agosto 03, 2025

La disputa sobre el pasado en clave feminist

Cada vez más mujeres historiadoras participan del debate público

Cuatro historiadoras con presencia en medios y redes sociales ejercen una mirada crítica que incomoda al sentido común. El rigor académico, la divulgación y las tensiones sobre el uso político de la historia revelan que las narraciones del pasado son también una forma de intervenir en el presente.

Julia Rosemberg, Camila Perochena, Pupina Plomer y Cata Cabana. . Imagen: Imagen web

¿Qué nos enseña la historia sobre el presente? La pregunta se repite porque conocer el pasado es una pasión humana, no sólo argentina. Durante años, la divulgación histórica estuvo copada en los medios de comunicación masivos por varones. La -no tan- reciente irrupción de mujeres en distintos espacios también iluminó masivamente la participación de mujeres y diversidades en los procesos históricos. El 1° de julio, día del historiador y la historiadora, Pupina Plomer hizo un posteo en la red social X: “Al final, somos las historiadoras las que investigamos a mujeres. Porque si no lo hacemos nosotras, quedamos todas en los márgenes”. Y el 16 de junio pasado, Julia Rosemberg conmovió en Industria Nacional, por Gelatina, con una documentada y reveladora columna sobre los bombardeos a la Plaza de Mayo, más necesaria que nunca en tiempos de estigmatización de una identidad política, el kirchnerismo, y de negacionismo del genocidio. En el Día de la Independencia, a Camila Perochena le tocó -nada menos que en La Nación Más- pararle el carro al director de la Casa de Tucumán, José María Posse, sobre la mentira repetida por el presidente Javier Milei. “Argentina no era una potencia en el siglo XIX”, apuntó la columnista de Odisea Argentina y allí comenzó el ataque en las redes sociales, al que se subió el mismo Presidente de la Nación.

El espectro se amplió, aunque algunos sesgos persisten. A ella la llaman de medios de comunicación de todo el país para referirse a hechos históricos, y no le hacen las mismas preguntas. “Me ha sucedido que cuando llega una fecha patria y algún medio me llama para hablar de la fecha, me terminan preguntando, '¿Pero comían pastelitos o comían locro?'. Siento que a veces a los hombres los llaman para hacer un análisis y a las mujeres para hablar de otra cosa, cuando nosotras también tenemos la capacidad, el estudio y la documentación para hablar de todo”, señala Cata Cabana, que desde Instagram se planta contra los trolls con sus reels sobre hitos históricos y con su “género tango”, donde muestra que siempre hubo mujeres en una música asociada al machismo en el imaginario popular.

Félix Luna, Pacho O’ Donnell, Felipe Pigna, son los nombres que aparecen cuando se habla de divulgación histórica. “No es que ellos no tuviesen una visión de mujeres, porque de hecho Pigna sí iba a hablar de mujeres, pero no veíamos a mujeres a las mujeres hablando de historia en los medios”, plantea Cabana.

Las mujeres arriba

¿Hay más interés, además, por encontrar la participación de mujeres en la historia?

“La historia es una ciencia que se hace desde el presente. Desde el presente le hacemos preguntas al pasado. Y obviamente esas preguntas que le hacemos están influenciadas por los intereses que tenemos las historiadoras, los historiadores del momento. Entonces, si hoy las personas que se ocupan de escribir historia están atravesadas por inquietudes respecto a género, a desigualdad, obviamente eso se va a reflejar en la forma en que miremos el pasado”, responde Pupina Plomer.


Con sus rulos colorados, un acento cordobés que le da musicalidad a todo lo que cuenta, y carisma, es docente en escuelas secundarias y recorre el país con un show llamado Historia y mujeres, con el que llena salas y bares (y del que anunció la gira despedida). Da “clases” de historia en el streaming Olga. Empezó en Filonews, participó en el programa Distópica, del añorado canal Encuentro.

Lo que advierte es que cada vez hay “más libros de historia hablando de mujeres”.

Plomer sabe que el estudio de la participación de las mujeres en la historia no es ninguna novedad. Y en ese sentido, rescata a una figura fundamental. “La eminencia número uno en el país es Dora Barrancos, porque ella trabaja el género desde los años 80. Es realmente una precursora, la mayor referente de Argentina. Pero hay muchas otras. Justo ahora estoy leyendo Las Mujeres de la Revolución, que es un libro sobre la Revolución de Mayo, con mirada de género, y esto hace unos años no existía. La compiladora es Beatriz Bragoni, son varias autoras, todas historiadoras súper grosas”, cuenta Pupina.

El mismo libro, presentado la semana pasada, es el que refiere Camila Perochena, que hoy recibe el ataque oficialista porque, justamente, la historia juega su partido en el presente. De hecho, respecto del mito de la Argentina potencia en el siglo XIX y principios del XX, el presidente introdujo esta misma semana una novedad: el comienzo de la decadencia de aquella “potencia mundial” ya no lo ubica en 1916 sino en 1943, casualmente, cuando empieza a emerger Juan Domingo Perón como figura histórica determinante del siglo XX.

Perochena es columnista del programa Odisea Argentina, que conduce Carlos Pagni los lunes por el canal La Nación Más. Y que le digan “Peronchena” en las redes sociales, para descalificarla, es paradójico. Su tesis se llamó “La historia en la disputa política: los usos del pasado en el primer gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2011)”, y al libro le puso un nombre aún más explícito: Cristina y la historia. El kirchnerismo y sus batallas por el pasado.

Como historiadora se distancia del revisionismo, la corriente que ganó masividad en la Argentina de la mano del peronismo, al reconsiderar el lugar de determinadas figuras y movimientos como proyectos emancipadores truncados por la oligarquía.

“El revisionismo histórico es una corriente que en el mundo académico quedó perimida, que nació más al calor de acontecimientos políticos para revalorizar identidades nacionales, la figura de Juan Manuel de Rosas, de los gauchos federales”.

Considera que esa mirada “es muy exitosa en la opinión pública, a la gente le gusta mucho, porque es una historia de buenos y malos, más marketinera, pero yo creo que, también por eso, es más simplista, no ayuda a complejizar el presente o a entender mejor el presente, sino más bien al contrario, ayuda a generar batallas históricas que profundizan esa polarización permanente en la que vivimos hace años”, dice Perochena a Las12.

Divulgadoras olvidadas

Diferente es la visión de Julia Rosemberg, autora del libro Eva y las Mujeres, que reconstruye la tarea de Eva Perón para incorporar -no sólo con el sufragio- a millones de mujeres argentinas en la vida política activa. También coordinó el programa Muchachas bonaerenses, que estudió a las primeras 35 legisladoras que asumieron en la Provincia entre 1952 y 1954. Desde 2017 hace columnas en radio y televisión, y hoy la rompe en sus columnas mensuales en Gelatina (el clamor popular pide más).

Para empezar, discute el término divulgación. “Quiero desnaturalizar la existencia de la palabra, porque no existió siempre para referirse a la circulación social de la historia. En los 60, en los 70, todo lo que se llamó el revisionismo histórico vendía cantidad de libros, de los más masivos. El propio Bartolomé Mitre escribió antes, y mucho, sus libros circularon un montón y además tenía una voluntad política en su narración. Pero no se le ponía el nombre de divulgación”, plantea la historiadora.

Para ella, no se trata de una técnica, de “hacer simple lo complejo”. “A mí me gusta discutir con esa idea. Me parece que la divulgación tiene su especificidad, que no es cuestión de decir en lenguaje sencillo lo mismo que se produce en el campo académico, sino que son otras preguntas que hay que hacerse, que es otra tonalidad, que se consultan otras fuentes, otros libros, otras voces”, plantea.

Lo interesante de incorporar la historia en la discusión pública es otro desafío. “Tiene que ver con cómo pensamos desde el presente, con la especificidad de esta coyuntura. Lo que se pone en juego es mucho más el vínculo entre el pasado y el presente”.

Por eso, insiste en que es un trabajo que una y otra vez reabre la historia. “El pasado nunca está cerrado del todo. Por más trabajos académicos que haya, por más investigación que haya, siempre hay un presente que vuelve a abrirlo y encontramos cosas nuevas”.

Menciona, justamente, lo que ella descubrió para su columna de los bombardeos a Plaza de Mayo, el 16 de junio de 1955. “La resistencia que hubo dentro de la Casa de Gobierno, con esos 70 granaderos, es algo que en mi propia formación como historiadora, nunca había leído, y nunca había trabajado. Entonces, el trabajo de divulgación es una forma de seguir formándose. Es una manera de seguir investigando y compartir con otros y otras esas cosas nuevas que uno encuentra”, continúa.

Cuando se le pregunta por una genealogía, Rosemberg menciona a divulgadoras históricas bastante olvidadas en el presente. Vera Pichel es su primera referencia. Evita íntima y Las cuarteleras: cuatro mil mujeres en la conquista del desierto, son dos de los libros que escribió.

“Vera Pichel está ligada al grupo de las primeras mujeres peronistas. Empieza a escribir en esos años, se identifica con Eva, la conoce. Con el correr del tiempo, se convirtió en una historiadora de divulgación y por ejemplo, tiene uno de los primeros libros sobre Encarnación Ezcurra. Es una mujer que piensa la historia con perspectiva de género ya en los 50, 60. Es un antecedente que me interesa muchísimo, sobre todo porque le interesaba que la historia no quedara como un reducto de especialistas”, rescata Rosemberg.

También menciona a Estela Dos Santos, autora del libro Las mujeres peronistas, publicado en 1983. “Hay algunas mujeres que se interesaron por estas preguntas en las décadas anteriores y que a mí me parece recontra importante porque en muchos casos, además, eran voces solitarias. Lo que permite este presente es encontrarse dentro de una trama mayor”, sigue la historiadora.

Lo que traen las nuevas olas

Pupina Plomer investiga la historia colonial, y reconoce un momento histórico en el que ella se hizo la pregunta por las mujeres.

“Es muy difícil ver género por el tipo de fuentes que manejamos, pero mi interés empezó por mi militancia feminista en el 2017-2018. Me empecé a hacer preguntas sobre mi propia práctica profesional, donde me encontré con un montón de contradicciones de saber un montón sobre temas en general y, como feminista, no conocer nombres o procesos que involucraron a las mujeres”, rememora.

Esas preguntas hoy se expresan en todo su trabajo, ya sea en los reels que comparte en redes sociales pero también en su participación en los medios. Y en Historia y Mujeres, el unipersonal que la lleva por todo el país, donde concurren chicas con sus madres, todas interesadas en escuchar su mirada.

Perochena valora las investigaciones sobre “historia de género, sufragio femenino, historia de las mujeres” y menciona a Dora Barrancos como una pionera, y también a Carolina Barri, Silvana Palermo y la propia Beatriz Bragoni, a las que sitúa como “una generación que vino después”.

En su práctica, no elige ese campo. “No hago historia de género o historia de las mujeres. Si bien mi principal objeto de estudio fue Cristina Kirchner, una mujer, pero es un objeto que miro desde el punto de vista de la memoria y los usos del pasado, más que de la cuestión de género”.

Considera que “hay cosas muy interesantes que se están haciendo y se hicieron en los últimos años sobre el rol de las mujeres en la historia que me sirve leer cada vez que tengo que divulgar”. Pero también considera “importante” que haya mujeres “hablando de cosas que no sean mujeres”.

“También podemos hablar de inflación y de relaciones entre presidentes y gobernadores. A veces se asume algo que quedó medio viejo, que las mujeres hablaban de mujeres. Para mí está bueno ocupar ese espacio y hacerlo lo más diverso posible”, plantea.

En cambio, a Cata Cabana fue su práctica de investigación la que la llevó a descubrir el silenciamiento, y también a encontrar una causa política. “Armé un proyecto que se llama Género Tango. Era una cuestión personal, empecé a bailar tango en el mismo momento en que empecé a estudiar historia, eran dos caminitos que se iban vinculando”, relata su recorrido.

En la Facultad, cuando quería investigar sobre tango, le respondían que no eso “no le importaba a nadie”. Y ella se preguntaba: "¿Cómo puede ser que nuestra cultura no le importe a nadie?”.

También decían que el tango es cosa de hombres, colocaba a las mujeres en lugares marginales. “En la Buenos Aires de principios del siglo XX, veo unas mujeres fuertes, jefas de familia, madres solteras con hijos. La mamá de Gardel era madre soltera, mujeres que no solo van a ser prostitutas, sino que también hay costureras, herreras, maestras, enfermeras, o sea, mujeres haciendo un montón de cosas, en una ciudad donde hay más mujeres que hombres, además”, destaca hoy.

Así, empezó a “desarmar esos mitos”. A ella le parecía “super violento cómo borraban a la mujer o cómo la ponían de accesorio”. Siempre con fuentes documentales, encontró otro camino. “Empecé a encontrar que había orquestas de mujeres, orquestas de señoritas, directoras de orquestas. Los primeros tangos fueron escritos para que los canten mujeres”.

Se preguntó cómo se pudo sostener tanto tiempo la argumentación del tango como cosa de hombres. “Empecé a pensar el tango en un contexto de historia argentina y en qué momento también el tango empieza a ser maltratado, casualmente a partir del golpe del 55, que odia a Evita y la quiere borrar de todos lados. Y si voy a borrar a Evita, voy a borrar a todas las mujeres que estuvieron cerca de ella, muchas cantaban tango y entonces voy a empezar a sacar a las mujeres. Entramos en un contexto argentino puramente militarizado, donde el hombre es el que manda y la mujer se queda en su casa”.

En ese libro imprescindible que es Eva y las mujeres, Rosemberg cuenta esa historia. Cuando coordinó el proyecto Muchachas bonaerenses, sobre las primeras 35 legisladoras que hubo en el país entre 1952 y 1955 (del que surgió un libro), también descubrió que había un vacío. “Haciendo esa investigación, nos encontramos que el período de la segunda gobernación del peronismo en la provincia de Buenos Aires estaba muy poco estudiada. Entonces, tuvimos que ir a estudiar esa gobernación, el período en el que actuaron políticamente, para poder estudiar a esas mujeres. Las preguntas también te van llevando a una pregunta histórica más general, que no es solamente un agregado de figuritas, sino que son preguntas más densas sobre la historia las que permiten una perspectiva de género. Eso es lo interesante y lo difícil de encapsular”, plantea Rosemberg.

Para ella, el principal desafío para las historiadoras es que la perspectiva de género no sea “una moda más, como tantas modas académicas que toman lo que pasa en la calle, en lo social, y demás. Que no sea que durante algunos años se agrega un capítulo que diga las mujeres del período, sino que efectivamente sea un cambio de perspectiva”.

“Me parece buenísimo que haya biografías que antes no se reponían, como la de Remedios del Valle, como Juana Azurduy. Me parece como desafío también que eso se traduzca en una perspectiva, de cómo se concibe la historia más en general, que no sea solamente mantener una narración de la historia a la cual le agregamos como si fuese un álbum de figuritas, nombres propios, sino que las preguntas en sí tengan un enfoque donde esté la historia de las mujeres, de la diversidad, la historia en clave de género”, considera. Para ella, se trata de una pregunta que debe ser “constitutiva a nuestra propia mirada sobre el pasado”.

Un debate: entre usos y vinculación necesaria

Rosemberg considera “un desastre” el ataque a Perochena, pero también quiere señalar “un matiz” con respecto a la visión de la historiadora. “Cuando dice que Posse está ahí como militante político y eso no es bueno para el funcionamiento de los museos, a mí me parece que la impugnación tendría más que venir por un lado de que está apalancado por Ricardo Bussi, que tiene la mirada negacionista, por ser hijo de genocidas. Creo que la condición de militante político no te inhabilita para ningún rol en ninguna esfera de la vida. Es como creer que alguien que hace ciencia puede casi quirúrgicamente dejar de lado sus posicionamientos políticos. Eso ya está descartado por todo tipo de mirada, hasta psicoanalítica”, discute Rosemberg.

“En momentos donde hay tanta persecución a militantes políticos, salir a decir que un militante político no puede hacer un buen trabajo en un museo me parece que no es lo ideal. Porque además ha habido militantes políticos que han hecho excelentes trabajos en el Estado, como otros que han hecho pésimos trabajos en el Estado”, sigue.

Para ella, no existen los usos de la historia, sino que su interpretación es una condición intrínseca en su desarrollo. “No creo que la ciencia sea la poseedora de la historia y lo que hace la política, o la comunidad, es ultrajarla. Para mí es parte constitutiva, la política está vinculada con la historia, es natural y va de suyo. No veo que ahí haya una degradación, son vínculos que van de la mano”.

La mirada de Perochena es bien diferente. “Entiendo que los políticos usen el pasado, porque cuando usan el pasado hacen política. Ahora, también los políticos tienen que entender que el espacio público es un espacio plural y que los mitos que ellos construyen sobre el pasado pueden ser cuestionados, pueden ser cuestionados por otros políticos, pero también pueden ser cuestionados por historiadores que se dedicaron a trabajar esos temas durante décadas y que se acercan a esos temas con una aspiración que no es una aspiración militante, sino que es una aspiración historiográfica de búsqueda de la verdad”, señala.

En todo caso, resulta “muy importante que el presidente entienda que su mirada sobre el pasado no es la única, no es la verdad absoluta y que desde el Estado tampoco se tiene que buscar imponer una verdad absoluta sobre el pasado. Entonces, hay que aceptar la pluralidad de miradas sobre el pasado y en ese sentido, aceptar que alguien puede cuestionar su mirada sobre el pasado”.

Para Perochena, “esa dosis de pluralidad es necesaria en democracias liberales” y “eso es algo que muchas veces a nuestros presidentes se les hace muy difícil de aceptar y tolerar”.

Rosemberg no se opone a los mitos, justamente porque entiende que el pasado forma parte de la construcción política del presente. “Creo que las batallas culturales, como se les da en llamar, están en todos los gobiernos, son parte de la misma esfera social y política de toda comunidad”.

Sí cuestiona la mirada oficial. “En este caso se tiene una mirada a la historia más cercana al mito. Decir que Argentina fue primera potencia a fin del siglo XIX tiene más que ver con un mito que con una realidad histórica”, plantea.

¿Por qué ensalzar una y otra vez ese mito?

Además de construir un pasado de grandeza al que volver, es una forma de demonizar la participación de sectores populares en los procesos políticos, y alimentar el relato -que fue tan fecundo para el macrismo, tanto que lo sobrevivió- que asocia la decadencia argentina a la experiencia peronista.

Es también por eso que Julia Rosemberg recupera a las divulgadoras peronistas. “Hay una larga trayectoria de mujeres que entienden que la narración histórica es parte de una disputa política, y eso me interesa ponerlo sobre la mesa, porque en el presente también se señala -desde algunos lugares- que la historia no tiene que ser parte de una narración política y me parece que lo que muestran estos escritos y esta genealogía es cómo la historia siempre está atravesada por disputas políticas sin que esto implique decir que esas narraciones son menos rigurosas. Para mí, la rigurosidad y la mirada política no son dos cosas que se excluyan, se puede ser riguroso y a la vez tener una mirada política de la historia”.

Fuente: Las/12

Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in