sus modos de vida de una manera en que se apropiaron también de nuestras gramáticas progresistas para expandir una noción completamente contradictoria, muy edulcorada y muy extraña de lo que representa la división sexual del trabajo a través de la idea de sexo-género unitario, binario, y que además le da certeza a muchas poblaciones que desafortunadamente no tienen una memoria histórica y política y no entienden la gravedad de que este tipo de políticas regresivas vuelvan a estar en la base de la convivencia cotidiana para los estados.
Por otra parte, tenemos que empezar a ponerles apellidos a los feminicidios. Por ejemplo, el feminicidio sexual sistémico, que es del que habla en sus indagaciones Julia Monárrez, una teórica de Ciudad Juárez, y que lo divide entre público y privado: el que se da al interior de las relaciones familiares y el que está en la calle, que también es una forma de aleccionamiento para las mujeres que salen en la noche, que hacen su vida, que usan su cuerpo, que tienen autonomía, para decirles “ustedes no pueden hacer esto”. Pero el apellido “sexual sistémico” tiene un sentido para ver cuáles son las dimensiones de ese tipo de feminicidio. También podríamos hablar del feminicidio político, del feminicidio político ambiental –como el caso de Berta Cáceres–; el feminicidio también como la forma más última después de la explotación sexual y de una circulación de fuerza de trabajo sexual no consentida por ciertas poblaciones. El feminicidio incluso accidental ocasional de personas que tienen a la mano la capacidad de infligir daño y lo hacen. Esto es muy importante para ver cómo funciona en cada caso. Lo que sí es un denominador común es la estructura machista que le confiere el poder de dar muerte a ciertas poblaciones y no a otras y la capacidad de defenderse a ciertas poblaciones y no a otras, en las que la agresividad se canaliza siempre a través de la violencia de manera directa hacia ciertas poblaciones, ya sea mujeres, personas feminizadas, migrantes o gente que es diferente.
En Uruguay, los equipos que trabajan en los servicios de atención especializados han identificado que las formas de ejercer violencia contra las mujeres se han tornado más brutales y cruentas en los últimos años. ¿Cómo podría explicarse?
Yo hablo de la “episteme de la violencia” en tanto la violencia se vuelve una forma de conocimiento. Por ejemplo, no sé si en Uruguay pasó, pero en casi todo el mundo hubo un boom de programas policíacos y de autopsias en los que había víctimas y había que ver cómo las habían matado, y todo era ultracientífico. Pero al final lo que veías era un cuerpo inerte al que iban diseccionando para decir “pasó esto”, y muchas de las víctimas eran mujeres. Entonces, hay una normalización en que estemos viendo todo el tiempo autopsias, personas desangrándose o en situaciones muy penosas. Ya no solamente son las películas de terror y de cine gore, sino también esta forma de entretenimiento a través de la normalización de las formas extractivas de la vida o del asesinato. En este sentido, también hay que pensar mucho más todos los contenidos que se consumen y se viralizan de manera sostenida en ciertas poblaciones, que pueden tener más influencia en esta normalización o en esta anestesia social con respecto a la violencia. Es cada vez más truculento porque es cada vez más espectacular. Pienso en este caso terrible en Francia, el de [Gisèle] Pélicot, en que el tipo filmaba [las violaciones] y por eso lo pudieron arrestar. Las personas están tan acostumbradas a la impunidad y algunas personas, sobre todo varones, a que no pase nada, que si tienes las pruebas aun así lo niegan y aun así hay gente que los defiende. Entiendo que, por ejemplo, en este caso, la víctima estaba denunciando y las personas que están casadas con estos agresores denunciaban que no era cierto, aunque tenían las pruebas en frente de ellas, entonces hay algo estructural que no estamos viendo o que no estamos cuidando y creo también que estamos dejando muy solas a las poblaciones jóvenes con respecto a la memoria, el afecto y el acompañamiento para otras vidas libres y posibles. No puede ser que todo el mundo esté guiado solamente por esta distopía, y que la contraofensiva sea lo religioso tampoco me parece un lugar al que queramos volver.
Hablás de la “espectacularización de la violencia” como algo que, además de normalizar la muerte y de generar un “anestesiamiento social”, también “desresponsabiliza” a los agresores. ¿En qué sentido?
Por un lado, la espectacularidad es un continuum en un imaginario cultural que ya tiene a la violencia como algo desodorizado o normalizado. Por otro lado, responsabiliza, porque regularmente vuelve hacia la víctima. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por que se lo buscó? Hay una serie de presunta inocencia siempre a pesar de que haya pruebas, pero también desresponsabiliza a los gobiernos, porque cuanto más se termine hablando de manera individualizada del fenómeno de la violencia en contra de las mujeres, o del feminicidio en este caso, el gobierno no tiene que dar cuenta de eso. Es “asesinato pasional”, pero en cuanto le ponemos un apellido como “violencia machista” o “violencia de género”, entonces ya hay una infraestructura que está apelando a ese soberano que tiene que hacerse cargo y dar cuenta. La falta de accountability [rendición de cuentas] y de respuesta por parte del Estado también es una estrategia para desresponsabilizarse y que no haya ningún tipo de consecuencia legal, ni política, ni social. Entonces, cada vez que estamos más en este alcance individualista, le estamos quitando responsabilidad y no le estamos pidiendo responsabilidad a quien la tiene, que sería, por un lado, el Estado y sus protocolos, a los que no está dando seguimiento, y, por otro, todas las estructuras institucionales, la educación, la familia. ¿Qué estamos haciendo? ¿Cómo nos estamos desresponsabilizando de la educación de otros? ¿Qué estamos consumiendo, qué estamos dejando que se consuma y cómo no estamos acompañando?
“El movimiento feminista empezó siendo muy micropolítico y logró expandirse porque trabajó no desde la venganza, sino desde la respuesta por la vida vivible de las mayorías y de manera antidogmática”.
¿Es posible pensar en alternativas de vida viables en medio de este modelo de muerte? ¿Qué pueden aportar los feminismos?
Para empezar, los feminismos han aportado una gramática de la resistencia, de la transformación y de la memoria histórica y política que no podemos dejar atrás y que además tiene la capacidad de metabolizar, pero también de disponibilizar de manera muy efectiva grandes cantidades de información, de memoria y sobre todo de afecto. Algo que también es muy importante de los feminismos es que es un movimiento que empezó siendo muy micropolítico y logró expandirse porque trabajó no desde la venganza, sino desde la respuesta por la vida vivible de las mayorías y de manera antidogmática; porque el feminismo trabaja con la autonomía y la libertad para todas las personas, por supuesto, para las mujeres, pero no solamente. Ahora se habla mucho de que el feminismo es para las mujeres con vulva y ese no es el feminismo en el que yo estaría militando, porque el feminismo es un proyecto de emancipación, no un dogma, y en ese sentido lo que me parece tremendamente esperanzador es ver cómo avanzó un movimiento micropolítico que ha tenido surgimiento en diferentes lugares, diferentes contextos y con diferentes interpretaciones –porque el feminismo no es una receta, es una experiencia de vida vivible y vivida en cierto contexto–. Creo que los feminismos tienen mucho que aportar todavía y siguen aportando, dado que están haciendo el trabajo de criticar no solamente toda esta cultura de la cancelación, pero esta lógica extractiva de nuestras narrativas, que pueden decirse “progresistas”, pero que son nuestras narrativas por una vida vivible y posible.
¿Cuáles son las posibilidades de transformación de esto? Primero bajarnos del carro de la velocidad: necesitamos seguir teniendo memoria y seguir teniendo cuerpo. O sea, que el cuerpo no esté solamente en la espectralidad de las redes y en la virtualidad, que es importante militarlo ahí también, pero que el cuerpo social siga vivo, y junto todavía tiene mucha importancia, y mostrar otros caminos para las juventudes y para las infancias.
El feminismo también se ha hecho con unas bases de una crítica profunda y antidogmática hacia el interior del movimiento, pero que han abierto su espectro a otras luchas, y es en esa solidaridad, en esas alianzas posibles, y desde el lugar donde yo milito, que es el transfeminismo, que no es sólo el feminismo de las personas trans sino utilizando el sufijo “trans” como la idea de algo que tiene que ver con el devenir, que considera a las poblaciones minoritarias que están luchando por sus derechos, desde el antirracismo, desde el antipunitivismo, desde diferentes lugares, como una alianza posible muy grande que se va configurando en pequeñas comunidades de sentido para aplicarse en el contexto común, pero no como una receta, sino más bien en tanto qué podemos hacer con lo que tenemos.
Creo que tiene que ver con la idea de “reencantar el mundo”, como dice Silvia Federici, pero también de construir militancias alegres, no en el sentido del shot de dopamina que te da a hacer clic en las redes, sino más bien lo que define [Baruch] Spinoza como “afectos alegres”, esa capacidad de influir en otros y de ser influido en otros para transformar la realidad y crear algo vital. Eso sería la militancia alegre desde mi punto de vista, y creo que eso sí lo ha hecho el feminismo y lo han hecho otros movimientos. Por eso, que no se nos olvide que lo que le da algarabía a la derecha es algo que no nos puede dar algarabía a nosotros, pero que nos está empujando a repensarnos desde la militancia con esa capacidad de afectar a otro y crear con otro, de hacernos vivos y vivibles y posibles en un contexto compartido. Y, por supuesto, algo muy importante y que no podemos dejar atrás desde los feminismos ni desde ningún movimiento es no ceder al individualismo como lo único posible, esa es una de las lógicas que más nos ha perjudicado y que más ha hecho mella en la construcción no sólo de una memoria colectiva, sino de una acción colectiva.
Fuente: La Diaria.es