marzo 09, 2025

Renta básica y feminismos: un paso adelante radical para caminar juntas+

En diciembre de 2019, se lanzaba la iniciativa ‘Un manifiesto feminista para la renta básica’, en un contexto de hermoso auge feminista. A medida que ha avanzado el lustro, el clamor por alternativas a este régimen del capital contra la vida ha tenido que enfrentarse al gran ruido reaccionario.





Hace ya más de cinco años, en diciembre de 2019, se lanzaba la iniciativa “Recursos y autonomía para todas: un manifiesto feminista para la renta básica”. En el documento, se abordaba una serie de potentes razones para apoyar la renta básica desde una perspectiva feminista, pero también se recordaba que para que esta medida pueda contribuir a un horizonte feminista, en ningún caso debería sustituir a los servicios públicos.

Se trataba, sobre todo, de situar de manera estratégica esta demanda en el centro de nuestra agenda como feministas que luchamos por la emancipación y la igualdad, pues una renta básica universal supondría una base material para romper dependencias que sustentan situaciones de opresión y de violencia, en relación a parejas, pero también jefes, o al propio Estado. “Es inaplazable empujar con la fuerza del movimiento feminista apuestas que apunten a garantizar lo necesario para el sostenimiento de la vida”, se afirmaba en el escrito un lustro atrás. Un lustro que tanto para los feminismos como para el movimiento por la renta básica, ha sido largo e intenso. 

Nunca se viene de la nada

Por recapitular brevemente, el manifiesto se divulga después de un ciclo muy activo en la defensa de la renta básica universal. En una muy breve genealogía, podríamos marcar algunos antecedentes importantes, como la ILP que aglutinó a diversas organizaciones y colectivos para llevar el debate sobre la renta básica al Congreso en 2014, la creación del círculo de renta básica de Podemos, partido que incluyó la propuesta en su debut electoral, con el programa participativo para las Europeas de ese mismo año, o la Marcha Básica de 2018, heredera de las marchas de la dignidad, que reivindicaba como demanda fundamental una renta suficiente, incondicional, individual y universal. Desde la veterana Red Renta Básica gran divulgadora de la propuesta en el Estado, a la Marea Básica, de la que forman parte organizaciones de base en todo el territorio, pasando por la coordinadora de colectivos Baladre, la renta básica ha contado y cuenta, con numerosos actores que en ciclos más o menos intensos siguen manteniendo el debate vivo.

Los años previos al “manifiesto feminista por la renta básica” también fueron hermosos años de auge feminista. El mismo 2014, el movimiento feminista fue firme en su pulso contra la reforma reaccionaria de la Ley del Aborto de Gallardón tomando las calles y provocando la dimisión del ministro de justicia de su cargo. Un año después, el movimiento Ni Una Menos en Argentina, hacía llegar sus ondas expansivas por todo el mundo, adelantando una época de internacionalización de las luchas. Paralelamente, la economía feminista venía reclamando su lugar con fuerza, y la conversación sobre los cuidados cobraba protagonismo. Las huelgas feministas de 2017 o 2018 marcaban otros hitos, en un contexto en el que las movilizaciones de los 25 de noviembre y los 8 de marzo devenían masivas.

En 2014 se daba una interesante conversación entre la renta básica y los feminismos, como prueban la iniciativa de las iguales propuesta por Baladre en 2014 o las críticas de economistas feministas

En este marco, se daba una interesante conversación entre la renta básica y los feminismos. Prueba de ello fue la iniciativa de la renta básica de las iguales propuesta por Baladre en 2014, pero también las críticas por parte de muchas economistas feministas. Y es que, desde posturas feministas, se señalaba de que la propuesta de la renta básica dejaba fuera la cuestión de los cuidados, por lo tanto no era transformadora desde una mirada de género, y a su vez, alertaban, podía profundizar la división sexual del trabajo, contribuyendo a que las mujeres prefirieran abrazar el trabajo reproductivo, sin ganar independencia, en un marco de precariedad laboral.

Frente a las críticas, tampoco faltaban las feministas que argumentaban a favor de la renta básica. Cabe destacar el movimiento feminista italiano que en 2017 defendía el reditto di autodeterminazione, un renta básica universal que permitiría acabar con las relaciones de dependencia económica que mantienen a tantas mujeres al alcance de parejas violentas. 

Un largo lustro de aceleración fascista

En una era de doctrina del shock cotidiana, en la que se nos obliga a vivir en la reacción continua y se niegan los espacios y los tiempos para pensar colectivamente escaramuzas, cualquier ejercicio de recapitulación se vuelve casi subversivo. Es 2025 y la renta básica universal se halla muy poco presente en el debate público, las fuerzas políticas del cambio hace tiempo que no tienen la renta básica en su agenda, y los feminismos luchan por no verse fagocitados por disputas, grietas y decepciones, cuando son más necesarios, en un movimiento de reacción virulento. Mirar hacia atrás nos puede ayudar también a recordar que este no es más que otro ciclo, un ciclo de mierda, pero no otro “fin de la historia” en su versión distópica. 

Hace cinco años, por estas fechas, mientras se preparaba un 8M habitado de tensiones, la pandemia estaba a punto de precipitarse sobre nosotras e interrumpirlo todo. Y en esa primera gran pausa, zancadilla a la aceleración, justamente afloró con más fuerza que nunca el debate sobre la renta básica universal: la vida no podía depender del trabajo, cada vez más colectivos lo veían claro, la demanda de un ingreso incondicional volvió a figurar en primera línea entre los reclamos de los movimientos sociales y los colectivos. A nivel europeo se iba gestando la Iniciativa Ciudadana Europea por la Renta Básica, un año después en el País Vasco una nueva ILP situaba en el centro la necesidad de una renta universal, y en Catalunya se ponía en marcha la Oficina del Plan Piloto de la RBU.

A medida que ha avanzado el lustro, el clamor por alternativas a este régimen del capital contra la vida ha tenido que enfrentarse al gran ruido reaccionario. Oímos hablar menos tanto de economía feminista, como de la lucha por la renta básica, mientras que la versión fascista 2.0 del neoliberalismo pone en disputa lo más básico: el derecho a la vida. El genocidio en Palestina, el brutalismo para deshacerse de quienes se consideran sobrantes, como las personas que migran, el asalto contra los derechos de las mujeres y las diversidades sexuales, achican el espacio respirable mientras buscamos respuestas.

El Ingreso Mínimo Vital o iniciativas como la que en el País Vasco pretendía fomentar la vigilancia de los perceptores de la Renta Garantizada avanzan en el camino contrario a una Renta Básica Universal

Por otro lado, la insistencia en la aporofobia con prestaciones que abanderan sufrimientos como los generados por el Ingreso Mínimo Vital, o iniciativas como la que en el País Vasco pretendía fomentar la vigilancia de los perceptores de la Renta de Garantía de Ingresos, promoviendo la delación, avanzan en el camino contrario a una Renta Básica Universal. Mientras, gobiernos como el nuestro, asumen sin vergüenza ni debate dedicar la riqueza común a alimentar la industria de las armas aún más, en un panorama bélico que queda en el lado opuesto de cualquier aspiración feminista.
Estructura y urgencia 

Los feminismos parten de una amplia mirada estructural que complejiza las relaciones de poder y desborda la categoría de género. Hace ya más de una década que algunas autoras como Kaori Katada o Caitlin MacLean recordaban cómo centrarse solo en la división sexual del trabajo, es algo que viene haciendo un feminismo heredero de la mirada de Betty Friedan, que si bien pone de relieve el dolor y la falta de autonomía de las mujeres excluidas del trabajo remunerado y del espacio público, obligadas a depender económicamente de sus parejas masculinas, deja fuera otras realidades, como las mujeres racializadas o las obreras, que sí que se veían obligadas a trabajar en el mercado laboral además de soportar la carga de cuidados. Es justamente de estos colectivos, y en particular de las madres solas afroamericanas, estigmatizadas en los años 70, conocidas como las Welfare mothers, donde surgió la demanda por el derecho a recursos más allá de su situación laboral, pues criar a sus hijos, defendían, también era trabajo. 

Son claras las limitaciones del feminismo liberal: durante décadas, para que las mujeres pudieran luchar contra el techo de cristal, liberando tiempo para competir con los hombres (con ese trabajador champiñón del que tanto ha hablado la economía feminista), han sido otras mujeres, alicatadas al suelo pegajoso, las obligadas a resolver en falso la división sexual del trabajo. Por último, cuando se alerta de que una renta básica empujaría a las mujeres a quedarse en sus casas, planteando la división sexual del trabajo a partir de una realidad unívoca de familia compuesta por una pareja heterosexual con hijos, se dejan de lado una miríada de circunstancias otras, como las familias monomarentales, una realidad muy común entre mujeres migrantes, pero no solo.


Saliendo de este debate se pueden vislumbrar posibilidades mucho más amplias, como hace la autora Louise Haagh, en su texto “El papel radical de la renta básica”. Para empezar, considerar que el derecho a una renta, como el derecho a la sanidad o a la educación, también puede ser universal, algo que no debería de ser tan difícil de entender en un sistema en el que el acceso a lo necesario para vivir se rige por el dinero, y en el que son muchos quienes viven de las rentas extraídas de quienes menos tienen sin ser criticados por ello, baste con observar el mercado inmobiliario. La renta básica universal no sustituiría así al trabajo, si no que se trata de partir de una posición de mayor igualdad, otorgando seguridad a las personas, y evitando el sufrimiento generado por la pobreza o la dependencia de subsidios condicionados, con la violencia institucional que conllevan. Desde ese suelo común, defiende la autora, las personas podrían escaparle al cortoplacismo, pensar la vida a largo plazo, no solo a nivel individual sino colectivo, salirse de la urgencia para abordar el bien común, contar con un sustento material para permitirse formas colectivas de trabajar, organizarse o compartir riesgos.

Coaliciones radicales

El texto de Haagh apunta a un factor más que parece contrahegemónico en estos tiempos: saber que el Estado te da una seguridad y no te juzga y fiscaliza, y que lo hace de manera universal, a todos por igual, genera un sentimiento de igualdad y comunidad, sugiere la autora. Un efecto que podría neutralizar el mandato de la competencia encarnizada por recursos del que se nutre la extrema derecha, y que subyace al discurso de las paguitas que tan alegremente puso en boga Vox durante el debate por el Ingreso Mínimo Vital, el mismo discurso que sustenta aberraciones como Milei en Argentina, o que hace que personas que sufren pobreza abracen la causa contra las “ayudas a los vagos”. 
Desligar la supervivencia del empleo, conecta con la impugnación del trabajo asalariado como única forma de acceder a recursos.


Pero además, desligar la supervivencia del empleo, conecta con la impugnación del trabajo asalariado como única forma de acceder a recursos. Una mirada que bebe del feminismo autónomo de los años 70 con su propuesta de Salario para el trabajo doméstico. Estas feministas recordaban que el empleo como forma de redistribución de la riqueza, dejaba fuera a demasiados sujetos, como para ser considerado un sistema funcional. Así lo señala Kathi Weeks en su artículo “La renta básica desde una perspectiva feminista postrabajo”, publicado en 2022, en el que la autora relaciona esta genealogía feminista de cuestionamiento del trabajo, con un contexto actual en el que se habla de Gran renuncia y cada vez más personas confrontan el mandato laboral. En la misma línea que Weeks, la también estadounidense Sarah Jaffe en su reciente libro Trabajo, un amor no correspondido, aborda esta subjetividad antitrabajista en expansión, recordando que las luchas por mejores condiciones laborales también son luchas por trabajar menos. 

Weeks remarca asimismo que la renta básica universal permitiría asentar los cimientos materiales para concretar una variedad más amplia de modelos de familia. La renta básica permitiría, siguiendo este razonamiento, la abolición de la familia en la perspectiva de autoras como Sophie Lewis, relaciones más libres e iguales, basadas en la elección y no en la obligación tan ligada a lo económico. 

Pero si algo reivindica Weeks es la capacidad de la renta básica para construir coaliciones, para generar alianzas que apunten a horizontes comunes. Prueba de ello es la diversidad de actores que la vienen defendiendo —feministas, colectivos de artistas, de activistas por la salud mental, de artistas, organizaciones contra la pobreza, teóricos contra la desigualdad o incluso sindicatos— una demanda que se puede extender a todas las personas a quienes las instituciones del trabajo o la familia han fallado. Coaliciones posibles para defender lo que, como recuerda Weeks, no es una reforma ni una revolución, pero sí un paso adelante radical para caminar juntas, revertir este régimen de la asfixia, posibilitar un cambio urgente en la realidad cotidiana de tanta gente, pero también habilitar tiempo y seguridad material para que podamos luchar mejor cada una de nuestras luchas.

Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in